sábado, 30 de julio de 2022

"IMPRESIONES DE UN GUATEMALTECO EN SU VIAJE... LOS AÑOS DE 1922 A 1924.” -1

POR J. MOISÉS DELEON LETONA

(El escritor es tio abuelo del autor del blog- un huehueteco apasionado por lo de antaño.)

 

 “POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

  POR J. MOISÉS DELEON LETONA

Impresiones de un guatemalteco en su viaje
alrededor del mundo durante los años de
1922 a 1924.

Es el libro que a continuación leeremos y es debidamente apreciado a nivel mundial. Se encuentra en las siguientes bibliotecas

Librería del Congreso de  los Estados Unidos de América

Biblioteca Teológica "Lorenzo Boturini" de la Basílica de S.M. de Guadalupe. Ciudad de México

Bibliotheca Generalis Custodiae Terrae Sanctae-Ciudad de Jerúsalen

Libro que forma parte del Patrimonio Literario de España-Secret. Part. De S.M. el Rey -Dedicación del autor a S.M. el Rey D. Alfonso XIII-XIV.

El miércoles 3 de abril del año 2019,

fue un día feliz para mí. En mis manos estaba un ejemplar original  del libro que durante 7 años anhelaba tener.  Conseguir un libro publicado hace 97 años,  y del cual que nadie ha escuchado hablar es verdaderamente casi imposible  Sin embargo cuando un asunto se pone  en las manos del Gran Dios, y él obra de acuerdo a su Soberana voluntad, nada es imposible y los milagros suceden.

Hay  personas  que han  logrado  describir sus  vivencias en  las páginas de un libro de tal forma que las  han inmortalizado para la posteridad. Nuestro personaje es una de ellas.

José Moisés Letona (nombre que aparecen en la partida de nacimiento ) nació en 1890 en San Luis Salcajá, Quetaltenango. Sus abuelos maternos fueron Hipolito Letona y Fernanda de León. Sus padres. El Sr.JoséDe León y la Sra. Teresa Letona.

Hipolito Letona y Fernanda de León son los bisabuelos de Emerita  Letona Palacios, Reyna Isabel, Arcadio y de Marta López Palacios (mi señora madre.  Jumaj, zona 6 Huehuetenango Q.E.P.D)

Moisés De León a través de sus impresiones de viaje nos participa de la vida moderna, de sus adelantos, de la civilización y la tecnología, sin olvidarnos de la sencillez de la vida, … sin que por ello perdamos la sensibilidad de poder admirar el cielo azul, los pajarillos,  y por supuesto de admirar ese gran regalo del creador, la belleza esplendida de la mujer en general.  Se hace evidente la admiración  del  autor, por el grado de justicia y progreso adquirido por el laborioso pueblo inglés, que lo ha llevado a ser una de las potencias mundiales .Años más tarde en 1942  se nacionalizaría ciudadano de los Estados Unidos.

Moisés Letona, el filósofo, el aventurero distinguido, expedicionario soñador  y galante… matemático práctico, gran observador en sus viajes, nos invita a soñar  y conocer  tierras muy lejanas. que el visitara, Suiza, Francia, Italia, España, Inglaterra, Egipto, Arabia, Nuestra amada Jerusalén, Estados Unidos, Cuba, México.

Hago mías las  siguientes palabras de este ilustre antepasado mío y me siento profundamente satisfecho el saber que comparto la misma genética con él.

“Caminad siempre erguidos, viendo el sol. Aprovechad toda la luz del día. Elevad vuestra frente a la altura de vuestros ideales.-“(Pag 332 )

          Atentamente

Un huehueteco apasionado por la historia

Huehuetenango, 28 Abril de 2019

"Vouloir c`est pouvoir.-

Where there is a will there is a way."
"Querer es poder."

POR TIERRAS SANTAS Y

POR TIERRAS PROFANAS

POR-- TIERRAS SANTAS Y

POR TIERRAS PROFANAS

POR

J. MOISÉS DELEON LETONA

Impresiones de un guatemalteco en su viaje
alrededor del mundo
durante los años de
1922 a 1924.

