“POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”
POR J. MOISÉS DELEON LETONA
(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)
IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS
DE
1922 A 1924.”
Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas
Librería del Congreso de los Estados Unidos de América
Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México
Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen
Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.
En el exterior, alrededor del atrio y en forma de herradura, hay una serie de columnas que sostienen una azotea adherida a la iglesia y que ofrece un golpe de vista magnífico.
Fuimos a visitar la colina en que se encuentra la estatua de Garibaldi, el genio militar que, al conjuro de su espada,
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POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS
formó de varias pequeñas nacionalidades una sola, grande y respetable, y que, después de haber visto su obra concluida, se retiró modestamente a cultivar la tierra y a manejar con sus propias manos el arado fecundador.
Como es sabido, Roma ha sido llamada la "Ciudad de las Colinas," nombre bien merecido, pues una corona de ellas, cubierta de edificios, la rodea. Nosotros pudimos contemplarlas todas desde el paraje en que se encuentra la estatua de Garibaldi y desde la Catedral de San Pedro.
Fué una sorpresa agradable la que tuvimos al oír resonar en los aires el ruido de la hélice de un avión romano. Nos volvimos a mirarlo, y entonces pudimos ver que había dejado escrita con letras blancas suspendidas en el espacio, la palabra "ROMA." Sin pensarlo, recorrimos las letras en sentido inverso y leímos la palabra "AMOR;" y se nos ocurrió que aquello era como un símbolo, porque Roma, el corazón religioso del Mundo, está llamada a difundir entre todos los hombres el verdadero amor, que es el predicado hace veinte siglos por el humilde y luminoso galileo que murió en una cruz, por su amor a la Humanidad.
Estas letras se forman con cierto aparato que el piloto lleva y que produce un humo especial, de color blanco, que el avión deja en el espacio, como una estela. En París, New York y otras grandes ciudades ya habíamos visto estas audacias de la aviación, pero aplicadas a fines mercantiles.
Entre las academias romanas, donde hacen sus estudios los artistas extranjeros, se distinguen las de Francia, Inglaterra, España y los Estados Unidos. Esas Academias, que no tienen la riqueza de otros centros docentes, están formadas por una serie de "bungalows" en donde los artistas, libres de las preocupaciones de la lucha por la vida, pues los gobiernos respectivos pagan sus gastos, tienen amplia oportunidad para desarrollar su talento y ofrecer al Mundo sus grandes concepciones.
De las gloriosas ruinas que, por donde quiera cubren el suelo de la Ciudad Eterna, son dignas de mencionarse con especialidad: el Coliseo, tan grande, que daba cabida a más de 100,000 espectadores, y el Foro, del cual quedan tan sólo columnas, capiteles y pisos en ruinas. Nos pareció una amarga ironía de lo que han hecho los togados con la Justicia.
Aquí seguimos notando lo que ya habíamos observado en otras partes de Europa y de los Estados Unidos, esto es, que cada cual, aun entre amigos y amigas, paga sus pequeños gas‑
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tos de tranvía, café, etc. No hay ese espíritu caballeroso y amplio de la generosidad centroamericana que siente placer en prodigar estas pequeñas cortesías.
Aunque el Papa es la entidad culminante en Roma, de manera que, a su lado todo lo demás resulta pálido, no podemos dejar de referirnos a Víctor Manuel III, Rey de Italia, a quien vimos en una parada militar, acompañado de su Ministro de la Guerra y de un brillante Estado Mayor, todos a caballo. Montaba un soberbio alazán; y su quepis ostentando el escudo italiano, y el elegante uniforme cubierto de galones de oro, le daban la apariencia de uno de esos paladines que se ven en los cuadros de Enrique Regnault.
Estaban en fila las interminables líneas de soldados: los "Bersaglieris" con su guerrera azul turquí y sus sombreros chambergos adornados con plumeros negros, daban la pincelada brillante; luego venía la infantería común: los alpinos, los tiroleses, turingios y venecianos. Los ciclistas cerraban el conjunto bizarro y gallardo con sus bicicletas plegadas al hombro. También estaban representadas las fuerzas navales, la flota aérea y la Sanidad Militar.
El Rey recorría las líneas, con mirada de técnico y aire de organizador; y las bandas llenaban el espacio con vigorosas y solemnes músicas marciales.
