REGALO DE AMOR
Conmovedor relato de un gran amor:
lo engendró el sufrimiento,
lo acendró la ausencia ... y lo salvó el afecto fraternal.
Por George Kent
EL ARBOL DE NAVIDAD una rama de abeto de dos palmos incrustada en una grieta de la mesa. Las luces: un cabito de vela. El banquete: nueve rebanadas de salchichón y ensalada de patatas. Los regalos: una naranja para él, que si hubiera sido de oro puro no la miraría con tal codicia. Y para ella, una caja de lata y una cuchara de aluminio, que la hicieron llorar de emoción.
Corría el año
de 1947. El sitio: Vorkuta, un campo de horror de la Rusia ártica. Allí estaban
presos el Dr. Alejandro Thomsen, danés, y Olita
Priede, médica letona. A pesar de su
triste condición, el hecho de estar juntos hizo de aquella
Nochebuena una de las más felices de su vida.
Mas la felicidad se truncó de pronto, meses después, cuando destinaron al Dr.
Thomsen a trabajos forzados en el campamento de Stalino, distante unos 3200
kilómetros. Partir, dicen los franceses, es morir un poco. Para los dos
enamorados era el acabamiento y remate de todo: ambos
sollozaron sin tapujos cuando se alejaba el tren entre la nieve.
Esta historia
es navideña no por aquella plácida cena sino por lo que les aconteció ocho años
después en otra Nochebuena. Fue preciso que ocurriera un pequeño milagro para
volverlos a juntar, y el prodigio ocurrió en esos días milagrosos.
Estamos en víspera de Navidad de 1955. Alejandro Thomsen había regresado a
Dinamarca pocos meses antes, puesto al fin en libertad por los rusos después de
10 años de tortura. Las imputaciones que le hacían eran falsas. Pero en
Copenhague el hecho de haber sido prisionero de los Soviets se consideraba como
prueba de que había trabajado con los nazis contra su patria. Los periódicos lo catilaogarol, como un colaborador nazi.
Era un hombre en desgracia.
No tenía dinero. Se le prohibió ejercer laprofesión Sus viejos amigos al
encontrarlo en la calle le negaban el saludo. En vano apeló a los tribunales, en busca de justicia. Desesperado,
gastó sus últimas coronas en un billete de ferrocarril que lo llevara a
Augustemburgo, en el sur de Jutlandia, a la casa de su familia, en donde
seguramente encontraría el revólver que fue de su padre.
La víspera de Navidad ardía una lámpara en la vieja casona. Alejandro revolvía
las gavetas del escritorio buscando el revólver, cuando de pronto se abrió un
cajón atascado ... y allí estaba ¡el regalo de los Reyes Magos! Mejor dicho, el regalo de un inmenso amor fraternal: un gran cartapacio
de documentos, declaraciones juradas y cartas que daban testimonio del
patriotismo y la bondad del Dr. Alejandro Thomsen. Eran más que
suficientes para refutar las calumnias de los periódicos.
Su hermano, Hans Peter, había dedicado los
últimos años de su vida a recoger esas pruebas. Encima del mamotreto
había una tarjeta de navidad de Hans que decía así:
"Querido hermanito: En esta Nochebuena pensaré mucho en ti; he recordado
los buenos tiempos en que jugábamos en el jardín, y a la orilla del mar, cuando
aún vivía la tía Katinka. Quiera Dios que algún día volvamos a vernos para que
hablemos de los dichosos días de nuestra infancia. Felices Pascuas. Hans"
HANS y
Alejandro eran pequeñuelos cuando perdieron a sus padres. Durante algún tiempo
una tía veló por ellos. La tía murió pronto y en su lugar vinieron extraños.
Solos en el mundo crecieron en una intimidad poco común entre hermanos. Hans se
fue a los Estados Unidos y trabajó durante algún tiempo en granjas del Oeste
del país y más tarde, como barbero, cortó cabellos y rapó barbas por todo el
Oeste Medio hasta que fue a parar a Winsconsin en donde estudió zoología en la
Universidad de ese estado. Se convirtió en un científico de renombre y se casó
con una muchacha de origen noruego. Como sabía varias lenguas, se alistó en el
Servicio de Contraespionaje al estallar la guerra.
Alejandro, que ya entonces era médico, marchó a Lubeck (Alemania) en los
últimos días drl conflicto, a uxiliar a los desplazados. Al terminar la
guerra pasó a Berlín como, representante de la Cruz Roja con credenciales del
consulado sueco en Hamburgo. Allí se consumió trabajando 14 y 15 horas al
día día, curando y confortando a los refugiados.
Cierto día los rusos llamaron a su puerta ... y poco después se halló en la
cárcel Butirski en Moscú. Supo que una pandilla se estaba enriqueciendo
ayudando a los nazis atrapados en Berlín a escapar de la ciudad en ambulancias.
Con ese fin se utilizaba la insignia de la Cruz Roja; entre los implicados
había choferes de ambulancias, ordenanzas y oficiales de la Cruz Roja local.
Cooperaba con ellos un empleado del Consulado sueco en en hamburgo que ignoraba
que la pandilla operaba con fines lucrativos. Como este empleado era el mismo
que le había concedido a al Dr. Thomsen las credenciales que le
permitieron ira Berlín, los rusos creyeron que él era miembro de la
pandilla.
Durante más de un año se prolongaron en Moscú los interrogatorios diarios —y
las palizas— a que sometieron al Dr. Thomsen para que confesara su culpa. Le
daban tan poco de comer que se le secaron las carnes. Por fin le informaron que
sólo le quedaban algunas horas de vida. Pero era una farsa: poco después salía
a bordo de un tren con destino a Vorkuta, condenado en un juicio secreto que
nunca presenció.
