lunes, 1 de agosto de 2022

CAP V- “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS"

 “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS"

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

 (El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

—42—CAPITULO V.

Francia: Del Havre a "La Ciudad Luz."—París.—Versalles.— Fontainebleau.—Alta Saboga: Annecy, Chamonix, "Mont Blanc."

 Del Havre a "La Ciudad Luz."

Después de tocar Plymouth, puerto fortificado de Inglaterra y plaza de gran vida comercial, "La Trance" atracó en el Havre, primer puerto del continente europeo que visitábamos, patria de Bernardino de Saint Pierre y gran mercado comercial para los productos de América.

Estábamos, pues, ya en la patria de Víctor Hugo; y nos sentíamos íntimamente gozosos de pisar esta tierra, madre de las libertades humanas, en donde nuestra alma latina sería sin duda bien acogida. Un tren expreso nos condujo del puerto a París, "La Ville Lumiere," a la cual llegamos en una radiosa tarde del mes de julio, descendiendo del tren en la "Gare Saint Lazare."

Todas las campiñas que tuvimos oportunidad de ver esta­ban cultivadas como un jardín. El terreno es todo muy plano. Observábamos por largos ratos el Sena, que corre paralelo a la línea férrea. La corriente se deslizaba tranquila y apacible­mente reflejando los múltiples paisajes del camino.

Los ferrocarriles no tienen en Francia la vertiginosa rapi­dez que caracteriza los de Estados Unidos. Esta circunstancia y la de que ya comenzábamos a gozar de la suavidad y la dul­zura del idioma francés, nos hizo disfrutar bastante del viaje del puerto a la capital. Entre los enormes rótulos de anuncios comerciales que por todo el trayecto se ofrecen a los curiosos ojos del viajero, recordamos que llamaron nuestra atención los de la casa Menié, fabricante de chocolates que ha hecho célebre en el mundo el nombre del Valle Menié de Nicaragua, en donde tiene sus principales plantaciones de cacao.

En todo el recorrido del Havre a París, nos recreamos con lo pintoresco de la región y con las diversas bellezas naturales y artificiales que el viajero puede contemplar desde las venta­nillas del tren. Particularmente llamaron nuestra atención los

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edificios públicos y privados. Hay no sólo belleza, sino cierta gracia arquitectónica en ellos. Pudiera decirse, sin faltar a la verdad, que son coquetos.

París.

Como ya dijimos, descendimos del tren, en la "Gare Saint Lazare." Estábamos ya en París, la ciudad que desde niños había obsesionado nuestra imaginación, el cerebro del mundo, el centro del saber, del arte, de la moda y del buen gusto; la cuna de tantos hombres ilustres y teatro de acontecimientos históricos de trascendencia mundial; la capital europea descrita por centenares de escritores y reflejada en telas por artistas inmortales.

En la estación tomamos un taxi, que nos condujo a la "Rue des Ecoles," en busca de un joven amigo nuestro, don José Enríquez O., quien nos acompañó al hotel en que tomamos alojamiento en el Barrio Latino.

En el trayecto, desde la "Gare Saint Lazare" observamos a la ligera "La Opera," pasando por la avenida de este mismo nombre, la Comedia Francesa, el Palacio Real, el jardín de las Tunerías y, después de atravesar el Sena, admiramos el hermoso monumento que los revolucionarios de 1789 consagra­ron a los grandes hombres de Francia: El Panteón.

A los pocos días de nuestra permanencia en París, presen­ciamos una gran parada militar. Se trataba de celebrar el 14 de Julio, la gran fecha nacional. La mayor parte de los regi­mientos de servicio en la ciudad concurrieron a este brillante desfile que, saliendo de Chames Elysées, pasó bajo el Arco del Triunfo y vino a terminar en Longchamps, en el Hipódromo. Pintoresco espectáculo el de esta parada militar: los regimien­tos de cazadores, los batallones de ciclistas, la caballería con sus húsares y dragones; los suavos, los tiradores argelinos mezclaban en animada procesión los colores amarillo, rojo, y azul de sus uniformes de gala. Y a estos cuerpos livianos se agregaban los pesados regimientos de artillería, los cañones deslumbrantes arrastrados por poderosos caballos normandos. Trotaban los grupos de oficiales dejando en el aire el eco de las herraduras de los caballos ; desfilaban interminablemente los cazadores de Africa y los cazadores Alpinos. Y por último, los diferentes cuerpos de ejército aéreo: los regimientos de persecución, de bombardeo, de observación, de globos .. Los tanques, los célebres tanques de la guerra mundial, cerraban la marcha con sonora y solemne gravedad.

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Característico de la fiesta del 14 de Julio, es la profusión .de adornos particulares que los parisienses ponen en las calles, demás de los ornamentos colocados por la Municipalidad y 1 Gobierno. Se dijera que el Sol brilla más luminosamente sobre las alegres calles. Las banderas tricolor y gallardetes ondeando al viento ponen ante la vista una inusitada variedad de colores. Hay una alegría loca en las calles y aún los semb­lantes los extranjeros demuestran el contagio del entus­iasmo. Se oyen por todas partes las alegres notas de la Mar­ellesa; y llega a tal extremo la alegría, que muchas personas e entregan en plena calle a las contorsiones del baile. Así celebra el París popular el aniversario de la formidable revo­lución que, si es verdad que se manchó con crímenes, dejó escrito en los cielos de la Historia, con caracteres luminosos, el evangelio político de la Declaración de los Derechos del Hombre.

Como dejamos dicho, el Sena divide en dos partes la ciudad de París. Un poco antes de entrar a la ciudad se junta con el Marne, de manera que las aguas son aquí más abundantes. Al cruzar la antigua Lutecia, el Sena forma dos islas. En la más grande llamada “L´lle de la Cité," que es donde los Godos echaron los cimientos de París, está la gran Catedral conocida en el mundo entero con el nombre de Nuestra Señora de París. En esta isla hay muchos edificios de importancia como la Corte suprema de Justicia, "La Chapelle," la Prefectura de Policía y la Oficina de Inmigración. La otra isla, la pequeña, se llama -La Isla de San Luis."

