LOS CONSTRUCTORES DE TORRE BABEL
DOMINIK CAUSLAND
LONDRES
1874
LA TORRE DE BABEL *CAUSSLAND* 14-23
El cumplimiento de la predicción, que parecerá haberse cumplido al pie de la letra, requería que las tres familias o tribus no solo se separaran, sino que su posteridad se mantuviera separada//no mesclarze// y distinta entre sí.
Y es imposible concebir un medio mejor calculado para asegurar tal resultado que la dotación de cada una de las familias con una lengua que fuera ininteligible para las demás.
No se podría haber ideado un vínculo más efectivo para unir a los miembros de la misma tribu que el vínculo de una lengua común; mientras que el objetivo de mantener //separadas// a las tres distintas entre sí no se podría haber logrado con mayor seguridad que haciéndolos mutuamente ininteligibles.
Así, la dispersión en Sinar fue una separación tribal; y se dividieron, como declara el registro de las Escrituras, «según sus lenguas».
El décimo capítulo del Génesis asigna con suficiente certeza los países en los que se ubicaron respectivamente los primeros camitas, semitas y jafetitas después de su separación. Los camitas ocupaban la región que se extendía desde el Mediterráneo hasta el Golfo Pérsico, incluyendo Palestina, Babilonia, Arabia y Egipto. Los descendientes de Sem poseían los países al norte y al este de Babilonia: Asiria, Elimais y Kurdistán; mientras que los jafetitas se asentaron en Grecia, Asia Menor y Armenia.
La expansión de Jafet implica no solo un aumento de la población de esa tribu en particular, sino también, consecuentemente, una expansión territorial mediante la migración o la colonización de otras tierras a lo largo de la tierra.
Tal fue el destino declarado de los descendientes de Jafet.
«Bendito sea el Señor Dios de Sem», fue una bendición para los semitas como un pueblo que desde el principio debía ser reconocido y adorador al único Dios verdadero, Rey de reyes y Señor de señores. Tal fue el destino de la descendencia de Sem.
Cam no tenía ninguna bendición ni papel que desempeñar, ni política ni religiosamente, en el escenario de la historia del mundo. Sus descendientes no tenían un destino definido que cumplir, más allá de la servidumbre predicha de Canaán a Sem y Jafet.
Ahora bien, si este relato bíblico es verdadero —si la profecía de Noé define, afirmativa o negativamente, el futuro de estas tres tribus— si el relato bíblico de la confusión de la lengua y la dispersión tuviera alguna realidad etnográficamente de la misma raza, y sin embargo claramente distinguibles entre sí por sus respectivas lenguas, lo que implica, como se verá, una distinción en sus cualidades e instintos morales e intelectuales.
Y mientras una de estas tribus se destacaría por su tendencia a expandir sus fronteras, colonizándose y extendiéndose por toda la tierra, otra sería notable como receptora de los testimonios y oráculos del Dios verdadero; y una tercera, políticamente superior a las otras dos en sus inicios y al ocupar el importantísimo lugar de Babilonia, capital del poderoso reino de Nimrod, desaparecería, tras una breve supremacía, de la gran procesión de la humanidad en progreso.
Tal debería ser el aspecto de la humanidad que presenta la historia, si esta profecía primigenia es, como pretende ser, la fuente de los acontecimientos que constituyen la historia del mundo civilizado.
Y si esa historia se confirma con la predicción, contaremos con otra prueba sensata y convincente de una Providencia especial en los asuntos de la humanidad y de la verdad y autenticidad de las Sagradas Escrituras.
Un estudio del globo terráqueo y una consideración de su condición étnica establecen que sus diversos continentes e islas están, y han estado, desde tiempos inmemoriales, habitados por razas humanas que se distinguen entre sí por su complexión, conformación física y atributos morales e intelectuales, que presentan toda la variedad de forma y capacidad humana, desde los bajos y brutales australianos, hotentotes y fueguinos, hasta el más alto ejemplo del europeo altamente culto.
De estas diversas razas, hay una que es manifiestamente superior a todas las demás en todo lo que constituye superioridad y preeminencia en la humanidad, comúnmente conocida como la caucásica; y su posición geográfica está bien definida en el mapa del mundo.
