viernes, 5 de agosto de 2022

LAS PIRÁMIDES Y LA ESFINGE - “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS”

 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-. -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

Las Pirámides y La Esfinge.

 Después de nuestra excursión por el Nilo lo que más inte­resaba dentro de nuestro programa de turistas eran las Pirá­mides. En todo el Mundo se acepta la expresión "Las Pirá­mides" como designando algo muy definido y especial, propio sólamente de Egipto; pero hay que hacer la aclaración de que esta clase de monumentos no es exclusiva de Egipto, sino que existe en otras partes de Africa y de Asia. Pero al decir no­sotros "Las Pirámides" vamos a referirnos a las que forman parte del inmenso cementerio cercano al Cairo, cementerio que ocupaba antiguamente una extensión de 20 millas de longitud por 4 de ancho. Estas son conocidas en todo el Mundo bajo el nombre de "Pirámides de Gizeh," indicando con la palabra "Gizeh," que significa en la lengua de Egipto "orilla," que se hallan situadas en la orilla del Desierto.

 Las más importante son tres: la primera, conocida por Gran Pirámide o Pirámide de Keops; la segunda, por Pirá­mide de Kefrén; y la tercera, por Pirámide de Mikerinos. La primera tiene 138 metros por lado.

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 J. M. DELEON LETONA

 Keops es el nombre griego del Rey Khufu perteneciente a la IV dinastía de reyes egipcios y quien inició su gobierno el año 3,733 antes de Jesucristo.

 Nuestra expedición a las Pirámides ocupó todo un día. Tomamos primero un tren local y, luego. seguimos a lomo de camello un buen trecho del camino.

 De los alrededores del Cairo no hay otro que posea el interés de este grupo de monumentos que ningún viajero deja de visitar.

 Con el amigo Alí Karalaniam hicimos esta memorable gira.

 La policía cuida actualmente de que haya orden en la ve­cindad de las Pirámides, pues antaño ocurrían dificultades entre los guías que ahí abundan y que se disputan acaloradamente el privilegio de conducir al viajero y ayudar a los que desean verificar la ascensión a las Pirámides. Para apreciarlas debi­damente, deben ser contempladas desde distintos puntos de ob­servación. Es difícil calcular su altura a la simple vista, pues, como es sabido, la forma de las Pirámides es engañosa para nuestros ojos y tiende a dar una apariencia más pequeña de la elevación que en realidad tienen.

 Difícil también es imaginarse cómo los enormes bloques de piedra fueron elevados sin disponer en aquellos remotos tiempos de la palanca, la polea, "el gato" y demás aparatos de la mecánica moderna, para colocarlos a la gran altura en que hoy están. Uno de nuestros compañeros de excursión nos explicaba que la arena, de la cual no necesitamos decir que hay disponible toda la que se desee, había sido un gran elemento para la elevación de esas grandes piezas de piedra. Parece que se formaba un terraplén provisional relleno con arena y, luego, sobre una especie de durmientes de maderas durísimas, se hacían subir lentamente, ayudándose también con rodillos, los pesadísimos bloques. Al concluir la obra monumental, fue­ron retirados los millones de toneladas de arena que entretanto habían suplido y dado a "Las Pirámides" una forma exterior de volcán.

 Asombra la presencia de estas colosales pirámides, eterno recuerdo de los hombres de hace 5733 años!

 Realmente fué una tarea de romanos, una tarea de gigantes, la que tomó por su cuenta el Rey Keops cuando inició la cons­trucción de la Pirámide que había de ser su tumba. Un escritor, que vivió el año 45 antes de Jesucristo, afirma que la cons­trucción de esta pirámide duró 20 años y que 300,000 hom­bres fueron empleados en los trabajos.

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 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

 Debido a la vanidad del Rey Keops se edificó esa enorme masa que se llama La Gran Pirámide. No le pareció suficiente la edificación de una pirámide del mismo tamaño que las de sus predecesores; y decidió hacer algo descomunal, algo sen­sacional que no pudiera ser superado. En efecto, tenía razón, pues su hermano Kefrén—que le sucedió en el trono egipcio—se conformó con una de más pequeñas dimensiones.

