domingo, 14 de agosto de 2022

MÉXICO - “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

Nos fijamos que la cuestión política interna estaba en efer­vescencia debido a las elecciones de Presidente de la República, que ya se aproximaban; los clubs dependientes del partido que para tal cargo postulaban al General Calles (Plutarco Elías) des­plegaban sus actividades en los Estados de Veracruz y de Chia­pas, donde sus trabajos fueron eficaces, especialmente los de propaganda mediante la prensa; la efigie del sucesor del gene­ral Obregón se veía por doquiera en las manifestaciones impre­sas de aquellos centros políticos que la hacían colocar en los lugares más visibles para el público y distribuir profusamente entre el mismo. Estos centros funcionaban con toda libertad.

 Nos fijamos también en que algunos de los trenes iban cus­todiados por la fuerza armada y que en ciertos puntos peligro­sos la autoridad militar vigilaba los caminos de hierro; rifles y ametralladoras garantizaban la vida y equipaje de los pasa­jeros, pues era necesario que el Gobierno repeliera—como lo hizo— el bandolerismo que desgraciadamente mantenía

 el resto de la intranquilidad de los habitantes y transeuntes; esa escoria que quedó como fatal consecuencia de las guerras intestinas comenzadas desde 1910, quitando vidas y riquezas a México porque después de las revoluciones inútiles y destructoras, mu­chos en vez de empuñar el arado y el azadón—que fecundan el suelo y que es lo que necesitan todos los países de América—ya sólo querían esgrimir el sable y el rémington—que, mal mane­jados y si se abusa de ellos, no sólo destruyen y desolan, sino que corrompen los pueblos.

 Si los hombres que han muerto en tales humanas carnicerías —fratricidas por añadidura—y los millones de pesos que se han gastado en esas desgraciadas luchas consecutivas se hubiesen dedicado al bienestar y progreso del país, lleno de riquezas naturales fabulosas, a buen seguro que México llevaría la batuta entre todos los países hispano-americanos.

 Como exponentes de tales tesoros citaremos sus minas de oro y plata, mas le superan sus manantiales de petróleo, que

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 1son inagotables, sobre todo en Tampico, Estado de Tamaulipas, en que, además de brotar por sí solos hasta flor de tierra, sal­tan como mágicos surtidores, como pozos artesianos y los ba­rriles se van llenando para repletar los enormes depósitos : de éstos pasan a las refinerías o directamente a los vapores-tanques, como aceite crudo, haciendo uso de bombas y de tubos de 12 y más pulgadas de diámetro. Después, ya se sabe: el codi­ciado líquido convertido en lo que llamamos gas, gasolina, etc. que se reparte por todos los rumbos de la tierra para que vaya a transformarse, como la electricidad, en fuerza y luz que, a su vez, dan oro para los mexicanos.

 ¿No es maravillosa, acaso, esa fantástica producción diaria?

Varios trenes petroleros vimos nosotros; los prolongados
tanques cilíndricos transportaban millares de galones de acei
te a los centros fabriles e industriales así como a los talleres
y estaciones de los propios ferrocarriles. La línea que for
man las plataformas que sostienen esos depósitos ambulantes
parece un cortejo fúnebre de la pereza: todo es negro como

el contenido de esos tambores de hierro colado, hasta las loco
motoras y la indumentaria de maquinistas y fogoneros ; en cada
viaje van a sepultar la inercia y siembran la actividad con las

llamas y las chispas del elemento inflamable que conducen: ante

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 la acción voraz del fuego, la pereza no vive, no: ahí muere y es sepultada acto continuo.