Han habitado durante mucho tiempo todos los países que constituyen el continente europeo, las costas septentrionales de África y el sur de Asia, desde el Mediterráneo hasta el Ganges. En los últimos años, han extendido sus fronteras hacia el oeste por la vasta extensión de América y todas las demás tierras colonizadas por los europeos, en su camino hacia el cumplimiento de su misión de multiplicarse y poblar la tierra. Las razas mongol y malaya los limitan al norte y al este, las razas negras al sur y los indios americanos al oeste. Esta raza preeminente, obviamente y admitidamente descendiente de un par de antepasados, se ha supuesto, desde los albores de la historia, que consta de dos ramas, distinguibles entre sí, no solo por sus lenguas, sino también por cualidades morales e intelectuales que nunca se ha sabido que cambien a lo largo de todas sus generaciones. Una de ellas se conoce como la familia semítica;
El otro ha sido designado por los historiadores como el ario, por los filólogos como el indoeuropeo y por los religiosos como el jafético, todos ellos designando al mismo pueblo.
Pero sea cual sea el nombre con el que se les conozca, los semitas caucásicos y los jafetitas son los únicos pueblos que han ocupado y conservado una posición histórica en la procesión de la humanidad, desde las tiendas de sus antepasados nómadas a orillas del Éufrates. Ningún otro ha superado jamás el nivel de sus progenitores más remotos.
Los mongoles y los malayos, quienes, física y moralmente, se acercan más al tipo caucásico de humanidad, son como lo han sido desde el principio, ni elevados ni rebajados en la escala de la humanidad; y si no hubiera existido otra raza de mayor rango en la tierra, toda la experiencia declara que la humanidad, humanamente hablando, habría existido sin una historia y sin una verdadera concepción de Dios.
La fecunda corriente del desarrollo humano habría permanecido estancada; ningún Jafet habría crecido, y el Señor Dios de Sem no habría tenido adorador.
Todas las lenguas flexivas habladas en el área caucásica, con muy pocas excepciones**** * El vasco y el húngaro, que son de origen turanio.***, pertenecen a dos familias lingüísticas, la semítica y la indoeuropea —a veces llamada aria y a veces jafética—, que han estado en contraste desde los albores de la era histórica.
Por lo tanto, se ha considerado desde hace tiempo un principio bien establecido que estas dos ramas de la raza caucásica se habían repartido, desde el principio, el mundo histórico. Sin embargo, investigaciones recientes de arqueólogos prehistóricos han demostrado que otra raza, otrora vigorosa pero de corta vida, conocida como los camitas, tiene derecho a participar en la gran obra de la civilización.
Existe abundante evidencia de su existencia como un pueblo otrora poderoso e importante; pero sus reliquias se han atribuido erróneamente, hasta hace poco, a los semitas, debido a que ocupaban territorios y, desde hace tiempo, poseían pueblos que hablaban lenguas semíticas.
Sin embargo, un conocimiento más profundo revela que eran muy diferentes, en todos los aspectos esenciales de la vida social y política, de los verdaderos descendientes de Sem, ahora representados por los hebreos y los árabes, la progenie de Abraham. Los restos de sus obras, que la investigación ilustrada saca a la luz a diario, y los datos históricos de esta raza oculta y casi extinta, aunque escasos, son suficientes para establecer una marcada distinción entre ellos y los verdaderos semitas, como se verá más adelante.
La característica principal que siempre ha distinguido al semita del ario o jafetita es una tendencia devocional que ha teñido toda su existencia y los ha llevado, bajo la guía divina, desde los días de Noé, a defender el culto del único Dios.
La simplicidad de su idea de un Ser Supremo, separado y distinto de las obras de la Creación, ha sido fundamental para preservarlos de las fantasías mitológicas que prevalecieron entre los jafetitas, cuyas imaginaciones racionalistas borraron las fronteras entre la divinidad, la humanidad y el universo, mezclando dioses y hombres en los laberintos del politeísmo.
Los semitas no podían comprender los gustos y tendencias intelectuales de los arios, y eran casi ajenos a la ciencia y la filosofía, que eran las adquisiciones peculiares de los jafetitas y el secreto de la fuerza expansiva que opera para extender sus fronteras por toda la tierra. La misma simplicidad impregnaba toda la vida social y política de los hijos de Sem. Su sistema era patriarcal, sus asociaciones, las de la tienda y la tribu. Desconocían por completo los grandes imperios y las monarquías absolutas.
No tenían tendencia ni deseo de dedicarse al comercio, ni poseían conocimientos, propiamente hablando, de las bellas artes, con excepción de la música.
Las cuestiones relativas a la aristocracia, la democracia o el feudalismo, que son las piedras angulares de la historia jafetita, eran ininteligibles para los semitas, cuya nobleza era completamente patriarcal, con su origen en la sangre y sin ninguna deuda con el poder del conquistador*. **** “ Etudes d’hist. religieuse.” Renan, p. 88, 2nd ed.***