sábado, 31 de diciembre de 2022

REGALO DE AMOR

 

REGALO DE AMOR
Conmovedor relato de un gran amor: lo engendró el sufrimiento,
lo acendró la ausencia ... y lo salvó el afecto fraternal.
 Por George Kent

EL ARBOL DE NAVIDAD una rama de abeto de dos palmos incrustada en una grieta de la mesa. Las luces: un cabito de vela. El banquete: nueve rebanadas de salchichón y ensalada de patatas. Los regalos: una naranja para él, que si hubiera sido de oro puro no la miraría con tal codicia. Y para ella, una caja de lata y una cuchara de aluminio, que la hicieron llorar de emoción.

Corría el año de 1947. El sitio: Vorkuta, un campo de horror de la Rusia ártica. Allí estaban presos el Dr. Alejandro Thomsen, danés, y Olita Priede, médica letona. A pesar de su triste condición, el hecho de estar juntos hizo de aquella Nochebuena una de las más felices de su vida.
Mas la felicidad se truncó de pronto, meses después, cuando destinaron al Dr. Thomsen a trabajos forzados en el campamento de Stalino, distante unos 3200 kilómetros. Partir, dicen los franceses, es morir un poco. Para los dos enamorados era el acabamiento y remate de todo: ambos sollozaron sin tapujos cuando se alejaba el tren entre la nieve.

Esta historia es navideña no por aquella plácida cena sino por lo que les aconteció ocho años después en otra Nochebuena. Fue preciso que ocurriera un pequeño milagro para volverlos a juntar, y el prodigio ocurrió en esos días milagrosos.
Estamos en víspera de Navidad de 1955. Alejandro Thomsen había regresado a Dinamarca pocos meses antes, puesto al fin en libertad por los rusos después de 10 años de tortura. Las imputaciones que le hacían eran falsas. Pero en Copenhague el hecho de haber sido prisionero de los Soviets se consideraba como prueba de que había trabajado con los nazis contra su patria. Los periódicos lo catilaogarol, como un colaborador nazi. Era un hombre en desgracia.
No tenía dinero. Se le prohibió ejercer laprofesión Sus viejos amigos al encontrarlo en la calle le negaban el saludo. En vano apeló a los tribunales, en busca de justicia. Desesperado, gastó sus últimas coronas en un billete de ferrocarril que lo llevara a Augustemburgo, en el sur de Jutlandia, a la casa de su familia, en donde seguramente encontraría el revólver que fue de su padre.
La víspera de Navidad ardía una lámpara en la vieja casona. Alejandro revolvía las gavetas del escritorio buscando el revólver, cuando de pronto se abrió un cajón atascado ... y allí estaba ¡el regalo de los Reyes Magos! Mejor dicho, el regalo de un inmenso amor fraternal: un gran cartapacio de documentos, declaraciones juradas y cartas que daban testimonio del patriotismo y la bondad del Dr. Alejandro Thomsen. Eran más que suficientes para refutar las calumnias de los periódicos.
Su hermano, Hans Peter, había dedicado los últimos años de su vida a recoger esas pruebas. Encima del mamotreto había una tarjeta de navidad de Hans que decía así:
"Querido hermanito: En esta Nochebuena pensaré mucho en ti; he recordado los buenos tiempos en que jugábamos en el jardín, y a la orilla del mar, cuando aún vivía la tía Katinka. Quiera Dios que algún día volvamos a vernos para que hablemos de los dichosos días de nuestra infancia. Felices Pascuas. Hans"

