jueves, 18 de enero de 2024

FIN - "ÁTALA" DE CHATEAUBRIAND - FIN

 "ÁTALA"

DE CHATEAUBRIAND

EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801

LOS FUNERALES DE ATALA (1808)

Autor: Anne-Louis Girodet de Roussy-Trioson (1767-1824).
Técnica: Óleo sobre lienzo (207 cm x 267 cm).
Ubicación: Museo del Louvre, París.

Chactas anduvo errando mucho tiempo por aquellos lugares: visitó la gruta del solitario, que encontró llena de malezas y de frambuesos, entre los cuales una cierva daba de mamar a su cervatillo: se sentó sobre la roca de la vigilia de la muerte, y no encontró más que algunas plumas que la ave pasajera había dejado caer de sus alas. Así consideraba aquellos tristes objetos, y las lágrimas de un silencioso llanto caían de sus ojos, cuando la culebra casera del misionero salió de entre las zarzas vecinas, y vino a enroscarse a sus pies. El agasajó y calentó en su seno aquella antigua amiga, que sola se conservaba aún en medio de aquellas ruinas. El hijo de Utalissi nos ha contado que varias veces al anochecer vio la sombra de Átala y la del padre Aubry en las mismas soledades, y aquellas visiones lo llenaron de un religioso pavor y de una triste alegría. Después de haber buscado inútilmente el sepulcro del ermitaño, y procurado en vano descubrir el de Átala, se resolvió a abandonar aquellos lugares; pero al intentarlo, la cierva que habitaba la gruta se puso a saltar delante de él. La siguió y vio que se paraba al pie de la gran cruz de la misión, de la cual no se descubría ya sino la mitad fuera del agua: la madera estaba carcomida del musco, y el pájaro del desierto gustaba reposarse en sus antiguos brazos. Chactas creyó que la cierva agradecida lo había conducido a la sepultura de su huésped. Se puso a cavar bajo la roca que servía en otro tiempo de altar para los sacrificios, y al fin dio con los despojos de un hombre y de una mujer, que no dudó fuesen los del sacerdote y los de la Virgen sepultados allí por los

ángeles. Los acabó de sacar de tierra, los envolvió en pieles de oso, y emprendió el camino del desierto llevando las preciosas reliquias, que chasqueaban sobre sus espaldas como el carcaj de la muerte.

Por la noche le servían de cabecera, y dormido sobre ellas soñaba con el amor y con la virtud. Cargado de esta manera llegó a los Nachez.

¡Oh extranjero! ¡Contempla ahora esas osamentas, y entre ellas la de Chactas mismo!".

Acabando la India de pronunciar estas palabras, me levanté, me acerqué a las sagradas reliquias, me postré ante ellas en silencio, y luego retirándome con pasos largos, exclamé: "Así pasa sobre la tierra todo lo que fue bueno, virtuoso y sensible! ¡Hombre, tú no

OBRAS COMPLETAS - TOMO II 499

eres más que un sueño veloz, un sueño doloroso! ¡Tú no existes sino por la miseria: tú no eres algo sino por las cuitas de tu espíritu, y por la perpetua melancolía de tus pensamientos!".

Estas reflexiones me ocuparon toda la noche sobre el borde de la catarata, que contemplaba al mismo tiempo con la claridad de la luna. Al día siguiente mis huéspedes me dejaron para continuar su viaje por la soledad. Los jóvenes guerreros abrían la marcha, y sus esposas la cerraban: los primeros iban cargados con

las santas reliquias, y las segundas llevaban sus recién-nacidos: los viejos avanzaban pausadamente sus pasos en el centro, colocados entre sus antepasados y su posteridad, entre los que ya no existían y los que todavía no eran, entre las memorias y la esperanza, entre la patria perdida y la por venir.

 ¡Ah! Cuántas lágrimas no turban la soledad, cuando el hombre abandona así la tierra nativa, y cuando desde la altura de la colina del destierro descubre por la última vez el techo bajo el cual fue criado, y el río de su cabaña que continúa corriendo tristemente por los campos solitarios de la patria!

¡Indios desgraciados, que he visto errantes por los desiertos del Nuevo-Mundo con las cenizas de vuestros abuelos! Vosotros ejercitasteis conmigo la hospitalidad a pesar de vuestra miseria, y yo no podría  ofrecérosla hoy: porque vago como vosotros sujeto al favor de los hombres, y menos feliz en mi destierro porque no llevo los huesos de mis padres.

FIN

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