 Casi todo el que visita Las Pirámides se siente tentado de subir a la de Keops, pero no es una tarea tan fácil, como pudiera creerse. La mayor parte de los bloques que forman los escalones tienen más de tres pies de altura, lo que hace verdade­ramente fatigosa la ascensión.

 Nosotros subimos ayudados, como es costumbre, por un guía árabe quien, para facilitar la ascensión, iba poniendo un banquillo delante de cada escalón haciendo así menos largo el paso. Más de 20 minutos invertimos en ascender hasta la cima en donde hay un espacio como de 10 varas en cuadro y desde donde un maravilloso panorama se contempla: campos de verdes maizales que se pierden en la distancia, juntándose a lo lejos con el cielo, parecen formar horizonte; praderas en donde pastan ganados de toda clase, las pequeñas aldeas de la gente de campo que yacen diseminadas aquí y allá; el Cairo con sus alminares de mil caprichosas formas ; el Nilo que se desliza lentamente ostentando su hilo de brillante plata como si fuera el suntuoso espejo en que esas reinas de los dominios del tiempo, Las Pirámides, se miran reflejadas; la esfinge con su sonrisa eterna y enigmática; y más allá el Desierto, el inmenso mar de arena donde el beduino lleva su vida de hombre independiente, en donde el sol es más luminoso; el cielo más azul, el aire más puro y las noches más estrelladas. Largo rato estuvimos en aquel paraje, de tal modo que, sin darnos cuenta, el sol descendió sobre el horizonte; y pudimos contemplar un crepúsculo incomparable. Uno de esos crepús­culos que sólo en Egipto se pueden ver: lampos de púrpura luminosa mezclados con cendales color de oro; nubes de fulgu­rante plata, bellones violáceos, el anaranjado, el amarillo, el rojo ... todos los matices con que diariamente juega en aquel país de la luz y del color ese artista milenario que se llama el Sol.

 Siempre aficionados a las comparaciones, vino a nuestra mente_a medida que bajábamos aquellas considerables gradas grato recuerdo de nuestra ascensión a la cúspide de los volcanes de Agua, en América, y del Vesubio, en Europa.

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 J. M. DELEON LETONA

 Iluminándonos con lámparas eléctricas de mano, penetra­mos al interior de la pirámide que, como liemos dicho, no es sino un gigantesco mausoleo.

 Según parece, la Gran Pirámide fué abierta por primera vez por los persas el año 400 antes de Jesucristo. Nadie sabe exactamente lo que había dentro de ella; pero las tradiciones hablan de monedas de oro, estatuas de metales preciosos, joyas y otros objetos de valor que fueron sacados por la soldadesca persa, no dejando más que aquello que no pudieron remover o que les pareció sin valor cotizable.

 No cabe dentro de los límites de un capítulo la descrip­ción de todas las interesantes decoraciones que guarda esta gigantesca tumba, cuyo interior está dividido en tres grandes cámaras. La primera está situada bajo el nivel del suelo v se entra a ella por un estrecho pasadizo cuya entrada está como 20 varas arriba; descendiendo luego hasta la base de la pirá­mide, que está formada de sólidas rocas.

 A las otras dos cámaras, que están en lo que pudiera lla­marse el corazón de La Gran Pirámide, se asciende por dos pasadizos que se desprenden hacia arriba del que conduce a la cámara de abajo. Estas se llaman Cámara del Rey y Cámara de la Reina, siendo la más importante la del Rey. Esta Cámara está ventilada por estrechos tragaluces como de 6 pulgadas en cuadro.

 Aunque la atención de la mayoría de los viajeros se concen­tra en La Gran Pirámide, las otras dos no dejan de presentar interés y son edificaciones audaces de las cuales cualquier país moderno se sentiría orgulloso.

 Hay además otras muchas pirámides menos grandes a la orilla del Desierto y no lejos de las Grandes Pirámides.

 Después de salir de La Gran Pirámide nos dirigimos a ese otro monumento incomparable que ha sido, durante tantos siglos, mudo compañero de las Pirámides: La Esfinge.

