martes, 9 de agosto de 2022

IPSWICH -INGLATERRA “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

El miércoles 3 de abril del año 2019,

fue un día feliz para mí. En mis manos estaba un ejemplar original  del libro que durante 7 años anhelaba tener.  Conseguir un libro publicado hace 97 años,  y del cual que nadie ha escuchado hablar es verdaderamente casi imposible  Sin embargo cuando un asunto se pone  en las manos del Gran Dios, y él obra de acuerdo a su Soberana voluntad, nada es imposible y los milagros suceden.

Hay  personas  que han  logrado  describir sus  vivencias en  las páginas de un libro de tal forma que las  han inmortalizado para la posteridad. Nuestro personaje es una de ellas.

José Moisés Letona (nombre que aparecen en la partida de nacimiento ) nació en 1890 en San Luis Salcajá, Quetaltenango. Sus abuelos maternos fueron Hipolito Letona y Fernanda de León. Sus padres. El Sr.___ De León y la Sra. Teresa Letona.

Hipolito Letona y Fernanda de León son los bisabuelos de Emerita  Letona Palacios, Reyna Isabel, Arcadio y de Marta López Palacios (mi señora madre. Q.E.P.D)

Moisés De León a través de sus impresiones de viaje nos participa de la vida moderna, de sus adelantos, de la civilización y la tecnología, sin olvidarnos de la sencillez de la vida, … sin que por ello perdamos la sensibilidad de poder admirar el cielo azul, los pajarillos,  y por supuesto de admirar ese gran regalo del creador, la belleza esplendida de la mujer en general.  Se hace evidente la admiración  del  autor, por el grado de justicia y progreso adquirido por el laborioso pueblo inglés, que lo ha llevado a ser una de las potencias mundiales .Años más tarde en 1942  se nacionalizaría ciudadano de los Estados Unidos.

Moisés Letona, el filósofo, el aventurero distinguido, expedicionario soñador  y galante… matemático práctico, gran observador en sus viajes, nos invita a soñar  y conocer  tierras muy lejanas. Suiza, Francia, Italia, España, Inglaterra, Egipto, Arabia, Nuestra amada Jerusalén, Estados Unidos, Cuba, México.

Hago mías las  siguientes palabras de este ilustre antepasado mío y me siento profundamente satisfecho el saber que comparto la misma genética con él.

“Caminad siempre erguidos, viendo el sol. Aprovechad toda la luz del día. Elevad vuestra frente a la altura de vuestros ideales.-“(Pag 332 )

          Atentamente

Un huehueteco apasionado por la historia

Huehuetenango, 28 Abril de 2019

Ipswich.

 En un tren de la mañana, nos fuimos a Ipswich, población que queda a 60 millas al N. E. de Londres y a donde llegamos con buen tiempo, admirando los verdes llanos de la región que recorríamos.

 En el trayecto encontramos muchas fincas destinadas a. la crianza y engorde de ganado de cerda, vacuno y lanar; crian­zas de gallinas y de palomas, varias lecherías perfectamente instaladas, donde hacen quesos, crema y mantequilla; extensos campos, verdes por la grama, por el heno y otros pastos natu­rales. Las cercas de alambre espigado con postes de hierro, negros por el alquitrán, nos advertían los límites que entre sí tienen las propiedades campestres, tan bien atendidas y con­servadas que parecen jardines. Las divisiones o medianías de los potreros igualmente están aperadas de esos sólidos postes que, aunque no son brotones, no necesitan de renovación.

 El clima frío, la posición geográfica, la brisa marina, lo bajo y plano del terreno, así como el agua de los ríos y ria­chuelos, más las pluviales que son casi constantes, hacen que los terrenos ingleses sean húmedos, y así tuvimos oportunidad de constatarlo durante este viaje. Por consiguiente, hay infini­dad de cultivos que rinden considerables productos, sobre todo cereales, legumbres y pastos. Por la abundancia de estos últi­mos, los ingleses dan preferente atención a la ganadería.