También en París, como en Londres y New York, existen las vías subterráneas a que la congestión del tráfico obliga.

Las líneas urbanas, análogas a la que en New York se llama 'Subway" y en Londres "The Tube," en París reciben los nom­bres de Metropolitano y Nord Sud. Los ferrocarriles eléctricos prestan un servicio satisfactorio, habiendo pasajes de la. y 2a., clasificación que no existe en las otras dos ciudades ya dichas. Se observa en los carros de estos trenes mucho orden y aseo, quizá más que en las mencionadas metrópolis a pesar de ser aquellos muy buenos servicios. Pero, desde luego lo más agradable aquí en París, es la sensación de confianza, de afinidad racial, de comunidad de sentimientos e ideales que hace al viajero latino sentirse, como se dice en Estados Unidos, ,'at home" y en Francia "chez so¡." Ya puede suponer el lector que, siendo París una ciudad tan llena de vida, es enorme el número de tranvías, busses, automóviles y toda clase de vehícu

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los que cruzan de día y de noche por sus calles y boulevards; pero hay un detalle que le imprime cierto sello de elegancia y distinción. Es la presencia de carruajes tirados por caballos, muchos de ellos lujosísimos, espectáculo que ya no se ve en New York ni en el resto de los Estados Unidos.

Frecuente es también, en los días luminosos y serenos en que la atmósfera está propicia, ver cruzar por los aires como enormes gaviotas, algunos aeroplanos llevando a bordo pasa­jeros que contemplan la ciudad a vista de pájaro. Son bandadas de estas aves metálicas que vuelan por los aires brillando bajo los rayos del sol y llenando el ambiente con el sonoro ruido de sus rápidas hélices. La línea aérea París-Londres, la París-Roma y otras funcionan ya normalmente y prestan inestimables servicios a los viajeros que desean ahorrar tiempo.

Es muy peculiar y frecuente encontrar en diferentes puntos del Barrio Latino, sobre todo en el Boulevard Saint Germán, en el Saint Michel o en el Mont Parnasse, cafés elegantes en donde, si es verdad que se vende el licor, la gente más bien llega para tener un rato de esparcimiento espiritual. Allí todo es culto, refinado, "chic"; allí se reunen diariamente en alegre cama­radería: artistas, literatos, poetas... gentes que llegan de leja­nas regiones atraídas por ese foco de luz perpetuamente encen­dido a orillas del Sena. A estos cafés concurrieron Alfonso Daudet, Víctor Hugo, el "pálido Musset," Lamartine, Alfredo de Vigny y toda esa pléyade de espíritus exquisitos que llena con sus producciones el bello período del romanticismo en la literatura francesa.

 Cuántas veces congregados alrededor de las mesas de estos cafés departirían aquellos altos espíritus. Quizá más de algu­na de las poesías que hoy van de boca en boca, fué concebida y escrita en estos lugares. En estos sitios se congregaban ellos para comunicarse sus impresiones, para hacer la crítica recí­proca de sus producciones, para contarse sus proyectos, sus esperanzas y sus desilusiones. Y cuántas veces, mientras las espirales del humo de sus cigarrillos se confundían con los de las tazas de café o con los vapores del vino generoso o del ajenjo pérfido, vendría la Aurora con sus luminosos lampos a asomarse por el Oriente y a disolver los cenáculos de los artis­tas llamando a cada uno a la vida prosaica y vulgar de la lucha de todos los días.

Es este aspecto literario y artístico, el que salva a estos cafés del Barrio Latino, de la vulgaridad y de la prosa inevi­tables en todo lugar en donde la gente se reune para comer o

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beber. Las señoras y señoritas que aquí llegan, muchas de ellas de la alta sociedad, imprimen también cierto sello de distinción y de refinamiento. El humo de los tabacos cubanos que fuman los caballeros confunde sus ondas con las espirales de los cigarrillos turcos o egipcios que fuman las damas. En las épocas de calor, los concurrentes se sientan en las aceras de estos cafés a fin de disfrutar de lo fresco del aire exterior; pero en el Invierno se está a puerta cerrada y los aparatos de calefacción funcionan constantemente imprimiendo al am­biente una agradable tibieza. Innecesario es decir que el inte­rior de estos cafés está arreglado con exquisito buen gusto; y los grandes espejos que reflejan las luces y los bellos rostros de las encantadoras parisinas, aumentan la seducción del con­junto. Los cortinajes se despliegan fastuosos, los criados van y vienen elegantes y amanerados y todo respira esa cultura, ese "chic" propio y único de la capital de Francia.

El Barrio Latino es un nombre que, aunque célebre en el mundo, no corresponde a ninguna demarcación oficial dentro de los diversos distritos de París. Es una zona que se puede considerar limitada al Norte por el Sena, "le Quai des Augus­tins" y "le Quai Saint Bernarda" al Sur, por el "Boulevard Mont Parnasse;" al Oeste, por la "Rue de Bonaparte;" y al Este, por “I´Halle aux Vines."

Contiene dentro de estos lin­deros, más o menos convencionales, la Escuela de Bellas Artes, El Instituto, San Sulpicio, el Luxemburgo, el Palacio del Sena­do, el Hotel de Cluny, la Escuela de Derecho, el Panteón, la Escuela Politécnica y otros muchos edificios, parques, jardines y museos de importancia.

Ninguna zona de París ha sido tan profundamente modifi­cada en lo material como ésta y, sin embargo, ninguna ha conservado más fielmente su fisonomía propia, su psicología especial, su alma única. Porque él posee (el Barrio Latino) una vitalidad ideológica y sentimental que las picas y azadones no pueden remover. Apenas se ha entrado a la "Rue de la Vielle-Boucherie," cuando el visitante comprende que ha entra­do a los dominios en donde por largas centurias han imperado el Arte y la Bohemia.

