domingo, 24 de julio de 2022

LO QUE PUEDE LA ORACION

 Los grandes hombres de todas las épocas han vuelto los ojos a Dios; la vida más humilde halla en El serenidad y fortaleza
 
LO QUE PUEDE LA ORACION

(Condensado (le «Guideposts»)
Por Fulton oursler
Autor de Greatest Story Ever Told
 SELECCIONES DEL READER'S DIGEST
MARZO 1951
ERA Yo niño ando una mañana de primavera me puso mamá mi mejor traje y me dijo que la aguardase frente a casa, sin moverme de los escalones de la entrada.
— Iremos a visitar a tu tía —me prometió.
 Aguardé obediente hasta que pasó el hijo del panadero de la esquina y me gritó "!mariquita!» Entonces bajé de un salto la escalera y le ajusté un puñetazo en la oreja.El me tiró de un empellón a un charco arco Y salí con mi blusa blanca hecha un asco,rota la media Y sangrando de una rodilla. Viéndome en tan desesperada  sitación  empecé a llorar a gritos.
Un súbito titinear de campanillas me sacó de mi aflicción. Por la calle avanzaba el carrito verde de un vendedor ambulante."!Barquillos!"
¡A centavo el barquillo de helado!
Sin acordarme de mi desobediencia ,corrí a pedirle a mamá un centavo. Jamás olvidaré sus palabras:
— ¡Mira cómo te has puestol Tú no estás en condiciones de pedir nada.
Muchos atolondrados años hubieron de trascurrir para que calase en mí la idea de que las más veces, antes de pedirle algo a Dios, debemos mirarnos a nosotros mismos; tal vez no estemos en condiciones de pedirle nada.
Para el creyente no tiene límites lo que la oración puede alcanzar, y aun los escépticos que estudian los resultados con ánimo desprevenido, se maravillan de cuánto puede la fe. Pero el hombre ha de andar la mitad del camino si quiere acercarse a su Creador para ser oído.
Lo malo — dice un psicólogo indiferente en punto de religión — es que la mayoría de quienes oran no son honrados con Dios. Gente que no se habla con sus vecinos, que cierra las puertas de su casa a los parientes, que se hace eco de murmuraciones, que desacredita envidiosamente a sus amigos, tiene la osadía de pedir favores al cielo.
«Para sentirnos libres de toda amargura, hemos de desechar la malicia, el rencor, la envidia, los celos, la codicia: que son causas cierrtas de enfermedad mental y aun de dolencia física. Para eliminar tales gérmenes de neurosis y psicosis basta sencillamente seguir el precepto evangélico: de reconciliarnos con nuestro hermano antes de orar. La oración sincera es en cierto modo un seguro de salud mental.»
Norman Vincent Peale indica dos maneras de predisponernos a perdonar:
1. «Recemos el padrenuestro intercalando el nombre de la persona que nos ha ofendido: . . . y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a fulano de tal.»
2. «Hablemos bien de la persona contra la cual abrigamos un resentimiento.»
Cuanto más limpiemos el corazón de rencillas y enemistades, más nos acercaremos al supremo ideal de la paz interior. Empezaremos a entender entonces que orar significa infinitamente más que pedir bienes terrenales; que la oración es en sí misma el mayor de los bienes, ejercicio cada vez más provechoso al espíritu, fuente de perenne armonía entre nosotros y las fuerzas creativas del universo. Ella obra en la vida del más humilde creyente el prodigio de la «comunicación con Dios.» Y sentirnos en relación con la divinidad influye poderosamente en nuestros pensamientos y en nuestros actos.
Un muchacho de la tribu de los hurones dejó la región del norte de Wisconsin donde habitan esos indios norteamericanos, se educó en la ciudad, siguió la carrera de abogado, y no volvió a sus nativos bosques sino cuando, ya hombre maduro, fue a pasar una temporada de vacaciones cavando y pescando. El leñador que le servía de guía advirtió que a la puesta del sol se iba sin decir a dónde y permanecía ausente una hora. Picado de curiosidad, lo siguió una tarde sin que él lo advirtiese.
Ocultándose detrás de un abeto, lo vio prender en un claro del bosque una fogata, colocar a un lado un tronco• sostenido por dos piedras, improvisar enfrente otro banco semejante y sentarse en él con la mirada fija en las llamas.
Fl guía se adelantó hacia el indio, que al verlo levantó ambas manos indicándole que se detuviese. En seguida, sin decir palabra, arregló un tercer asiento e invitó al guia por señas a acompañarlo en su vela. Media hora permanecieron en completo silencio,
De vuelta al campamento, después de cenar, el indio explicó así lo sucedido:
«De niño me enseñó mi madre a que al final de cada día me retirase a solas y me pusiese en comunicación con el Grande Espíritu. Debía examinar mis actos y mis pensamientos de ese día, y si hallaba algo de que avergonzarme, manifestarle al Grande Espíritu mi arrepentimiento y pedirle fuezas para no incurrir de nuevo en la misma falta. De esta manera dormiría más tranquilo esa noche. Me había olvidado por completo de esas enseñanzas, pero aquí, bajo estos altos árboles que presenciaron mis juegos de niño,ha renacido mi antigua fe. Siento una paz que no experimentaba desde mi niñez. Y en lo sucesivo cuidaré de no pasar un solo día sin comunicarme con el Grande Espíritu.»
El gran cantor de ópera italiano Ezio Pinza, estrella de la comedia musical South Pacific, tan aplaudida en Nueva York, tiene otra manera de encontrar la senda que conduce al sosiego del ánimo:
