"Silvia presta servicio sin percibir sueldo."Sus planes para el porvenir comprenden una escuela de párvulos moderna, un edificio municipal y varios jardines públicos a orillas del Mosela. Sabe que mejorar pueblos como Manom es mejorar a Francia.Hábleme de escuelas, cantinas escolares, dispensarios y de cosas que contribuyan a la reconstrucción. »
Mlle. Bertier,
la abnegada administradora
LA SYLVETTE, ALCALDESA DE MANOM
Por Blake Clark
1950
SILVIA DE BERTIER, muchacha lorenesa rubia y de ojos azules, que fue elegida alcaldesa hace cuatro años, es la persona más joven que en Francia desempeña ese cargo. La popularidad de que goza se debe al hecho espléndido de haber restablecido la vigorosa salud de una localidad completamente desmoralizada por la guerra. Silvia ejerce su autoridad en Manom, villa de 1800 habitantes enclavada en el corazón de la tierra con entrañas de hierro que bordea el rutilante Río Mosela, cerca de la frontera de Luxemburgo. Es heredera de un título nobiliario, como hija única de la condesa de Bertier de Sauvigny, y dueña de un castillo del siglo XVII con 800 hectáreas de tierras de cultivo y bosques. Fue elegida por abrumadora mayoría en 1945, y reelegida sin oposición dos años después.
Cuando los alemanes invadieron su castillo en 1940 y ordenaron a madre e hija que se marcharan, Silvia era una colegiala de 19 años, prometida de un cadete de Saint Cyr, la academia militar de Francia. Una semana después su novio fue muerto en acción. Silvia marchó a Bretaña para trabajar en el movimiento clandestino. Bautizada con el nombre de la «Señorita Maquis » por los aviadores norteamericanos a quienes ayudó a escapar a España, y condecorada por sus servicios como oficial de enlace del ejército francés, Silvia volvió a Manom convertida en heroína el mes de octubre de 1945•
El padre de
Silvia había sido el primer alcalde francés de la villa de Manom después de
haber sido ésta devuelta a Francia por los alemanes en 1918. En 1945 su hija
era elegida para el cargo en circunstancias parecidas.
Silvia se halló, ante una situación más que dificil. Las gentes se econtraban hambrientas y desesperadas. Los macilentos chiquillos estaban tan aterrorizados por los bombardeos que un portazo les hacía prorrumpir
en alaridos. Las minas
sembradas por los alemanes en centenares de hectáreas imposibilitaban
el cultivo de la tierra; labradores y obreros estaban en los campamentos
de prisioneros; el ganado había sido robado o muerto.
Cuando Silvia se posesionó del cargo vio en los libros municipales que durante los primeros
nueve meses la villa solamente podía esperar ingresos tan pequeños que en total
no alcanzaban ni para reconstruir un kilómetro de carretera. Prorrateó la exigua suma
entre maestros de escuela, policías y otros funcionarios municipales
indispensables. Luego dio comienzo a su
primer proyecto: poner en producción las granjas y los huertos.
Pidió al ejército prisioneros de guerra alemanes y les asignó la tarea de
limpiar dc minas los campos. Como el gobierno no permitía, por razones de
escasez, que los particulares adquiriesen maquinaria agrícola, Silvia organizó una cooperativa de los principales
terratenientes para comprar un tractor cuya necesidad era apremiante. Pero en los
meses de hambre la gente se había comido la semilla de papa el producto más
importante de la región –y no tenían nada que sembrar. En consecuencia, los
miembros de la cooperativa ahondaron más en su bolsillo para comprar 4500
kilogramos de papas sque fueron distribuídos a razó de tres sacos por cada
media hectárea. Trabajando sin descanso y ayudándose unas a otras, todas las
familias' de Manom lograron sembrar su cosecha.
Al pasar cerca de una granja abandonada en las afueras del pueblo, la madre de Silvia vio una trilladora de su propiedad que los
alemanes le habían expropiado en 1940. La entregó a la cooperativa,
que a su vez la alquiló por módico estipendio a todo aquel que la necesitase.