Pero permítasenos hacer referencia especial a un célebre y elegante café a donde asistimos finamente invitados por un amigo norteamericano; uno de esos hermosos espíritus que Norte América envía a Europa de vez en cuando, para que se sepa allá que también de este lado del Atlántico hay tempera­mentos que juntan el vigor a la hidalguía, la cordialidad a la

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más exquisita cultura. Nos referimos al doctor Covell, con quien estuvimos en el café "La Rotanda," en el "Boulevard Mont Parnasse." Este es el café de la intelectualidad moderna, y al rededor de sus mesas se congregan artistas, poetas y lite­ratos, cuyos nombres vuelan en alas de la fama por todos los confines de la Tierra. Aquí nos presentó el Doctor a un holandés que nos llamó la atención, por su raro tipo oriental. Tenía poco tiempo de haber llegado a París, procedente de una colonia de Holanda. Era un tipo interesante, inteligente y ver­boso que hablaba cinco idiomas con toda propiedad y que se ganaba la vida haciendo caricaturas y otros dibujos para perió­dicos parisienses.

 

Tuvimos ocasión de visitar la Iglesia del "Sacré Coeur" (Sagrado Corazón de Jesús), que es la más moderna de París y la cual se encuentra a mayor altura que los otros edificios, en una colina de considerable elevación que domina Montmartre y toda la ciudad.

Tiene una esbelta y bella estructura de estilo romano-bizantino.

suss cimientos descansan sobre 83 bases de mampos­tería enterradas en hoyos de 38 metros de profundidad.

La cripta mide 100 metros aproximadamente. Consta de varias capillas y de dos naves laterales separadas por una doble escalera que las comunica con el piso superior. En la fachada de este templo hay notables bajo-relieves. Recordamos entre éstos La Samaritana, bello trabajo del artista Houdain. En el interior son dignos de mencionarse los mosaicos que represen­tan a Juana de Arco y a San Luis, y una magnífica estatua del Cardenal Guibert. También debemos aludir a "La Saboyarda," campana así llamada que pesa la bicoca de 18,835 kilos. Se asciende hasta la base de este suntuoso Templo por medio de carritos movidos por fuerza hidráulica, habiendo también gra­derías de piedra para subir a pie.

Ascendimos a la Torre Eiffel por elevadores eléctricos. Esta torre tiene 300 metros de altura y es, corno se sabe, la más alta del Mundo, sirviendo entre otras cosas, para una esta­ción de inalámbrico, que es la más potente del Globo; es una audacia del genio latino, es un asta gigantesca en la que nues­tra imaginación ve flamear las luminosas banderas del pensa­miento y que sirve como de guía a la Humanidad en su pere­grinación hacia la Ciencia. Es esta torre una creación del eminente Ingeniero francés Eiffel, quien tardó en construirla

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desde 1887 hasta 1889, en que fué exhibida como una de las mayores curiosidades de la célebre exposición que aquel año tuvo lugar en París. En el tercer piso, que está ya a 276 metros del suelo, hay un hermoso salón guarnecido de vidrios que puede contener hasta 800 personas. El número de escalones es de 1,792. * * *

El panorama que se presenta, para quien contempla París desde lo alto de esta torre, es naturalmente magnífico. El Sena dibuja su ancha cinta de plata que va serpenteando como si tratara de jugar con la ciudad. Se dirige de Este a Oeste ale­jándose a través del Bosque de Bolonia.

Infinidad de puentes, entre los que descuella el de Alejan­dro III, que es el más grande y más hermoso de París, cruzan el río; y sobre sus aguas se deslizan continuamente centenares de pequeños barcos (que se mueven con la inquietud y rapidez de esos peces de colores que contemplamos a veces en los estan­ques públicos) que desaparecen bajo las arcadas de los puentes para reaparecer inmediatamente al otro lado, siempre inquietos, siempre afanosos, siempre pintorescos.

Se contempla también desde aquí el famoso Arco del Triunfo bajo el cual está la tumba del soldado desconocido, ese justo homenaje que la Francia rinde a los héroes anónimos que murieron por la Patria en los angustiosos días de la inva­sión alemana. Este punto se conoce también con el nombre de “L´Etoile," (La Estrella) porque las varias calles que aquí convergen sugieren la idea de una estrella. Se divisan también el Bosque de Vincennes, el Cuartel de los Inválidos, en donde está la tumba de Napoleón 1; el pequeño Palacio, "Les Chames Elysées," la Plaza de la Concordia, Las Tunerías, el Palacio Real, "Notre Dame de Paris," La Opera, San Sulpicio, el Pan­teón y La Magdalena con su bella columnata de orden corintio, que le da cierto parecido al Templo de Minerva de nuestra querida Guatemala.    * * *

El Bosque de Bolonia (le Bois de Boulogne), que también se percibe desde la Torre de Eiffel, es uno de los paseos más encantadores del Mundo. Una concurrencia en donde están representadas todas las clases sociales asiste diariamente a él, sobre todo los Domingos. Allí se puede ver tanto al potentado que exhibe la elegancia de un tronco de caballos tirando de un magnífico "landau," como la apacible y modesta alegría del

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 trabajador que llega a respirar aire puro y reponer las gastadas energías. También entre aquella abigarrada muchedumbre es frecuente ver al artista soñador buscando, a la sombra de sus lindos bosquecillos, la inspiración que engendra de vez en cuando esas obras maestras que asombran al Mundo. Ahí vimos en otra ocasión al célebre pintor quezalteco Humberto Garavito.

Después de haber tomado nuestras primeras impresiones desde lo alto de la Torre de Eiffel continuamos, en los días posteriores, recorriendo hasta donde es posible, lo mucho que París tiene de atrayente para el turista, con el detenimiento que nuestro itinerario de viaje permitía.

Fué en uno de estos días, una tarde apacible que, reco­rriendo a pie las orillas del Sena, nos acercamos a un puesto de venta de libros viejos, algunos de cuyos títulos nos habían llamado la atención. Pudimos darnos cuenta entonces de que, así como aquel puesto, habían otros muchos a lo largo del río. Entre aquellos libros viejos de pastas desteñidas, podían leerse nombres célebres en la literatura y la ciencia, y títulos de obras famosas.

Sin quererlo, vino a nuestra mente el cuadro de los hogares perdidos en donde aquellos libros fueron cosa familiar; pen­samos en las manos femeninas que acariciarían aquellas hojas ahora amarillentas y apolilladas; y pensamos que aquellos vie­jecitos dueños de esas pequeñas librerías son como soldados inválidos de la lucha por la vida, cuyo papel se reduce a vivir vendiendo esas páginas llenas de pensamientos, como si dijé­ramos distribuyendo luz.

