viernes, 19 de enero de 2024

FABIOLA - 1- CARDENAL WISEMAN

FABIOLA

CARDENAL WISEMAN

ARZOBISPO DE WESTMINSTER

Librería “La HorMiga de Oro”Barcelona

1905

“Hacen de este libro una de las mejores leyendas históricas que pueda poseer, no solamente la literatura inglesa, sino toda moderna literatura.”

I

LA CASA CRISTIANA

Invitamos al lector á acompañarnos por las calles de Roma una tarde de Setiembre del año 302. El cielo está sereno, y el sol tardará todavía dos horas en llegar á su ocaso; pero el calor ha disminuido y la gente sale de sus casas en dirección de los jardines de César ó de los de Salustio para disfrutar del paseo vespertino y recoger las noticias del día.

Nosotros, como punto menos concurrido, dirigiremos los pasos hácia la parte de ciudad conocida con el nombre de Campo de Marte, que comprendía la llanura de aluvión situada entre las siete colinas de Roma y el Tiber. Destinado dicho campo desde antiguo á los ejercicios atléticos y militares del pueblo, antes de terminar el período republicano había comenzado á cubrirse de edificios públicos. Allí erigió Pompeyo su teatro, Agripa el Panteón y los baños contiguos, y poco á poco fueron levantándose casas particulares, en tanto que las siete colinas eran destinadas á los más suntuosos edificios, formando ya en la primera época del Imperio los barrios más aristocráticos de la ciudad. Así el Palatino, despues del incendio de Nerón, llegó á ser demasiado pequeño para la residencia imperial y para el Circo Máximo que con ella lindaba: el Esquilmo fué invadido por los baños de Tito, construidos sobre las ruinas de la Casa Dorada: el Aventino por los de Caracalla; y ahora el emperador Diocleciano cubría con sus Termas en el Quirinal, no lejos de los jardines de Salustio, un espacio suficiente para contener muchos palacios.

En tiempo de la República había en el Campo de Marte un

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grande espacio rectangular cercado de una estacada y dividido en compartimientos, en el cual tenían sus comicios ó reuniones las clases plebeyas para emitir sus votos. Dicho sitio era conocido con el nombre de Septa ú Ovile, por su semejanza con los recintos en donde los pastores encerraban de noche sus rebaños.

César transformó aquella tosca armazón en un magnífico y sólido monumeuto. El Sepia Julia, como se llamó desde entonces, era un suntuoso pórtico de mil piés de longitud por quinientos

de anchura, sostenido por columnas y adornado con pinturas.

La casa en donde vamos á penetrar se halla en frente de dicho edificio en su lado oriental, incluyendo eu su área la iglesia de San Marcelo, y extendiéndose hasta la falda del Quirinal: rica y vasta posesion, propia de un patricio romano. No obstante, su aspecto exterior es serio y triste, desnudas las paredes de todo adorno arquitectónico y con escasas ventanas. En el centro de uno de los lados del edificio hay una puerta iu antis, esto es, simplemente realzada por un tímpano ó cornisa triangular que descansa sobre dos medias columnas. Atravesando el pórtico, en cuyo pavimento leemos con placer escrito en mosaico el afectuoso Salve, nos hallaremos en el atrium ó primer patio de la casa, rodeado de un pórtico ó columnata.

En mitad del marmóreo pavimento brota con suave murmullo un chorro de agua cristalina, traída de los collados Tusculanos por el acueducto de Claudio, yendo á caer en una ancha taza

de mármol rojizo, de cuyos bordes rebosa en vivida tela argentina que antes de llegar al ancho pilón salpica con menuda lluvia una gentil guirnalda de raras y matizadas flores que en elegantes macetas crecen á su alrededor. Debajo del pórtico vemos muebles de rico y peregrino aspecto; asientos incrustados de marfil y plata; mesas de maderas orientales, y encima candelabros, lámparas y otros semejantes utensilios de bronce ó plata; bustos primorosamente cincelados; jarrones, trípodes y otros objetos de arte. Adornan las paredes pinturas antiguas, pero que conservan todavía la frescura de colorido, separadas unas de otras por nichos con estatuas que, como las pinturas,

representan asuntos históricos, siendo de notar que nada descubre allí la vista que pueda ofender la delicadeza más susceptible.

Sobre las columnas exteriores de la galería y en el centro del espacio cubierto hay un tragaluz, llamado el impluvium. sobre el cual se extiende una cortina ó toldo que preserva de los rayos solares y de la lluvia, y mientras templa con suave luz los objetos descritos, presta realce mayor á los que aparecen más distantes. Más allá de un arco opuesto al que atravesamos al entrar, se divisa un patio interior y más rico todavía, enlosado con diversidad de mármoles y embellecidas sus paredes con adornos de oro.

E¡ velo de la abertura superior está entreabierto, y á pesar del grueso cristal ó talco (lapis specularis) un tibio rayo de sol poniente nos permite cerciorarnos que uso es

aquei sitio no palacio encantado, sino morada de mortales como nosotros.

 Junto á una mesa, colocada fuera de las columnas de mármol frigio, aparece sentada una matrona de mediana edad, cuyas nobles cuanto bondadosas facciones muestran las huellas de pasados sufrimientos; pero una poderosa influencia parece haber amortiguado el recuerdo de ellos ó haberlos identificado con un pensamiento más placentero, de suerte que ambos moran inseparablemente unidos en su corazón. La sencillez de su vestido contrasta con la magnificencia de cuanto la rodea: hecho de tela común, no tiene otro bordado ni guarnición que un ribete de púrpura cosido en él y denominado segmentum, que indica su estado de viudez. Lleva el cabello descubierto, sin artificio alguno; y ni una joya, ni un dije costoso, que tan profusamente gastaban las damas romanas, se ostenta en su persona. Únicamente le rodea el cuello una cadenilla de oro, de la cual pende un objeto escondido cuidadosamente dentro del pliegue superior de su vestido.

 

 

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