sábado, 13 de enero de 2024

TRAGEDIA 4- "ÁTALA" DE CHATEAUBRIAND

"ÁTALA"

DE CHATEAUBRIAND

EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.

"¿Es por ventura el amor que dejas lo que te acongoja? Pues cree que otro tanto valdría llorar un sueño. ¿Conoces tú el corazón del hombre? ¿Podrías contar las mudanzas de su deseo? Más fácil te sería calcular el número de las olas que el mar levanta y deshace en una borrasca. Átala, los sacrificios y los beneficios no son lazos que ligan eternamente: quizá llegaría el día en que la hartura produjese la repugnancia, que lo pasado no se contase por nada, y que no se considerasen más que los inconvenientes anexos a un consorcio pobre y despreciado. Los amores más finos fueron sin duda aquellos que unieron el primer hombre a la primera mujer al salir de las manos del criador: un paraíso se había hecho para ellos, y en él gozaban de los preciosos dones de la inocencia y de la inmortalidad.

Eva había sido criada para Adán, y Adán para Eva. No obstante su unión no pudo sostenerse, ¿cuál será después de ella la que se sostendrá? Yo no te hablaré de los matrimonios de los primogénitos de los hombres, de aquellas uniones inefables, cuando la hermana era la esposa del hermano, cuando el amor y la amistad fraternal se confundían en el mismo corazón, y que la pureza de la una aumentaba las delicias del otro. Todas estas uniones se han alterado. La

484 SIMÓN RODRÍGUEZ

envidia se introdujo en el altar de césped en que se inmolaba el cabrito: ella reinó bajo la tienda de Abraham, y aún en aquellos lechos en que los Patriarcas, llenos del contento que los ocupaba, olvidaban hasta la muerte de sus madres. Ahora bien, ¿te habrías tú lisonjeado, hija mía, de ser más inocente y más feliz en tu unión que aquellas santas familias de que Jesucristo quiso descender?

Prescindamos del detalle de los cuidados domésticos, disputas, mutuos reproches, inquietudes, y secretas desazones que velan junto a la almohada del lecho conyugal. La mujer se casa llorando, y renueva sus dolores cada vez que se hace madre. ¡Qué de aflicciones por la sola pérdida de un recién-nacido que muere a sus pechos mamando la primera leche! Raquel llenaba los montes de sus gemidos, y nada la consolaba porque ya sus hijos no existían. Estas amarguras inseparables de la ternura humana son tan fuertes, que se acaban de ver Señoras de alta condición dejar la corte para sepultarse en los claustros, y macerar esta carne rebelde cuyos placeres se convierten en dolores".

"Pero tú me responderás quizá, que estos últimos ejemplos no tienen conexión con el tuyo: que toda tu ambición se limitaba a vivir en una obscura cabaña con el hombre que habías elegido: que tú buscabas menos las dulzuras del himeneo que los hechizos de esa locura que la juventud llama amor. ¡Ilusión, quimera, vanidad, delirio

de una imaginación lastimada! Yo también, hija, yo también he experimentado las borrascas del corazón; esta cabeza no ha estado siempre calva, ni este pecho tan tranquilo como te lo parece hoy.

Sobre todo cree lo que te dice mi experiencia: si el hombre, constante en sus afectos, pudiese incesantemente alimentar un sentimiento que se reprodujese sin cesar, sin duda que la soledad y el amor lo igualarían a Dios mismo; porque estos son los dos eternos placeres del Ser supremo. Pero el alma del hombre se cansa, y nunca ama por largo tiempo el mismo objeto con plenitud. Entre dos corazones hay siempre varios puntos que no se tocan, y estos puntos bastan con el tiempo para hacer la vida insoportable"

"En fin, hija mía, el mayor error de los hombres en su sueño de felicidad, está en olvidarse de esta enfermedad de la muerte anexa a su naturaleza: es preciso fenecer, es necesario que la máquina se disuelva. Cualquiera que hubiese sido tu fortuna, tarde o temprano esa hermosa cara se habría mudado en el semblante uniforme que da el sepulcro a la familia de Adán: ni los ojos mismos de Chactas te habrían podido distinguir de tus compañeras en la

huesa. El amor no extiende su imperio a los gusanos del ataúd.

OBRAS COMPLETAS - TOMO II 485

¿Qué digo? (¡Oh vanidad de vanidades!) ¿Qué estoy hablando de la permanencia de las amistades de la tierra? ¿Quieres saber hasta donde se extiende, hija mía? Si un hombre volviese a ver la luz algunos años después de su muerte, dudo que lo recibiesen con gusto

los mismos que han derramado más lágrimas en su memoria. ¡Tan presto se forman otras alianzas! ¡Tan fácilmente se contraen otras relaciones, otras costumbres! ¡Tan natural es la inconstancia en el hombre! ¡Tal es el poco valor de nuestra vida aun en el corazón de nuestros amigos!".

 

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