París es unana ciudad incomparable, no sólo por sí misma, sino por sus alrededores. La Naturaleza se ha mostrado pró­diga con ella y la mano del hombre la ha llenado por doquiera de obras monumentales. Pero no es solamente el aspecto artís­tico o científico el que la hace atrayente. Es cierto sentimiento de confianza que aquí se experimenta, es como si el ambiente rebosase de hospitalidad; sentimos como si entrásemos a nuestra propia casa, como si las personas, las cosas, los objetos nos fueran familiares de antemano.

Las anchas calles y boulevards, las alamedas de verdes árboles, las casas que se dijera tienen un alma, el alma fran­cesa siempre joven, jovial y amable: Todo es aquí simpático. atrayente, lleno de un encanto cuyo secreto sólo tiene París. Por las calles pletóricas de animación a toda hora del día y de la noche, pasan interminablemente, carruajes, automóviles,

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"busses," etc., llenos de gente. Sin embargo, el aspecto de todo esto no es el de la afanosa lucha por la existencia propio de otras capitales. Las caras alegres, las voces animadas, los colo­res abigarrados dan más bien el aire del placer que el del trabajo. Pareciera que todo el mundo marcha a divertirse.

Una vez que andábamos de paseo, entramos al "Boulevard du Temple." Aquí la grandeza de París comienza a aparecer. Pasamos por diversos teatros: “L´Olympique," "Le Lyrique," "La Gaieté" y "Les Folies." Por todas partes se ven elegantes cafés, restaurants suntuosos, grandes establecimientos de co­mercio. La muchedumbre adquiere otro aspecto. Es el aspecto genuinamente parisiense. Nuestro auto se ve obligado a detenerse a cada momento para esperar que la larga línea de vehí­culos que le precede se ponga en movimiento.

Logramos penetrar al "Boulevard de San Martin." Es otro paso en la vía de la elegancia y la grandeza. Las vitrinas son más deslumbrantes, los restaurantes más soberbios, los cafés más refinados. Los balcones y las terrazas, los frontispicios de los teatros, se suceden unos a otros en una interminable cadena de esplendor y de buen gusto.

El "Boulevard de Saint Denis" sigue al de "Saint Martín;" después el de "Borne Nouvelle," luego el de "Poissonniére." En éste el espectáculo crece en riqueza y esplendor. Por fin entramos al "Boulevard Mont Martre" al cual siguen los "des Italiens," "Capucines" y Madeleine." Este es el verdadero corazón de París. La meta soñada por millares de espíritus inquietos en todos los países del Globo. El teatro de los grandes triunfadores, el escenario de las grandes pasiones que atrae con fuerza prodigiosa al genio, al oro y al vicio de los lugares más apartados de la Tierra. Aquí el esplendor llega a la suprema altura. Aquí las calles parecen plazas, las aceras parecen calles, las tiendas semejan museos, los cafés se con­vierten en teatros, la vida en fiebre. Vitrinas, avisos, puertas y fachadas se dijera que están envueltos en fulgores de oro. Es un derroche de magnificencia que toca los límites de la locura. Las gigantescas láminas de cristal, los innumerables espejos, los brillantes adornos de maderas pulidas que cubren parte de los edificios lo reflejan todo, lo multiplican todo. Los ojos no encuentran un sitio donde reposar. A cada lado a donde la vista se dirige se encuentra uno con nombres célebres en los anales de la moda y del placer. Aun los dependientes de comercio parecen afectar cierta dignidad de grandes señores como si sólo esperasen clientes millonarios; y hasta los mucha‑

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chos vendedores de periódicos asumen también cierto aire que los distingue de los de otras localidades. Parece que todos están conscientes de la superioridad del lugar y se propusieran dar también su pincelada al cuadro soberbio de estos boulevards.

Durante los bellos y fugaces días de nuestra permanencia en París estuvimos en muchísimos teatros. Mencionaremos con especialidad la Comedia Francesa, donde los artistas hablan el francés más puro y más fino, por lo que se recomienda mucho a los extranjeros. En el interior, en lo alto y a lo largo de la herradura de palcos, están los nombres de todos los grandes hombres que han dado sus obras para ser representadas aquí.

El brillo social que hay en este teatro en las noches de representación, excede a toda descripción. La carne blanca y mórbida se muestra opulenta en los hombros y brazos de las bellas mujeres. Las luces se quiebran en las pupilas femeni­nas y se multiplican en los espejos y brillantes ornamentos. Todo en el ambiente es un desborde de voluptuosidad, lujo y elegancia. Hay sitios para todas las clases sociales, pues se venden billetes de entrada de 10 diferentes precios.

"La Comedia Francesa" cuenta con más de un siglo de existencia. Se inauguró el 26 de Agosto de 1787, poniéndose en escena "Fedra" de Racine; es el guardajoyas del Arte Clá­sico en todos sus géneros. Su edificio se alza en la plaza de su mismo nombre en la que desemboca la Avenida de la Opera.

A la entrada existen bustos de mármol que representan a Moliére, Racine, Víctor Hugo, Cornelle y otros grandes autores.

Entre otras obras, vimos representar aquí: "Severo Torelli" de Francisco Copee, "Chantecler" de Ed. Rostand y "Les Bouffons" de Zamacois, así como "Aimer" de Paul Geraldy.

A la salida, en uno de los ángulos del exterior de dicho teatro, vimos la estatua de aquel gran triste que se llamó Alfredo de Musset y leímos, ahí grabados, aquellos delicados y profundos versos salidos de su numen, que dicen:

"Rien ne nous rend si grands qu'une grande douleur."

"Les plus désespérés sont les chants les plus beaux,"

"Et j'en sais d'immortels qui sont de purs sanglots."

