EL ÁNGEL DE DIOS
QUÉ ME TRAJO AL MUNDO
El mejor regalo que Dios pudo darme, después de mi Salvación en Jesucristo, es haber tenido la Madre que él me dió. Un día no lejano,mis hermanos y yo, nos reuniremos con ella, nuestro padre y demás hermanitos fallecidos al momento de nacer.
!FELICIDADES Y BENDICIONES A TODAS LA MADRES¡
jueves, 10 de mayo de 2018
LA MADRE, LA MEJOR OBRA DE DIOS Por ERMA BOMBECK
—Te afanas demasiado, Señor. Y el Señor repuso:
—¿Acaso no has leído las especificaciones que debe llenar el pedido? Esta criatura tiene que ser lavable de pies a cabeza, pero sin ser de plástico; llevar 180 piezas movibles, todas remplazables, funcionar a base de café negro y de las sobras de la comida, poseer un regazo que desaparezca cuando se ponga de pie, un beso capaz de curar todo, desde una pierna rota hasta un amor frustrado, y seis pares de manos ...
Y el ángel, confundido, observó: —¿Seis pares de manos? Eso no es posible.
—No son las manos el problema —agregó el Señor—, sino los tres pares de ojos.
—¿Y eso es para el modelo normal? —inquirió el ángel.
El Creador asintió.
—Uno 'para ver a través de la puerta siempre que pregunte: "¡Niños! ¿Qué andan haciendo ahí dentro?" aunque ya lo sepa muy bien. Otro detrás de la cabeza para-ver lo que más le valiera ignorar pero que precisa saber. Y, desde luego, los de adelante, para M'irar' a un niño en apuros y, decirle, sin pronunciar siquiera una palabra: "Ya entiendo, hijo, y te quiera mucho".
El ángel le tiró de la manga y advirtió mansamente:
—Vale más que te vayas a la cama, Señor. Mañana será otro día...
—No puedo. Y, además, me falta poco. Ya hice una que se cura por sí sola cuando enferma, que, es capaz de alimentar a una familia, de seis personas con sólo medio kilo de carne molida y, de persuadir a un chiquillo de nueve años para que se esté quieto hijo la ducha.
Lentamente el ángel dio la vuelta en torno de uno de los modelos maternales.
—Me parece demasiado delicada —comentó con un suspiro.
—¡Pero es muy resistente! —aseguró Dios, emocionado— No tienes idea de lo que es capaz de hacer y de sobrellevar.
—¿Podrá pensar?
—Claro. Y razonar y transigir.
Por último, el ángel se inclinó y pasó un dedo por la mejilla del modelo.
—¡Tiene una fuga!
—No es fuga. Es una lágrima. —¿Y para qué sirve?
—Para expresar gozo, aflicción, desengaño, pesadumbre, soledad y orgullo.
—Eres un genio, Señor.
Y DÍOS, con un perfil de tristeza, observó:
—Yo no se la puse.
El "¿Donde está mamá?"es un estribillo que padres e hijos reconocen al instante. Aquí mientras la pregunta llega como un eco a través de los años, damos al lector conmovedora respuesta de un hijo cuya madre vivirá siempre en su memoría y en su corazón.
Por James Mc Cracken
Selecciones del Reader´s Digest
Agosto de 1980
—James —dijo la voz en la oscuridad de la noche y desde muy lejos—. Mamá se ha ido.
¿Mamá se ha ido? ¿A dónde? Recuerdo instantáneo. Vuelven a mi memoria escenas de la infancia, cuando retornaba a casa de la escuela, de jugar, de la Asociación Cristiana de Jóvenes. Lo más probable es que irrumpiera por la puerta principal. No importaba quién estuviera allí, la primera pregunta siempre era:
—¿Dónde está mama?
Algunas veces respondían:
—Salió.
Sin embargo, esto no ocurría a mentido. Porque mamá siempre estaba allí.
Y, ¿dónde se encuentra ahora? Bueno, si alguien está enfermo en el cielo (¡pero eso es imposible!), allí la verán, sentada junto a la cama estrechando una mano o refrescando la frente febril con un paño húmedo. O si a alguien le duele la soledad, mamá habrá ido a hacerle compañía. O tal vez esté hablándole al Señor de su maravilloso mando y de sus -eis hermosos hijos.
__¿James¿
Volví a la realidad.
—Sí, sí Martha.
