La luz se alza para el justo, y para los de recto corazón la alegría. 12 Justos, alegraos en Yahveh, celebrad su memoria sagrada. Salmo 97
DEDICAN SUS VACACIONES AL BIEN DE LA HUMANIDAD
Sin aspavientos, centenares de médicos toman tiempo de sus giras regulares para llevar su pericia a regiones remotas, donde los médicos escasean y las enfermedades proliferan.
POR CLARENCE HALL
Selecciones del R.D. 1971
A L PENETRAR, hace algunos años,en un hospital de la selva africana, me detuve en una ocasion para echar una mirada por encima del hombro de un médico que le estaba vendando a un niño el pie mordido por una serpiente. El médico debió de sentir mi presencia, porque se volvió, ¿y cuál no sería mi sorpresa al reconocer en él a un amigo mío de los Estados Unidos?
—Pero, ¡por Dios! —exclamé—¿Qué está haciendo usted aquí?
—Gracias por el alto patrocinio que usted me atribuye —respondió sonriendo—, pero, en realidad, estoy aquí simplemente de vacaciones.
Desde entonces, en mis viajes a muchos rincones del mundo, he encontrado a otros facultativos que (al igual que mi amigo) toman vacaciones, para beneficio de la huma nidad, en lugares donde los médicos escasean y las enfermedades abundan. Salen del país sufragando sus propios gastos, en períodos de tres semanas a tres meses, y forman lo que un periódico médico norteamericano ha designado como "un nuevo tipo de curadores en el escenario mundial, esto es, el médico internacional que considera que el privilegio de ejercer la medicina en un país rico y científicamente avanzado lleva aparejada la obligación de dedicar algún tiempo atendiendo a los mil millones de seres humanos que nunca o rara vez ven un médico".
Entre los muchos organismos que reclutan médicos para el servicio limitado en el extranjero figura una entidad llamada Medical Assistance Programs, Inc. (Programas de Asistencia Médica, S. A.) Hija de la Sociedad Médica Cristiana, que tiene unos 3000 afiliados, la MAP t es en gran parte obra de J. Raymond Knighton, individuo alto, muy activo, de 48 años de edad, quien se niega a creer que haya tareas imposibles.
Convencido de que el sentido hu- n manitario que inspira las vocaciones médicas se puede poner al servicio u de los colegas extranjeros, en 1954 g Hizo público un programa con fases d múltiples y carácter de reto. Trazada una fase del mismo, la de "servício misionero en período breve" (STM) para los miembros de la Sociedad Médica Cristiana (con el lema "encuentren ustedes el tiempo,* h y nosotros les encontraremos la ac tivídadl, no tardó en tener voluntarios en abundancia.
Destaca entre los reclutas entusiastas de Knighton el Dr. C. Evehrett Koop, cirujano jefe del Hospi- a tal Infantil de Filadelfia, quien ha participado en más de una expedición médica por cuenta de la MAP.
Una de ellas tuvo efecto hace pocos años, cuando los niños de la República Dominicana morían a centenares, deshidratados por la disentería.
Las autoridades del país acudieron a la MAP en demanda de ayuda. El Dr. Koop voló al lugar, estudió la e situación, estableció centros de rehidratación y preparó a médicos y enfermeras locales para que pudieran atenderlos. Hoy funcionan 25 de estos centros y la mortalidad infantil ha bajado de 40 por ciento a casi cero.
Otro voluntario es el Dr. Ralph e
Blocksma, eminente cirujano plástico. Blocksma ha visitado a Centroaméricá y Sudamérica, al Oriente
Medio, ?frica, Tailandia, Corea y
Vietnam. En algunos viajes obtuvo resultado4 sorprendentes que trascienden
los aspectos estrictamente médicos.
En 1958, por ejemplo, durante una estancia en Panamá por encargo del STM, Blocksma oyó hablar de un muchacho, indio cuna, que presentaba un desfigurante labio leporino. Ahora bien, desconfiando de todos los extranjeros, los cunas se habían negado por espacio de siglos a permitir que abrieran escuelas y hospitales en su tierra nativa de las Islas de San Blas, frente a la costa de Panamá. También a los misioneros les tenían vedado el acceso.