El Odeón es otro célebre teatro nacional. En él se inician los autores que ya gozan de reputación artística, en lo que se

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puede llamar el arte alto, pues de aquí, si tienen éxito, pasan a la Comedia Francesa. Aquí también hay profusión de estatuas y bustos de mármol y terracota representando autores célebres. Entre estos bustos recordamos el de Alejandro Dumas, hijo, que guarda notable parecido con el periodista guatemalteco Federico Hernández de León. Inmediato a este teatro queda el Jardín de Luxemburgo.

De otros lugares en donde se rinde culto al arte del tablado, mencionaremos el teatro "Sara Bernhardt," donde vimos traba­jar a esta famosa e inmortal artista dramática, el "Chames Elysées," el "Chatelet" y "La Gaieté Lyrique."

Recuerdo imperecedero tenemos de La Opera de París, el mejor teatro del Mundo. La fachada principal se divide en tres pisos y preceden al vestíbulo siete arcadas. De éstas, las dos últimas constituyen las entradas principales hallándose adornadas por grandes y magníficos grupos escultóricos. En los pilares de las galerías interiores hay estatuas que represen­tan la Música, la Poesía, el Idilio, la Declamación, el Canto, la Danza y el Drama.

Asistimos aquí a las representaciones de: "La Gioconda," "Rigoletto," "Los Hugonotes," "Carmen" y otras.

La sala de la Opera es maravillosa; tiene cinco pisos de palcos decorados en rojo. Los demás adornos son dorados, y en el cuarto piso existen numerosas figuras alegóricas. El esce­nario, que mide 55 metros de anchura, comunica con el llamado "foyer de la Danza" en cuyo fondo existe un espejo de 10 metros de altura. El "foyer" para el público es también her­mosísimo. Lo decoran espejos, cariátides y pinturas del artista Baudry.

Igualmente es notable la gran escalera de honor cuyas gradas de mármol blanco terminan a sus lados en una balaus­trada de negro ónice de Argelia. En las columnas monolíticas de mármol que suben hasta el piso tercero, existen miradores desde donde se puede ver el conjunto del público, que es ver­daderamente encantador en las grandes noches de función.

Son muy comentados entre los turistas los teatros, cafés y y cabarets de "Mont Martre," entre los cuales se distinguen el "Moulin Rouge," el "Moulin Blue," "Folie Bergére," "Le

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Ciel," 'L´Enfer," "Le Chat Noir,"

 etc., etc.; lugares en donde el oro del Mundo afluye para convertirse en combustible de las hogueras del placer.  * * *

Nos dimos la profunda satisfacción de visitar la Universidad de París, donde algunos de nuestros compatriotas hacen sus estudios. Es un espectáculo interesante y agradable ver afluir por todas partes los millares de alumnos y alumnas que semejan parvadas de pájaros traviesos con rumbo al luminoso centro cultural que ha dado al Mundo genios y benefactores de la talla de Pasteur, Poncet, Berthelat, Covillard, los esposos Curie, cte. Los estudiantes están unidos y organizados, consti­tuyendo una poderosa asociación. En "La Sorbonne" hay una sección destinada a un "Course de Civilisation Franqaise" par­ticularmente destinada al perfeccionamiento del idioma y que dura cuatro meses y el cual comprende: Historia de Francia, Historia Antigua, Media y Moderna, Historia del Arte, el Tra­bajo en Francia, Geografía, Literatura, etc.

En dicho curso reciben instrucción más de 500 alumnos de ambos sexos y de diferentes nacionalidades. Estos alumnos se hayan constituidos en agrupación con fines sociales y de cultura. Tienen sus reuniones en donde se toma el té, se baila y se canta, aparte de otros ejercicios que son con fines puramente culturales.

Los profesores y alumnos conciertan sus visitas a los mu­seos y lugares históricos de París a fin de hacer más efectivo el aprendizaje; y es curioso cuando uno se ve por casualidad entre los grupos de estudiantes llegados de distintos y lejanos países, escuchar el francés pronunciado con los diferentes acen­tos de cada país.

Con motivo del homenaje a Mme. Curie en el 25o. aniver­sario del descubrimiento del radium, asistimos a la Universidad de París a presenciar los actos que en su honor tuvieron lugar en el Salón Principal. Nuevos experimentos con aplicación del radium se hicieron ante numeroso y selecto público entre el cual estaba el Cuerpo Diplomático y Consular, los miem­bros del Gabinete, altos empleados del Gobierno, etc. Fué ésta, otra de las ocasiones en que vimos de cerca a Monsieur Alexan­dre Millerand, Presidente de la República Francesa.

El Obispo Dr. Don José Piñol y Batres.(foto)

Un domingo, después de asistir a misa a "Notre Dame de Paris," bajo cuyas naves pudimos ver congregadas no sólo a la gente más aristocrática de París, sino también gentes de las

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otras clases sociales entre quienes habían muchos militares de alta graduación, uniformados, tuvimos el honor de estrechar la mano de un compatriota eminente por sus virtudes y su talento, el ilustre prelado Doctor Don José Piñol y Batres, Obispo Titular de Fasselli, que estaba próximo a partir al Uruguay.

 Fué una de las más gratas impresiones de nuestra estancia en Europa, pues nosotros que apreciamos el talento en donde quie­ra que se encuentre, lo apreciamos más aún cuando está cobijado por las alas de la Virtud. El Doctor Piñol y Batres es un representativo, no sólo del Clero Centroamericano, sino de la Iglesia Católica en general. Sus dotes de orador sagrado le han conquistado un puesto que nadie le disputa en Centro-América. En aquellos días residía en París, en donde su bri­llante talento y sus excepcionales condiciones de cultura y de corazón le habían abierto el campo que él se abre en todas partes a donde llega. Toda la Colonia Centroamericana resi­dente en la capital nos habló de él con cariño, admiración y orgullo.

Profundamente gozamos en departir con él y en aspirar esa especie de atmósfera de cordialidad que sus exquisitas maneras establecen al rededor de su persona. El acogió con benevolencia nuestro proyecto de viaje a Roma y a Jerusalén. Todavía guardamos en nuestro carnet de viaje su autógrafa que dice: "José Piñol. Parroquia de San Francisco, Montevideo." *        *          *

Supimos que, entre los estudiantes guatemaltecos, los más distinguidos en la Universidad son los jóvenes Enríquez O., Cofiño, Herrarte y Cardona. Dejamos constancia del hecho singular de que el Bachiller José Enríquez O., en un con­curso en el cual tomaron parte más de 300 alumnos y en que los trabajos fueron por escrito, obtuvo el primer premio, alta distinción que le valió el nombramiento de externo de uno de los hospitales más importantes de París. Estos triunfos le auguran un brillante porvenir y le dan la certeza de un magní­fico éxito en su futura carrera profesional.