HANS y Alejandro eran pequeñuelos cuando perdieron a sus padres. Durante algún tiempo una tía veló por ellos. La tía murió pronto y en su lugar vinieron extraños. Solos en el mundo crecieron en una intimidad poco común entre hermanos. Hans se fue a los Estados Unidos y trabajó durante algún tiempo en granjas del Oeste del país y más tarde, como barbero, cortó cabellos y rapó barbas por todo el Oeste Medio hasta que fue a parar a Winsconsin en donde estudió zoología en la Universidad de ese estado. Se convirtió en un científico de renombre y se casó con una muchacha de origen noruego. Como sabía varias lenguas, se alistó en el Servicio de Contraespionaje al estallar la guerra.
Alejandro, que ya  entonces era médico, marchó a Lubeck (Alemania) en los últimos días drl conflicto, a uxiliar a los desplazados. Al terminar  la guerra pasó a Berlín como, representante de la Cruz Roja con credenciales del consulado sueco en Hamburgo. Allí se consumió  trabajando 14 y 15 horas al día día, curando y confortando a los refugiados.
Cierto día los rusos llamaron a su puerta ... y poco después se halló en la cárcel Butirski en Moscú. Supo que una pandilla se estaba enriqueciendo ayudando a los nazis atrapados en Berlín a escapar de la ciudad en ambulancias. Con ese fin se utilizaba la insignia de la Cruz Roja; entre los implicados había choferes de ambulancias, ordenanzas y oficiales de la Cruz Roja local. Cooperaba con ellos un empleado del Consulado sueco en en hamburgo que ignoraba que la pandilla operaba con fines lucrativos. Como este empleado era el mismo que le había concedido a al  Dr. Thomsen las credenciales que le permitieron ira Berlín, los rusos creyeron  que él era miembro de  la pandilla.
Durante más de un año se prolongaron en Moscú los interrogatorios diarios —y las palizas— a que sometieron al Dr. Thomsen para que confesara su culpa. Le daban tan poco de comer que se le secaron las carnes. Por fin le informaron que sólo le quedaban algunas horas de vida. Pero era una farsa: poco después salía a bordo de un tren con destino a Vorkuta, condenado en un juicio secreto que nunca presenció.
Este campamento, donde se albergaban 200.000 prisioneros, no estaba lejos del círculo polar ártico; el termómetro marcaba algunas veces 52° C. bajo cero. Era un lugar desolado de minas de carbón y tundra interminable, de donde pocos intentaban escapar, pues por la helada llanura solamente rondaba la muerte.
El Dr. Thomsen fue nombrado  cirujano del hospital del campamento. Cuando llamó a la puerta del dispensario le respondió una voz femenina: "Pase usted". Era Olita, mujer hermosa y delicada de enormes ojos melancólicos; en ese momento llenaba jeringas hipodérmicas con vitamina C para inyectar a los presos que sufrían de escorbuto. Apenas la vio Thomsen se sintió sobrecogido de una emoción nunca sentida. Así me lo dijo más tarde:
"Después de dos años de indiferencia, sentí de pronto que volvía a ser hombre". La sangre se le subió al rostro. La joven, como dandose cuenta de lo que acontecía, se volvió a él y le dijo: "¿Me hablaba usted, doctor?"
Fue un amor a primera vista para ambos, y el capullo se fue tornando en flor lentamente, día tras día, en las desmanteladas salas del hospital: sus manos se tocaban accidentalmente; cambiaban una sonrisa. Por las tardes solían trabajar juntos en la farmacia. En una ocasión, sin poderse contener, él la rodeó con sus brazos y le dijo: "Aun- que soy un prisionero, como tu, y sé que no hay esperanzas ... te quiero y te querré siempre
Cuando la besaba le pasó la mano por la cabeza y cayó al suelo el pañuelo con que ella siempre la llevaba cubierta. Vio que la tenía afeitada. Ahogando los sollozos, por no llamar la atención del guardián, Olita le contó su historia.
Su padre era herrero en Teremetz (Letonia) cuando los rusos le arrebataron su cortijo. Al terminar la guerra, ella se unió a la Resistencia de su patria y fue apresada por la NKVD. En Leningrado le raparon la cabeza y luego fue enviada a Vorkuta.