Pero Blocksma llegó audazmente hasta el hogar del muchacho en avioneta y en piragua, y, pese a la violenta oposición de los curanderos indígenas, persuadió a los padres de que le permitieran corregir la deformidad. Habiendo tenido la operación un éxito completo, el caudillo de la isla exclamó:
—j Cómo pudo un simple mortal realizar semejante milagro!
A lo que Blocksma respondió:
—Sirvo a un Dios que quiere ayudar a todo el mundo. ¿Os gustaría saber más acerca de Él?
El muchacho y sus padres se convirtieron en pequeñas celebridades y los llevaron de isla en isla para mostrar el "milagro". Los jefes de otras islas invitaron a misioneros y médicos a que fueran a visitarlos. Actualmente funcionan en las 350 islas varias misiones, clínicas y escuelas.
Si bien la mayoría de los médicos que sirven en el extranjero deben trazar sus planes con mucha anticipación, hay muchos que están listos para salir al primer aviso, cuando alguna crisis requiere su rápida intervención. Tal fue el caso en 1969, al declararse una violenta epidemia de poliomielitis entre la tribu, antes muy temida, de los indios aucas, que viven cerca de las fuentes del Amazonas. En el momento en que una llamada de onda corta llegó a la MAP, 250 aucas estaban afectados por la enfermedad y 16 habían muerto ya. Knighton localizó rápidamente un voluntario, el Dr. Juan Correa, del Centro Médico de la Universidad de Oklahoma.
Antes de 24 horas de haber salido de Oklahoma, Correa llegaba, con 1000 dosis de vacuna antipolio, a un modesto hospital de misión situado al borde de la selva ecuatoriana:. Sirviéndose de un pulmón de acero y de dos respiradores que tomaron prestados de un hospital público de Quito, el Dr. Correa y un médico misionero trabajaron día y noche. Antes de dos semanas habían dominado la epidemia. Luego, a bordo de una avioneta de la misión, Correa voló a cinco remotas clínicas de la selva para inmunizar a las vecinas tribus de los jíbaros y los quechuas. El resultado fue que la epidemia quedó localizada dentro de sus límites iniciales y que tres tribus se salvaron de una mortandad casi inevitable.
Hay otras muchas entidades que fomentan el servicio médico en el extranjero: para que efectúen operaciones quirúrgicas irrealizables con los medios de que disponen los cirujanos locales; para hacerse cargo temporalmente de algún hospital de misión que ha quedado vacante por defunción o enfermedad del médico titular; para ayudar a establecer nuevas clínicas en la selva y preparar enfermeras y auxiliares que las atiendan; o para demostrar nuevos procedimientos y equipos a médicos que durante mucho tiempo han estado sin contacto con los últimos adelantos de la medicina.
Pero donde la MAP va más allá que otros grupos similares es en su abundancia de servicios subsidiarios. Uno de ellos es un departamento de compras a través del cual los médicos y los hospitales de misión pueden adquirir material médico con descuentos que llegan al 70 por ciento. gratuitamente a aquellos que no pueden pagarlas, hay suscripciones a revistas de medicina, filmes y grabaciones de conferencias sustentada~ en sociedades médicas, libros de texto y equipo usado.
La MAP ofrece asimismo un ser‑vicio de asesoramiento a los médicos cuando se enfrentan a problemas que rebasan su capacidad. Por ejemplo, un médico solicitó recien‑temente desde África consejo para corregir un caso grave de pie zam‑bo en un recién nacido. "Presenciéuna vez una demostración de este tratamiento, pero no recuerdo los detalles", escribía el médico. Knightonse puso en contacto con una pediatra, quien resultó socio en el consultorio del especialista cuyo procedimiento hahía presenciado médico que escribía de África. Antes de 24 horas remitieron por correo una descripción detallada del tratamiento. El resultado de la consulta epistolar fue el pie normal.
