miércoles, 26 de julio de 2023

AVE SIN NIDO HUEHUETENANGO Págs.93-97

 AVE SIN NIDO

DOCTOR HORACIO GALINDO CASTILLO

HUEHUETENANGO

Págs.93-97

CAPITULO VII

Acotaciones de estilo. Algunos paletazos de lego. Cómo se perdió el único ejemplar de artesonado Mudéjar que hubo en el país.

Aparte la Catedral Metropolitana, pocas iglesias hay en el país que guarden tan armoniosa unidad de con­junto; tanta belleza arquitectónica juiciosamente proporcionada a sus dimensiones y encanto tan grato a la contemplación, como la Catedral de Huehuetenango.

No es así ciertamente, ni por su magnitud, ni por la riqueza de su ornamento. La Recolección, de la ciu­dad capital, la aventaja ligeramente en tamaño; La Merced, en fasto; el templo de Esquipulas  en suntuo­sidad e imponencia.

Pero esta maravillosa iglesia cuyo frontón de orden neoclásico rematan dos torres cuadrangulares de un estilo que tiene más de barroco que de romano o ateniense; esa bóveda de cañón flanqueada por ambos lados de una sólida arquería de pilastras dóricas uni­das entre sí por arcos romanos de medio punto, enci­ma de cuyo entablamento alzan su liso envés los incli­nados muros calados ya del vaciado de sus ventanales y que al parecer salen el uno al encuentro del otro para unirse sin soldadura visible ni artificio de cru­cería, en una concavidad perfecta en que la curva generatriz nace y muere con la sencillez de un trazo de compás y la ligereza de una cabriola que teniendo la intención de un capricho viniese a resolverse en axio­ma matemático ; la cúpula del ábside con la graciosa torrecilla de su remate y el cimborrio perfectamente hemisférico que afuera decora un pasamanos de co­lumnillas gráciles y ligeras y adentro apoya su maciza rotonda sobre un salidizo con pestaña circular simé­trica y exacta como vaciada de una sola pieza; la juiciosa ponderación de sus tres naves paralelas que una doble columnata dórica separa y hacia el exterior se adosan a los sólidos muros en que amplias lucarnas hexagonales son como otros tantos ojos por los que el templo mira, de un lado a la plaza y del otro al claus­tro conventual; sí, todo ello es cautivante y maravi­lloso.

Es algo que si bien no muestra la grandiosidad alu­cinante de las grandes catedrales góticas de Europa (ni las recuerda tampoco por su estilo), tiene sin em­bargo de ellas y de las más bellas iglesias del mundo católico, esa afinidad fraternal y solidaria que por derecho de progenitura, la hace entrar en la gran fa­milia de las más hermosas catedrales cristianas ; pues de igual manera que sus hermanas y por obra y gra­cia de su apacible belleza, eleva el pensamiento que une las almas con las cosas del cielo.

Ocurre pensar en la suma de conocimientos arqui­tectónicos que supone la realización de una obra de tal magnitud y por qué ancestral proceso de conserva­ción primero y de divulgación de tales conocimientos después, haya podido resumirse aquí como acabada síntesis, una obra que tiene de todo y resulta en su rea­lización, algo en cierto modo original e inédito.

Y cómo los humildes artesanos huehuetecos, en quie­nes sólo se supone el mínimo conocimiento de la plo­mada, el nivel y la escuadra, hayan podido asimilar de manera tan asombrosa, conocimientos en cuyo des­cubrimiento empleó la humanidad varios miles de años.

Por ejemplo, cómo todas las figuras originadas de la esfera y el cilindro, vale decir bóvedas, arcos y co­lumnas, o en otras palabras, los elementos propios de la arquitectura romana, y todas las formas y los temas nacidos del cuadrado, el prisma y el cubo, es decir, los elementos básicos de la arquitectura griega o su equi­valente en el friso, el arquitrabe y la pilastra, estén aquí representados con tanta soltura y gracia y a la vez siguiendo el canon de leyes y principios universal­mente admitidos como inmutables, aunque a veces re­curriendo (como podremos verlo adelante), a no pocas variaciones desde luego muy juiciosamente ponderadas.