Cabe aquí mencionar que nuestros compatriotas los herma­nos Arroyo, Federico C. Murga, Médico y Cirujano de la Facul­tad de París, teniendo la autorización correspondiente para ejercer también en Francia; Luis Valdez Blanco y Julio Van der Henst, todos Dentistas, ejercen su profesión con buen éxito en París, teniendo una distinguida y numerosa clientela. Entre otras causas, influye en esta preferencia, la circunstancia

-56-_57_ Foto del Doctor Jose Piñol y Batres, Obispo Titular de Fasselli.

de haber hecho sus estudios en los Estados Unidos. Igualmen­te ejercieron aquí su profesión de Médicos y Cirujanos los Doctores Guatemaltecos Julián Rosal, Rodolfo Robles y Arturo Gálvez P., quienes lograron dejar buenos prestigios científicos en este campo tan difícil de dominar.

Quiso el destino que en "La Ciudad Luz" tuviésemos la dicha de pasar muy agradables horas en compañía de otro dis­tinguido compatriota nuestro, el Licenciado don Federico Castañeda Godoy. Anhelos de profundizar sus conocimientos lo trajeron a las playas francesas. Su espíritu investigador y ávido de ciencia se sintió atraído hacia la capital intelectual del Mundo, con esa fuerza misteriosa que ejerce París sobre los espíritus, análoga a la atracción que ejerce el Sol sobre los planetas.

Vino a esta ciudad hecha de luz, sonrisas y alegrías, y su mentalidad fuerte, ágil y preparada, asimiló con rapidez no sólo las conquistas científicas, sino también todos los deta­lles de la cultura que se respira en este prodigioso ambiente.

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El Licenciado Castañeda Godoy, además de haber sido catedrático de la Facultad de Derecho de Guatemala, que tantos hombres ilustres ha dado a Centro América, ocupó en época reciente, por voto de la Asamblea Nacional Legislativa, la Presidencia de la Corte Suprema de Justicia, o sea la cúspide del Poder Judicial que, dentro del orden constitucional, es en el Itsmo Centroamericano el puesto más elevado de un gobierno.

La Tesis que presentó al optar el título de Abogado, es un estudio de grandes trascendencias sociológicas. Muy poco después de recibir la investidura universitaria fue nombrado profesor de la Escuela de Derecho, como ya dijimos. Esta cátedra la sirvió por muchos años con brillante éxito y con satisfacción tanto de la Facultad como de sus numerosos alumnos.

Personalmente, el Licenciado Castañeda Godoy es uno de los hombres más simpáticos que hemos encontrado en nuestra vida. La primera impresión, es la de que se encuentra uno en presencia del dictador de Italia, del férreo Mussolini. Su frente y su mirada tienen indudablemente un notable parecido con las del estadista italiano; pero, apenas se inicia su conver­sación, aquella impresión de dureza se desvanece y sólo queda ante nosotros el hombre amable y festivo, en cuya alma florecen los rosales de la sinceridad. Así se destaca la figura de este hombre completo.

Versalles.

Versalles es un lugar tan lleno de reminiscencias histó­ricas y tradiciones artísticas, que decidimos hacerle una visita especial.

En la estación de "Montparnesse" tomamos el tren eléctrico que, después de una hora de camino por entre las casas y los jardines que bordean las colinas, nos dejó en la estación de Versalles.

Es necesario haber estado personalmente en esta ciudad, haber visto de cerca sus palacios, sus jardines, sus monumentos, para darse cuenta de su importancia y del puesto prominente que ocupa en la historia artística y política de Francia. Cuando el visitante penetra a los magníficos jardines del Palacio Real, siente la impresión de hallarse transportado a los viejos y gloriosos días del "Rey Sol." Se dijera que todos los objetos han permanecido inmóviles y que uno va a ver cruzar súbita­mente "al Vizconde rubio de los desafíos" o "al Abate joven de los madrigales."

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Desde la soberbia fuente en que el carro de Apolo y los Caballos del Sol se alzan sobre las aguas, las amplias avenidas se proyectan ante nuestras miradas. Los ojos contemplan exta­siados las largas hileras de estatuas y logran percibir entre la urdimbre de los árboles las altivas líneas del Palacio.

Se pueden distinguir perfectamente las ventanas de la "Galería de los Espejos." En esta galería, cuyo nombre reso­nará en los siglos, se firmó el 28 de Junio de 1919 el "Tratado de Versalles," después de largas deliberaciones entre los repre­sentantes de las potencias victoriosas y la vencida Alemania. El centro del Palacio, en donde estaban los apartamentos reales, es una masa de arquitectura de sólido aspecto, suavizada por columnas y esculturas de liviano porte.

Este es el lugar donde están concentrados los más gloriosos recuerdos de Luis XIV. Aquí se advierte de una sola ojeada toda la esplendidez de aquellos días en que fué Versalles la residencia regia y el teatro de intrigas palaciegas y escándalos galantes. .

Una doble atracción histórica y artística da a este Palacio un raro prestigio que sería único, si no existiera ese otro monumento de gloriosos recuerdos que se llama el Vaticano, donde existen obras maestras, creaciones del genio latino.

Fué un gesto de orgullo el que empujó a Luis XIV a edificar Versalles cuando se hallaba en el pináculo de su poder. La mayor gloria de este rey reside en la perfección y el flore­cimiento alcanzados por la Literatura y el Arte durante su reinado; y nadie duda que la creación de Versalles contribuyó grandemente al desenvolvimiento maravilloso que en Francia tuvieron en aquella época las manifestaciones artísticas. Data de entonces la promoción de Francia como directora y maestra del buen gusto en todos los órdenes.

