viernes, 18 de diciembre de 2020

EL HOMBRE QUE RECOBRÓ LA VISTA POR UN RAYO

Lunes, 8 de enero de 2018

EL HOMBRE QUE RECOBRÓ LA VISTA Y LA SALUD POR UN RAYO 

Vivía en un mundo de oscuridad, silencio y dolor. 

Hasta que un dia llegó el resplandor de un relámpago, el estruendo de un rayo

...Y LA LUZ SE HIZO

POR EMILY Y PER OLA D'AULAIRE

EN El, camino, los parches de hielo refulgían como placas de mercurio por el reflejo de las luces de los faros conforme "Eddie" Robinson, de 53 años, conducía su camión remolque de 19 toneladas, seguía la ruta interestatal 95 cerca de  Providence, en el estado norteamericano de Rhode Island. Eran las 4 de la madrugada del 12 de febrero de 1971. Al cruzar un puente, el automóvil que lo precedía patinó de repente y quedó atravesado en la carretera. Robinson giró el volante a la derecha esperando alcanzar a pasar entre el auto y la barandilla del puente. Por el espejo retrovisor vio que su remolque comenzaba a torcerse hacia afuera de la carretera, la primera etapa de una terrible amenaza. 

El conductor del automóvil consiguió enderezarse a tiempo, pero la cabina del camión de Robinson derribó la barandilla y quedó suspendida en el aire, prendida del perno del remolque a doce metros de altura sobre otra carretera. Robinson había sido lanzado hacia atrás con tal violencia que rompió el vidrio posterior con la cabeza haciéndose algunas heridas. Empapado de sangre y del combustible Diesel que chorreaba el tanque horadado, tuvo un solo pensamiento: salir a toda prisa. Consiguió abrir la puerta y trepar por el costado de su vehículo hasta el puente donde se tendió.En un hospital cercano los doctores le suturaron las heridas, le tomaron radiografías, lo auscultaron centímetro a centímetro, le administraron algunos medicamentos y lo felicitaron por su buena suerte. Sus heridas sólo eran superficiales. Al día siguiente a las 11 de la mañana viajaba en un autobús para regresar a su casa en Falmouth, Maine, un suburbio de Portland.Esa noche Robinson se sentó en la cama quejándose de un dolor intenso. Su esposa Doris, de 32 años, lo llevó en la mañana siguiente a un médico de la localidad. Robinson le explicó que lo habían examinado con cuidado en el hospital y que no le habían encontrado lesión interna alguna, así que el médico dedujo que el dolor era producto de los golpes. Le recetó más analgésicos y lo envió a su casa a descansar.Agradecido por la vida. Unos días más tarde llegó una carta del hospital, en la cual se le informaba que hubo cierta confusión al interpretar sus radiografías. Los médicos sospechaban que podría haber una lesión más grave y recomendaban un nuevo examen. Las placas nuevas revelaron conmoción cerebral, costillas fracturadas, distensión dorsal y hematoma en la cadera izquierda. Robinson no era propenso a quejarse. Descansó y aguardó con paciencia una mejoría para volver a trabajar.Sin embargo, su salud empeoró. Su visión disminuyó. En ocasiones el mundo pareció desaparecer delante de sus ojos y tuvo la sensación de perder el conocimiento. Un día entró trastabillando a la casa y bastante alterado dijo a su esposa: "Por un minuto dejé de ver la casa entera. Creo que me voy a quedar ciego".Un oftalmólogo de Portland, el Dr. Albert Moulton, hijo, comprobó que la vista de Robinson se iba perdiendo con rapidez y lo atribuyó a un daño cerebral. Le dijo que era probable que en unos cuantos meses se quedara ciego por completo. Robinson tomó con calma la noticia. Al regresar a su casa llamó a la Escuela Hadley para Ciegos en Wínnetka, en el estado norteamericano de Illinois, e hizo arreglos para recibir lecciones de Braille y mecanografía al tacto en su domicilio. Para diciembre de 1971 sólo podía distinguir la diferencia entre luz y sombra. Sus brillantes ojos azules habían quedado fijos e inexpresivos, como los de un muñeco, que aparenta estar mirando hacia adelante.No tardaron en aparecer otros problemas. Perdió gran parte del movimiento de su brazo derecho y para leer Braille tuvo que emplear la mano izquierda. Asimismo, todo ese tiempo sentía un círculo de presión que ceñía su cabeza, como una banda de acero.Luego comenzó a perder el oído' hasta que no pudo escuchar a Doris ni siquiera cuando le hablaba a gritos. Un audífono especial le ayudó un poco, pero no era igual que antes. Se sintió atrapado. Siempre había sido un hombre activo y a menudo trabajaba 70 horas a la semana. Ahora todo era oscuridad y silencio.Para conservar el ánimo, el fornido camionero concentró su pensamiento en la gratitud por el mero hecho de estar vivo. Se consolaba con la idea de que, no importaba la magnitud de su tragedia, había en el mundo otros seres menos afortunados que él.