Detengámonos, por ejemplo, a contemplar una sola de las ocho hermosas columnas que paralelas a igual número de pilastras empotradas en los muros, ador­nan el peristilo. Escojamos al azar, la que flanquea al norte, el espacioso pórtico en arco romano de medio punto. Observemos que su basamento se apoya sobre un collarino circular más propio de la columna toscana que de la jónica o la corintia. Tampoco habría podido sustentarse sobre el estilobato de una dórica, por ser éste cuadrado y de tres o cuatro gradas, como todo el mundo lo sabe.

Preguntémonos de paso, por qué si en el interior del templo se empleó la pilastra dórica, no se usó la  columna del mismo orden en el octásilo del frontispicio.

La razón es bien simple: la columna dórica no tie­ne collarino ni base de sustentación, porque descansa directamente sobre su estilobato; tiene una elevación de cinco a seis veces y media el diámetro del fuste en su extremo inferior; su sección circular disminuye a la altura del capitel en dos tercios del diámetro de su base. Se divide, además, en veinte estrías poco pro­fundas, para que cada sistema de cinco estrías, corres­ponda a una arista del ábaco cuadrado.

De haber sido diez o doce las columnas del frontis­picio, seguramente serían dóricas las columnas del peristilo. En número menor, habrían parecido dema­siado gruesas y con tal inclinación hacia el centro de la figura geométrica, que la superestructura en nin­gún caso habría admitido el aditamento de las torres cuadrangulares.

Tampoco habría podido construirse columnata en el estilo jónico, debido a que el capitel de su re­mate habría resultado demasiado corto para admitir un arquitrabe de cuatro molduras planas y el friso sin triglifos ni metopas ornamentales.

Parece obvio, en consecuencia, que  el arquitecto se haya visto reducido a escoger entre la columna corin­tia y la compuesta, prefiriendo la última por tener ésta casi el mismo diámetro en la base que en el ápice y porque este orden se presta mejor al recubrimiento en número de veinticuatro estrías con llenado convexo.

Ello —sumado al hecho de ser toscano y no atenien­se el orden de las columnas exteriores— desvirtúa evi­dentemente, la opinión general de que esta hermosa fachada esté construida en estilo griego puro.

La verdad es que su estilo no es griego sino roma­no, o para decirlo con más propiedad, neoclásico por excelencia.

En cuanto a la ornamentación de este orden de co­lumnas, es preciso recordar que el número de sus estrías, tiene que ser de veinte, de veinticuatro o de veintiocho, para que pueda coincidir una estría con la perpendicular de cada uno de los ángulos del ábaco y una estría exactamente a la mitad de cada uno de sus lados. Con ello adquiere su aspecto una perfecta uniformidad y guarda toda su simetría, no importa desde qué ángulo se la contemple.

Contemos cuántas estrías tiene: exactamente vein­ticuatro.

Ello indica, que sí se tomó en cuenta el rigorismo fijado por la preceptiva, así como también se observó éste, en el llenado de las-estrías.

Bien sabido es que tal procedimiento neutraliza el efecto óptico de disminuir el grosor del fuste como consecuencia del vaciado de las estrías, siempre y cuan­do la rasante de todo el sistema de relleno, sea tangen­cial al contorno cilíndrico del fuste. En estas bellas columnas, tales requisitos se llenaron a cabalidad; mas es interesante observar que al mismo tiempo se las modificó levemente, alternando a un tercio de su altura el orden del estriado, es decir, haciendo coincidir una arista estrial encima de un segmento de relleno.

A primera vista podría suponerse que con tal prác­tica, se haría aparecer la columna partida en dos seg­mentos; pero no es así: con la inversión del sistema se dio al fuste un retoque de vistosidad y elegancia,

 

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