En términos de mera cantidad, el servicio más voluminoso de la MAP a los médicos y hospitales del extranjero es la colecta y distribución que hace de medicamentos sobrantes y de otros artículos regalados por los fabricantes de productos farmacéuticos y de material médico. El año pasado, por ejemplo, envió unas 950 toneladas (valoradas en 16 millones de dólares) a unos 500 médicos de 64 países.
El cuartel general de la MAP, en Wheaton (Illinois), es una colmena desbordante de actividad. Su centro vital es un almacén que ocupa una superficie de más de 3500 metros cuadrados y está repleto de productos médicos. Knighton envía cada quincena una lista de más de 600 artículos disponibles a unos 100 médicos cuidadosamente seleccionados que trabajan en países en vías de desarrollo. Preside el registro de los pedidos un farmacéutico titulado. Todos los artículos están cuidadosamente empacados en cajas con flejes, metálicos, construidas especialmente para resistir los modos de trasporte más primitivos.
.-Quién financia una obra tan vasta y tan extensamente ramificada? Principalmente las contribuciones individuales, más de dos tercios de las cuales proceden de donativos pequeños; los gastos generales son bajos porque sólo se trabaja con un equipo mínimo de empleados, secundado por grupos de voluntarios sin paga.
Dice Knighton: "En un trabajo como el nuestro es imposible prever las proporciones de la demanda. Si llega dinero, lo empleamos; si no llega, no gastamos, a no ser en situaciones de urgencia. En tales casos solicitamos un préstamo bancario y rogamos a Dios que los fondos lleguen antes del vencimiento del pagaré. Sin embargo, pese a que la mayor parte del tiempo estamos de rodillas, nos arreglamos de una forma o de otra para mantener la cabeza fuera del agua".
Cierto que a veces me quejo, pero ¿ por qué no he de hacerlo? Juan no hace más que comer ( ¡y hay que ver lo que come!), mientras yo soy el que trabaja
SOY EL INTESTINO DE JUAN
Juan tiene 47 añós de edad y es un típico hombre de negocios. Varios de sus órganos tios han hablado de sí mismos en anteriores artículos de SELECCIONES.
POR J. D. RATCLIFF
Selecciones del R.D. 1971
SOY EL patito feo de la anatomía de Juan. Otros órganos se hacen notar mucho menos que yo. Siempre estoy recordándole a Juan que existo: con ruidos que lo Incomodan, cólicos, exceso de actividad algunas veces y pereza en otras ocasiones. Soy el tracto intestinal de Juan y mido ocho metros de longitud.
Juan tiene una idea vaga de mí; piensa que soy un tubo enrollado dentro de su cuerpo. Pero soy mucho más que eso. Preferiría que me describieran como una complicada fábrica trasformadora de alimentos. Juan cree que me alimenta, pero soy yo en realidad quien lo alimenta a él. Casi todo lo que come le resultaría tan mortífero como el veneno de una víbora si pasara directamente a su corriente sanguínea. Yo hago aceptables los alimentos; los trasformo en -componentes normales de su sangre: en nutrimento para sus billones de células, en energía para sus músculos. Convierto el tocino frito de su desayuno en ácidos grasos y glicerina. Trasformo las proteínas de la chuleta de carnero de su comida en aminoácidos. Cambio en glucosa" los carbohidratos de su puré de papas. Sin mis poderes químicos, Juan se moriría de inanición aunque comiera hasta la saciedad.
Con excepción de la celulosa (de las cáscaras de nuez, de los tallos del apio, etcétera) digiero virtualmente todo lo que Juan come y lo paso en seguida a su corriente sanguínea o linfática. Mis desperdicios finales están en parte compuestos de millones de bacterias muertas, de moco lubricante que he segregado y de restos de alimento que no puedo absorber.