Animales amigos. Empezó a concurrir a la iglesia luterana que estaba frente a su casa y dejó de sentirse acorralado. Volvió a experimentar la sensación de tranquilidad que solamente proviene del interior de uno mismo.
Robinson detestaba que Doris tuviera que ocuparse de sus tareas, de manera que aprendió a realizar quehaceres fuera del hogar, mediante el tacto y la memoria. Amarró una soga en un poste colocado en medio del jardín y la fue enrollando, después ató el otro extremo a su podadora de césped y siguiendo una
trayectoria en espiral a medida que la cuerda se desenrrollaba pudo cortar casi todo el pasto. Reparó una gotera en el techo de su casa, como pudo subió por una escalera y tocando las tejas fue localizando las estropeadas.
Nunca había dejado tiempo para los animales. Ahora comenzaba a percatarse de su presencia mientras se distraía con algún trabajo en la cochera. Alguna cualidad en el hombre ciego hizo que pájaros, ardillas, mofetas y mapaches perdieran su miedo y comenzaran a acercársele. Robinson les hablaba y los animalitos contestaban en su lenguaje. Les traía alimento que ellos comían de su mano.
Una fría tarde de invierno, casi un año después del accidente, un camión que trasportaba aves de corral se volcó en una carretera cercana. Una gallina pigmea escapó de su jaula y llegó al patio de Robinson. Cuando él y Doris la encontraron, a la mañana siguiente, tenía las patas congeladas, la recogieron y la llevaron al sótano para calentarla. Cuando la criatura cloqueaba Robinson le respondía con un tuc-tuc, y este fue su nombre.
Tuc-Tuc se convirtió muy pronto en la favorita de Robinson. Le construyó una casita apoyada contra una pared y una intrincada serie de pasadizos cubiertos para que pudiera entrar al garaje y hacerle compañía. Como él, la gallina había tenido que sobreponerse a la adversidad. Después que sus dedos congelados se desprendieron aprendió a caminar con sus muñones, esto no impedía que fuera como un ave normal.
"¡Puedo ver!