Mi hermana Vive en lo que fue nuestro hogar.
—¿Cuándo vendrás?
—Hoy, por supuesto. Como hay más de 500 millas (800 kilómetros) de Connecticut a Sewickley (en el estado norteamericano de Pensilvania), llegaremos algo tarde. .
La llamada concluyó. El silencio. podía palparse. Del reloj eléctrico que estaba junto a mí salía un zumbido leve que nunca había notado. Los latidos de mi corazón me llegaban hasta los oídos.Ñada más. Mi madre había muerto y el mundo dormía. Encendí una lámpara y eché un vistazo al reloj. Eran las 3:40 de la madrugada. Miré a mi mujer. Tenía los ojos abiertos.
—¿Tu madre? —insinuó con voz queda.
—Sí.
Nos levantamos. Mi esposa me abrazó, me besó, y murmuró algo suave a mi oído.
—Si no te importa —dije—, me agradaría ir en automóvil. En adelante no vamos a volver muy a menudo. Me gustaría ver los montes Alleghanys otra vez, y recorrer la autopista de Pensilvania.
No tenía objeto que nos volviéramos a acostar. Hablamos de mi madre, de mi padre, muerto unos años antes. De una familia de ocho personas, quedaban cuatro: Jean, Herbert, Martha y yo. Nos separaban grandes distancias y rara vez nos veíamos. Esta iba a ser una reunión de familia.
Cerramos la casa y partimos.
Cruz en llamas
De pronto se alzó una llamarada amarillenta en lo alto de la colina. Quedamos atónitos. Era una cruz en llamas. Conocíamos su significado: el Ku Klux Klan. En eso sentí las manos de mi madre en los hombros. Temblaban. Mamá estaba asustada , Asustada, como yo. Pero no, no era miedo.
—Es un ultraje —repitió una y mil vez.
Las llamas se apagaron. Nos sentamos en el porche de la casa a cuchichear. Mi madre estaba furiosa, Mi padre intentó calmarla. La quema de la cruz era censurable, pero él juzgaba el incidente menos apasionadamente que mi madre.
Nuestra casa estaba en la calle principal del pueblo. Era un placer vivir allí. Se oían los cascos de los csballos que tiraban de los carruajes y carretas; se oía pasar a los amigos por la acera; se oía el ruido de unos pocos Íautomóviles. Fuera de esto, quietud, pues era Aquella una época tranquila.
Pero esa noche andaba por allí Un numero poco común de gente Que comentaba lo ocurrido. Se alzaba en la noche una voz estrídente, que luego se desvanecía.
Desde el porche observábamos y ecuchábamos. Luego callaron las voces. La gente señalaba calle abajo. Por la calle subía un hombre vestido de túnica y capucha blancas. Llevaba una antorcha. Tras él, otra figura de blanco y luego otra y otra; quizá una docena, en fila india y silenciosamente.
De pronto mamá saltó de la silla. Oímos sus pasos en la acera. Un ruido de cólera. Al" llegar al borde de la acera se detuvo y observó. Luego habló. Su voz era tranquila, pero temblaba de indignación:
—No sé quiénes son ustedes, que se esconden bajo esas ignominiosas sábanas; pero. estoy segura de que los conozco a todos. Converso con ustedes en la calle y en las tiendas. Hasta en la iglesia. Y ahora les digo: No son más que unos cobardes. ¡No hay un solo hombre entre todos ustedes!
Se volvíó y corrió acera arriba. Entró a casa pisando con fuerza. La puerta principal se cerró como un balazo que perforara el silencio. Nosotros, desde el porche, sentimos admiración, temor y orgullo. El desfile terminó y la calle quedó desierta.
MI MENTE saltó hasta Sewickley, población de 5.000 habitantes enclavada 20 kilómetros al noroeste de Pittsburgo. Allí nacimos los seis hermanos. Recuerdo los cálidos anocheceres estivales en el porche de nuestra casa. Mi madre se mecía suavemente en la hamaca. Mi padre fumaba en pipa en su silla favorita, una mecedora. Sentados allí veíamos pasar a los vecinos.
