lunes, 1 de enero de 2024

EL SUEÑO DE JONÁS –LA BIBLIA EN ESPAÑA - 10 NOV 1835

 Y le dijeron: ¿Qué haremos contigo para que el mar se nos aquiete? Porque el mar se iba embraveciendo más y más.

El les respondió: Tomadme y echadme al mar, y el mar se os aquietará;----------- Y tomaron a Jonás, y lo echaron al mar; y el mar se aquietó de su furor.- Biblia-Libro de Jonás-

  EL SUEÑO DE JONÁS –LA BIBLIA  EN  ESPAÑA 10 NOV 1835

 "SUEÑO DE JONÁS – ESPAÑA 10 NOV 1835"

LA BIBLIA EN ESPAÑA

JORGE BURROWS

CAPÍTULO PRIMERO

¡Hombre al agua!— El Tajo.— Las lenguas extranjeras.— La gesticulación.— Calles de Lisboa.— El acueducto.— La Biblia tolerada en Portugal.— Cintra.— Don Sebastián.— Juan de Castro.— Conversación con un cura.— Colhares.— Mafra.— El palacio.— El maestro de escuela.— Los portugueses.— Su ignorancia de las Escrituras.— Los curas rurales.— El Alemtejo.

En la mañana del 10 de noviembre de 1835, encontrábame a la altura de la costa de Galicia, cuyas elevadas montañas, doradas por el sol naciente, ofrecían una vista espléndida. Iba con destino a Lisboa; doblamos el cabo Finisterre, y, metiéndonos mar adentro, perdimos rápidamente de vista la tierra. En la mañana del día 11, estando el mar muy alborotado, ocurrió un suceso notable. Hallábame en el castillo de proa departiendo con dos marineros; uno de ellos, que acababa de levantarse de la hamaca, dijo: «He tenido esta noche un sueño extraño y muy poco agradable, porque—continuó señalando al mástil—he soñado[p. 50] que me caía al mar desde la cruceta.» Así se lo oyeron decir varios tripulantes que estaban junto a mí. Un momento después, el capitán del barco, advirtiendo que la borrasca iba en aumento, mandó tomar la gavia, y en el acto, aquel marinero y otros varios treparon a la arboladura. Estaban en la maniobra cuando una racha de viento hizo girar la antena, dando tal golpe a uno de los marineros, que cayó desde la cruceta al mar, cubierto de hirvientes espumas. El marinero emergió en seguida; vi su cabeza asomar en la cresta de una ola muy grande, y en el acto reconocí en aquel desdichado al que poco antes nos había referido su sueño. Nunca olvidaré la mirada de agonía que nos lanzó, mientras el barco, velozmente, le dejaba atrás. Dada la voz de alarma, hubo una gran confusión, y lo menos pasaron dos minutos antes de que el barco se parase; en ese tiempo el marinero se quedó muy lejos a popa; sin embargo, yo no le perdí de vista y observé que luchaba valientemente con las olas. Por fin, se arrió un bote; mas por desgracia no se halló a mano el timón, y sólo se pudo disponer de dos remos, con los que los tripulantes no avanzaban gran cosa en un mar tan alborotado. No obstante, remaron de firme, y habían llegado ya a diez brazas del náufrago, que continuaba luchando por su vida, cuando le perdí de vista; a su regreso dijeron los[p. 51] marineros que le habían visto debajo del agua, a intervalos, hundiéndose cada vez más, con los brazos abiertos, y el cuerpo, al parecer, rígido, pero que se habían encontrado en la imposibilidad de salvarlo. Inmediatamente después, el mar se calmó mucho, como si ya estuviera satisfecho con la presa que acababa de hacer. El pobre muchacho que pereció de tan singular manera era un apuesto joven de veintisiete años, hijo único de una viuda; era el mejor marinero de a bordo, y cuantos le conocieron le querían. Este suceso ocurrió el 11 de noviembre de 1835; el barco era un vapor llamado London Merchant. ¡Verdaderamente admirables son los caminos de la Providencia!

Aquella misma noche entramos en el Tajo y echamos el ancla delante de la antigua torre de Belem; a la madrugada siguiente levamos anclas, y remontando el río como cosa de una legua, anclamos de nuevo a corta distancia del Caesodré[26], o muelle principal de Lisboa. Allí estuvimos algunas horas junto al enorme casco negro de la Rainha Nao, navío de guerra que en otros tiempos cautivaba de tal modo los ojos de Nelson, que de muy buena gana lo hubiera adquirido para su país natal. Mucho después fué navío almirante de la escuadra miguelista, y el[p. 52] intrépido Napier lo capturó unos tres años antes de la fecha a que me refiero.

La Rainha Nao dícese que dió a Napier más quehacer que todos los demás barcos enemigos juntos, y alguien afirmó que si éstos se hubieran defendido con la mitad del coraje que la vieja y belicosa «reina» desplegó, el resultado de la batalla que decidió la suerte de Portugal hubiese sido por completo diferente


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