 En gran escala cultivan la cebada y el lúpulo, que emplean para la fabricación de cerveza, que es de buena calidad, espe­cialmente la "Stout" y la "Bass," siendo superior la negra.

 A este respecto diremos que en Inglaterra únicamente es permitida la venta de licores al público durante pocas horas del día y de la noche, a fin de no restar tiempo al trabajo y de que el vicio se restrinja. De ahí resulta que no son muchos los whiskies, "beers" o "Highballs" ("Whiskey and Soda") que los ciudadanos engullen en la tierra de John Bull, felizmente.

 La remolacha rinde mucho también y de ella elaboran azúcar, que no es superior ni igual a la de caña de la Virgen América.

 La ciudad de Ipswich está no lejos del Mar del Norte y a orillas de un pequeño río; la industria es su fuente principal de

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 vida: fábricas que ocupan manzanas enteras se encuentran a cada paso. El ladrillo colorado de que están hechas las pare­des, las elevadas chimeneas, negras por el humo y las par­tículas de carbón de piedra, y la tosca música de las máquinas, son el fuerte distintivo de aquellos talleres montados a la mo­derna que, del hierro, del cobre, del estaño, del aluminio y de otros metales y sus aleaciones, fabrican con admirable preci­sión: laminadores, trapiches, despulpadores, ingenios, refinado­ras, alambiques, tractores, arados, molinos, rastrillos, cultivado­ras, azadones, segadoras, palas, hachas, machetes y otros tantos implementos de agricultura que son enviados muy lejos, allende los mares, para mantener y ensanchar la industria de otras islas y de los continentes. De esos centros de producción salen tales manufacturas, que surten los mercados de Rusia, Egipto, la India, Australia, Madagascar, las Antillas, Centro, Sud-América, en pocas palabras, de las cinco partes del mundo.

 Cuando, acompañados de un amigo obrero residente en Ipswich, conocimos uno de tales establecimientos, admirados estábamos de ver las enormes calderas bajo las cuales ardían vo­razmente el duro carbón de piedra y el petróleo crudo (pan de las industrias de nuestros días), produciendo rojas llamas como en un infierno. El vapor producido por el agua en ebullición, movía fuerte e incesantemente los émbolos que daban vida a todas aquellas complicadas máquinas, mediante los ejes de transmisión, las fajas y las poleas, que relumbraban por la grasa y las revoluciones; estábamos admirados de la fundición de los metales, del hierro, que en grandes lingotes caldeaban para llevarlo automáticamente al yunque, del mismo hierro que en otra parte forjaban, y de la práctica maleabilidad de aquellos. Pasamos por las distintas secciones en que se veía la acertada división del trabajo, en que cada obrero, cada mecánico, dibu­jante o ingeniero, tiene su labor determinada, cooperando al buen resultado final.

 En las oficinas veíamos: planos, proyectos, copias de los mismos (mimiógrafos), sobre fondo azul y con líneas blancas; muchos de esos nítidos trabajos, llevados a cabo por señoritas que, con sus gabachas aseadas, pasan sus 8 horas reglamenta­rias de trabajo sobre el escritorio, donde las ideas reciben alma para que el varón—fuerte y musculoso—les dé cuerpo en la vecina fragua. He ahí cómo los dos sexos se entienden y cada uno en su elemento, es hermanable colaborador del otro; cómo la, belleza y la fuerza se abrazan y entran y salen juntas por las mismas puertas del taller que, a Dios gracias, con el ruido

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 ensordecedor de las máquinas que producen, calla el necio rumor de las diarias vicisitudes de la vida.

 Más allá, en otra división al lado derecho, estaban algunas medidas, piezas de todos tamaños acabadas de hacer, empleando bronce y acero y que tenían la brillantez del oro y de la plata, el olor del aceite delgado de máquina, unido al de las cosas nuevas.