Se llega por la puerta principal a la "Place d'Armes" en donde convergen la Avenida de París, la Avenida de "Saint Cloud" y la Avenida de "Sceaux."

Desde la entrada se ven por donde quiera la Lira y el Sol, los emblemas que hizo suyos Luis XIV.

Las figuras de piedra que flanquean el camino son obra de los artistas Marsy y Girardon y representan la Victoria teniendo en alto una corona. Al pie de una de ellas está el Aguila del Imperio y al pie de otra, el León de España, sím­bolos de victorias ganadas por Luis XIV.

En cada lado del Gran Patio, que primitivamente se llamó el Patio, hay grandes edificios de piedra y ladrillo en donde

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estuvieron las oficinas de los Secretarios del Estado. Aquí se ven también numerosas estatuas de grandes hombres de Francia.

 Detrás de la estatua ecuestre de Luis XIV hay una corta escalinata que conduce a un pequeño patio de mármol. El efecto de las decoraciones, es aquí encantador. Con el alegre color del ladrillo se mezclan la esplendidez de los mármoles blancos y los ornamentos de hierro dorado.

Una visita a Versalles no es asunto de pocas horas ni puede hacerse sin relativa fatiga. ¡Hay tanto que ver y que admirar! Aun aquellas personas que sólo desean una ligera inspección del lugar, necesitan dedicar un día al Palacio y otro al Gran Trianon y al Pequeño Trianon.

El Palacio está abierto diariamente, excepto los lunes. El público llena aquellos lugares todos los días y preferentemente ente los domingos cuando "les grandes eaux" están en movimiento, lo que da al lugar uno de sus más hermosos atractivos. Impo­sible es hacer una descripción de tanta suntuosidad dentro de los límites de un capítulo. Nos concretamos a mencionar, entre los muchos departamentos llenos de maravillas, las Galerías de la Escultura, el Salón de Hércules, el Salón de la Abundancia, el Salón de Venus, el Salón de la Guerra, la galería de los Espejos, de que ya hablamos y en donde todas las tardes el Sol se quiebra en mil reflejos fabulosos, de un efecto sorpren­dente; la Cámara del Rey, en la cual murió Luis XIV; la Cámara de la Reina y los Apartamentos de Mme. Maintenon, que fueron amueblados con un lujo asiático por el Rey de Francia para la mujer que vino a ser su segunda esposa en 1685.

Con la imaginación excitada por la contemplación de tanta magnificencia, regresamos a París. Mientras el tranvía avan­zaba, nosotros evocábamos la visión dulce y melancólica de María Antonieta, la desgraciada reina que hizo de Versalles su retiro favorito y que perdió la cabeza bajo el hacha de la guillotina.

FontainebIeau.

Desde niños hemos sido entusiastas admiradores del "Capi­tán del Siglo." Natural era, pues, que quisiéramos visitar el lugar que él convirtió en una de sus predilectas residencias campestres y que está por doquiera saturado de sus recuerdos. Uno de esos "autobuses" que tanto se han popularizado y que llegan a dar cabida a 100 pasajeros, nos condujo a Fontaine­bleau, que está situado en medio de una floresta y es, quizá, el más bello sitio de recreo de los alrededores de la capital

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francesa. Esta linda ciudad (Fontainebleau) ha sido el teatro de la abdicación de un Papa y de un Emperador y fué uno de los lugares favoritos de los Reyes franceses, tan aficionados a la caza en todos los tiempos. Es en la actualidad lugar de veraneo, frecuentado por la aristocracia de París y por turistas adinerados de todas partes del Mundo.
Tiene excelente teatro, una Escuela de Artillería, buenos hoteles y biblioteca pública. Entre sus monumentos se cuenta el Palacio Municipal, el Monumento al Presidente Carnot, con­sistente en una pirámide adornada con su busto.

Descuella entre todo lo hermoso que hay aquí, el Palacio o Castillo de Fontainebleau construido en tiempo de Francisco I.

Aquí nació Luis XIII y en el reinado de Luis XV, vivieron sucesivamente sus favoritas la Pompadour y la Du Barry. Fué también, como ya dijimos, residencia de Napoleón I, quien adoptó ahí las abejas como símbolo del trabajo. Todavía se observan en este soberbio Palacio abejas de oro bordadas en las capas de rojo y blanco pertenecientes al Emperador. Tam­bién las hay pintadas en la tapicería de algunas habitaciones que en tal Castillo ocupó aquel celebérrimo personaje. El Cas­tillo, aunque construído en diferentes épocas, guarda, en su con­junto, un pronunciado estilo del Renacimiento. El patio que se extiende delante del edificio se llama del "Cheval Blanc" por la reproducción de una estatua ecuestre de Marco Aurelio. Se le conoce también con el nombre de "Cour des Adieux" por haberse despedido aquí de su guardia Napoleón I en 1814, cuando se disponía a partir a la Isla de Elba.

El espléndido "Salón Luis XIII" en donde, como mencio­namos ya, nació este Rey, es uno de los apartamentos más soberbiamente decorados y encierra el espejo de Venecia más antiguo que se conoce y un joyero de marfil que perteneció a la Reina Ana de Austria.

De Fontainebleau nos dirijimos—haciendo uso de la vía férrea—al Departamento de la Alta Saboya, donde hay muchí­simas montañas de pino y ciprés.

Alta Saboya.

Annecy.—Esta capital (en Francia se dice capital en vez de cabecera departamental) es una ciudad cuya belleza corre a la par de la pujanza de sus industrias. Sedas, encajes, teji­dos de diversas clases se distribuyen desde esta pequeña ciudad a gran parte del Mundo. Tiene un liceo y un seminario y es residencia del Obispo y del Prefecto del Departamento.

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Nos llamaron la atención algunos de sus monumentos, y apun­tamos en nuestro carnet de viaje la Catedral que data del año 1525, la Iglesia de San Mauricio, el autiguo Castillo de la Familia Annecy, señores feudales de la región en época ya lejana; y el Ayuntamiento, pesado edificio que contiene un museo de antigüedades y una de las más ricas bibliotecas de Francia. Esta preciosa ciudad se encuentra junto al Lago de Annecy, sobre cuyas aguas de un azul purísimo van y vienen numerosas naves conduciendo pasajeros a los pequeños puertos que circundan sus orillas.

