SAMUEL VILA
Capítulo X
Los hermanos Enzinas
1. Los hermanos Enzinas. Jaime.
Los dos hermanos Enzinas, Jaime y Francisco, eran hijos de un respetable ciudadano de Burgos, Castilla la Vieja. Hablan estudiado en su primera juventud en la Universidad de Alcalá de Henares, uno de cuyos profesores era entonces Pedro de Lerma, tío suyo,’ el cual ya vimos que tuvo que huir a París acusado de luteranismo. Muy probablemente fue éste quien les aconsejó que se trasladaran a estudiar a Lovaina, en el territorio de Flandes. Hacia 1535 los encontramos a los dos en esta célebre ciudad universitaria, en la cual el ambiente era liberal, lo mismo en cuanto a los estudios como a los movimientos de los estudiantes. París se
mantenía fiel a las antiguas normas escolásticas y era perseguida allí fieramente toda idea reformada, en tanto que en Lovaina se leían y comentaban las obras de Lutero y de Melancton.
No sabemos si fue en Lovaina que entraron en conocimiento de las doctrinas reformadas por primera vez, o ya en su propia patria, por la influencia de su tío antes citado. En Lovaina habían establecido intima amistad con Jorge Casandra, que, manteniendo contacto con los teólogos protestantes y católicos, se esforzó por reconciliar las Iglesias reformadas otra vez con la católica, si bien fracasó completamente en su intento. Los dos hermanos, más decididos que su amigo, desecharon las reformas parciales con que aquél se satisfacía y rompieron formalmente con la Iglesia Católica. Por esta época recibieron la visita de su compatriota Sanromán,según narra Francisco en sus Memorias, y éste le aconsejó que se comportara con mayor prudencia.
Con respecto al mayor de los hermanos, Jaime, se trasladó en 1541 a París, siguiendo la indicación de su padre. Allí se mantuvo fiel a sus convicciones y aun las comunicó a algunos de sus compañeros de estudios.
Aquí conoció a Juan Díaz, en la imprenta de Henry Estienne, contribuyendo a la conversión de su compatriota.
Esta tertulia era frecuentada también por Crespin y Senarcleus, nombres que sonarán más adelante al hablar de Juan Díaz.
Jaime se llevó un gran desengaño en las ilusiones que llevaba respecto a la calidad de la enseñanza de la famosa universidad francesa, ya que los profesores eran mucho más pedantes que eruditos, y los estudiantes, brutales y holgazanes. Allí pudo contemplar también la ejecución de varios protestantes en plena calle, que eran quemados después de atroces suplicios infligidos ante el regocijo de los espectadores, viéndose obligado a presenciar estas escenas mientras se dirigía desde su casa a la universidad, o viceversa. Entinas decidió dejar París y regresó a Lovaina, visto que no encontraba allí sabiduría ni humanidad. Desde Lovaina pasó luego a Amberes, en 1541, para dirigir la impresión de un Catecismo que había compuesto en lengua española. Más adelante, obedeciendo a los ruegos de su padre, que lo habla destinado a la carrera eclesiástica, se dirigió contra su voluntad a Italia y permaneció por algún tiempo en Roma.
No era Roma el lugar más adecuado para él, dadas sus inclinaciones y sus convicciones religiosas, pero cedió al imperativo del deber filial, dejando en los Países Bajos a su hermano y a todos los amigos. Jaime era de espíritu independiente y valeroso, como luego se demostró, lo cual no era una gran recomendación para un hombre que se encontraba en sus circunstancias, ya que su mismo valor había de arrastrarlo a la perdición. Por aquella época se acababa de descubrir en Italia la existencia del movimiento reformado y habían empezado las persecuciones, según vimos en el capitulo anterior al tratar de la obra de Valdés en Nápoles. Enzinas decidió regresar a Flandes, sin que obtuviera el consentimiento de su padre para realizar este propósito, hasta que, llamado insistentemente por su hermano, resolvió, por fin, trasladarse a Alemania, abandonando tan inhospitalario país.
Sin embargo, cuando se preparaba para la marcha fue traicionado por un compatriota suyo que lo denunció a la Inquisición como hereje. El hecho de que fuera español, así como su buena reputación como estudioso, despertó gran interés en Roma, por lo cual su proceso fue presenciado por los principales obispos y cardenales. Presentado ante el tribunal, proclamó sus creencias y las defendió con tal presencia de ánimo que sus jueces, irritados por tanto atrevimiento, lo condenaron sin contemplaciones a las llamas, sentencia que sus compatriotas dieron muestras de aprobar con satisfacción. Se probó de hacerlo retractar, ofreciéndole la reconciliación con la Iglesia después de aparecer en público con el sambenito, según la costumbre española,
pero él se negó a comprar su vida a este precio. Murió en la estaca, demostrando una constancia y un valor extremos. Su martirio tuvo lugar en el año 1546
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