sábado, 23 de julio de 2022

JUAN DÍAZ: SU CONVERSIÓN.- España

 HISTORIA DE

LA INQUISICIÓN Y

LA REFORMA EN ESPAÑA

                                                                                               SAMUEL VILA
  Capítulo XI

 Juan Díaz y Francisco de Sanromán

1. Juan Díaz: Su conversión.

Juan Díaz era natural de Cuenca. Residió en París unos trece años, según las referencias que poseemos,  reformada, conversión en la que influyó su amistad con Jaime de Enzinas, durante el tiempo que éste residió también en París, por el año 1541.

Ya vimos al hablar de Jaime de Enzinas que París no constituía un ambiente propicio para que un reformado se sintiera a sus anchas, y menos aún un hombre de letras, por lo que Díaz abandonó esta ciudad en compañía de Mateo Budé y Juan Crespin y se fue a Ginebra, hacia el año 1545, donde permaneció durante

algún tiempo en la casa de otro español, Pedro Galés, del que hablaremos más adelante.

Pasó luego a Estrasburgo, a principios de 1547, donde fue aceptado en la comunidad protestante, gozando de gran prestigio por sus estudios teológicos en la Sorbona. Su talento y su cortesía le valieron la amistad de Bucero. En compañía de éste y bajo su dirección, nombrados ambos por el Consistorio de dicha ciudad, fue enviado como representante suyo al Coloquio (o controversia) que entre católicos y protestantes debía celebrarse en Ratisbona, y a la vuelta del cual sufrió la trágica muerte que referiremos, tomando por base el relato de su amigo Claudio Senarcleus.

 En el viaje a Ratisbona se encontró Díaz con su compatriota el doctor Pedro Malvenda, dominico, a quien conocía desde París, y que debía ser antagonista suyo en la conferencia. Malvenda, que ignoraba el cambio operado en los sentimientos religiosos de su amigo, se mostró altamente sorprendido y horrorizado al enterarse del mismo, lamentándose de que los herejes se jactarían más de la conversación de un solo español que de diez mil alemanes. Intentó disuadir a su antiguo amigo de las nuevas ideas, pero fue en vano. Malvenda trató del caso con el confesor del emperador, De Soto, y así fue corriendo la voz entre los españoles de que un compatriota suyo se había hecho protestante. Entretanto, se celebró el Coloquio con escaso o nulo resultado, como era de costumbre en estos casos, y Díaz hizo unas crónicas muy objetivas del mismo, que se conservan. Terminada las conversaciones, Díaz se trasladó a un pueblecito llamado Neoburg, en Baviera, para dirigir la impresión de un libro de Bucero. Por otra parte, a través de un tal Marquina, llegó la voz de la conversión de Díaz a un hermano suyo, Alfonso, doctor en leyes, desde años jurisconsulto en Roma. Al enterarse del paso dado por su hermano, que consideró una deshonra para la familia y para el mismo Juan, Alfonso, inflamado por el orgullo y por el entusiasmo, se dirigió inmediatamente a Alemania, acompañado por una persona de su confianza, determinado a hacer entrar en razón a su hermano, de una u otra forma. Al llegar a Ratisbona preguntó por su hermano, pero los amigos de Juan Díaz, quizás alarmados por algunas expresiones de Malvenda, y sabiendo la animadversión que sentían en general los españoles hacia aquellos de sus compatriotas que se hacían protestantes, procuraron ocultar el lugar donde Juan se hallaba, pero Alfonso lo descubrid al fin.

 Después de consultar con Malvenda, Alfonso Díaz se dirigió a Neoburg. Allí hizo todos los esfuerzos, durante varios días, para conseguir que su hermano volviera al seno de la Iglesia Católica, pero no adelantó ni un paso en su porfía. En vista de esto decidió cambiar de táctica; simuló que los argumentos de Juan le habían hecho entrar en la duda acerca de su propia fe y ávidamente escuchaba a su hermano mientras éste le explicaba con fervor las doctrinas protestantes y le mostraba su base bíblica. Cuando creyó que Juan había tragado el anzuelo, le propuso que lo acompañara a Italia, donde su presencia podría ser más útil, ya que allí tendría un campo de trabajo más amplio porque las doctrinas reformadas eran menos conocidas. A Juan no le pareció mal la propuesta, pero, antes de decidirse, consultó con sus amigas protestantes, los cuales unánimemente se lo desaconsejaron de modo formal. Por aquellas fechas había llegado de Italia Ochino, huyendo de la persecución desencadenada en Roma a la muerte de Juan de Valdés, y se hallaba en Augsburgo; requerida su opinión, señaló al punto, por carta, los peligros y lo descabellado del proyecto.

No sabemos si es que Alfonso no desesperaba aún de poder atraer a su hermano a Italia, donde juzgaba le había de ser mucho más fácil volverlo al buen camino, o si ya había decidido eliminarlo, lo cierto es que se dispuso para regresar a Roma; pero le rogó a su hermano que lo acompañara hasta Augsburgo para hablar personalmente con Ochino, declarando que no insistirá más sobre el proyecto de ir Juan a Italia si la opinión de Ochino, después de hablar de viva voz, fuera todavía desfavorable.

Esta propuesta parecía tan razonable que Juan había ya accedido a ella; pero impidió su viaje la llegada de Bucero y otros dos amigos, que, desconfiando de las mañas que Alfonso podía desplegar para convencer a su hermano, se habían concertado para visitar a Juan. Este renunció entonces a ir con Alfonso y se quedó en Ratisbona con su amigo Senarcleua.

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