viernes, 12 de agosto de 2022

CUBA (3) -“POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Ahora volvamos al "Spaardam" con la seguridad que el espíritu de José Martí, cuyos dos agudos de su nombre y apellido, fuertes, hermosos los dos, casi comprenden nuestras cinco vocales, que son las que valen por sí solas—la única que le falta es la última y débil—parecen condensar la entereza y personificar el talento mismo, ha privado y priva aún en la cultura científica, en la prensa, en las Bellas Artes, en El Ateneo de la Habana y demás centros intelectuales representativos de Cuba consciente, pues el que fué Cónsul de tres repúblicas sudamericanas en los Estados Unidos, siendo cubano, dió más luz que el propio Faro de la Habana que lleva sus claridades muchos kilómetros dentro del Océano y cuya luminaria es la llama que parece elevarse de la tumba del patriota pensador.

 Del repetido barco bajaron bastantes emigrantes europeos que ya tenían en tierra la categoría de inmigrantes cubanos; desembarcaron muchas de las mercaderías traídas del Viejo Mundo, especialmente hierro y acero procedentes de Holanda e Inglaterra, cognac francés y productos españoles. El resto de las bodegas "spaardianas" estaba consignado a México y Estados Unidos.

 Ya es de suponerse que el exquisito olor de los sabrosos puros habanos—colorado, breva, obscuro, colorado-obscuro, trenza, etc.,—hacía gozar a bordo a los conocedores, pero

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 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

 más todavía a los buenos fumadores que hicieron su Agosto desde que el barco atracó aperándose de material escogido. Los sugestivos nombres de las diferentes marcas ideadas y patentadas por sus propietarios iban de boca en boca al ofrecer galantemente los cigarros y pitillos, como también dicen a los cigarrillos. ¡Ah, los satisfechos fumadores! Sentados en sus sillas de extensión y viendo para la Habana que los surtía, producían tanto humo blanco al fumar que parecían estar ha­ciendo apuestas con las chimeneas de los barcos surtos en el puerto, lo cual ya es mucho decir.

 Como en la penumbra y allá a lo lejos, divisamos la silueta de las palmas reales y de los cocoteros que crecen silvestres como las malvas y que batían sus arqueadas hojas como diciendo i hasta luego! y al buen rato las negras alas de la noche se habían extendido para cubrir el espacio; entonces el "Spaar­dam," al compás del sordo ruido de su maquinaria y de sus gruesas y pesadas cadenas (que tal vez se parecen a las de la conquista), levaba sus anclas para zarpar y seguir adelante.

 La fuerza del vapor de agua envolvía en los férreos cilin­dros los eslabones de acero que arrancaban en su ascensión las áncoras incrustadas en las entrañas del mar, como garras de águila altiva en los filos de las graníticas rocas, y que habían servido de punto de apoyo al coloso que ya bien pronto se ale­jaría. Los eslabones que salían de último y las escuadras de las anclas subían granos de arena y añicos de conchas que brillaban y que venían desde el fondo de la bahía; las gotas de agua, que a veces formaban chorritos intermitentes, se des­prendían de las cadenas a medida que salían de la superficie para luego caer cumpliendo la ley de gravedad ; se escurrían sobre las inclinadas planchas del barco o salpicaban sus paredes a su caída y, éste flotaba indiferente o más bien aparentando un gesto interrogativo de ¿qué importa una gota más sobre el Océano? La sencillez de tal cuadro, visto con el auxilio del alumbrado de proa, se aproximaba un poco a las estalactitas y estalacmitas de ciertas cavernas rocosas y heladas, diametral­mente opuestas a La Habana.

 La electricidad, fuente prodigiosa de luz y fuerza, iluminaba la ciudad, que se reflejaba en la bahía como ante un tremol vene­ciano ilimitado: los más encendidos colores y sus caprichosas combinaciones llegaban a nuestra retina con su doble mágica vi­sión: la real, la verdadera proyectada en tierra y la copia que la misma luz y el agua al unirse estampaban.

 Las hélices comenzaban sus revoluciones dando impulso al

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 barco que trepidaba y pitaba haciendo sus maniobras para em­prender la marcha nuevamente. Al tener la popa en dirección contraria a la salida de la rada ideal y al Océano, zarpó el "Spaardam" navegando lentamente como si procurara no inte­rrumpir los ensueños y el sueño de los pasajeros que en ese instante escuchaban, quizá, la popular canción "¡ Cuando salí de la Habana, válgame Dios!" ...

 Así teníamos la feliz ocasión de venir viendo a la izquierda el bellísimo panorama de la Habana de noche; luces y más luces brillaban con todo su esplendor simultáneamente al bor­dear la bahía; estas aumentaban a medida que salíamos del canal como las constelaciones: aparecían y se multiplicaban como queriendo apagar las estrellas que desde el cielo radia­ban: el potente faro, que ya señalamos como antorcha del fuego patrio de Martí y que nos recordaba una de las siete maravillas del mundo que conocimos (el Faro de Alejandría), hacía llegar sus plateados rayos intermitentes más adelante de alta mar, donde éstos, imitando a los enamorados locos de pasión, daban besos a la espuma de las olas, besos que más de alguna vez habrá sorprendido la muda indiscreción de la luna curiosa ... La majestad de la luz producida por el hombre a la par de la obsequiada por la Naturaleza, en íntimo consorcio, reflejadas ambas en el agua y contempladas desde la cubierta de un barco que de noche sale de la Habana, toca el alma y la eleva a las regiones siderales. Se siente como que cada persona tuviera dos almas: una que se queda con ella y otra que se desprende y va muy alto, al centro del maravilloso espectáculo para estar únicamente entre claridades, para ver: luces en el cielo, luces en la tierra y luces en el agua. Da un infinito deleite que no tiene comparación: hay que sentirlo, vivirlo para darse cuenta de la delicada sensación que enciende en nuestro espíritu.

 Ya estando en alta mar, el hábil piloto da toda la velocidad a las hélices de nuestra embarcación que con sus mil revolu­ciones por minuto, hacen que la roda decuplique su tarea de hender las aguas del Atlántico: nos alejamos más y más ... ; las luces del puerto, por la distancia y por el movimiento del buque y de las ondas, se ven disminuir y dibujar irregulares formas: la llama del faro que se eleva sobre todas las luces que ya se ven titilar como en el fondo de un valle, lleva nuestro pensamiento a la redondez de la tierra y, al cabo de largo rato ya sólo se distingue una hilera de luces de oro y plata que semejan un rico collar de corales y perlas orientales sobre el pecho alabastrino de la más bella mujer habanera.

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