Lunes, 29 de febrero de 2016
EL CEREBRO DEL EJERCITO ALEMAN SEPT. DE 1941
HABIENDO VIVIDO EN Berlín desde 1932 hasta 1937 como corresponsal de la Empresa Periodística de McCIure, encargado de los sucesos de la Europa central, Frederic Sondern, hijo, observó el desarrollo del nuevo Ejército alemán durante el período en que éste se organizó concienzudamente y se sometió a la instrucción y disciplina más rigurosas y sistemáticas que se hubiesen visto nunca. Con regularidad asistía a las maniobras, hablaba a menudo con los jefes, oficiales y soldados, y se puso al corriente, por sus propias observaciones y averiguaciones directas, de lo que los alemanes estaban haciendo
El Cerebro del Ejército Alemán
Por Frederic Sondern, Jr
Septiembre de 1941
LOS EXPERTOS militares han hallado un factor común en todos los
sensacionales triunfos de la Alemania nacista: la
coordinación perfecta de todas las piezas del mecanismo de guerra, o sea, de todos los ramos del servicio
militar. En la invasión de Polonia, en la batalla de Francia y en la campaña
reciente del Mediterráneo oriental, las fuerzas alemanas aéreas, navales v
terrestres, inclusas las tropas mecanizadas y los cuerpos de ingenieros y otros
técnicos, han funcionado al unísono con la regularidad y precisión del mecanismo
de un reloj. A medida que se han introducido nuevas máquinas de guerra, el Alto
Mando ha creado soldados nuevos para manejarlas con toda la eficacia posible.
A principios de 1938 el general Halder, jefe del Estado Mayor alemán, se
presentó a Hitler con una propuesta revolucionaria.
Pidió que treinta de los mejores oficiales del Ejército fuesen
transferidos a la Armada por dos años, a fin de que estudiasen prácticamente la
táctica naval. Los jefes de la Armada y del Ejército
se opusieron enérgicamente a la innovación. Pero Hitler, a quien le
gustó la idea, aprobó el plan. Los oficiales enviados a la Armada sirvieron en
submarinos, cazatorpederos y acorazados; se les dió el mando de fuerzas de
desembarque; organizaron convoyes; en suma, aprendieron por experiencia propia
las operaciones peculiares de la marina de guerra.
Estos treinta oficiales, hoy, generales del Ejército
alemán, habían servido antes en casi todos los otros ramos de la
milicia. En 1935 habían estado con las fuerzas aéreas y
aprendido a manejar aviones de toda clase, inclusos los grandes Junkers de
transporte. Habían estudiado y practicado el bombardeo aéreo,
transportado tropas, abastecido desde el aire fuerzas de infantería y ejecutado
todas las demás operaciones del ramo de aviación militar. Llámanlos «generales de tres dimensiones», por cuanto
tienen excelentes conocimientos generales de todo lo concerniente a las fuerzas
y operaciones terrestres, navales y aéreas, lo cual los capacita para ejercer el
mando con una habilidad y eficacia que por rareza se encuentran entre los demás
jefes militares del mundo.
El valor práctico del sistema de instrucción de Halder, que coordinaba las
fuerzas aéreas con las terrestres, se puso de manifiesto por primera vez en la
invasión de Polonia. Siempre que un cuerpo de infantería o de fuerzas
mecanizadas era detenido por una posición polaca fuerte, los aviones de bombardeo de picada, llamados por radio,
llegaban a los pocos minutos y con sus bombas abrían brecha en el campo
enemigo, volando fortines, trincheras y cañones de defensa contra aeroplanos y
tanques. En Noruega, a la cooperación de
las fuerzas aéreas se agregó la de la Armada.
En la batalla de Francia, el sistema de
coordinación funcionó con exactitud y eficacia maravillosas. Los
tanques, aviones de bombardeo, infantería, artillería, trenes de
abastecimiento, ingenieros con puentes listos para armarlos en su lugar — todo andaba con tal precisión y armonía, que el general sir
Ecimund Ironside observó: ",Parece que todo y a todos los mueve un solo
cerebro, aunque eso es imposible ».Pero no era imposible. Cerca
de cien jefes y oficiales de Estado 'Mayor hacían ejecutar las complicadas
operaciones, mas todos estaban bajo las órdenes del general von Reichenau.