 VINCENT PRINTING CO.
Editores
117 No. Broadway, Los Angeles, California.

Copyright, 1926.

Este libro es propiedad del Autor,
quien se reserva todos los derechos
conforme a la ley.

Impreso en Los Angeles, California
Estados Unidos de América.
Primavera de 1926.

 

A CENTRO-AMERICA
mi bien amada Patria

(Aparece en el original la  firma de Moisés De Leon)

                           POR QUE ESCRIBO ESTE LIBRO

A la vuelta de un viaje que hiciera mi señor padre por Europa, me dijo:—Cuando tú estés en aptitud de viajar, viaja_.

El que viaja renueva su espíritu. Viendo las cosas gran­des, se aprende a salir de lo pequeño. En presencia de otras civilizaciones, hay un deseo de cambiar los moldes viejos. El que viaja adquiere la sana inclinación de renovarse en un sen­tido de mejora. La rutina, en la mayoría de los casos es perju­dicial y, la vida del hombre, como todo lo que alienta en la Naturaleza, debe estar sujeta a cambios de mejora.

Las palabras de mi padre, dichas cuando yo era un mucha­cho, formaron en mí, con el correr de los años, como un com­promiso indeclinable.

Todas mis energías se reconcentraron en crearme una situa­ción independiente y capaz de realizar lo que fuera un consejo del autor de mis días y ya era para mí una necesidad imperiosa que debía satisfacer.

Y una mañana, inolvidable para mí, del mes de Abril de 1922, tomé pasaje en nuestros ferrocarriles del Norte y, metido en un vagón, con el alma dispuesta a recibir todas las impre­siones gratas, me dirigí a Puerto Barrios. Allí me esperaba el barco que había de llevarme al cumplimiento de un deseo, alimentado y mantenido durante los mejores años de mi ju­ventud.

Recorrí las grandes ciudades de los Estados Unidos; obser­vé la vida febril de Nueva York, el inmenso hormiguero en que las gentes, en movimientos alucinantes, mantienen la ruda lucha por la existencia.

Pasé el Atlántico y llegué a las costas de Francia. Viví en París, recorrí las campiñas francesas, que hace poco empurpuraban la sangre de sus hijos. Fui a Suiza y bajé a la mara­villosa Italia, en donde los siglos parece que mantuvieran sus más altos prestigios. En Roma resolví mi peregrinación a Tierra Santa. Llegué a Alejandría; estuve en el Cairo, y en las gloriosas tardes en que el sol prodiga la fuerza de su lumbre, hice desenvolver en mi memoria la cinta de tres mil años. Y vi correr las aguas del Nilo en horas inolvidables.

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Después, atravesé los arenales del Desierto, pasé frente a las pirámides de Egipto y en una tarde llena de luz, llegué a las tierras inmortalizadas por la gloria del cristianismo. Por los santos lugares divagué con unción de cristiano sincero y reconstruí, con un sentimiento de dulce poesía, las escenas piadosas en que la figura del NAZARENO parece vivir, a través de dos mil años, con resplandores celestes.

Mí vuelta a Europa; mi paso por Inglaterra y España y, luego, otra vez sobre el Atlántico, pasando por Cuba y el des­embarco en tierras de México. Y, como final, el recorrido en sus ferrocarriles, viniendo por ese extenso país hasta llegar a la línea que marca el comienzo de mi propia tierra. ¡Con qué profunda ternura volví a contemplar la bravía majestad de nuestras selvas y el ascenso a esta Centro-América que encien­de en los corazones centro-americanos los más puros cariños.

Satisfecha el ansia que hiciera nacer mi padre en mi cora­zón de niño, debí conformarme. Pero he querido, como un complemento al recorrido que realizara por puntos de las cua­tro grandes partes de la tierra, dejar una constancia de mis observaciones hechas de manera fugaz, de mis impresiones vertidas con la mayor sinceridad, de las reflexiones que me sugirieran los grandes panoramas del mundo físico y los gran­des portentos del mundo espiritual: en esa constancia no hay que extrañar que las palabras "Guatemala," "Centro-América," "Patria," "Libertad," “América," "Raza Latina," etc. se encuen­tren frecuentemente, porque ellas resuenan en nuestros oídos desde la niñez, se arraigan durante nuestra juventud y se repiten muy dentro del corazón hasta que morimos. Es natural, pues, que el cerebro las consagre mediante la mano que las escribe.