Hay en este lago cierto encanto especial que despierta re­miniscencias de los bellos lagos italianos; y contrasta grande­mente el fresco y apacible aspecto de estas riberas llenas de flores en donde las rosas esparcen su perfume, con la gravedad adusta de los castillos que asoman en las alturas como recuer­dos sombríos de la época feudal.

De Annecy pasamos a Tónnes en un pequeño decauville. Tónnes es un pueblo escondido como el nido de un águila sobre escarpadas montañas. Son admirables sus valles y ria­chuelos de aguas excesivamente frías y de una encantadora transparencia.

Es uno de los principales centros del alpinismo, que con­siste en hacer excursiones a los más elevados picos de las montañas. En este pintoresco contorno nos llamaron la aten­ción los aserraderos movidos por fuerza hidráulica como muchos que hemos visto en Centro-América, así como muchísimos árbo­les frutales que constituyen parte de los medios de vida del lugar.

Después de haber estado varios días en Tónnes, donde tanto disfrutamos del saludable y emocionante alpinismo, nos dirigimos a Chamonix...

Chamonix.

Viniendo de Tónnes, llegamos a Chamonix siempre en "autobusses," obligado medio de locomoción en estas alturas a donde ya no llegan las vías férreas (en la zona que nosotros recorrimos).

En esta trayectoria, en la cual veníamos acompañados de turistas ingleses y americanos, hicimos una pequeña estación en un hotel situado en "Les Aravis," que es la parte más alta de los Alpes en esta región.

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Chamonix es también punto de tránsito para los alpinistas que se dirigen a la cima de "Mont Blanc."

Es una pequeña, pero linda población situada al pié de los ventisqueros del célebre pico alpino. Está a más de mil metros sobre el nivel del mar y ya puede suponerse lo frío del clima. La fabricación de relojes es la principal industria de sus habitantes.

Es antiquísima, pues desde en tiempo de los romanos era conocida con el nombre latino de "Campus Munitus;" y cons­tituye un coneurridísimo centro de excursionistas, no sólo de Francia, Italia y Suiza, sino de los más apartados lugares de la Tierra.

Contemplada desde "Mont Blanc," presenta esta ciudad el aspecto de un pañuelo a grandes cuadros.

Esta población se encuentra también dividida en dos partes por un río formado por la licuación de las nieves que descien­den del Monte Blanco.

De Chamonix continuamos ascendiendo hacia "Mont Blanc."

"Mont Blanc."

Una de las impresiones más bellas de que hemos gozado en nuestra vida la obtuvimos en la cima del "Mont Blanc," el pico más elevado de los Alpes y de toda la Europa. Es la parte culminante de una serie de montañas que, arrancando del Departamento de la Alta Saboga, se extiende hasta llegar al cantón Suizo de Valais.

La cadena principal asciende formando numerosos picos. entre el Valle de Chamonix y los de Ferret y Allée.

El propiamente llamado "Mont Blanc" hállase en la parte Sur de la cadena en cuestión. La ascensión hasta este pico maravilloso, cubierto siempre de nieve, es relativamente fácil utilizándose el ferrocarril eléctrico de cremallera, que parte de la pintoresca ciudad de Chamonix.

Existe en este monte un observatorio a 4,810 metros de altura sobre el nivel del mar.

El campo de visión que se abarca desde esta cima prodi­giosa alcanza 200,000 kilómetros cuadrados.

Ningún lugar, de los que visitamos en Francia, causó en nuestro ánimo la impresión de "Moret Blanc." Podrá haber paisajes de más vivo interés desde puntos de vista artísticos o históricos ; pero ninguno que produzca en el espíritu la honda sensación de paz, la sublime impresión que aquellas inmensas sábanas de nieve causan en el alma. En otras alturas, las nie

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ves se deshacen con las primeras rachas tibias de la Primavera o al cálido beso del Verano. Aquí son perpetuas, inmutables, eternamente vírgenes. Un soplo de siglos pasa encima de aque­llas blancas soledades, un soplo de majestad que no se parece a la belleza que encontramos a cada paso en la Naturaleza, Aquella suprema seducción se nos antoja hermana de otra maravilla que nos ha conmovido hondamente: las Cataratas del Niágara.

En verdad, sólo aquel sino que hace vibrar las cuerdas más íntimas de nuestros sentimien­tos, arrebatándonos hacia las regiones ultraterrestres, donde impera lo sublime. espectáculo puede rivalizar en belleza al de la infinita, la inexpresable sublimidad de "Mont Blanc."

Abundan sobre la nieve los amigos del sport. Damas y caballeros, armados de sus "skates" y "skis" van y vienen sobre las colinas y sobre las llanuras—blancas todas—como ban­dadas de palomas. Regularmente se visten de lana muy blan­ca, de ropa muy clara como para aumentar la uniformidad de color en aquellas heladas regiones. Los trineos se ven a cada paso. Los perros lanudos, blancos también, ponen su nota de alegría y animación y dan su característica al agradable tráfico sobre el hielo y la nieve.

En la parte alta, más arriba del punto que domina la esta­ción del ferrocarril de cremallera, existe el bellísimo panora­ma de "el mar de hielo," inmensa llanura siempre cubierta de bloques verdes y azules que, al calor del sol, producen agua que, en su caída, forma poéticas cascadas entre el propio hielo. El continuo gotear de los ventisqueros semeja melodiosas sonori­dades.

Regresando de esta sección de aquel soñado "Mont Blanc," al salir de uno de los túneles, mientras esperábamos (para hacer cambio) otro tren que ascendía, cortamos riquísimas aunque diminutas "fresas de los bosques" que son allá tan aromáticas.

¡Ah, la infinita poesía que hay perpetuamente en estas be­llísimas cimas blancas!: se diría que ellas representan millares de novias que van al Templo, todas adornadas de azahares y de blancas flores, a santificar su Amor, a unirse para siempre al sér amado. Tal vez esta sea la antesala de la gloria o el escenario de todos los milagros ...

Printed in the United States of America.

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