 Las leyes mexicanas, con plausible acierto, prohiben la exportación de monedas de oro y plata y, en esa virtud, los registros en las aduanas y puertos son muy minuciosos; se ad­vierte a los pasajeros que van a salir del país para que por medio de giros o billetes saquen las cantidades que necesiten y no se expongan a que les decomisen las monedas en cuestión, pues tal es la pena que se impone a los infractores. Sucedió que en Mariscal, a pesar de tal advertencia, una dama dispuso prote­ger su busto con valores metálicos troquelados con el escudo del Estado Mexicano : una empleada muy ducha en tales acha­ques y que se encargaba de revisar el equipaje del bello sexo en la aduana, después de las preguntas y negativas de estilo, invitó suavemente a la protagonista a pasar un momento al interior; al instante salieron juntas las dos : la perspicaz aduanera había dado con los pesos bambas, contantes y sonantes que su paisanita había colocado bajo el corset.

 En vista de tal percance, un ciudadano que se venía ese mismo día, antes del severo registro, "puso los pies en polvoro­sa," camino de Tapachula para trocar allá su plata, aplicando aquel adagio de "cuando veas cortar la barba de tu vecino, pon la tuya en remojo." Corrió como un gamo. Venía de Puebla.

 Las indicaciones que el buen amigo y galán joven Don Fernando Van der Henst nos dió en París, respecto de la ruta terrestre por México, nos sirvieron de mucho, pues en sus correrías juveniles obedeciendo a Cupido y a Mercurio al mismo tiempo, él ha conocido como la palma de sus manos aquellos caminos. Cartas de presentación y de recomendación que el activo importador Monsieur Van der Henst nos ofreciera, fue­ron el pasaporte para conocer y tratar varias bondadosas perso­nas que también nos hablaron de su consocio, Don Rafael Ramí­rez Jr., por sus negocios de exportación de azúcar.

 Los rieles del Panamericano besan las orillas del Suchiate, que marca parte de la línea divisoria entre los Estados Unidos Mexicanos y la República de Guatemala, por el lado del Pací­fico, conforme el convenio internacional firmado el 17 de Octu­bre de 1883; surcamos las tranquilas aguas de ese río caudaloso que en su lento paso por Ayutla refresca la temperatura y obse­quia su suave brisa a los moradores y romeristas; al bajar de la lancha que el "pasador" gobernaba con una macana—substituta de los remos y del timón—ya de este lado al no más pisar de nuevo suelo centroamericano, era tal nuestro íntimo placer que

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 únicamente se puede comparar al que se siente viendo, abrazando y besando a la vez a la madre adorada al cabo de muchos años de estar muy lejos de ella, rodando extrañas tierras en busca de mejor porvenir, anhelando sus caricias y bendiciones!

 Y desde la frontera, con el reposo, con la calma del que ya está en casa, oyendo el dulce trino de los pájaros libres en sus bosques y el tenue rumor del Suchiate, dirigimos una mirada retrospectiva hacia el Occidente para ordenar otros recuerdos e impresiones de México, del cual fuimos huéspedes de paso, y que veníamos meditando en sus trenes, a través de sus cam­piñas. Infinidad de nombres de campos, aldeas y pueblos son muy parecidos a los que tienen tales sitios en Centro-América; otros hay que son justamente iguales (como Jalapa, Zacapa,Escuintla, Cuyotenango, Mazatenango, Zapotitlán, Atitlán, etc., etc.) lo que prueba que las razas primitivas pobladoras de México y el Centro de América se relacionaban entre sí prácti­camente y que, sin egoísmos, compartían su civilización que, a juzgar por sus vestigios e historia, era avanzada. Parece que su comercio abarcaba extensas regiones y, en este caso, es posi­ble que por las latitudes que nosotros recorrimos hayan pasado súbditos de los mayas, aztecas, chortales, quichés, mixes, lacan­dones, chinamecas y de otros reinos y razas autóctonas que disfrutaron de libertad en la época precolombina durante siglos consecutivos; que fueron sometidos y se cruzaron durante la conquista y que han ido dejando pocos descendientes, relativa­mente, a través del tiempo, pero que reunen todos los caracte­res de la verdadera raza cobriza o americana.