Si insisto en ciertas ideas, repitiéndolas en diferentes for­mas, es porque las considero útiles a nuestra raza que necesita de "machacar" para salir avante.

Con un sentimiento de simpatía muy profundo, rememoro en esta ocasión los tiempos de colegio—siempre dichosos—salu­dando a todos los compañeros, profesores y directores, así como a las damas contemporáneas que también tenían aquellas inol­vidables faenas escolares durante la Primavera de su vida.

No hay libro, por malo que sea, que no encierre algo bueno. Y a esa bondad, que necesariamente habrá en este haz de cuar­tillas convertido en libro, me acojo, para que el lector sea bené­volo y no pretenda buscar en sus líneas alardes literarios, sino manifestaciones de sinceridad.

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Si todos mis paisanos que dejan el nativo solar y vuelven a sus hogares vertieran en las hojas de un libro sus propias,impresiones, se formaría un acerbo interesante que, no sólo
daría la sensación de las cosas de fuera, sino sería a la vez un estímulo para inducir a que el centroamericano sea menos huraño y busque en las vidas de otros pueblos, medios que se adap­ten a su propia vida.

Quede la literatura para los iniciados; yo sólo puedo ofrecer las relaciones descarnadas, pero de absoluta verdad.                               

 J. M. Deleón L.

Guatemala, Centro-América, la bella región en perpetua primavera, 1925.

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-Pág 10 Ilustración de ave Quetzal-    

 CAPITULO I.

De Guatemala a New Orleans.

En una fresca y luminosa mañana del mes de Abril de 1922, salimos de la capital de Guatemala rumbo a Puerto Barrios, nuestra puerta principal de salida hacia el Atlántico. Como un vuelo de palomas blancas los pañuelos se agitaban diciendo adiós y, cuando el último de ellos desapareció a lo lejos y sólo quedó ante nuestra vista el hermoso panorama de la ciudad borrándose y perdiéndose en la lejanía, un sentimiento indefini­ble se apoderó de nuestro espíritu. Ibamos confiados y entu­siastas camino de lo desconocido, íbamos a realizar uno de los más bellos sueños de nuestra vida, íbamos a embriagarnos con las sensaciones de tierras, cielos y mares, pero la separación de séres queridos y el abandono del patrio suelo prendían en nuestra alma las garras de la melancolía; y, sin saber cómo, llegaron a nuestro recuerdo aquellos sencillos versos populares:

"Dicen que no es muy triste la despedida." "Dile al que eso te diga, que se despida” Haciendo un poderoso esfuerzo de voluntad, serenamos nuestro ánimo y, cuando pasado Menocal, desapareció de nues­tra vista el último campanario de nuestra querida Guatemala, y sólo quedaron a lo lejos las dos enormes moles de los Volca­nes de Agua y de Fuego como centinelas gigantescos que cus­todian nuestros valles, como si quisieran ellos guardar de codi­cias extrañas las inmensas riquezas escondidas en nuestros bosques, y todos los fabulosos tesoros que encierra La Cordi­llera de Los Andes, nos arrellanamos cómodamente en nuestro asiento y dejamos vagar nuestra mirada sobre el paisaje que, como película de un maravilloso cosmorama, iba pasando ante nuestra vista.

Como sabe todo el que ha hecho esta travesía, el valle superior del Motagua es de terreno seco, surcado a trechos por vegas fertilísimas y cubierto en otros parajes por un terreno quebrado, abundante en pedregosas colinas en donde, entre los pastos y arbustos, surgen elevados cactus erizados de espinas.

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El Motagua, cuyo curso sigue en gran parte el ferrocarril, des­cribe una curva suave de Este a Oeste con inclinación hacia el Norte; pasa por entre Las Sierras de Las Minas y del Merendón y es navegable desde Gualán hasta su desembocadura.