BAJO LOS neumáticos del automóvil corren los kilómetros. A medida que avanzamos, encabezamos una procesión. No una procesión fúnebre, que esta vendría en uno o dos días. Era una procesión de recuerdos atrás y adelante de nosotros. Hemos pasado por este camino muchas veces, y hablamos de sucesos triviales. ¿Recuerdas que por aquí se nos pinchó un neumático? Poco después de casarnos, cuando vivíamos en Sewickley, íbamos a Nueva York en Navidad a pasar unos días con los padres de Betty; o, cuando residíamos en Nueva York, íbamos a Sewickley los días festivos o los aniversarios de familia.
¡Vaya si lo recuerda! Mueve la cabeza maravillada.
Tanto los familiares que vivían lejos como los que estaban cerca, se habían reunido para el gran día. Saludaban a papá con palmadas en el hombro y besos, y a mamá con besos y abrazos. Y llevaban regalos. "¡Oh!, querida, no deberías haber hecho esto. Es demasiado'.
Durante la primera parte del día la cocina hirvió de actividad. Y mi madre también. Cualquier día de fiesta, cumpleaños u otro aniversario significaba comida, montañas de comida. "¿Ir a un restaurante a cenar? ¿Nuestra cena de aniversario? De ninguna manera".
Mamá revolvió, batió y coló ingredientes. Los aromas de 20 platos distintos se difundieron por toda la casa. Era su fiesta. Años atrás había preparado para nosotros miles y miles de comidas. Ahora volvía a hacerlo.
Recorrimos la casa hablando entre nosotros de tiempos pasados. "Recuerdas cuando ..." Mi padre, en su silla, escuchaba o vagaba en la bruma de sus propios recuerdos. Ya pasaba de los 80. El trabajo y los años lo habían hecho aflojar el paso. "¡Oh!, sí", solía responder. "Sí, recuerdo".
Se oyó un tintinear en el comedor. ¿Una campanita para llamar a cenar? Mamá nunca la había usado antes. En ese instante apareció en el vano de la puerta con una campanita en la mano. Era de plata, pequeña.
—Fue de mi madre —anunció sonriente.
¡Ah, sí, por supuesto! Años atrás la campanita había aparecido en la mesa en ocasiones muy especiales.
—Vamos ya. La cena está en la mesa. Ven a cenar, papá.
Los que se hallaban cerca de la puerta siguieron a mi madre al comedor. Esperamos de pie en torno de la mesa. Todos estábamos allí, menos papá.
—¡Padre! —llamó mamá—. Te estamos esperando.
Pero no acudió. Alguien volvió a la sala. Un jadeo:
—¡Papá!, ¡papá!
Corrimos en tropel a la sala. Allí estaba, en su silla, con la cabeza inclinada hacia un lado. No podía estar dormido con todo ese ruido. ¡Dios mío! No puede ... en el día de sus bodas de oro. Uno de mis hermanos corrió a su lado y le puso los dedos a ambos lados del cuello.
—El pulso es firme. Probablemente débil.
—Que alguien llame a un médico. Lo llevamos hasta el sofá. Mi madre se inclinó sobre él, lo observó y lo besó en la mejilla; luego se irguió:
—Pasemos todos a cenar, por favor.
La miramos y nos miramos unos a otros. ¿Qué le había pasado? ¿Había perdido contacto con la realidad?
—¡Mamá! —observó Andrew—. ¡No puedo sentarme a cenar mientras papá yace allí! ¡Voy a llamar al médico!
Mi madre le cerró el paso.
—Papá estará bien. Por favor.
Y nos hizo pasar al comedor.
Era como una escena de locura en una pieza teatral de dementes. Nuestro padre había tenido un ataque cardiaco, un derrame cerebral, una apoplejía, o lo que fuera, e iba a morir mientras estábamos sentados a la mesa del comedor. Pero entramos. De pie ante nuestros asientos, intercambiamos miradas de preocupación. Algunos tomamos asiento. Los otros nos imitaron.
La silla de papá estaba vacía. La de mamá también. Así que allí quedamos, con la mirada fija en el pavo, el jamón, el puré de papas, los guisantes, las zanahorias, el pan.
"Tenemos que hacer venir a un médico".
Alguien hizo el intento de abandonar la mesa... pero permaneció en su lugar.
Escuchábamos la voz de mamá, suave, canturreante. A través de ella parecía estar haciéndole el amor. Ella se enderezó después de haberse hincado junto al sofá. Luego otro sonido.
"Debo haberme quedado dormido", musitó papá. Tras un momento apareció, pálido y con las piernas temblándole un poco. Mamá se hallaba a sus espaldas, rodeándole ligeramente la cintura con los brazos.
