viernes, 5 de agosto de 2022

EGIPTO - “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

CAPITULO XI.

 Egipto (conclusión): El Nilo, Las Pirámides y La Esfinge; El
Desierto de Sahara, Generalidades sobre El Egipto.
El Nilo.

 Probablemente no hay otro río en el Mundo que presente el interés de esta grandiosa corriente que, partiendo del Lago Victoria, recorre una distancia que pasa de 6,000 kilómetros, es decir, más de la mitad de la longitud del Continente Africano.

 Los turistas que de todas partes acuden al Egipto hacen sus excursiones en el ferrocarril o en cómodos vapores que surcan aquella corriente. Nosotros salimos de El Cairo en el vapor "Luxor" de una compañía inglesa que hace el tráfico del Nilo. Era un verdadero hotel flotante con todas las comodidades de los barcos que cruzan el Mediterráneo, aunque de poco calado debido a los frecuentes "bajos" que tiene el mencionado río.

 La mañana era clara y luminosa, el cielo de un azul intenso y puro, que sólo en Egipto hemos visto, pues los cielos de Italia, por ejemplo, son más bellos, pero no más azules. Las palme­ras se balanceaban lentamente reflejando sus siluetas en las aguas del río. Las casas de las orillas, pintadas con colores claros también, dibujaban sus contornos sobre la superficie de la perezosa corriente.

 A poco de habernos separado del embarcadero, una hermo­sa perspectiva se presentó ante nosotros: teníamos las Pirámides a nuestra derecha, el Desierto de Sahara al frente y los pintores­cos minaretes de El Cairo hacia la izquierda. Poco a poco los minaretes se fueron perdiendo de vista hasta desaparecer com­pletamente. Las Pirámides, en cambio, permanecieron visibles por más de una hora, destacando sobre el cielo su mole enorme y majestuosa.

 El aspecto de la comarca que atravesábamos era parecido al que prevalece en general en la parte alta del Nilo; un terreno de aluvión propicio a los cultivos y con extensos huertos cul­tivados con verdes maizales. Rebaños de ganado aquí y allá,

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 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

 pozos para extraer el agua con sus respectivos malacates de estilo primitivo y una que otra aldea incrustada en los amari­llentos terrenos de la ribera, formaban aquel cuadro que tenía siempre por fondo el invariable cielo azul de Egipto.

 El Nilo es un río maravillosamente bello. Sus aguas no tienen la limpidez que su curso lento pudiera sugerir, pero tienen un hermoso color de plata con tonos azulados que aseme­ja su corriente a la del río tan cantado por los poetas alemanes, "el grande y caudaloso Rhin."

 Los antiguos egipcios, que hicieron del Nilo una divinidad dándole representación iconográfica bajo el nombre de "Hapi," teníanlo como uno de sus más grandes dioses; y no es extraño esto, pues, como dijo un egiptólogo francés, "el Egipto es un don del Nilo."

Tres cosechas se recogen cada año en sus fecundas riberas. Cuando "Hapi" retorna a su cauce después  de haber inundado y fecundado sus alrededores, la tierra está de nuevo como si dijéramos en Primavera. Es el tiempo de las siembras, y los egipcios se entregan alegremente a sus faenas de labranza, más seguros cada día de las prodigalidades de su paternal río.

 Ya cerca del mediodía, arribamos al lugar en que habíamos de desembarcar y tomar nuestros "ponies" para continuar nues­tra excursión por tierra. (Estos "ponies" y los burritos son las bestias que se usan en Egipto para cortos viajes.)

 Las escenas cómicas fueron aquí frecuentes. Más de uno de nuestros camaradas de excursión no había montado una sola vez en su vida en el lomo de un caballo; y hubo un viejecito austriaco que, a los pocos pasos que dió el asnito, rodó en tierra en medio de la risa de algunos de los compañeros. Sin embargo, la reducida altura de "los ponies" y la blandura del terreno no hacen peligrosos estos accidentes y pronto estuvimos todos orga­nizados en ordenada y alegre cabalgata.

 Penetramos a un lindo bosquecillo y estuvimos frente a la estatua de Ramsés II.

 Estábamos en el sitio que ocupó hace siglos la antigua Menfis. Unas pocas murallas elevándose por encima de los verdes maizales es todo lo que queda de la orgullosa ciudad que llegó a tener, según el historiador Diodoro, 150 estadios de perímetro y que contó entre sus monumentos arquitectónicos el maravilloso templo de Ptah, considerado en aquellos remotos tiempos como la más alta representación de la suntuosidad y el buen gusto y del cual tan sólo la mencionada estatua de Ramsés II subsiste.

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 J. M. DELEON LETONA

 Después, el guía que nos acompañaba nos condujo a la Mas-taba de Thi. Es un soberbio mausoleo erigido a la memoria de Thi, un Príncipe y Sacerdote que juntaba a sus funciones sagra­das las de Ministro de Obras Públicas. Todo el interior de la regia tumba está decorado con pinturas admirablemente conser­vadas a través de los siglos. El más artístico de estos trabajos representa un grupo de sirvientes que llevan varios cabritos. Hay que tener presente que una preocupación constante de los egipcios era la de representar, en las paredes interiores de las tumbas, objetos propios para la alimentación. Con esto creían hacer un bien al alma del difunto.

 Después de visitar algunas otras tumbas de Reyes y Sa­cerdotes, volvimos a montar en nuestros "ponies" y regresamos al sitio en que nos esperaba "El Luxor" para continuar la excur­sión.

 La alta temperatura del mediodía había pasado ya y una fresca brisa acariciaba nuestros rostros. Todos íbamos sobre la cubierta ávidos de contemplar el hermoso paisaje vespertino y de lanzar una ojeada a las poblaciones ribereñas que, bajo la atmósfera clara de la tarde, proyectaban a la distancia sus edifi­caciones de diversos colores

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