 Los indígenas que vimos guardan un notable parecido con los del Istmo Centroamericano; los mulatos y mestizos, lo mis­mo: sus costumbres tienen mucha semejanza con las de nuestros aborígenes. Sus cabañas son justamente iguales. Por desgracia, es en los habitantes derivados de tal raza genuinamente americana donde la rémora del analfabetismo tiene proporcio­nes tremendas, pues en México alcanza la desconsoladora cifra de 8 millones, sin embargo de los nobles esfuerzos del apóstol de la instrucción pública, Benito Juárez, quien estableció la escuela laica y consagró largos años de su vida a la noble tarea de sacar de la ignorancia al pueblo enseñándole a leer y escri­bir, como lo prueba su labor desde el principio de su vida pública hasta su muerte acaecida el 18 de Julio de 1872.

 Esta consideración nos remonta a las épocas de Moctezuma y Guatimozín que extendieron sus dominios sobre el Atlántico y el Pacífico y pelearon contra Cortés respectivamente; nos per

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 -297- ilustración de Don Miguel Hidalgo y Costilla-

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 mite pensar que aquel portentoso indígena, Juárez, de sangre pura, descendía de uno u otro de tales emperadores; que tal vez ese indio legítimo llevaba en sus venas rojo líquido del que animara al heróico Cuauhtémoc, el indomable que hizo pasar "la noche triste" a los duros conquistadores y que tenía encar­nado el valor de la raza azteca. Es posible que sus tatarabue­los hayan tenido entronques familiares con tales personajes o con otros más notables; tal vez, pero lo que no se duda es que el huérfano desde su niñez, fué libertando sucesivamente no sólo a todos los indios sino a todos los mexicanos en general, con una fuerza intelectual y una serenidad de espíritu irresis­tibles, que causaron y causan la admiración de todas las nacio­nes cultas.

 La noble figura del Padre Hidalgo, enérgico y valeroso anciano que, el 16 de Septiembre de 1810 inició la obra de la Independencia con el célebre "Grito de Dolores," dado en el pueblo de este nombre, en el Estado de Guanajuato, realza en­tre los próceres; él comenzó la lucha prácticamente a partir de la misa en que anunció sus patrióticos propósitos; de ahí salió para la guerra de emancipación nacional llevando consigo el estandarte de la Virgen de Guadalupe y peleando como sol­dado con gran arrojo; así enardecía el ánimo de los hombres libres para batirse denodadamente hasta obtener la autonomía; lleno de fe y de ardoroso amor a su patria, daba el ejemplo en los combates; no desmayó a pesar de las traiciones y, su noble y cruenta tarea no terminó sino con su vida al ser fusi­lado en Chihuahua el 30 de Julio del año siguiente (1811).

 Después su digno émulo, el Padre Morelos que, como su Lugarteniente y siendo otro fogoso libertador, levantó tropas y reclutó soldados en las costas del Pacífico para cooperar si­multáneamente con él a fin de lograr su ideal; se batió tam­bién con toda bizarría y corrió la, misma suerte porque cuatro años más tarde, el 22 de Diciembre de 1815, lo pasaron por las armas los realistas en San Cristóbal Ecatepec.

 Se dice de un suceso raro acaecido a raíz de la defunción de este ilustre patricio, después de la acción de Tesmalaca: su sangre fué lavada, sin la intervención de ningún sér humano, por las aguas del Lago San Cristóbal en cuyas orillas se eje­cutó la sentencia de muerte; esas aguas siempre tranquilas, pues nunca un huracán las había agitado, formaron olas encris­padas y traspasando las playas llegaron hasta el sitio donde estaba la sangre del mártir y regresaron con ella sin dejar la más leve mancha, lo que se atribuye a La Providencia.

