domingo, 31 de julio de 2022

III- "POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS"-

 "POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS"

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE
ALREDEDOR DEL MUNDO DURANTE LOS AÑOS DE
1922 A 1924.

—35—CAPITULO IV.

A través del Océano Atlántico. De New York al Havre. El
Transatlántico "La France." La vida sobre el mar.

A través del Océano Atlántico. De New York al Havre.

Animados por la feliz travesía de Guatemala a New Orleans, y después de tres meses de permanencia en la Gran República del Norte, emprendimos el viaje de New York al Havre, ávidos de conocer la vieja Europa.

Ya hemos comprado nuestro billete de pasaje. Nuestras cartas de crédito y los demás documentos que todo viajero nece­sita para abandonar los Estados Unidos están listos; ya vamos a emprender nuestra deseada travesía sobre el Atlántico, aleján­donos por la primera vez del querido suelo de América, de esta América joven y hermosa que para nosotros es como ampliación de la Patria.

Al muelle en que abordamos "La France" nos fueron a despedir varios amigos y compatriotas. Entre éstos recorda­mos un vibrante periodista cuyo nombre ha traspasado ya las fronteras Centroamericanas. Nos referimos al Licenciado Virgilio Rodríguez Beteta.

Por mucho que se haya viajado, es siempre emocionante la escena en que el barco que nos conduce se desprende de las amarras que lo sujetan al muelle. Por doquiera se oyen las pala­bras de despedida, los deseos de feliz viaje, las frases cariñosas y a veces tristes .... y no es extraño contemplar en más de algu­na pupila femenina la temblorosa perla de una lágrima.

Después, los diversos ruidos de las maniobras de la tripu­lación, las voces fuertes de los oficiales de a bordo, van domi­nando los otros ruidos, y, por fin, el barco se desprende del muelle animado de un movimiento de trepidación, que se dijera es el reflejo de las emociones que agitan el alma gigantesca del monstruo de acero. Comenzamos a navegar con tiempo bru­moso y frío. El acuarium, la Aduana y la famosa estatua de la Libertad fué lo último que desapareció de nuestra vista. Tan­to en el Río Hudson como en la bahía del mismo nombre veía­mos, ancladas unas y navegando otras, centenares de embarca

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ciones que imprimían al paisaje, vida y movimiento y que llena­ los aires con una serie interminable de pitazos.

Cuando la sirena de "La France" dejó oír su límpida voz, se fué perdiendo en el aire hasta extinguirse a lo lejos como .el eco, de nuevo la nostalgia patria, la emoción que ya antes habiamos experimentado, se apoderó de nuestro espíritu. Pero ahora esa misteriosa inquietud era más intensa. Ya nos alejá­bamos definitivamente del Continente; nos separábamos de este suelo maravilloso de la Virgen América. Desde el fondo de nuestra alma acudía a nuestros labios el nombre melodioso de Guatemala, más querido a medida que más nos alejábamos con -limbo limbo a tierras distantes.—ver --revisar--

El Transatlántico "La France."

"La France" es un barco bien equipado. Su desplazamien­to es de 24,839 toneladas y su fuerza, de 42,000 caballos. Tiene todas esas comodidades que han hecho de los grandes trans­oceánicos modernos, verdaderas ciudades flotantes en donde no se carece de nada, desde el telégrafo inalámbrico hasta el periódico diario, desde el salón de baile hasta el estanque de natación.

"La France," que navega bajo los pliegues de la bandera que Napoleón cubrió de gloria paseándola triunfante por tres continentes, es un transatlántico de poderosísima maquinaria, que puede dar cabida a varios millares de pasajeros. En este viaje íbamos 2,500. La extensión del barco puede ser calculada por la circunstancia de tener 4 chimeneas. Sus salones son amplios y lujosísimos lo mismo que sus escritorios y salas de lectura, siendo de notar el esmero con que los pasajeros son atendidos. Diariamente teníamos los pasajeros el placer de leer noticias provinientes de los más apartados lugares de la tierra, pues el periódico del barco, que se imprimía en inglés, francés y español, registraba en su sección de noticias radiográficas las últimas palpitaciones del día en el mundo. Famosos en todas partes son los cocineros franceses y no necesitamos decir que *'La France" estaba bien provista de ellos. Notamos aquí la gran diferencia entre la comida americana y la francesa, siendo ésta mucho más delicada y de gran estímulo para el paladar.

La vida sobre el mar.

