miércoles, 3 de enero de 2024

"ÁTALA" DE CHATEAUBRIAND 455-457

"ÁTALA"

DE CHATEAUBRIAND

EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.

"Átala que parecía una reina en la majestad de su continente y de sus pensamientos, se desdeñó de hablar a los guerreros: les echó una ojeada de superioridad, y se fue a presentar a su padre.

"Nada pudo conseguir. Mis guardias se doblaron, mis cadenas se multiplicaron, y a mi amante la hicieron retirar. Pasadas cinco

noches divisamos Apalachucla situada a la margen del río ChataUche. Al instante me coronan de flores, me pintan la cara de azul y bermellón, me cuelgan perlas de la nariz y las orejas, y me ponen en la mano un chichikué (1).

"Así adornado para el sacrificio entro en Apalachucla confundido con los gritos repetidos de la turba. Ya mi vida llegaba a su término, cuando de repente se oye el ruido de un caracol, y el Mico o jefe de la nación manda juntar el consejo.

"Tú sabes, hijo mío, los tormentos que los salvajes hacen padecer a los prisioneros de guerra. Los misioneros cristianos, exponiendo sus vidas con una caridad infatigable, habían llegado a conseguir con varias naciones, que se substituyese una esclavitud bastante suave, en lugar de los horrores de la hoguera. Los Muscogulges no habían adoptado aún esta costumbre; pero un partido numeroso se había declarado a su favor, y el Mico convocaba entonces a los Sachems para decidir sobre este importante negocio. Yo fui por último llevado al lugar de las deliberaciones.

(1) Instrumento de Salvajes.

456 SIMÓN RODRÍGUEZ

"No lejos de Apalachucla, sobre un montecillo aislado, se levantaba el pabellón del consejo. Tres órdenes de columnas en círculo formaban la elegante arquitectura de aquella rotunda. Las columnas eran de cipreses labrados y esculpidos, aumentando en altura y groseza, y disminuyendo en número, a proporción que se iban acercando al centro, el cual estaba señalado con un pilar solo. De la extremidad de éste salían tiras de cortezas, que pasando sobre los remates de las otras columnas, cubrían el pabellón en forma de un abanico calado.

"El consejo se junta. Cincuenta ancianos, con magníficas capas de castor, se sientan por su orden en una especie de gradería, haciendo frente a la entrada del pabellón, el Gran Jefe se coloca en medio de todos, y empuña el calumé de paz, medio coloreado en señal de guerra.

A la diestra de los ancianos, toman lugar cincuenta mujeres cubiertas con ropajes undosos de plumas de cisne. Los jefes de guerra con el Tomahawk en la mano, el penacho en la cabeza, las manos y el pecho teñidos de sangre ocupan la izquierda de los padres de la patria.

"Al pie de la columna central arde el fuego del consejo. El primer juglar, rodeado de los ocho guardianes del templo, vestido de hábitos largos, con un buho lleno de paja en la cabeza, derrama bálsamo de copal sobre las llamas, y ofrece un sacrificio al sol. Este triple orden de ancianos, de matronas, de guerreros: estos sacerdotes, estas nubes de incienso, este sacrificio, da al consejo salvaje un aparato extraordinario y pomposo.

"Yo estaba de pie maniatado en medio de la asamblea. Acabado el sacrificio, el Mico toma la palabra, expone con sencillez el asunto que reúne el consejo, y arroja en la sala un collar azul en testimonio de lo que acaba de decir.

"Entonces un Sachem de la tribu del águila se levanta y habla así:

"Padre Mico, Sachems, Matronas, Guerreros de las cuatro tribus del águila, del castor, de la serpiente y de la tortuga, no mudemos en nada los usos de nuestros abuelos: quememos el prisionero, y no enervemos nuestro valor. La que se os propone es una costumbre de los blancos, que no puede ser sino perniciosa. Dadme un collar encarnado que contenga mis palabras".

"He dicho".

"Y arroja un collar encarnado entre la asamblea".

OBRAS COMPLETAS - TOMO II 457

"Una matrona se levanta y dice:

"Padre Águila, vos tenéis el espíritu de una raposa, y la prudente lentitud de una tortuga. Yo quiero estrechar entre nosotros dos los lazos de la amistad: y así plantaremos el árbol de la paz; pero mudemos las costumbres de nuestros abuelos en lo que tienen de funesto. Tengamos esclavos que cultiven nuestros campos, y no oigamos más los gritos del prisionero, que estremecen el seno de las madres".

"He dicho".

 

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