Este campamento, donde se albergaban 200.000 prisioneros, no estaba lejos del
círculo polar ártico; el termómetro marcaba algunas veces 52° C. bajo cero. Era
un lugar desolado de minas de carbón y tundra interminable, de donde pocos
intentaban escapar, pues por la helada llanura solamente rondaba la muerte.
El Dr. Thomsen fue nombrado cirujano del hospital del campamento. Cuando
llamó a la puerta del dispensario le respondió una voz femenina: "Pase
usted". Era Olita, mujer hermosa y delicada de
enormes ojos melancólicos; en ese momento llenaba jeringas hipodérmicas
con vitamina C para inyectar a los presos que sufrían de escorbuto. Apenas la
vio Thomsen se sintió sobrecogido de una emoción nunca sentida. Así me lo dijo
más tarde:
"Después de dos años de indiferencia, sentí de pronto que volvía a ser
hombre". La sangre se le subió al rostro. La
joven, como dandose cuenta de lo que acontecía, se volvió a él y le
dijo: "¿Me hablaba usted, doctor?"
Fue un amor a primera vista para ambos, y
el capullo se fue tornando en flor lentamente, día tras día, en las desmanteladas
salas del hospital: sus manos se tocaban accidentalmente; cambiaban una
sonrisa. Por las tardes solían trabajar juntos en la farmacia. En una ocasión,
sin poderse contener, él la rodeó con sus brazos y le dijo: "Aun- que soy
un prisionero, como tu, y sé que no hay esperanzas ... te quiero y te querré
siempre
Cuando la besaba le pasó la mano por la cabeza y cayó al suelo el pañuelo con
que ella siempre la llevaba cubierta. Vio que la tenía afeitada. Ahogando los
sollozos, por no llamar la atención del guardián, Olita le contó su historia.
Su padre era herrero en Teremetz (Letonia) cuando los rusos le arrebataron su
cortijo. Al terminar la guerra, ella se unió a la Resistencia de su patria y
fue apresada por la NKVD. En Leningrado le raparon la cabeza y luego fue
enviada a Vorkuta.
Por más que ella lo amaba ... tendrían que resignarse a ser únicamente amigos.
"Algún día habrán de separarnos", le dijo. Pero Un año después le
confesaba: "He cambiado de parecer: no podría sufrir tu ausencia. Sólo hay
un medio de tenerte a mi lado para siempre', ...
El gozoso festín de Navidad siguió poco después.
Más tarde, trasladado al lejano campamento de prisioneros de Sta-ino, el Dr.
Thomsen leía a hurtadillas una carta: "Mi
adorado: estoy esperando un nene. Soy la mujer más feliz del mundo. Ahora, ni
el sufrimiento, ni nadie, podría destruir mi fe en la vida". En diciembre de 1950 Olita dio a luz un niño.
ENTRE TANTO, muy lejos de Vorkuta, Hans Peter Thomsen, que dirigía a la sazón
una unidad de contraespionaje norteamericano en Munich, comenzaba a trabajar para redimir a su hermano. Hans
no andaba bien de salud: una vieja herida en la cabeza le causaba muchas
molestias. Cierto día hubo de suspender el trabajo porque se le paralizó el
costado derecho. Pero mejoró y siguió adelante. Disfrazado de obrero se internó
en la zona rusa y habló con centenares de gentes que habían conocido al Dr.
Thomsen.
Localizó al empleado consular que había cooperado en el escape de los nazis, y
obtuvo las pruebas que necesitaba para condenar a los miembros de la pandilla y, al mismo tiempo, para demostrar la inocencia de su
hermano. Consiguió una declaración jurada que desvanecía definitivamente los cargos hechos a Alejandro.
Su expediente estaba completo, pero a nadie le interesaba. En diciembre de
1952, Hans visitó la casa de sus padres, y puso los documentos en la gaveta del
escritorio. Regresó luego a los Estados Unidos, en donde murió en octubre de
1953.EL HALLAZGO de los papeles, en esa desesperada Nochebuena de
1955, fue un rayo de esperanza para Alejandro. Era
inocente ... y ahora tenía en su poder pruebas convincentes de su inocencia. El primer ministro, H. C. Hansen, se sintió anonadado
ante la injusticia resultante de ese error judicial y, como
estaba a punto de hacer una visita Oficial a Moscú, prometió tratar el asunto
con las autoridades sovíeticas. Thomsen le rogó que interpusiera su influencia para que Olita y su hijo vinieran con él a Dinamarca.
Antes de salir de Rusia, Alejandro había conseguido hacer llegar una
carta a su amada en la que le decía: "Si todavía me quieres, escríbeme
estas palabras: te envío mil besos". Pronto
llegó la respuesta, con los "mil besos" y con ella la,gran
noticia: Los rusos la habían puesto en libertad y vivía con su hermana en Riga.
Había padecido de tuberculosis, y estuvo a las puertas de la muerte. El chico
también había estado enfermo. Ahora ambos estaban bien.
Gracias a los buenos oficios del primer
ministro Hansen, Olita obtuvo el permiso
para salir de Letonia. El desenlace de esta historia no pudo ser más
afortunado: la prensa rectificó ampliamente sus conceptos adversos; el gobierno
danés le hizo a nuestro médico un presente de 10.000 coronas.
El Dr. Alejandro Thomsen y Olita Priede se casaron el 12 de diciembre de 1956 .
. . aniversario de su primer encuentro, hacía 10 años, en la sala del hospital
de Vorkuta.
EL Dr. Thomsen ha escrito un libro sobre sus experiencias: En nombre de la humanidad, publicado por la editorial Wangel de Copenhague. Esta obra ha sido aclamada por la prensa danesa y sueca como una autobiografía conmovedora y una historia de amor de belleza inigualable.
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