«La víspera del estreno — cuenta Pinza — le aconsejé a Mary Martín (la primera dama) que si los nervios no la dejaban dormir hiciese lo que, según me consta por experiencia propia, era lo mejor en tales casos: levantarse e ir a la iglesia Huís ccrcana. A poco de estar allí — le dije —desaparecerá su nerviosidad, como con la mano. Dios ha sido tan bondadoso conmigo y me ha favorecido tanto en mi carrera, que nunca dejo de acudir a El en mis necesidades. Otro 'pueden fallarme; Dios, jamás. Cuando expliqué esto a Mary, se echó a llorar, y ése fue el comienzo de nuestra amistad.»
La comunión con lo infinito es de positivo valor hasta para los asuntos más mundanales. Conozco un fabricante que viaja en automóvil entre su casa y la oficina para poder reflexionar a solas en sus problemas.
«Una mañana—dice—caí de repente en la cuenta de que siempre estaban presentándose problemas imprevistos. ¿ Como atinar a resolver dificultades con las que no había contado? Únicamente por la oración. Ahí mismo empecé a implorar que me fuese dable hallar soluciones justas y acertadas a los problemas que me salieran al paso ese día. Llegué a la oficina confortado y lleno de confianza, y ese día fue uno de los mejor aprovechados. Comprendí que había dado con una técnica maravillosa. En vez de impetrar auxilio para salir de las dificultades, me preparaba de antemano para resolver en forma serena, racional y adecuada las que fuesen presentándoseme.»
La promesa divina «Pedid y recibiréis» no implica que haya de concedérsenos precisamente lo que pedimos. Con frecuencia no sabemos lo que en realidad nos conviene; así nos enseña un antiguo proverbio griego que cuando los dioses están enojados con un hombre le dan cuanto quiere. Muchos hemos llegado a felicitarnos de que algunas de nuestras súplicas quedaran desatentidas. La persona prudente concluye sus ruegos diciendo: «Empero, no se haga mi voluntad sino la tuya.»
Rosalía, hija de un parisiense de escasos recursos, mostró desde niña grandes disposiciones para la pintura. Pero esto no bastaba para adelantar en el arte. Rosalía deseaba copiar del natural, y su padre no podía costearle un modelo.que la joven imploraba fervienteInente que se le deparasen unos francos, el dinero no le llovía del cielo,
Cierto día en que daba un paseotuvo la corazonada de que todo iba a arreglarse. Al pasar cerca de una plaza de mercado muy concurrida, reparó en el caballo de un carretón de hortalizas. Allí estaba el modelo, si la joven se conformaba con que este fuese un caballo. En el Museo Metropolitano de Nueva York se admira hoy el mundialmente famoso lienzo La feria de caballos. Lo firma Rosa Bonheur, la artista que Conquistó imperecedero renombre con sus obras maestras, la mayoría de  las cuales son pinturas de caballos.
A medida que se ensancha nuestro horizonte aprendemos a pedir menos para nosotros mismos; a recordar en nuestras oraciones a los demás, amigos y enemigos; a implorar salud para los enfermos, consuelo para los afligidos, socorro para los necesitados, y misericordia para todos. «Que Dios te llene de belleza interiormente,» era la súplica de Platón por los que amaba.
La misma ciencia empieza a atemperar la hostilidad que mostró de antiguo ante los profundos misterios de la fe. Hace pocos meses el doctor Robert A. Millikan, sabio de 82 años distinguido con el Premio Nobel, director del Instituto de Tecnología de California, declaró ante los principales físicos de los Estados Unidos que una vida consagrada a la investigación científica lo había convencido de que existe un Dios que rige los destinos de los hombres. Ningún científico ha penetrado más a fondo que Millikan en la mecánica de la materia. Fue él quien primero determinó la carga y la masa del electrón, la partícula más pequeña del universo. He aquí cómo se expresó en su reciente discurso:
«No sabemos qué lugar nos corresponde en los planes del Creador; ignoramos la extensión de la tarea que nos ha señalado; mas es lo cierto que si dejamos de cumplirla, esa parte de la común tarea quedará por hacer.
«Indudablemente entramos por algo y de alguna manera en el plan de la creación, pues de lo contrario no existiría en nosotros el sentimiento de la propia responsabilidad. Una filosofía estrictamente materialista me parece el colmo de la falta de inteligencia:» »
Como por infalible instinto, los grandes hombres de todas las épocas han vuelto los ojos a Dios e implorado su ayuda. Parece como si superando las dudas de la razón, hallasen el camino más corto para llegar a la verdad universal. Ninguno ha expresado esto tan lúcidamente como Abraham Lincoln:
«He tenido—dice—tantas pruebas de sus designios, me ha guiado en tantos casos una fuerza a superior a mi voluntad, que no me cabe dudar que esa fuerza provenga de lo alto. Con frecuencia veo claramente la resolución que debo tomar, aun cuando carezco de razones suficientes en que fundarla . . . Estoy cierto de que cuando el Todopoderoso quiere que yo haga o deje de hacer una cosa, halla manera de comucármelo. . . Creo firmemente qué Dios sabe lo que El quiere que hagan los hombres, lo que a El le complace. Y jamás prosperará quien no lo escucha.
«Yo hablo a Dios—continúa diciendo Lincoln—y entonces mi entendimiento parece despejarse y veo abrirse un camino. Sería el más completo y vanidoso mentecato en el ejercicio de los deberes de es cargo si esperase cumplirlos sin auxilio de aquella sabiduría que viene de Dios y no del hombre.»
El escéptico más obstinado puede mediante la oración, experimentar lo que es esta guía. Pruebe a hacer como Lincoln. No importa que lo intente sin haber renunciado a su incredulidad, siempre que proceda con ánimo desprevenido, deseoso de averiguar por propia experiencia cuánto puede la oración. Le auguro una serie de felices sorpresas.

 

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