Mi estructura está maravillosamente adaptada a los procesos de la digestión. En primer término, junto al estómago, está mi duodeno, que mide 25 cm. de largo; le sigue mi yeyuno, con casi dos metros y medio de longitud y un diámetro de cuatro centímetros; luego, tres metros y medio de íleo, que es un poco más delgado; y por último, metro y medio de intestino grueso. Mi porción superior está casi totalmente libre de microbios, pues los fuertes ácidos del estómago los matan a casi todos. Mi porción inferior, el intestino grueso, aloja un verdadero parque zoológico microbiano, con más de 50 variedades y un contingente total que llega a billones de bacterias.
Es bien sabido que la digestión empieza en la boca y en el estómago de Juan. La boca muele; el estómago bate y revuelve. Desde el estómago me pasa un chorro de alimento a través de una válvula o compuerta. Un vaso de agua puede llegarme a los diez minutos de beberla, pero una chuleta de cerdo acaso tarde cuatro horas. El alimento que el estómago me pasa es muy ácido; si me llegara de repente o en cantidad excesiva, dañaría mi recubrimiento interior y neutralizaría la acción de mis importantísimas enzimas digestivas.
El problema del ácido lo resuelvo bastante bien. Mi duodeno produce una sustancia llamada secretina, que entra en la, corriente sanguínea de Juan y estimula al páncreas para que produzca instantáneamente su alcalino jugo digestivo. Este jugo (alrededor de un litro al día) se vierte dentro del duodeno y neutraliza los ácidos. Si este proceso fallara, Juan sufriría lo que él llama una úlcera del "estómago". (En realidad, el 75 por ciento de las úlceras de este tipo se presentan en el duodeno.) El jugo pancreático con•tiene también tres enzimas principales que desintegran las proteínas las grasas y los carbohidratos para formar los sillares de la construccion orgánica.
Hay otros fluidos que constante mente se vierten dentro de mí que tienen diferentes orígenes: dos litros de saliva al día; tres litros de jugo gástrico que provienen del estómago; bilis procedente del higado (que desintegra los glóbulo grandes de grasa, convirtiéndol en muchas gotitas más pequeña para que puedan actuar sobre ellas las enzimas pancreáticas); y dos litros de jugo intestinal que vienen de innumerables glándulas. En total ¡casi ocho litros de fluidos!
A simple vista, las tres porciones del intestino delgado tienen el interior de aspecto aterciopelado. S embargo, el microscopio revela intrincados dobleces, cavidades y protuberancias. Si mi pared interior fuera totalmente lisa, tendría solamente medio metro cuadrado de superficie absorbente; pero en realidad tiene más de ocho metros cuadrados. Quizá mis componentes más importantes son los millones de vellosidades (proyecciones microscópicas en forma de dedos que salen de mis paredes). Su función es tomar de mi interior el alimento ya digerido y ponerlo en circulación para que llegue a todo el cuerpo de Juan las proteínas y los carbohidatos, por su corriente sanguínea; las grasas, por su sistema linfático). En toda su longitud, mis paredes están recubiertas de complicados grupos de músculos. Un grupo produce un movimiento de oscilación (mi unión con la pared del abdomen es muy !axa) que bate el alimento con sus jugos digestivos. Cuando estoy trabajando, hago de 10 a 15 de estos movimiento por minuto. Otro grupo muscular produce una acción ondulante; las ondas hacen avanzar varios centímetros mi contenido pastoso antes de extinguirse. Mis más de seis metros de intestino delgado no están nunca en completo reposo.
Se requieren de tres a ocho horas para digerir una comida. Después, dejo pasar el húmedo contenido al intestino grueso, que le extrae el agua y la devuelve a la sangre. Esto es de vital importancia. Si Juan perdiera los ocho litros segregados en la producción diaria de jugos digestivos, muy pronto se convertiría en una momia seca.
Una vez recuperada el agua, queda un residuo semisólido que guardo en la parte d, mi colon más cercana al recto.
En condiciones normales, el proceso de extracción del agua es lento: tarda de 12 a 24 horas. Muchas situaciones (tensión nerviosa, medicinas, procesos bacterianos) pueden acelerar mis movimientos, y entonces Juan tendrá diarrea. En otros casos (como son las preocupaciones y la mala alimentación) mi actividad tiende a menguar o a de
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