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 Rememorados ya los dos prohombres de la Independencia Nacional, los dos valientes Sacerdotes que fueron los ejes sobre que giraron todas las acciones para establecerla y mantenerla, Sigamos con quien, con el correr del tiempo y con sus propios esfuerzos hizo más que coronar esa titánica empresa; la hizo perdurable y digna, respetada y temida por el invasor extran­jero. Ese predestinado fué Juárez, como es sabido. Vamos a referir algo de su vida porque es muy eficaz para la demo­cracia y un culminante ejemplo para la juventud en general. Recordemos que la excepcional aptitud del que estuvo acomo­dado como mesero con sus patrones Maza es una viva enseñanza para los mexicanos y para todo el Continente Americano; que algunos de sus hechos trascendieron hasta Europa, donde una monarquía se conmovió con sus triunfos.

 Nació de padres humildes en el pequeño pueblo de San Pablo  Guelatao, Estado de Oaxaca; los primeros años de su infancia se deslizaron en el campo, en los prados, en las coli­nas, donde pastoreaba animales domésticos, donde la bondad de la Naturaleza iba fortificando su cuerpo y alentando su alma. Desde el principio demostró serenidad ante el peligro, pues en cierta ocasión el islote sobre el cual cortaba cañas para sus rústicas flautas que él mismo hacía, comenzó a moverse en la "Laguna Encantada" y a caminar: el vivo pastor nada temió: pasó ahí toda la noche como si navegara en segura lanchita y al día siguiente el islote, flotante estaba en la orilla de la tierra a donde el improvisado marino de agua dulce saltó para regresar a su rancho o cabaña tocando alegres sones campestres.

 El diminuto campesino cantaba entonces sus sencillas can­ciones en el dialecto de su pueblo, en lengua, como los ladinos suelen decir; su anhelo por aprender a hablar español se fué desarrollando al ver y oír las personas familiarizadas con tal idioma y que pasaban por donde él moraba; desde luego, era analfabeto: así las cosas y cumpliéndose el adagio de que "no hay mal que por bien no venga," se fué huyendo a la capital de Oaxaca porque en la pastoría se le perdieron unas cuantas ovejas que cuidaba y que pertenecían a su tío, de quien espe­raba un severo castigo; los verdes nopales y los empurpurados matices de la grana se quedaban para siempre en San Pablo; su pretérita determinación de mejorar de situación se unió a este incidente de las ovejas descarriadas; en dicha ciudad en­contró trabajo en la misma casa donde estaba como sirvienta una hermana suya; ahí le recibieron como criado o mocito. Ya había subido el primer peldaño: su campo de acción para apren

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 der, para estudiar, para hacerse hombre por sí solo, sufriendo las negras amarguras de la orfandad y de la pobreza, le espera­ba sonriente, cariñoso, paternal en la bondad del Sacerdote Don Antonio Salanueva,quien le dió el pan de todos los días y el pan de la instrucción. Fué al lado de aquel prelado vir­tuoso que el futuro Abogado rasgó y botó el velo de la igno­rancia y que vió las primeras luces del humano saber; fué la base para sus estudios superiores en un idioma que no era su idioma materno pero que dominó muy pronto; fué la palanca para su brillante carrera en que su notable inteligencia asimiló cuanto en esos tiempos se sabía de leyes, obteniendo el título profesional ya indicado y doctorándose en Derecho posterior­mente.

 Con el transcurso de los años y ya teniendo una modesta po­sición social en que el ejercicio de su profesión era el timón porque amaba la justicia, se casó con la hija del que había sido su patrón en Oaxaca. Este acto de su vida civil recuerda las expresiones que algunas amigas y familiares de su esposa le decían cuando era su novia a fin de evitar la unión matrimonial sin fijarse que los méritos de las personas no están ni en el color . Parece que la más pesada era la de "no te cases con ese indio tan feo," sin comprender, sin imaginarse siquiera, el talento, la bondad, la entereza y otras cualidades excepcionales que dis­tinguían al hombre superior; sin fijarse que los méritos de las personas no están en el color de de la piel ni en las facciones de la cara, sino en el cerebro y en el corazón. Siempre recto, siempre inmutable, el Lic. Juárez siguió su vida laboriosa a despecho de la envidia que suscitaba su don de gentes y su vida ejemplar; bajo estos auspicios mereció sucesivamente los honores de ser nombrado Gobernador del Estado de Oaxaca, Presidente de la Corte Suprema de Justicia, Jefe del Ejecutivo y Benemérito de las Américas, todo para honra y gloria inmar­cesible de los Estados Unidos Mexicanos.