Durante toda esa campaña funesta para los aliados, entre los jefes de éstos
había desavenencias y disputas continuas. Los generales
Ironside y Wcygand perdían horas preciosas mientras que sus expertos en operaciones aéreas, de infantería y de
fuerzas mecanizadas discutían, arguían y altercaban acerca de las armas que
convendría usar en tales o cuales lugares o circunstancias. Pero el general von Reichenau, que conocía, por experiencia
propia, no solamente su infantería y artillería, sino también sus tanques y
aviones, tenía todos los movimientos ,,
operaciones de su ejército en la punta de los dedos, iba siguiéndolos en todos
sus detalles, Y estaba siempre listo para resolver sin dilación cualquier
problema que se presentara y decidir lo que debía hacerse. Cuando
una sección de la línea de los aliados empezó a flaquear en Bélgica ante un
asalto de la infantería alemana, von Reichenau pudo
lanzar inmediatamente contra esa sección, ya debilitada, toda su reserva
abrumadora de aviones y tanques. Las líneas de abastecimiento de los
aliados quedaron cortadas y paralizadas y el Ejército inglés que avanzaba,
viéndose rodeado, tuvo que emprender una retirada desastrosa al matadero de
Dunquerque. Lo mismo sucedió en Sedán. La batalla de Francia había terminado, y
los alemanes la habían ganado no con el peso de huestes irresistibles por su
número, sino por la coordinación y sincronización
perfectas.
Para adquirir los conocimientos y habilidad que el método de Halder
prescribe se necesitan grandes aptitudes; mas esto
está de acuerdo con el sistema general alemán, según el cual no se
asciende a cargos de importancia en el mando sino a
hombres de capacidades excepcionales. Esta
regla sabia no se observa en ningún otro ejército del mundo. En Alemania, el criterio de la promoción militar es la
competencia; el tiempo que el ascendido haya estado en servicio se mira
como de poca importancia, y la influencia
política no entra para nada en el ascenso.
Desde el momento en que el joven alemán entra en el Ejército, lo observan y estudian sin cesar los miembros de un cuerpo especial compuesto de jefes
que se distinguen no sólo por sus'conocimientos
generales sino también por su habilidad de descubrir casi intuitivamente las
cualidades de cada soldado como oficial o jefe potencial. Hace algunos
años tuve ocasión de observar a uno de aquellos jefes
en el desempeño de sus funciones en un campo de instrucción situado
cerca de Potsdam. En uno de los extremos del campo había un pelotón de soldados
de infantería. Cada uno de ellos debía cruzar el campo, aprovechándose de cuanta
defensa natural pudiese hallar—rocas, árboles, zanjas, hondonadas. El jefe
observador iba apuntando con cruces el número de veces que cada soldado
permanecía al descubierto tiempo suficiente para servir de blanco fácil a los
tiradores apostados del enemigo. Al que, terminado el
ejercicio, tenía el menor número de cruces, se le daba como premio licencia
adicional.
El observador, señalando a uno de los soldados, me dijo:
—Fíjese usted en aquel soldado. Ese mozo tiene
sesos y sabe para qué sirven. Vea
con qué prontitud y acierto corre
de amparo en amparo.Después del ejercicio, el observador llamó a
este soldado y le hizo varias preguntas. Le preguntó si tenía un buen rifle y
le gustaba usarlo, y, si a él le parecía que un uniforme disfrazado le sería
útil al soldado para cruzar un campo como aquél en las circunstancias dadas. Schmidt (que así se llamaba) hizo ver en sus
respuestas que era mozo de buen discernimiento muy
interesado en su oficio, y, de soldado raso
que entonces era, fué ascendido a cabo. Confiósele,
para que lo instruyera, un pequeño pelotón de soldados. En poco tiempo éstos aprendieron a cruzar el campo y arrojar granadas de mano a un grupo
imaginario de ametralladoras enemigas mucho
más rápidamente que los soldados de otros pelotones análogos,
mandados también por cabos. Pocas semanas
después, Schmidt era sargento, y, dos meses más tarde fué enviado a una escuela
militar a prepararse para ascender a oficial. Al cabo de un año, en 1938, era teniente. La
última vez que supe de él, hace como un año, había
llegado ya a la graduación de comandante, a la edad de treinta años, y recibido
la cruz de hierro de,primera clase por lo bien que había dirigido sus soldados
en el combate. Schmidt no era nacista entusiasta, ni tenía amigos influyentes; pero sí tenía dotes
militares, y eso es lo que buscan los jefes del Ejército alemán. Como Schmidt
ha habido y hay muchos otros; los hombres de esta clase no escasean en Alemania.