Lo condujo hasta su asiento, a la cabecera de la mesa. Y él pidió a Andrew que bendijera la mesa.
Todos sentimos que se había realizado un pequeño milagro. Nuestra madre, parecía, había levantado a Lázaro de su tumba. Miré a papá. El color ya retornaba a su rostro; estaba sirviéndose comida. Sin duda, un milagro.
Mucho más tarde, mamá, Betty y yo pasamos a la sala. El resto se había marchado a un motel o a la casa de algún amigo. Mi madre parecía agotada, pero sonreía. Había sido un maravilloso día. Para satisfacción de todos se había decidido que lo de papá era sólo un desmayo. Las voces, la emoción, los abrazos ... resultaron demasiado para él. Simplemente se había ausentado un rato de la reunión. Pero, ¿cómo lo supo ella ?
—Mamá —pregunté por fin—, ¿por qué no nos dejaste llamar al médico?
Siguió un largo silencio. —Tenía miedo.
Betty y yo nos miramos. Su respuesta no tenía sentido.
—¿Miedo de llamar al médico? —quise saber—.¿ Y si a papá le hubiera ocurrido algo terrible... un derrame cerebral, por ejemplo? —De eso precisamente tenía miedo, supongo —fijó sus ojos en mí—: Y si el médico hubiera venido, lo habría mandado al hospital. Se lo hubieran llevado en una ambulancia ... tal vez para siempre ... Su voz,iba apagándose.
Que nosotros sepamos, papá nunca volvió a desmayarse. Ni una ocasión en los 93 años de su vida. Mi madre se ocupó de que así fuera.
El tanto de mamá
SEGUÍAMOS conduciendo hacia casa, el hogar de mi madre.
—¿Por qué sonríes? —me preguntó Betty.
Sur pregunta me sorprendió. ¿Sonreía? ¡Oh, sí! Estaba pensando en algo. En la época en que uno de mis hermanos mayores jugaba en el equipo de fútbol de la Escuela Secundaria Sewickley. Los pocos aficionados se alineaban cerca del borde del campo para seguir mejor la acción y para que los jugadores los oyeran vitorear.
El equipo de Sewickley había retrocedido hasta su portería, para obtener un tanto sus jugadores tenían que correr casi 100 metros. Era una situación desesperada. De pronto, la figura que llevaba la pelota se separó velozmente del grupo y comenzó a correr hacia el otro extremo del campo. ¡Era mi hermano! Al instante salió de entre la multitud otra figura que empezó a correr a su lado con las faldas levantadas.
En un paroxismo de alegría y orgullo maternal, mamá recorrió los 90 metros por el borde del campo y llegó a la meta unas cuantas yardas detrás de mi hermano. ¡No llevaba pelota; de lo contrario, se habrían logrado dos tantos! De haber sabido cómo se regocijan hoy los que marcan esos tantos, creo que le habría quitado la pelota a mi hermano para "clavarla" en la meta. Su vitalidad y entusiasmo no tenían límites.
Tiesos y cansados tras .el largo viaje, salimos de la carretera y detuvimos el auto. Nos apeamos para estirar las piernas y contemplar las colinas, que parecían azules en la niebla.
Mis Ojos se alzaron hasta la línea más distante del horizonte, hacia el norte. ¿Será esa la montaña Nittany, sede de la Universidad del Estado de Pensilvania, de la que John fue alumno y donde, con una capacidad de que pocos atletas gozan, desperdició el tiempo y las oportunidades? Andrew estudió en Amherst (en el estado de Massachusetts); Herbert en la Universidad de Pittsburgo; John en la del Estado de Pensilvania y yo en el Colegio Alleghany, en Meadville (Pensilvania); Andrew se graduó y con el tiempo obtuvo un doctorado en la Universidad de Chicago. Llegó a ser ministro de la Iglesia Congregacional y luego director de publicaciones de la misma. Hombre ilustrado. Herbert destacó en el aula y en el campo de juego. En algún momento contribuyó a fundar una gran empresa editora de revistas. ¿John? Fue la suya una larga marcha cuesta abajo, desde la Universidad del Estado de Pensilvania hasta la desintegración y la muerte por cáncer a los 52 años. Jean se graduó de maestra, luego se casó y fundó una familia. Otra hermana, Martha, se quedó en casa. Nunca salió de Sewickley. Se casó, se divorció, crió un hijo y lo vio morir. Yo llegué a ser redactor de una revista. Todos hijos de buen padre y de madre intrépida.