 Uno de los actos patrióticos, públicos, resonantes que apa­recen en la vida de Juárez como de los más culminantes, es la tremenda y severa lección dada al extranjero usurpador en el histórico Cerro de las Campanas el 19 de Junio de 1867, muy cerca de Querétaro, con el fusilamiento de Maximiliano de Austria, suprema decisión que, agregada a las otras virtudes cívicas del Libertador y Reformador, dió origen a que en el mundo civilizado se le distinguiera más todavía y se le reco­nociera justamente como el único Benemérito de las Américas, gloria que lo coloca sobre el pedestal formado por los más célebres hombres públicos del Continente Americano.

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 No olvidemos que en el seno de la Iglesia, por medio del filántropo Sacerdote Salanueva, se fueron animando sus senti­mientos de patria y del celoso cumplimiento de todos sus debe­res; ahí comenzó a fulgurar el cerebro del gran legislador ; nunca olvidó su religión y, a la par de la razón que lo guió y el cultivo de la ciencia que lo engrandeció, mantuvo en su noble corazón un profundo respeto por DIOS: he ahí por qué siempre la gran fuerza de su alma, aun estando en los mayores peligros, venció cuantos obstáculos se le opusieron en su obra colosal: he ahí por qué no desmayó jamás ni dejó de izar y defender un sólo día el pabellón mexicano que mantuvo siem­pre incólume, aun en el desierto y en las apartadas sierras y pampas de su propio suelo patrio durante los largos cinco años que las huestes imperiales le perseguían con la consigna de fusilarle. Por esa misma razón, contestaba las detonaciones de la fusilería y de las granadas del enemigo con las tem­pestades de la santa Libertad que agitaba su pecho de cíclope, con la rúbrica que su mano maestra estampaba en los sabios decretos y acuerdos salvadores, que son la vida libre de México y que emanaban como purísimos manantiales de su numen pro­digioso.

 Algo de la sublimidad del cerebro de Juárez, de la sangre india que corría por sus venas y de las proporciones colosales del alma que tenía, puede traslucirse por las siguientes estrofas que le consagró uno de sus poetas connacionales:

 "Mientras que seguías, alzada la cabeza,

  Erguido en la desgracia, aislado, sin auxilio,

 Soberbio en tu abandono, sublime en tu pobreza

 Y en éxodo gigante, nimbado de tristeza, Te vió pasar la senda amarga del exilio.

 "Y en el destierro en donde la soledad impera

 Y vence la fatiga, y mata el desconsuelo,

 Con ademán heróico clavaste la bandera

 En cuyos nobles pliegues el águila altanera

  Abre las fuertes alas _para volar al cielo.

 "Y en tanto que soplaba la racha embrabecida,

 Te alzaste, silencioso, del porvenir delante;

 Hiciste un holocausto supremo de tu vida,

  Y halló un altar la libertad herida

 Bajo la tienda nómada del presidente, errante."

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 Víctor Hugo, el primero de los poetas franceses de su época, delineó magistralmente también, algo de la noble personalidad de Juárez en la carta que le dirigió de Hauteville House el 20 de Junio de 1867.

 Entre las cosas íntimas que del rectilíneo gobernante refirió su hija Doña Margarita (quien tenía el mismo nombre de su mamá), hay una curiosa, relativa al Emperador Maximiliano, cuando ya era prisionero de guerra al concluir el sitio de Que­rétaro con la toma del Convento de la Cruz el 14 de Mayo del 67: en el Palacio Nacional de México había un continuo entrar de personas de alta alcurnia, damas de abolengo peninsular so­bre todo, qua solicitaban el perdón del cautivo; entre ellas se distinguía una princesa de singular hermosura y, como Don Guillermo Prieto, amigo del Benemérito, con quien se tuteaba, dudara de la resolución cuyos efectos conmovieron a todos los reyes y las cortes, en un diálogo durante el cual tomaban el chocolate, se cruzaron las siguientes frases:

 —"Oye, Benito, esa Princesa de Salm Salm, ya parece que te va conquistando; ya ves, el triunfo de la belleza ... Temo que vayas a caer como un pajarito" ...