 Los últimos tintes del ocaso brillaban en el horizonte y prestaban al cuadro toda la magnificencia de los anocheceres africanos. Las enormes moles de las pirámides se destacaban gigantescas sobre un cielo de ópalo. Una fresca brisa llegaba del Desierto aligerando el ambiente de los pesados calores del mediodía.

 Evocábamos nosotros todas las grandezas que han desfilado por este valle silencioso; y pensábamos en aquel momento so­lemne de la historia en que, al influjo de la frase del Gran Capitán, 'Tranceses: desde lo alto de estas pirámides, cuarenta

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 POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

 siglos os contemplan," los heróicos guerreros de la Francia hicieron "morder el polvo de la derrota" a los feroces mamelu­cos de Mourat-Bey.

 La Esfinge se yergue muy cerca de Las Pirámides y junto con ellas forma otra de las siete maravillas del Mundo.

 Visitar el Egipto sin ver La Esfinge equivaldría a visitar París sin ver la Torre de Eiffel.

 Antes de hablar de La Esfinge vamos a aludir a la leyenda que a ella se refiere. Nadie sabe definitivamente quién, cuándo y por qué fué erigido este monumento que ha sido durante mucho tiempo el rompecabezas de los egiptólogos.

 La vieja leyenda griega dice que la Esfinge representa un monstruo femenino que, de vez en cuando, aparecía en Tebas y proponía el siguiente enigma: ¿Cuál es el animal que por la mañana anda en cuatro pies, al medio día, en dos; y por la tarde, en tres?... Edipo, joven tebano de quien se narran otros muchos episodios interesantes, solucionó la cuestión contestando que ese animal era el hombre, que anda a gatas cuando niño; cuando adulto, en dos pies; y, cuando anciano, apóyase en un bastón cual si anduviese en tres pies. La Esfinge, que acos­tumbraba devorar a los que no contestaban la pregunta, se pre­cipitó, de rabia, dentro del mar, librándose desde entonces de este azote el Reino de Tebas.

 La leyenda puede satisfacer, en parte, la existencia de las esfinges de Grecia que son con cuerpo de león y cabeza de mujer, pero no las egipcias, que tienen cabeza masculina.

 El origen y simbolismo de este monumento permanecen, como decíamos, siempre velados; pero consta que ya durante la dinastía XVIII, es decir, 600 años antes de Jesucristo, la Esfinge alzaba su mole colosal y enigmática en el sitio en que hoy la admira el Mundo.

 Del grupo de pirámides que acabábamos de visitar, fácil nos fué trasladarnos al sitio en que se yergue La Esfinge. Es un corto sendero que nosotros hicimos siempre a lomo de came­llo, pero que se puede hacer también a pie. El terreno es algo quebrado, siempre cubierto de arena. A medida que avanzába­mos íbamos percibiendo más y más los detalles de aquel mons­truo de piedra que todavía nos daba las espaldas y se nos ima­ginaba una fiera colosal, en actitud de saltar sobre la luna, que iba subiendo lentamente sobre el horizonte. La cabeza surgía en alto sobre su obscura silueta y la cofia pétrea que la rodea simulaba a cada lado enormes y colgantes orejas. Después, al mismo tiempo que fuimos dando la vuelta, pudimos ir dis

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J. M. DELEON LETONA

tinguiendo las facciones, muy mutiladas es verdad, pero con una elocuente y desdeñosa expresión.

Y cuando estuvimos frente a ella, sentimos en lo íntimo de nuestro sér ese misterioso respeto que engendra en el espíritu todo lo sublime, inexplicable y enigmático que los hombres que forjaron este monumento, lograron imprimir en aquel sem­blante mutilado por los siglos.

Quizá durante el día la Esfinge no despliega todo su mis­terioso hipnotismo. Es necesario contemplarla como nosotros, a la luz de la luna, para sentirse poseídos plenamente de ese sen­timiento mezcla de admiración, respeto y sorpresa que la Esfin­ge despierta en nuestras almas.

¿Pero qué es lo que representa la Esfinge? ... ¿Es algún rey mitológico? ... ¿Es algún dios? ... ¿Es alguna mezcla sim­bólica de lo divino y lo humano, como los centauros griegos? ... No ha sido posible, durante los largos siglos que este problema ha preocupado la mente de los hombres, dar una satisfactoria solución.

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