martes, 9 de enero de 2024

"ÁTALA" DE CHATEAUBRIAND- 470-472

"ÁTALA"

DE CHATEAUBRIAND

EN LA VERSIÓN CASTELLANA DE SIMÓN RODRÍGUEZ, PUBLICADA EN PARÍS, 1801.

 

"El hombre de los días antiguos se dio prisa a encender fuego con bejucos secos, molió maíz entre dos piedras, y habiendo hecho una torta, la puso a cocer sobre la ceniza, y luego que tomó un bello color dorado nos la sirvió todavía vaheando en un vaso de ácer, con crema

de nueces".

"Habiendo la tarde restituido la serenidad, el siervo del Gran Espíritu nos propuso que fuésemos a sentarnos en un trozo de peña a la entrada de la cueva; nosotros le acompañamos a aquel lugar desde donde se dominaba toda la inmensidad del yermo. Los restos de la tormenta se habían precipitado en desorden hacia el oriente. Las candeladas de la quemazón que los rayos habían prendido en las selvas, aun brillaban a lo lejos. Al pie del cerro, un bosque entero de pinos estaba derribado en el cieno, y los ríos llevaban atropelladamente revueltos terrones de greda remojados, troncos de árboles, cuerpos de animales y peces muertos, cuyo vientre plateado se veía fluctuar en la superficie de las ondas".

"A vista de esta pavorosa escena fue que Átala contó nuestra historia al anciano Genio de la montaña. Su corazón cristiano pareció conmoverse, y las lágrimas le corrieron por la barba. "Hija mía, dijo a Átala, es menester ofrecer tus trabajos a Dios, por cuya gloria has hecho ya tantas cosas: él te volverá el reposo. ¿ No ves humear estas selvas, secarse estos torrentes, disiparse estas nubadas? ¿y creerás

OBRAS COMPLETAS - TOMO II 471

que el que puede calmar tal tempestad, no pueda tranquilizar las inquietudes del corazón humano? Si no tiene mejor retiro, amada hija, te ofrezco una cabaña entre el rebaño que he tenido la dicha de ganar para Jesucristo. Yo instruiré a Chactas, y te lo daré por esposo cuando sea digno de serlo".

"A estas palabras, yo me eché a los pies del solitario vertiendo lágrimas de gozo; pero Átala se puso pálida como la muerte. El viejo me levantó benignamente, y entonces advertí que tenía las manos mutiladas.Átala comprendió al instante sus desgracias y exclamó:

¡Ah bárbaro!

"Hija, mía replicó el padre con una dulce sonrisa, ¿qué es esto en comparación de lo que ha padecido mi divino maestro? Si los Indios idólatras me han maltratado, son unos pobres ciegos que Dios ilustrará algún día; y yo los quiero todavía más a proporción de los males que me han hecho. Así no he podido quedarme en mi patria a donde me había regresado, y donde una ilustre reina me hizo el honor de querer contemplar estas cortas marcas de mi apostolado. ¿Y qué recompensa más gloriosa podía recibir de mis fatigas, que haber obtenido

del jefe de nuestra religión la permisión de celebrar el divino sacrificio con estas manos mutiladas? No me faltaba más, después de este honor, sino procurar hacerme digno de él; y he vuelto a estas soledades para consumir el resto de mi vida en el servicio de mi Dios.

Hace ya treinta años que habito esta soledad, y mañana hará veinte y dos que estoy establecido en esta roca. Cuando llegué a estos lugares no hallé sino familias vagabundas, de costumbres feroces y vida muy miserable: les hice escuchar la palabra de paz, y sus costumbres se han ido suavizando poco a poco. Ahora viven reunidas en una pequeña sociedad cristiana en lo bajo de estas montañas. Instruyéndolas en el camino de la salvación, he procurado enseñarles las primeras artes de la vida; mas sin pasar de aquí, por retenerlas en esta simplicidad que hace su dicha. Por lo que respecta a mí, recelándome que mi presencia pudiese mortificarles, me he retirado a esta gruta, donde vienen a consultarme. Aquí, lejos de los hombres, admiro a Dios en la grandeza de estas soledades, y me preparo a la muerte que anuncian ya mis largos años".

"Concluyendo estas palabras el solitario se hincó, y nosotros imitamos su ejemplo, respondiendo Átala a una oración que él comenzó en voz alta. Muchos relámpagos abrían todavía los cielos hacia el levante, y-en las nubes del poniente brillaban juntos tres soles. Algunos

zorros estiraban sus negros hocicos sobre el borde de los pre

SIMÓN472 SIMÓN RODRÍGUEZ

cipicios, y se oían los crujidos de las plantas, que secándose con el ambiente de la tarde levantaban por todas partes sus tallos abatidos".

"Nosotros volvimos a entrar en la gruta donde el ermitaño tendió un lecho de musco de ciprés para Átala. Una profunda languidez se pintaba en los ojos y en los movimientos de esta doncella. Ella miraba al padre Aubry como si quisiese comunicarle algún secreto; pero algo parecía detenerla; ya fuese mi presencia, ya fuese una cierta vergüenza, ya fuese la inutilidad de la declaración. Yo la oí levantarse a media noche buscando al solitario; pero como éste le había cedido su cama, se había ido a contemplar la belleza de la noche, y a hacer oración a Dios sobre la cumbre de la montaña. Por la mañana me dijo que aquella era su costumbre aún en invierno, porque le gustaba ver las arboledas balanceando sus cimas despojadas, las nubes volando por los cielos, y oir los vientos y los torrentes murmurar en la soledad.

 

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