En otra ocasión estuve todo un día con uno de los observadores, o jueces, antes
mencionados, el cual asistía, libreta y lápiz en mano,
a un ejercicio en que varios capitanes conducían por turnos sus
respectivas compañías al ataque de un grupo de casas de campo que se suponían
estar defendidas por dos ametralladoras y una fuerza enemiga considerable. Con sumo esmero apuntaba
la prontitud y precisión con que cada capitán conducía sus soldados,
su método de avance ataque, y la rapidez y
exactitud con que sus órdenes se obedecían. Al día siguiente vi un cuerpo de
ingenieros armando y tendiendo puentes, y el ataque de fortificaciones por
fuerzas mecanizadas. El jefe de una de estas columnas la condujo por un lugar en que hasta yo , con ser lego en achaques de armas, vi en seguida que el enemigo la pulverizaría en unos cuantos
minutos. El observador apuntó en su libreta,
enfrente del nombre del jefe: «Incompetente para el
mando».
Tres años antes que estallase la guerra actual, presencié
la selección de jefes para las fuerzas mecanizadas de la región militar
de Munich. En medio de una confusión lo más semejante posible a la de un campo
de batalla real, los candidatos tenían que lanzarse con sus fuerzas a abrirse
paso por entre las filas enemigas. Este era un simulacro exacto de lo que más
adelante ocurrió, en Flandes, durante la invasión alemana. En el aire pululaban
los aeroplanos de combate y, de bombardeo. ¡Ay del tanque o camión blindado que
se dejase al descubierto sin disfrazarlo para que el enemigo no lo
distinguiera! ¡Y ay del candidato que en el certamen cometiese
ese disparate! Los aviones de bombardeo lanzaban pequeños talegos de
harina mezclada con cola de color, los cuales dejaban marcas muy visibles en
los vehículos sobre que caían. El observador
llevaba cuidadosamente cuentas de estas marcas. Había quince aspirantes a coronelías, pero sólo ocho fueron
aprobados.
Uno de los jueces observadores me dijo después indiscretamente:
—SI un jefe no comprende la necesidad absoluta
de la cooperación entre las fuerzas aéreas y las terrestres, y no tiene juicio suficiente para llamar los aviones a
fin de defender sus tanques cuando peligran, de
hecho queda privado del mando, según nuestro fallo.
Yo observé que tal vez la costumbre militar le haría difícil o embarazoso a un
jefe pedir urgentemente ayuda a fuerzas de otro ramo del servicio, a lo cual
contestó el observador:
--Quizá el mayor triunfo en la organización de nuestras fuerzas haya sido el
que nuestros jefes y oficiales se olvidan de que pertenecen a la infantería o
la artillería, a la aviación o al cuerpo de ingenieros. Todos formamos un equipo, y lo único de que nos acordamos o en que
pensamos es que pertenecemos al equipo.
Mucho antes que un oficial o jefe sea ascendido a coronel, el registro que se
lleva de sus conocimientos, su habilidad y su conducta en los ejercicios y
maniobras indica a la comisión de personal del Ministerio de la Guerra si aquél
tiene capacidades que sean de utilidad en el Estado Mayor General.
Todos los años, el Ministerio de la Guerra ofrece a
los jefes y oficiales premios por tesis relativas a asuntos militares varios. Estas tesis se someten a miembros del
Estado Mayor General, escogidos por el Alto Mando
entre los más competentes e imparciales.
De tales tesis han resultado proyectos revolucionarios valiosos que en otra parte quizá
se hubieran descartado despreciativamente como desvaríos. Sirva de ejemplo la idea de llevar
tropas al campo enemigo en planeadores, la cual
se ridiculizaba en los Estados Unidos como utopía infantil precisamente
cuando los alemanes se estaban preparando para ponerla en práctica en Creta, lo
cual hicieron con éxito bien conocido ya. Cuando un jefe u oficial escribe un «estudio» que llama la atención por tener mérito
especial, la comisión de personal consulta los antecedentes del
autor. Este puede ser especialista, adaptado, por ejemplo, al perfeccionamiento
de la artillería antiaérea, o quizá tenga las
potencialidades de jefe «de tres dimensiones». En este último caso se le
hace pasar por la instrucción y práctica del plan de Halder; primero se hace
que se familiarice con todos los detalles del Ejército terrestre que no conozca
bien: luego se le envía al ramo de aviación, y finalmente a la Armada. Después
de esto es ya uno de «los muchachos de Halder», y tal vez llegue a ser general
a la edad de cuarenta y, cinco años o menos.