Una familia sin dinero, hijos de un inmigrante irlandés. ¿Cómo lo conseguimos? ¿Cónio pudimos ir a la universidad? Madre. unapalabra. Una mujer. Por medio de sus hijos conquistó el medio en que vivía, su mundo. El universo de papá era pequeño. . Habría quedado satisfecho si hubiéramos ido a trabajar a la acería de Pittsburgo y entonces, tal vez, abrirnos paso allí. Hubiera sido un trabajo honrado, ¿no? Eso ocurría antes de los días de la asistencia social. Trabajar o pasar hambre. Trabajo pesado, honrado. Fue todo lo que conoció mi padre. Trabajar duro. Ser honesto. Ese era el camino del éxito.
No para mamá. Deben ir a la universidad, insistía. Deben hacerlo. No tenemos dinero. Tendrán que ir y mantenerse con sus propios medios. 'Trabajar de camareros, ¡ugar al fútbol, lavar platos, hacer cualquier cosa, pero tienen que ir a la universidad. Y así lo hicimos.
Por fin en casa
El 31 de diciembre me acosté temprano para descansar. Sin embargo, en vez de hacerlo, convertí el lecho en montículos y olas para practicar las brazadas. Al día siguiente hubo partidos de baloncesto, exhibiciones de gimnasia, bizcochos y ponche.
Por fin llegaron las pruebas de natación. El público se aglomeró a ambos lados de la piscina. El calor y la humedad eran abrumadores. Nuestra carrera fue la primera. Nos pusimos en posición, tres niños a cada lado del trampolín. Mi madre me saludaba con la mano Y sonreía.
"¡En sus marcas! ¡Listos! ¡Fuera!", anunciaron.
Me zambullí, v a los tres metros yo iba adelante. Seguía a la cabeza a los diez. Pero en ese momentotragué agua. Comencé a toser. Tragué más agua y por el rabo del ojo vi cómo me rebasaban mis cinco adversarios. En los seis metros finales llegué no sólo hasta el fondo de la piscina, sino hasta el de mi alma. ¡Había perdido! ¡Había llegado el último!
Volví a casa. La encontré vacía, silenciosa; sólo se oían mis sollozos y resuellos.
Se abrió la puerta del frente. Mamá se detuvo en el vano de la puerta y me dijo:
—Estoy muy orgullosa de ti. ¡Orgullosa de mí! No había visto mi derrota ante unos niños que apenas podían nadar.
—Estoy orgullosa de ti porque terminaste la carrera. Te sobraban motivos para claudicar, pero no lo hiciste. Terminaste la carrera.
Su amor reanimaba cuerpos magullados y espíritus ofuscados. Tenía una luz interior que no se extinguía, cualesquiera que fuesen las tribulaciones o los afanes. Madre, madre, nunca nos abandonaste. Salvo en las tormentas de truenos. Cuando los chubascos rodaban valle abajo y los relámpagos estallaban, sabíamos dónde encontrar a mamá: en el rincón más oscuro de la casa.
Si no estaba allí, mirábamos tras el toallero giratorio de la cocina. La toalla no la cubría por completo, pero ese era su refugio privado. Como el pollito corre a cobijarse bajo las alas de la gallina, mi madre corría hacia el toallero.
Cuando la tormenta amainaba, salía de allí y se sentaba unos instantes. Entonces recobraba la energía. ¡Fuerza! Tenía cosas que hacer. Se levantaba de la silla, indemne, impávida, lista para reanudar su actividad. Había pasado el momento de debilidad.
Quedaban a nuestras espaldas muchos kilómetros. El día llegaba a su fin y el Sol palidecía tras el parabrisas. Las poblaciones pasaban volando. Yo no quería que se fueran. ¡Había en ellas tantas remembranzas! Los buenos tiempos y los buenos amigos de esas poblaciones.
Por último, Sewickley. El hogar. La jornada había terminado. Betty y yo estábamos fatigados. Reduje la velocidad cuando entramos en la calle Beaver. Nos esperaba mucha actividad. La gente, las condolencias... Pronto íbamos a llegar y saludaríamos, diríamos cosas apropiadas, encontraríamos a viejos conocidos y vendrían las reminiscencias. "Recuerdo una vez, cuando tuve un fuerte resfrío", suspiraría alguien, "y tu madre vino y .. ."