 Al retirarnos, considerábamos también el serio asunto del número de obreros sin trabajo y de las frecuentes huelgas que hay en Inglaterra, donde el desacuerdo entre capitalistas y gestores, ha tomado proporciones ostensibles.

 La noche del día en que visitamos el taller, asistimos al teatro con el propio amigo obrero, quien vestía elegante smok­ing, luciendo aterciopeladas franjas en su luneta, sentado a la par de los otros caballeros no mecánicos, pero nivelados igual­mente por la democracia y por la educación, por el trato social ; aún se veían en sus dedos y en sus uñas, restos de gris negro y de aceite que la gasolina y el aguarrás no pudieron quitar, sin embargo del frote nervioso, pero el guante nuevo y suave se encargaba de cubrir discretamente las huellas del trabajo que le llenaba de honor ; su frente y su barba relumbraban por lo limpio y por lo bien rasurada; el compás y el metro estaban reemplazados por los gemelos y por el lapicero de oro y, por último, al regresar a casa, en vez del manchado "Cover-all" (traje (le lona o de otra tela fuerte, de una pieza) que sirve de día durante los quehaceres de la factoría, se abrigaba con su confor­table sobretodo, de casimir inglés naturalmente, y un combo negro ocupaba el puesto de la grasienta gorrita diurna, ya sin color definido.

 Al estrechar la mano férrea de aquel hombre-acción, para decirle "adiós," nos sentíamos felices, en realidád, al ver en él un modelo de la clase trabajadora.

 

Por medio de la familia McLaugh1in, algunos de cuyos miembros conocimos en Brooklyn, N. Y., nos relacionamos con otras familias que viven en Ipswich, oriundas de dicha laborio­sa ciudad. En contacto con ellas, apreciamos la bondad del inglés en su hogar, notando que es amigo del confort, de la tranquilidad y de la música. En efecto, cada casa, aún cuando sea de personas no pudientes, tiene suficiente número de habi­taciones, en relación con sus habitantes, para que haya holgura; su hortaliza y su jardín, mucha ventilación, mucha higiene en general. Durante la estación fría no les falta la calefacción. En todo tiempo se preocupa de tener sana y abundante alimen‑

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 tación, prefiriendo las legumbres y el pescado. Tienen sus reuniones de confianza, que son muy sencillas. Gustan de tomar té, por la tarde generalmente. Más de algún miembro de la fa­milia toca piano, violín, banjo o algún otro instrumento musical, y canta también: así, fácilmente se forman orquestas y se dan conciertos en el seno del hogar.

 Conversando con estas amables personas supimos que, duran­te la Guerra Mundial, Ipswich dió hospitalidad a los heridos que regresaban del campo de batalla, para ser curados. En su mayor parte pertenecían al ejército de las numerosas colonias británicas. Además de los hospitales construidos con tal obje­to, cada casa se hacía cargo de uno o más heridos, cuando en aquellos ya no cabían. Los aguerridos soldados—nos decíanal mismo tiempo que sanaban de sus enfermedades, que cicatri­zaban sus heridas o que alejaban el dolor físico, sentían el consuelo de la naciente amistad que mitigaba la nostalgia del hogar que, por ellos, suspiraba allá en ultramar. Era una pura amistad engendrada por la gratitud, cultivada por el sufri­miento que, sin duda, es el más fuerte enlace entre los séres humanos y, santificada por la caridad, que con sus blancas alas llevaba esperanzas a los heróicos pacientes. ¡ Cuántas veces los jóvenes guerreros que la fuerza de las armas hizo venir de allen­de los mares para batirse únicamente por obedecer al que man­da y no por patriotismo, se encontraron en la cabecera de su lecho de enfermo, con la seria señorita inglesa que, mientras vendaba el pecho herido, daba en sus facciones y bondad el raro parecido a la novia (teniendo hasta su propio nombre, a veces), que muy lejos se quedó "hecha una Magdalena" por el bizarro prometido que partía y tal vez no regresaría jamás, ni vivo ni muerto! ¡Cuántas veces el convaleciente, dando libertad a la expresión de tal coincidencia, que dulcificaba el nuevo calvario de las trincheras y sus consecuencias, confesaba sus recónditos sentimientos y pedía respetuoso la autorización conjunta de la madre y de la hija, para depositar un beso sobre la frente del ángel que representaba la viva imagen del ideal que esperaba el regresar glorioso del soldado vencedor! Y aquel beso del combatiente lesionado, cuyos labios daban con toda leal­tad en recuerdo del sér amado ausente, aquilataba la pureza de ese mismo amor y era correspondido con la mismísima inocen­cia de hermanos entre sí, a presencia de la madre que callada aprobaba la escena, porque comprendía que el corazón tiene razones que la razón no reconoce o no comprende.