Tuvimos también, en otra ocasión, la oportunidad de ver al Rey en traje civil. Recorríamos la Avenida Nacional, que es la arteria principal de Roma, cuando le vimos pasar en su elegantísimo automóvil, acompañado de la Reina y dos Princesas. Cuando la máquina se alejó, observamos con interés que, en el público, no dejaba la familia real ese ambiente de hostilidad que dejan a su paso los soberanos en otras partes de Europa. Es más bien una atmósfera de simpatía la que sigue los pasos de la familia real italiana.
En Roma tuvimos el gusto de conocer a una gran artista francesa: Xenia de Rousolimo, la misma que en Guatemala y El Salvador fundó las Academias de Pintura que tan opimos resultados dieron en ambos países. En aquellos días acababa de concluir el retrato en busto, de tamaño natural y al óleo, de su Santidad el Papa Pío XI, quien le había concedido el honor de varias "poses," a fin de que ella ejecutara la obra con el modelo vivo al frente. Fué éste el primer retrato al óleo que se hizo del Papa actual; y, según opinión de entendidos, la obra resultó digna de la insigne figura que el lienzo reproduce.
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Gentío frente al Vaticano esperando el resultado de
las elecciones en
que salió
nombrado Papa su Santidad Pío XI.
Era el día señalado para nuestra visita a su Santidad. Nos sentíamos profundamente emocionados por la grandeza que para nosotros revestía aquel acontecimiento. Vestidos de rigurosa etiqueta, nos dirigimos al Vaticano. Eran las 11 de la mañana. Por donde nosotros entramos, la célebre Guardia Suiza, que desde hace siglos custodia a su Santidad, hacía los honores. El aspecto que presentan todos estos jóvenes altos, rubios, fuertes; de color rosado y de musculatura hercúlea, es no solamente respetable, sino aristocrático y elegante. Su uniforme es de paño azul, con franjas moradas, guantes blancos y polainas negras; y el casco de bronce tiene cierto parecido al de los antiguos cascos de los soldados romanos. No llevan rifles, sino flamantes alabardas de color de oro.
En los salones, la gente se agrupaba produciendo un suave rumor. Notamos que todos los hombres iban, como nosotros, de frac, y llevaban puestos los blancos guantes; las damas estaban vestidas con serios trajes negros y cubríanse el rostro con un velo del mismo color. Esta es la indumentaria ritual para
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visitar a su Santidad. Todos estamos ansiosos de la esperada aparición. Los funcionarios del Vaticano van y vienen preparando los últimos detalles de la ceremonia. Pasamos a otro salón. De pronto una voz sonora exclama: ¡El Papa!
Nos llega nuestro turno; sentimos que sobre nuestra cabeza descienden las bendiciones como una lluvia de milagrosas esencias que penetra en nuestro pecho llenándolo de unción; hemos escuchado la palabra del Príncipe de los Príncipes, del más alto poder religioso de la Tierra. Nos incorporamos llenos de profunda satisfacción; y regresamos al salón donde estábamos anteriormente.
Después de recibir -a sus visitantes, su Santidad pasa en su "portantina" de oro a la Capilla Sixtina. Va, seguido de un selectísimo personal, pasando por la valla formada por una parte de la Guardia Suiza. Va envuelto en su espléndida "capa pluvial" de color blanco, bordada en oro, distribuyendo bendiciones. Lleva en su cabeza la "Tiara" llena de piedras preciosas y en su diestra el Cetro Pontificio, símbolo de su dominio
Boy Scouts desfilando ante su Santidad Pío XI.foto
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espiritual. En el dedo anular fulge el "Anillo del Pescador."
Los primeros que se destacan en la procesión, después de la portantina, son los Cardenales con sus capas púrpura y sus capelos del mismo color. Después siguen otros dignatarios del Vaticano. Repetidos gritos de entusiasmo resuenan bajo las arcadas del pasaje que conduce a la Capilla Sixtina. "¡Viva el Papa!"... "¡Viva!"... "¡Viva!" ... Y los ecos de aquellas voces se multiplican bajo las bóvedas de la majestuosa Catedral de San Pedro y los dombos del Vaticano, como llevando oleadas de consuelo, de esperanza y de fe a todas las almas. Todavía pudimos ver nuevamente al Papa, sentado en su trono en la Capilla Sixtina, repartiendo las últimas bendiciones.
Cuando nos alejábamos de aquellos lugares, impresionados por tanta suntuosidad, meditábamos en esa sublime democracia que, sin alardes revolucionarios ni conmociones sangrientas, sabe sacar de un pescador (como San Pedro) o de un modesto pastor (como Sixto V) los jefes Supremos de la formidable Nación Moral del Catolicismo. He aquí, pues, que las puertas del Papado son franqueables para todos. Las llaves son la Virtud y el Talento.
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