Nuestra imaginación optimista ve los barcos de cien nacio­nes que en un futuro no lejano se deslizarán por este río llevando al exterior tanta riqueza que yace aquí durmiendo un sueño de siglos y esperando, como la Bella Durmiente del Bosque, tan sólo el golpe de la vara mágica del trabajo y del capital para despertar de su sueño milenario.

La locomotora respira fatigosamente, como una bestia cansada.

A veces, se desliza en las rápidas pendientes con ímpetus de torbellino. Va salvando abismos, bordeando precipicios, me­tiéndose como lo haría un reptil fantástico en su madriguera, en la boca obscura de los túneles perforados en la montaña, para salir al otro lado más anhelante todavía con una especie de locura devoradora de las distancias.

Se atraviesan los ríos por puentes tendidos sobre abismos. Se va bajando hacia la costa; el calor comienza y luego aumenta hasta hacerse sofocante. Estamos en la rica   zona bananera. La piña, la jugosa y dulce piña, ocupa también grandes exten­siones de cultivo.

Llegamos a Puerto Barrios ya de noche.

Al día siguiente, con algunas familias amigas, como las de Olivero y Widawer, nos embarcamos en el "Suriname," confor­table barco de la United Fruit Co. que hace el tráfico entre Estados Unidos, Cuba y algunos puertos de Centro-América. Fué aquí en donde por primera vez fijamos nuestra atención en la manera rápida, automática por decirlo así, de embarcar el banano, los últimos adelantos de la Ingeniería Mecánica pues­tos al servicio del "oro verde de los trópicos" como llaman los estadounidenses al maravilloso fruto de nuestras ubérrimas tierras. Al acercarnos al barco que nos había de conducir a extra­ñas tierras, vimos flamear en lo alto de sus mástiles la bandera nacional con sus colores azul y blanco como el cielo y como la nieve, ostentando en su centro el escudo de Guatemala con el alegórico Quetzal.

La figura esbelta de este pájaro legendario, con su hermoso penacho verde, su pecho rojo, su plumaje tornasol y su larga, esmaltada y brillante cola, que constituye el centro de nuestras alegorías patrias, nos hizo meditar en esta ave rara que sucum­be de nostalgia si se le aprisiona.

—12 _J. M. DELEON LETONA

Es lo más hermoso que posee la heráldica guatemalteca ¡Es el bello símbolo de la Libertad!

Hondo recuerdo dejaron en nuestra vida los gratos días pasados en aquella pequeña ciudad flotante del "Suriname". Pero antes de pasar adelante queremos consignar los nombres de los demás barcos que acompañaban al nuestro en la apacible rada de Puerto Barrios, tan tranquila como las aguas de nuestra bella laguna de Amatitlán. El "Eupatoria," gallardo barco de bandera germana, el "Gene Graciela," el "Amor" y algunas gole­tas de segundo orden que llenaban la bahía de gracia, vida y movimiento. Obtuvimos el permiso del caso para visitar el "Eupatoria"; y recordamos que, al querer impedirnos la entra­da uno de los empleados inferiores, le dijimos mostrándole el permiso: "cuando manda Capitán no manda marinero," frase que además de franquearnos el paso, tuvo una entusiasta acogidá entre nuestros compañeros de viaje que, con esa cordialidad que sólo nace en las cubiertas de los barcos, le prodigaron una ovación de sonoras carcajadas.

Al día siguiente el "Suriname" se dió a la mar. Buen ser­vicio, verdadero confort, en verdad, el de aquel vapor en que todo es reluciente y "up to date." Durante la navegación matá­bamos el tiempo estudiando la lengua de Shakespeare y Long­fellow; jugando juegos de salón y conversando, sobre todo con extranjeros; muy interesante esto último para acumular infor­mación de uso inmediato y para preparar el espíritu a las satu­raciones de otras playas y otros climas. Por nuestros recuerdos pasan las figuras afables del Capi­tán, del Médico de a bordo y el Contador, gente de fino trato que juntaba a la cultura corriente del "gentleman" bien nacido, esa otra cultura complicada y sutil, ese don de gentes exquisito que sólo dan los viajes y el trato social con gentes de diversas naciones y razas.