La instrucción de aquellos que no manifiestan aptitudes para ascender a puestos
de mayor categoría que los que ocupan se efectúa
con sumo esmero y persistencia, hasta que cada uno puede desempeñar las
funciones de su cargo con entera perfección. Los ingenieros de
combate que atacaron el fuerte belga de Eben-Emael, protección principal de las
defensas del canal de Albert, habían ensayado el asalto durante varios meses en
una reproducción del fuerte construida en la Prusia oriental. Día tras día los
aviones Stukas establecían una cortina de fuego, mientras que los ingenieros
avanzaban, ocultos por el humo, a poner, valiéndose de pértigas, cargas de T.
N. T. (trinitrotolueno) en las troneras y situar «lanzallamas» en lugares
adecuados. Cuando ocurrió el verdadero ataque del fuerte en Bélgica, los alemanes ejecutaron sus movimientos con una precisión
que dejó pasmados a los militares de los demás países.
En 1939 vi en la Selva Negra los soldados
alemanes ejercitándose en la conducción de tanques por montes tupidos. Más
tarde supe que el objeto de estos ejercicios era preparar las fuerzas para
cruzar las Ardenas, lo cual el Estado Mayor del Ejército francés creía
imposible. Las fuerzas mecanizadas se ejercitaban en la Selva Negra por espacio
de varias horas durante el día, y los soldados regresaban agotados. Uno de los
oficiales me preguntó un día si yo había pasado alguna vez seis horas en un
tanque en movimiento. Contestéle que no, y él me dijo que diera gracias a Dios.
Como seis meses después volví a verlo, y me dijo que para él seis horas en un
tanque era ya cosa común y corriente, que no le causaba ninguna incomodidad ni
cansancio. A todo se avezan esos hombres.
El soldado alemán no desperdicia ni un momento. Todos los días hace los «ejercicios regulares» . Se
le lanza una granada de mano, la cual él debe
recoger y arrojar con la mayor celeridad posible a quien la lanzó.
Debe marchar por un bosque y, con el fusil contra la cadera, hacer sin demora
fuego a un blanco que se le presenta de repente. Debe poder saltar rápidamente
al fondo de un hoyo profundo sin sufrir daño alguno. Debe aprender a pasar por una
alambrada sin que su yelmo o casco de acero dé contra los alambres y haga
ruido, lo cual siempre atrae el fuego del enemigo.
Las bajas de la guerra mundial pasada debidas a la ignorancia –me dijo una vez
un oficial alemán —fueron extremadamente grandes. Ahora nos proponemos
disminuirlas en un 75 por ciento—. Las pocas bajas sufridas en la batalla de
Francia parecen confirmar esta aseveración.
Antes de disparar un solo tiro contra el enemigo, ni aun verlo siquiera, las
tropas de asalto que hicieron retroceder a Wavell en el África del Norte
recibieron instrucción práctica en Libia durante dos meses en circunstancias
análogas a las de los campos de batalla en que iban a entrar. En Alemania,
todos los jefes, oficiales y soldados destinados a esta campaña fueron
sometidos a tratamiento térmico con lámparas solares para habituarles la piel
al sol abrasador africano. Aquellos cuya piel no resistió los rayos
ultraviolados se descartaron, enviándolos a servir en otras partes.
Estos ejemplos de preparación
sistemática y previsiva, con los resultados prácticos que hoy todo el mundo
conoce, deben abrir los ojos a otras naciones.
Actualmente ingresan en el Ejército de los Estados Unidos centenares de miles
de los jóvenes más escogidos del país, así física como intelectualmente. El
Departamento de Guerra dispone de un número enorme de graduados universitarios,
cuya inteligencia y conocimientos los adaptan admirablemente a la instrucción
militar superior. Con
tino, resolución y paciencia será posible no sólo igualar a los alemanes, sino
también aventajarlos, pues no hay duda de que se cuenta con más
y mejor materia prima que el.
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