 —"La mejor belleza para mí es la Patria. Y acuérdate que los mexicanos tenemos algo de águilas... No somos tan pája­ros"

 Su sabio aforismo "E] respeto al derecho ajeno es la paz" que encarna el más grande espíritu de justicia, es como un evangelio que la humanidad siente, que debe repetir y practicar todos los días.

 Aquel genio, que es un estímulo para la juventud y un modelo para los pueblos y los gobiernos, rindió la jornada de su vida a la edad de 66 años, estando en el más alto rango de su país, pues desempeñaba la Presidencia de la República.

 Fué muerte natural la que cortó el hilo de su laboriosa exis­tencia en la antigua Tenochtitlán, que desde en tiempos de los bravos aztecas está recostada en la hermosa meseta que circunda la alta Sierra de Anáhuac, de donde los cóndores, en su asom­broso vuelo, elevaron su espíritu hasta la eternidad: Cerró los ojos para siempre rodeado de sus familiares, amigos y ministros.

 El rugido del cañón anunciaba más tarde que el Libertador, Reformador y Benemérito había pasado a la inmortalidad.

 De los hombres públicos que colaboraron con Juárez men­cionaremos tres: el aguerrido General Ciudadano Ignacio Zara­goza que en la recordada acción de armas del 5 de Mayo de 1862 derrotó por completo a los franceses en Puebla, cubrién

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 dose de gloria y conquistando los laureles de la victoria para México y su disciplinado ejército; Lerdo de Tejada, oriundo del puerto de Veracruz, que fué su activo ministro y sucesor en la Presidencia, habiendo desempeñado otros cargos, y el Gene­ral Ciudadano Porfirio Díaz, originario de Oaxaca también, quien el 2 de Abril de 1867 ganó la batalla del sitio de Puebla, gracias al golpe de audacia que con el valor de las tropas que mandaba dió en la madrugada de ese día, asaltando aquella im­portante plaza para luego derrotar otras fuerzas realistas en San Lorenzo, donde el enemigo al mando del General Márquez, perdió toda la artillería y municiones que tenía.

 Como se sabe, el General Díaz en su carácter de Jefe del Estado, procuró secundar los principios implantados por Juárez, y, con mano férrea como desgraciadamente se necesitaba, gobernó durante 30 años y obtuvo el progreso y desarrollo material del país; la riqueza nacional, en su tiempo, tomó mucho auge.

 No era posible que en nuestros recuerdos dejáramos de in­vocar a los bardos Salvador Díaz Mirón, Juan de Dios Peza y Amado Nervo, representativos de la poesía mexicana y así, con la dulce armonía de sus estrofas, venían a nuestra memoria los monumentos que en la ciudad de Guatemala se levantaron como homenaje al Padre Hidalgo y a Juárez, entre las estatuas de García Granados y Barrios, que se destacan en "La Reforma," donde se les hacen solemnes manifestaciones cada aniversario de la Independencia Nacional: fueron, pues, los artífices del pensamiento, los soñadores y cantores de las glorias patrias, quienes ocuparon nuestra imaginación al despedirnos de su suelo natal. Las simpáticas siluetas de aquellos hombres de la idea y de la acción reunidos hermanablemente, imprimían más nuestra gratitud hacia el vecino país fraterno porque fué en Tapachula (ciudad que también recorrimos con juvenil entu­siasmo) donde se organizó "La Revolución del 71" que trajo los ideales de civilización que nuestros padres bien habían me­nester : la cascada que tronaba desde la cima del soberbio Tacaná fronterizo, el 2 de Abril y que nos legaron como la mejor herencia.

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