Por más que ella lo amaba ... tendrían que resignarse a ser únicamente amigos. "Algún día habrán de separarnos", le dijo. Pero Un año después le confesaba: "He cambiado de parecer: no podría sufrir tu ausencia. Sólo hay un medio de tenerte a mi lado para siempre', ...
El gozoso festín de Navidad siguió poco después.
Más tarde, trasladado al lejano campamento de prisioneros de Sta-ino, el Dr. Thomsen leía a hurtadillas una carta: "Mi adorado: estoy esperando un nene. Soy la mujer más feliz del mundo. Ahora, ni el sufrimiento, ni nadie, podría destruir mi fe en la vida". En diciembre de 1950 Olita dio a luz un niño.
ENTRE TANTO, muy lejos de Vorkuta, Hans Peter Thomsen, que dirigía a la sazón una unidad de contraespionaje norteamericano en Munich, comenzaba a trabajar para redimir a su hermano. Hans no andaba bien de salud: una vieja herida en la cabeza le causaba muchas molestias. Cierto día hubo de suspender el trabajo porque se le paralizó el costado derecho. Pero mejoró y siguió adelante. Disfrazado de obrero se internó en la zona rusa y habló con centenares de gentes que habían conocido al Dr. Thomsen.
Localizó al empleado consular que había cooperado en el escape de los nazis, y obtuvo las pruebas que necesitaba para condenar a los miembros de la pandilla y, al mismo tiempo, para demostrar la inocencia de su hermano. Consiguió una declaración jurada que desvanecía definitivamente los cargos hechos a Alejandro.
Su expediente estaba completo, pero a nadie le interesaba. En diciembre de 1952, Hans visitó la casa de sus padres, y puso los documentos en la gaveta del escritorio. Regresó luego a los Estados Unidos, en donde murió en octubre de 1953.EL HALLAZGO de los papeles, en esa desesperada Nochebuena de
1955, fue un rayo de esperanza para Alejandro. Era inocente ... y ahora tenía en su poder pruebas convincentes de su inocencia. El primer ministro, H. C. Hansen, se sintió anonadado ante la injusticia resultante de ese error judicial y, como estaba a punto de hacer una visita Oficial a Moscú, prometió tratar el asunto con las autoridades sovíeticas. Thomsen le rogó que interpusiera su influencia para que Olita y su hijo vinieran con él a Dinamarca.
Antes de salir de Rusia, Alejandro  había conseguido hacer llegar una carta a su amada en la que le decía: "Si todavía me quieres, escríbeme estas palabras: te envío mil besos". Pronto llegó la respuesta, con los "mil besos" y con ella la,gran noticia: Los rusos la habían puesto en libertad y vivía con su hermana en Riga. Había padecido de tuberculosis, y estuvo a las puertas de la muerte. El chico también había estado enfermo. Ahora ambos estaban bien.
Gracias a los buenos oficios del primer ministro Hansen, Olita obtuvo el permiso para salir de Letonia. El desenlace de esta historia no pudo ser más afortunado: la prensa rectificó ampliamente sus conceptos adversos; el gobierno danés le hizo a nuestro médico un presente de 10.000 coronas.
El Dr. Alejandro Thomsen y Olita Priede se casaron el 12 de diciembre de 1956 . . . aniversario de su primer encuentro, hacía 10 años, en la sala del hospital de Vorkuta.

Hoy tiene el Dr. Thomsen su consultorio en Augustemburgo, en su vieja casa, donde vive con su mujer y su hijo. El chico, que ha cumplido ya 11 años, juega con sus amigos en el mismo jardín donde Hans y Alejandro jugaron una vez bajo la mirada vigilante de su tía. En cuanto a Olita ... sigue siendo una mujer hermosa y uno de sus mayores atractivos es su abundante y rebelde cabellera negra.
EL Dr. Thomsen ha escrito un libro sobre sus experiencias: En nombre de la humanidad, publicado por la editorial Wangel de Copenhague. Esta obra ha sido aclamada por la prensa danesa y sueca como una autobiografía conmovedora y una historia de amor de belleza inigualable.


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