"La France," que entre New York y el Havre hace un reco­rricio de 3,000 millas, es un barco de rápido navegar. Apenas entrados a alta mar, desplegó toda su velocidad y el trasatlán-

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tico se deslizó soberbio y rápido sobre las aguas que, cortadas bruscamente por la roda, se deshacían en rumorosas espumas azotando los costados de la embarcación. ¡ Oh, la grandeza infinita del océano! ¡La majestad suprema de las aguas pro­fundas y sin más límite que la línea azul del horizonte .... ! Esos barcos que cruzan el océano nos parecen un símbolo de las vidas humanas. Como ellas, tienen sus puntos de partida; como ellas, encuentran en la ruta días negros de tempestad y días luminosos de bonanza; sus desorientaciones, sus naufra­gios y su puerto, más o menos lejano, adonde las almas como los barcos, tarde o temprano, han de llegar. Los primeros días pasados a bordo naturalmente son de estudio e información. Hay mil detalles del barco que todo viajero necesita conocer. Es aquella una población en que vamos a residir por algunos días. Hay que averiguar cuáles son los lugares en donde mejor se puede tomar el sol o donde mejor puede estar uno en la sombra, según se desee- Hay que saber cuál es el punto más estratégico para cuando el viento se torna impertinente. Y hay que estudiar desde dónde podemos contemplar con más calma y comodidad las espléndidas perspectivas del crepúsculo o los sublimes espectáculos de las noches apacibles y claras en que las estrellas derraman su esplendor sobre las olas.

Componían el pasaje de "La France" personas pertenecien­tes a todas las razas del globo, aunque predominaban entre ellas los americanos y los franceses, siendo como consecuencia de esta circunstancia, el Inglés y el Francés los dos idiomas que más escuchábamos.

En los comienzos de la travesía existe siempre cierta falta de confianza, cierta rigidez de relaciones entre los pasajeros. Pareciera que cada cual trata prudentemente de explorar en ese campo desconocido de las almas de los que van a ser nues­tros obligados compañeros de algunos días. Poco a poco el hielo se va rompiendo, las simpatías se van despertando, las aficiones comunes forman grupos separados. Acá se reunen los que gustan del juego de cartas; allá los aficionados a los estímulos de la cerveza o del licor; más allá los que gustan de las discusiones sobre temas artísticos o literarios, o aquellos a quienes la afinidad de ideas políticas o creencias religiosas empuja a formar un mismo grupo. En el océano la vida se pasa apaciblemente, de una manera contemplativa, pudiera decirse. Todo convida al descanso, a la lectura, a la conversación, al cambio de ideas, a la comunidad espiritual frente a la hermosí­sima e interminable pantalla azul del mar. Al medio día fre

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cuentemente nos instalábamos sobre cubierta, cómodamente tendidos en nuestra silla de viaje y con los pies descansando sobre el cómodo escabel.

A bordo se siente uno impregnado de la misteriosa energía que comunica aquel aire purísimo. La respiración, la nutri­ción y la circulación son más activas; y no hay pasajero que no aumente de peso.

De tres a cuatro de la tarde la orquesta toca piezas escogi­das. Durante las primeras horas de la noche se baila sobre cubierta.

Pero las horas de la tarde, las horas vespertinas, tienen un encanto mayor que las demás. A pesar de que nos encontrába­mos fuera de la zona tropical, los crepúsculos desplegaban un derroche de colores, una variedad tan rica de tonalidades, que pareciera que navegábamos a lo largo de las costas del Mar Ca­ribe, célebre por el derroche fastuoso de colores que todas las tardes despliega en el cielo ese artista milenario que se llama el Sol.

Tanto a babor como a estribor se desparraman a esas horas los viajeros a contemplar esos confines lejanos en que el cielo se besa con el mar.

Y cuántas veces escuchábamos exclamaciones de admira­ción, palabras de gratitud hacia el Creador, salidas de la garganta de alguna bella compañera de viaje cuya alma se sentía intensamente impresionada por tanta maravilla.

Nosotros gustábamos de permanecer largos ratos en la proa para darnos cuenta de cómo el barco, impulsado por sus poten­tes hélices, iba hendiendo las aguas del Atlántico y abriéndose paso a través de la inmensidad.

Los millares de copos de espuma que se forman perenne­mente en ambos lados, al ser heridos por los rayos del Sol semejan lindísimas y brillantes perlas de bellísimos orientes Alguien diría que es un vuelo no interrumpido de mariposas Blancas

También la estela que el barco va dejando es un bello espectáculo. Guarda cierta semejanza con las aguas de un brillante río; durante ciertas noches, cuando la luna deja caer su lluvia de plata y de escarchas, estas espumas brillantes cons­tituyen un espectáculo maravilloso, encantador.

Durante el día, viendo la espuma que producen los tumbos de trecho en trecho y el constante vaivén de las olas, no podía­mos menos que pensar en los rebaños de ovejas y en los verdes trigales de tierra fria, de las bellas planicies de Quezaltenango por su semejanza. A la salida y caída del Sol, el reflejo de éste

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sobre las aguas aumenta y es entonces que la apariencia platea­da de sus aguas llega a su apogeo.

De vez en cuando, se encuentran algunos barcos que van en opuestas direcciones. Si los barcos pertenecen a la misma compañía, es costumbre el cambiarse saludos por medio de las sirenas, si es de día, o por medio de luces eléctricas de colores, si es de noche.