En un día del invierno de 1975, después de quitar la nieve de la entrada de su casa, Robinson tomó su cena y se fue a la cama. Esa noche lo despertaron lo que él llama "destellos de luces neón a través de mi pecho". Los síntomas indicaban problemas cardiacos, fue hospitalizado casi un mes con el fin de ser observado. Regresó a su casa dolorido. El menor esfuerzo le causaba molestias en el pecho y los brazos. Incluso un ejercicio como el de subir la escalera del sótano lo obligaba a tomar una pastilla de nitroglicerina.
Sin embargo, Eddie se rehusó a modificar su rutina cotidiana de trabajar en el taller de su garaje, escuchar sus aparatos de radioaficionado y caminar hasta el pueblo con Doris. Y como lo había hecho cada noche desde que perdió la vista, salió al patio y elevó una plegaria de agradecimiento. "Me di cuenta de que no sabemos apreciar las cosas maravillosas que ocurren a nuestro alrededor cada día. Vivimos con demasiada prisa. Yo reduje el paso para disfrutar mi vida y estaba agradecido".
Lo que no sabía en ese momento era que pronto tendría algo más por qué dar gracias. El miércoles 4 de junio de 1980 a las 3:30 de la tarde, Robinson estaba entretenido en el garaje cuando escuchó el fragor de un trueno y el ruido repentino de la lluvia sobre el techo. Tomó su Bastón para guiarse en torno a la pared exterior del garaje y salió en busca de Tuc-Tuc. Suponía que no estaría bajo la tormenta, pero le preocupaba. Se detuvo cerca de un chopo detrás del edificio para escuchar si el animalito contestaba a sus llamados, entonces oyó un estrépito como el chasquido de un látigo. El árbol había sido alcanzado por un rayo y la descarga eléctrica se propagó por el suelo hasta el lugar en que se hallaba Robinson y lo derribó dejándolo inconsciente.
Veinte minutos después, cuando recobró el conocimiento, caminó tambaleante a la casa de un vecino y pidió un vaso de agua. "Creo que he sido alcanzado por un rayo", dijo todavía aturdido. Las rodillas apenas lo sostenían pero pudo regresar a su casa, donde bebió varios vasos de agua más y se fue a acostar.
Una hora después Robinson salió del dormitorio atormentado aún por una sed insaciable. Contó a Doris lo que le había ocurrido, bebió un par de litros de leche y se dejó caer en el sofá. De pronto se dio cuenta que veía en la pared la pequeña placa inscrita que le habían regalado sus nietos. "Dios no puede estar en todas partes y por eso creó abuelos", leyó con voz entrecortada.
—¿Qué dijiste? —preguntó Doris desde la cocina.
¡Puedo ver ese letrero! —exclamó Robinson.
Incrédula, su esposa corrió hasta la sala.
—¿Qué hora es? —le preguntó, y señaló el reloj de pared.
—Las 5 —contestó—. ¡Doris, puedo ver!
Su esposa notó algo más.
—¿Dónde está tu audífono? --preguntó excitada. Robinson se llevó una mano a una oreja, pero el aparato no estaba allí.
¡Dios Santo —exclamó emocionado, también puedo oír!
Celebridad instantánea. El hombre de 62 años sentía un gran cansancio y dolores en todo el cuerpo. Temerosa de que el rayo pudiera haberle causado algún daño Doris le telefoneó a un doctor para que lo revisara. El así lo hizo y le recomendó que si era necesario llamara al servicio de emergencia en la noche; le dijo además que fueran a su consultorio en la mañana. Doris pasó esa noche en vela observando la respiración de su marido, todavía sin poder creer lo que les había ocurrido.
Al día siguiente el médico lo declaró en perfecto estado de salud. Y cuando el Dr. Moulton examinó sus ojos verificó lo imposible. "No puedo explicarlo", dijo. "Sólo sé que no podía ver en absoluto y ahora puede".
Ese domingo en la iglesia, Eddie pidió permiso al ministro para dirigir unas palabras a la congregación. Desde el accidente lo acompañaba hasta el altar su esposa o un amigo. Pero esa ocasión, cuando el ministro lo invitó a acercarse, Eddie avanzó por la nave con pasos de baile —su versión de una giga irlandesa— para pronunciar en voz alta una plegaria que terminó así: "Y tengo tres palabras más que agregar, Señor: Te agradezco. Amén".
Entre tanto, las agencias de noticias divulgaron el caso y, poco menos que de la noche a la mañana Robinson se convirtió en una celebridad. Recibió llamadas de los periódicos pidiendo entrevistas, vinieron fotógrafos a Falmouth para retratarlo con su gallinita y después llegaron las cámaras de televisión.
Robinson descubrió en forma inopinada que ya no tenía la mirada fija hacia adelante y que sus ojos se habían abierto. Más adelante, durante una visita a su hijo y nietos, en el estado norteamericano de Virginía, notó que comenzaba a tener sensibilidad en su brazo derecho. De hecho, se sintió tan bien que hasta cortó el césped de la casa de su hijo. "No he tenido ningún dolor ni he necesitado ninguna píldora para el corazón desde el día del rayo", comentó.
La terrible banda de dolor en torno a su cabeza desapareció. Las venas varicosas de su pierna derecha ya no estaban alteradas.
Los MÉDICOS que han examinado a Robinson no se explican por qué disminuyeron sus problemas físicos inmediatamente después de ser afectado por la descarga eléctrica, y se preguntan si su ceguera y sordera fueron en realidad causadas por un daño cerebral. ¿Habrán sido acaso una reacción sicológica provocada por el trauma del accidente del camión? ¿Fue la descarga la que volvió a poner cada cosa en su lugar -Aunque hay quienes pueden polemizar sin encontrar una explicación lógica al restablecimiento de Rddie,él y sus familiares no tienen alguna. "Es un acto de Dios" dice con sencillez Robinson. "¿Qué otra cosa podría ser?"
además de sus presentaciones en teleevisión Eddie ha dado pláticas a los estudiantes acerca de lo que signica estar ciego, su enfoque es alguien que después de esa experienncia tuvo el privilegio de volver. "He visto más cosas en en los últimos meses que en toda mi vida", les dice. "Ahora aprecio las maravillas cotidianas de la vida: la luz de la Luna filtrada a través de las hojas; las flores en el jardín, un gusano que teje su capullo.
"Lo que es más, nunca abandoné la esperanza, y quizá lo que me ocurrió a mí le dará valor a otros para no darse jamás por vencidos". Sus sentimientos acerca de la odisea probablemente no podrán ser mejor resumidos que en la inscripción de un cartel pegado en el parachoques de su automóvil: GRACIAS A Dios
POR LOS MILAGROS.

 SELECCIONES DEL READER'S DIGEST Mayo de 1981

 


 

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