En esta travesía apreciamos por primera vez el prodigioso invento del inmortal italiano Marconi. Nuestro barco, cuyo operador era un joven ruso que había rodado mucho mundo y que hablaba tantas lenguas como naciones había recorrido, se puso al habla con el barco francés "Rochambeau," que en aque­llos instantes cruzaba el Atlántico haciendo el viaje del Havre a New York.

¡Cuán delicioso es viajar sobre la onda líquida, sobre dorso inquieto de ese monstruo domesticado por la mano del hombre! Se siente allí, en la proa de un barco, algo así como los aletazos del Infinito Misterioso y Omnipotente

-13-POR TIERRAS SANTAS Y POR TIERRAS PROFANAS

que llena con su voluntad el Universo. En esas noches de con­templación pasadas con la vista puesta en las espumas fugaces y en las estrellas inquietas, parece que el alma se liberta de sus ligaduras carnales y que vuela a espacios desconocidos, a regio­nes diáfanas que en nada se parecen a los de la vida vulgar de todos los días.

Pero es forzoso que descendamos de nuestro ensueño. He­mos cruzado ya el Golfo de México, y las blancas bandadas de gaviotas nos advierten la proximidad de la tierra. Nos acerca­mos a las bocas del Mississippi, el gran río que baja del corazón de Norte-América, como la aorta de un gigantesco sistema circu­latorio para lanzar sus aguas muy adentro del Mar de las Anti­llas. El Piloto llega de tierra para conducir el barco en aquella difícil zona de navegación y entramos a la jurisdicción de la bandera de las barras y las estrellas, a los vastos y ricos domi­nios de la gran República Norteamericana. Ya estamos en pleno Mississipi; ya vemos en ambos lados las tierras feraces de la rica Luisiana que en tiempos pretéritos pertenecía a los franceses. Seguimos río arriba. La corriente que, en un prin­cipio se tornó en algo como lo que llamamos "agua zarca," un color parecido al del café con leche, se vuelve ahora sucia, tan sucia como las aguas del Motagua.

Seguimos río arriba; bien se nota el aumento del trabajo de la maquinaria por ir contra la corriente. Pero las hélices son poderosas y el barco avanza majestuosamente con la gallarda audacia de un conquistador.

Ahora ya los bananos de la Frutera van tornándose de ver­des en amarillos. Su madurez se aproxima. Era curioso ver a algunos chicos de los negros que habitan en las riberas del gran río, ir y venir en sus lanchitas. Se acercaban al vapor a pedir bananos a sus compatriotas de a bordo, quienes les dejaban caer, de vez en cuando, algún racimo que despertaba en los ne­gritos un júbilo comparable al del que ve abierto un cielo ante sus ojos.

Es muy frecuente por aquí, ver máquinas que en todo tiem­po hacen el drenaje del río a que nos referimos. Llegan a bor­do las autoridades civiles y sanitarias. Todo el inundo es exa­minado por el Médico de dicha oficina y los pasaportes son revisados. Más adelante botaron anclas nuevamente porque había mucha niebla. La navegación era difícil, las sirenas sona­ban a cada momento y oíamos pitazos de barcos por doquiera. Uno de ellos encalló. A medida que avanzábamos sobre New Orleans, el tráfico aumentaba. Al arribar a este puerto, vimos los

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aparatos más grandes del mundo entero para la reparación de embarcaciones.

Como en Puerto Barrios, en New Orleans los barcos atracan contiguo a los muelles. De esta manera el embarque y desem­barque es con toda comodidad.

La sacada del equipaje se verifica con toda rapidez, a máquina.

Los amigos que allá nos esperaban estrecharon nuestra ma­no dándonos cordial bienvenida. Eran los primeros paisanos que saludábamos en territorio extranjero. En medio de tantas y tan intensas emociones como las que habíamos experimentado, Guatemala estaba siempre palpitando con los ritmos de nues­tro corazón y el amor patrio saturaba nuestra alma.

Printed in the United States of America.

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