La natural curiosidad se despierta y las preguntas menu­dean; ¿cuál es el nombre del barco que pasa? .....¿de dónde viene? .... ¿hacia dónde se encamina? ... Estas y otras aná­logas preguntas vienen a los labios de los pasajeros y son gene­ralmente satisfechas con amabilidad por los oficiales del barco.

La aparición de estas naves es un acontecimiento sensacio­nal que viene a interrumpir la monotonía de la vida marítima, y aún después de haber desaparecido de nuestra vista, todavía duran en el barco la sensación producida y los comentarios de estos encuentros.    * * *

"La France," desde luego, posee aparatos sutiles que seña­lan con precisión matemática la hora de las diferentes locali­dades, pero nuestros relojes tenían que ser adelantados cada día 30 minutos a efecto de conservar el tiempo correcto y de llegar al fin de la jornada con la hora del país a donde nos dirigíamos, Francia.

La nota religiosa la daban a bordo varias Hermanas de la Caridad, algunos Sacerdotes y un número regular de Pastores Evangélicos. Tuvimos la satisfacción de oír misa varias veces en las primeras horas de la mañana; y, si siempre nos conmue­ve el espíritu la celebración del sacrificio divino, más intensa era nuestra emoción al asistir a estas misas celebradas en medio de la azul inmensidad, en donde los hombres parece que olvidan sus luchas y miserias, y que se sienten más cerca del Sér Supremo.      * * *

Ya nos habíamos alejado 1,500 millas de esa babilonia ensor­decedora que se llama New York cuando nos llegó un recuerdo suyo. Un recuerdo conducido en alas de un pájaro milagroso e invisible, un mensaje inalámbrico que una persona amiga nos envió desde Brooklyn. Confesamos con franqueza que, antes de abrir el mensaje, vacilamos como poseídos de nerviosidad y de temor. De esa impresión que generalmente producen esta clase de despachos telegráficos. Pero ya una vez abierto, nos complació vivamente aquella gentileza de la amistad y, desde el—40---fondo del corazón agradecimos el radiograma y consagramos también  un recuerdo a Marconi, el italiano eminente que dotó la Humanidad con ese prodigioso invento del telégrafo sin 'silos. Huelga decir que la respuesta fué incontinenti.

Cuando el tiempo es claro, de 10 a. m. a 4 p. m., el reflejo ael ardiente Sol hace que las aguas tomen un vivísimo color azul-plateado, como tornasol, que molesta mucho la vista. Hay ciertos parajes en donde el mar es tan profundo, que las aguas tornan su azul marino en un color obscuro que da la impresión de que todo el mar se hubiera convertido en tinta.

Un fenómeno conocido de todos, pero más frecuente en estos viajes que en ninguna otra parte, es el mareo. El mareo consiste en un malestar general ocasionado por el excesivo y brusco movimiento de la nave, como consecuencia del mal tiem­po. Para contrarrestar esta molestia, que nunca es mortal, pero sí muy desagradable, lo mejor es dar paseos sobre cubierta para respirar bien, tener aire libre y procurar seguir con la vista el balanceo del barco. Los limones y el café dan también bue­nos resultados. Las personas que se encierran en sus camarotes o que se acuestan, sufren más en esta clase de contratiempos.

Interesante detalle de a bordo lo constituyen los mapas en que, día día, se va marcando el número de nudos recorridos durante las últimas 24 horas y en donde la ruta que la embar­cación lleva, se señala con alfileres que tienen cabezas de dife­rentes colores— Igualmente se anotan, cada día: la longitud, la latitud, etc., así como el tiempo probable del día siguiente, es decir, las observaciones meteorológicas.

Además del desayuno, almuerzo y comida, hay un servicio de té, entre las 4 y 5 de la tarde, siguiendo la aristocrática costumbre inglesa. Diariamente  se da a conocer "el menú" en artísticos y variados estilos de tarjetas finamente impresas. También se acostumbra imprimir la lista de pasajeros que lleva el barco. * * *

Al mismo tiempo que la dicha florece a bordo en las bocas frescas de las hermosas mujeres que viajan por placer o resue­na en las carcajadas de los alegres viajeros, la imaginación no puede menos que dedicar un pensamiento a "los de abajo," los que no gozan de los crepúsculos de oro y de las noches tacho

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nadas de diamantes, "los hombres de mar," los pobres séres humanos desheredados de la fortuna, incomunicados con los pasajeros; mal comidos, mal dormidos, y peor vestidos, que van y vienen en el vientre del enorme barco, engrasando las articulaciones de acero, alimentando las calderas, cubiertos de sudor, tiznados de negro, respirando el ambiente de fuego de aquella especie de infierno; listos al sacrificio, cercanos a la muerte, para que "los de arriba" fumen, charlen y rían sobre cubierta, mientras el barco se desliza indiferente llevando a todos sobre el dorso inquieto y pérfido del Atlántico.

Printed in the United States of America.

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