 En la cama y viendo con alegría las flores sobre la mesita

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 de noche, referían sus aventuras de las zanjas macabras o mor­tíferas trincheras : el poético deshojar de las corolas acompa­ñaba sus relatos, asaltando el puesto de la línea de fuego, donde por meses consecutivos caían a sus pies añicos de granadas, obuses y shrapnells con el ruido del trueno, con el estruendo de la impetuosa tempestad, que el enemigo implacable reproducía con el estampido de sus fantásticos cañones: platicaban del camarada que expiró a su lado, de los otros que quedaron sepul­tados por tal explosión, del que se enloqueció, del que cayó prisionero y que nunca volvieron a ver, etc., etc.

 Algunos de los asilados en casas particulares, de que veni­mos tratando, a su regreso escribían finas cartas de agradeci­miento, en el camino o en su hogar, pues hay que recordar que si la sóla enunciación GRATITUD es tan hermosa, sus mara­villosos efectos la consagran.

 Ampliando sus recuerdos de la guerra, nos decían que tam­bién aquella ciudad sufrió irrupciones de los terribles zeppeli­nes alemanes, que tanto daño hicieron. La desastrosa experien­cia o lección sangrienta recibida desde los aires, obligaba a los habitantes a apagar todas las luces del poblado, a fin de que los feroces tripulantes no pudiesen localizarlo durante la noche. Entonces la obscuridad era una "boca de lobo," que del mismo modo protegía a Londres, París y otras ciudades aliadas; de esa manera burlaban aquel deseo de destruir las poblaciones y de acabar con sus afligidos vecinos, que estaban siempre amena­zados de muerte y con la vida en un hilo. Y eran los ancianos, las mujeres y los niños los que más sufrían—expuso gravemen­te un mancebo que estaba a nuestro lado.

 Así las cosas, cambiamos de conversación porque el tema ya se estaba poniendo muy triste....

 Carreteras asfaltadas, casi todas planas, además de las vías férreas, ponen en comunicación a Ipswich con las otras ciudades cercanas al mar y con las del interior. Cuenta con todos los elementos modernos de civilización, distinguiéndose sus escue­las—que también visitamos—y sus campos de aviación. En el mejor de sus museos, nuestro simbólico y bellísimo Quetzal, perfectamente disecado, ostenta el lindo matiz de sus colores, en el lugar de honor, ocupando la presidencia entre todos los pájaros ahí exhibidos, que a millares lucen vistosos plumajes, pero que no consiguen superar ni igualar la belleza de aquel, sino contribuyen a realzar la sublimidad del primero.

 Al cabo de algunos días de estar en Ipswich, regresamos a la capital francesa, habiendo pasado por Londres. La segunda

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 J. M. DELEON LETONA

 travesía del Canal de la Mancha la hicimos más al Norte, es decir, por la vía Folkestone-Boulogne, yendo gratamente impre­sionados del famoso Reino de la Gran Bretaña e Irlanda.

 Printed in the United States of America.

 

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