Algunas de las casas que conocí cuando muchacho estaban todavía allí. Reduje aun más la velocidad pues nadie me seguía. Allí, junto a donde ahora se alza una gasolinera, aguardaba nuestro hogar. Puedo ver todavía los viejos ladrillos, cubiertos por varias capas de pintura entre blanca y amarilla. Un chiquillo llega corriendo y sube al porche de dos en dos escalones. Abre la puerta de un empujón y se detiene en el vestíbulo.
—Mamá, mamá —llama con voz aguda—. ¿Dónde está mamá?
Siento una voz en esa casa y en mi corazón. Me llama desde el fondo de los años: Mamá está aquí, hijo. Mamá está en casa ... para siempre.
! QUÉ EJEMPLOS DE FAMILIA PARA LA JUVENTUD !
TUS HIJOS PUEDEN SER GANADOS
Los siguientes relatos de la suerte de dos familias revela algunos contrastes conmovedores:
Max Jukes vivía en el Estado de Nueva York. No creía en la educación cristiana, y se casó con una muchacha de carácter semejante. Desde esta unión se han estudiado a 1026 descendientes y se ha encontrado que trescientos de ellos murieron prematuramente; cien fueron enviados a la penitenciaría por un promedio de trece años cada uno; ciento noventa de las mujeres fueron prostitutas; cien fueron borrachos y en total la familia ha costado al estado un millón doscientos mil dólares. Esta familia no ha hecho ninguna contribución a la sociedad.
Jonatán Edwards vivía en el mismo estado. Creía en la preparación cristiana y se casó con una muchacha del mismo carácter. Desde esta unión se han estudiado 719 descendientes y se ha encontrado que de esta familia han procedido 300 predicadores; 65 profesores universitarios, 13 presidentes de universidad, 60 autores de buenos libros, tres diputados al Congreso de los Estados Unidos, y un vicepresidente de los Estados Unidos; y fuera de Aarón Burr, nieto de Edwards, que se casó con una persona discutible, esta familia no ha costado ni un solo dólar al estado. La diferencia entre estas dos familias está en la preparación en la juventud y la conversión de corazón.
Un poeta dijo que hay niños que van por un camino alto mientras otros siguen el de abajo, y que la madre puede determinar el camino de su hijo.
La Biblia dice muy claro: "Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él" (Proverbios 22:6). ¿Cuál es tu responsabilidad? Instruirlo, y la promesa de Dios es que él lo guardará en el camino recto.
Un bien conocido hombre de negocios y escritor dice: "Hay ahora mil veces más tentaciones para nuestros hijos que las que tuvimos hace 25 años."
"Nuestros hijos pelean la mayor batalla de todos los tiempos ... La juventud está siendo explotada por fuerzas del mal por todos lados, y la delincuencia juvenil crece ... Crimen, comunismo, ateísmo, influencias inmorales y malvadas, todas operan constantemente, tratando de destrozar toda nuestra vida familiar."
¿Cuál es la causa de esta confusión moral? La respuesta es conmovedoramente sencilla: la delincuencia de los adultos. David D. Allen resume el problema en estas palabras:
Millones de almas perdidas se levantarán frente al Gran Trono Blanco y, al oír su condenación, histéricamente gritarán: "Acuso a mis padres."
Hay millares de padres que han dado a sus hijos todo, excepto a Dios. Los han provisto de nutritivos alimentos, de vestidos calientes y de educación liberal ... pero no del Salvador. Los han cubierto de dádivas y los han protegido de daños.., pero no les han proporcionado un altar familiar.
Les han leído de Dick Tracy y de Superman, pero no la Biblia. Los han llevado al cinematógrafo pero no a la escuela dominical. Han maldecido delante de sus hijos, pero nunca han orado. Así que millares de niños han vivido maldiciendo a sus padres por traerlos al mundo y criarlos sin Cristo.
La delincuencia juvenil no es sino el producto de la delincuencia de los adultos. El hijo no será mejor que su padre, ni la hija mejor que su madre. Un padre borracho sin Dios, sin Biblia, producirá un hijo igualmente indigno. Una madre callejera, fumadora y bebedora de cerveza, producirá una hija de vida disoluta y amante de plcaeres.
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