sábado, 9 de julio de 2022

INESPERADO ESPECTÁCULO PARA SOLDADOS - 2 Guerra Mundial

 Aquellos hombres querían volver a sus hogares, con sus familias. ¿Cómo  mantenerlos ocupados hasta que se les diera de baja?

INESPERADO  ESPECTÁCULO PARA SOLDADOS

POR J. BRYAN

EN cierta ocasión, Hugh Troy, conocido como uno de los grandes bromistas del siglo, se involucró inadvertidamente en una chanza no intencional. Contó la historia a Joe Bryan, quien la incluyó en su libro.

HABíA terminado la Segunda Guerra Mundial, y los hombres que prestaban servicio en Guam no sólo estaban impacien­tes por recibir su baja del Ejército, sino también inquietos e irritables por el confinamiento en la isla. Hugh Troy, capitán de la Fuerza Aérea, preguntó una noche en el club de oficiales si a nadie se le ocurría algún nuevo entretenimien­to que pudiera servirles como vál­vula de escape.

Un capitán del Batallón de Cons­tructores dijo: "¿Por qué no contratamos la compañía de danza ha­waiana de la señora Johnson? He oído decir que tienen un éxito arro­llador donde se presentan".

Hugh no pidió detalles, sólo la dirección de la señora Johnson, a donde enfiló rápidamente en un jeep que tomó prestado. La señora resultó ser nativa de Guam, perso­na seria y bien educada, viuda de un cabo de la infantería de marina. Hugh le preguntó si su compañía estaría libre el siguiente sábado por la noche.

—Sí, estamos disponibles —le contestó—. ¿Cuántas muchachas necesita usted?

—¿Cuántas tiene?

—Cuarenta, poco más o menos.

El único "teatro" de que dispo­nía Hugh era el pequeño come­dor. Se lo imaginó repleto con 40 muchachas contoneándose y 120 soldados locos de emoción.

—Me temo que lo más que po­damos manejar sean unas quince.

—Muy bien —dijo la señora Johnson—. ¿Podrían mis mucha­chas bailar con los hombres des­pués de la función? La última vez que fuimos a un campo militar los capellanes lo prohibieron y las chi­cas se enfurecieron.

—No se preocupe por eso, señora Johnson. A propósito, ¿cuánto cobran ustedes por una función? —preguntó Hugh.

—¿Cobrar? Ni un centavo, capi­tán. A las niñas les gusta pasar un buen rato.

Hugh regresó al campo pregun­tándose si no se había metido en un lío. Con cierto recelo, puso este avi­so en el tablero de notificaciones:

15 BELLAS MUCHACHAS 15

Las Mundialmente Famosas Bailarinas Hawaianas Johnson Han Aceptado Dar­nos una Exhibición en Nuestro Comedor Este Sábado a las 19:00

15 BELLAS MUCHACHAS 15 GIRAN OSCILAN SE CONTONEAN
(¡Y CÓMO SE CONTONEAN!) UNICA NOCHE 15 BELLAS MUCHACHAS 15

Las mujeres de Guam son suma­mente hermosas, así que Hugh no dudó en calificarlas de "bellas" sin haberlas visto. Después puso un se­gundo aviso:

LOS CAPELLANES DECLINAN TODA RESPONSABILIDAD EN ESTA FUNCIÓN

 El sábado por la mañana, designó a cuatro hombres para que construyeran un escenario provisional y un telón. Esa tarde partieron del campo dos trasportes de personal para traer a la compañía de danza hawaiana de la señora Johnson. Mu­cho antes de que regresaran, el co­medor estaba atestado de hombres.que silbaban, gritaban y golpeaban el piso con los pies, ansiosos por ver a las chicas. Cuando oyó Hugh que los trasportes venían subiendo por la colina, salió a recibirlos. Los choferes habían salido sonrientes y relamiéndose; ahora parecían extra­ñamente serenos. Bajó la señora Johnson seguida de su compañía. Hugh supo después que la mayor de las 15 acababa de cumplir 11 años.

Dijo después: "¡Niños! ¡No po­día creerlo! En el grupo venían tres o cuatro muchachitos con ropa in­maculada, el cabello perfectamente cepillado y riéndose de emoción. Las niñas eran... pues, tímidas y reca­tadas, más lindas que capullos. El grupo entero, niñas y niños, eran del todo adorables. Los guié hacia el fondo del escenario y la señora Johnson me dio el programa. Lo miré, salí por entre el telón y anun­cié: El primer número será un solo ejecutado por la señorita Rosa Batanga. ¡Un fuerte aplauso para Rosa Batanga!

"Y salió Rosa, meciendo una muñeca casi tan grande como ella misma. ( Difícilmente tendría más de seis años.) El ruido de los espectadores subió como veinte de­cibelíos. Los hombres creyeron que se trataba de una broma. Entonces, Rosa empezó a cantar, y el ruido se convirtió en silencio absoluto. Era una canción de cuna, y la cantó con una vocecita susurrante mientras mecía a su muñeca. Cuando termi­nó, el silencio duró unos cuantos antes que los hombres empezaran a aplaudir furiosamente. Fue tal la gritería, que parecía que se celebraba nuevamente el fin de la guerra.

"El segundo número fue un due­to: Pequeño señor eco, que canta­ron Antonia Solan en el escenario y uno de los niños —Ramón... no recuerdo su apellido— entre basti­dores. La chiquilla cantaba: Pequeño señor eco, ¿cómo estás? ¡Hola, hola!, y Ramón contestaba cantando ¡Hola, hola! Otro éxito arrollador. Deben de haber hecho unas veinte reverencias para agradecer aquellas ovaciones.

"El tercer número fue un baile hawaiano ejecutado por cuatro ni­ñas que vestían jubones y faldas hawaianas hechas con tiras de celo­fán y, ¡Dios es testigo!, calzones largos de lana. Cualquiera hubiera estallado en carcajadas sí las niñas no se hubieran mostrado tan serias. Hubo otra media docena de núme­ros, y luego vino el final: apareció Ramón, el niño que había sido el Pequeño señor eco, y recitó el fa­moso Discurso de Gettysburg del presidente Abraham Lincoln. Yo tenía en la garganta un nudo del ta­maño de un coco.

"En el momento de terminar Ra­món, todos los hombres que forma­ban el público, sin excepción, se dirigieron al escenario, llorando la mitad de ellos. ¡Fue una estampida! Tomaron a los niños en brazos y regresaron con ellos a sus asientos; se los sentaron en las piernas y los abrazaron. Algunos de los hombres sacaron fotos de sus hijos. Esta es mi Sue-Ellen. Es como de tu edad. Ojalá pudieran conocerse. ¡Sé que se llevarían bien! Los que no tenían fotos sacaron barras de chocolate, sonrieron mucho y lloraron un poco. Todos se enternecieron. Nadie pensó en bailar; sólo querían estar sentados allí, prodigando atencio­nes a los niños, hasta que la señora Johnson ordenó: ¡Es hora de acos­tarse! y se los llevó a casa.

"A la mañana siguiente uno de los capellanes me dijo que había sido una tarde maravillosa y francamen­te, ¡qué sorpresa! No encontré nin­guna razón para decirle que mi sor­presa no había resultado menor que la suya".

SELECCIONES DEL READER'S DIGEST       Diciembre de 1986

CONDENSADO DE - MERRY GENTLEMEN (AND ONE LADY)-. C 1985 POR J. BRYAN 111, REPRODUCIDO CON AUTORIZACIÓN DE LA JULIAN BACH LITERARY AGENCY. INC— NUEVA YORK

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