Con el dinero obtenido del alquiler de la trilladora, el tractor y algunos
pulverizadores abandonados por los alemanes en su retirada, la cooperativa compró arados y rastros. Muy pronto las
ondulantes colinas quedaron cubiertas por una alfombra de verde trébol y dorado
trigo.
Entonces surgieron dificultades en otro sector. Una enfermedad que hacía
abortar a las vacas atacó al escaso ganado lechero que había quedado en el
pueblo, y se estaba extendiendo a vacas importadas de Holanda. En el invierno
de 1945 a 1946 no nació un solo ternero. Un perito en ganadería aconsejó la
fecundación artificial, práctica hasta entonces desconocida en aquella parte
del país. Se llevó a efecto y la enfermedad desapareció.
ELa primera nevada de noviembre sorprendió a los niños
de Manom casi descalzos. El racionamiento limitaba los zapatos a un par
por persona cada año. Silvia, recordando los zuecos de madera que había visto
en Bretaña, pidió a algunos amigos bretones que le mandasen zuecos desechados
así como los nuevos de que pudieran desprenderse. Muy
pronto 300 pares de pies calzados con zuecos recorrían los pedregosos caminos
de Manom.
El norte de Lorena suele tener en invierno temperatura de 29 grados bajo cero del Centígrado, y aun más bajas, y tres o cuatro meses de fuertes
nevadas. Muchos niños se veían privados de asistir a lit escuela durante
semanas enteras. Silvia acudió a François Schneider, obrero fabril que tenía en
su granero un autobús deteriorado. Le garantizó los fondos necesarios para la
reparación y, a cambio de la gasolina, el seguro y un pequeño estipendio
mensual, François llevaba a la escuela cada día de 18 a 25 niños y por la tarde
iba a recogerlos. Además hizo un provechoso negocio adicional trasportando a
granjeros y trabajadores industriales.
Silvia dedicó su
inmediata atención a proporcionar almuerzo
caliente a los escolares. Era frecuente que aquellos chiquillos, ya
desnutridos, sólo tuvieran raciones lastimosamente pequeñas de pan y queso para
la comida del mediodía. Con ollas y sartenes regaladas por la organización de
socorro «Entr'Aide Française» y una cocinera que cobraba poca cosa al mes, los
niños tuvieron comidas nutritivas. La Cruz Roja
Norteamericana y las tropas de los Estados Unidos proporcionaron
leche enlatada, frijoles cocidos, arroz y
azúcar. Los granjeros dieron papas, y las religiosas encargadas de
la enseñanza aportaron legumbres de su huerto. Cada niño hacía un pago nominal
de cinco francos por comida.
Todos los días llegaban
a la oficina de la alcaldesa madres que se quejaban
de que los huesos de sus nenes se estaban deformando por la escasez de calcio
debida a la falta de leche. La madre de
Silvia, dama menuda y de plateada cabellera pero que para moverse es un azogue, consiguió de la Cruz Roja
raciones de urgencia de leche en polvo y enlatada. Luego, por
medio de apremiantes cartas y frecuentes viajes a París para suprimir trámites
burocráticos, obtuvo permiso para utilizar el edificio de los tribunales que
estaba vacante en la ciudad cercana de Thionville y destinarlo al centro de
alimentación para dicha ciudad y sus suburbios, entre los cuales se encuentra
Manom.
El centro, bautizado con el nombre «La Gota de Leche, » quedó trasformado en
moderno dispensario prenatal e infantil donde todas las mañanas se preparaban y
embotellaban científicamente fórmulas individuales. La Cruz Roja y las
organizaciones locales facilitan, el equipo de
pasterizar y embotellar. Los médicos recibieron un pequeño estipendio
del estado. El ganado de Silvia proporcionaba la
leche gratuitamente.
Con los ojos puestos en la revigorización de los jóvenes, M. Genevaux, el
infatigable maestro de escuela de Manom, hizo los plau0s de UN nuevo
campo deportivo. Comprende una sección para juegos de pelota, otra para
ejercicios de gimnasia, un campo reservado a las muchachas, y buen número de
trapecios y escalas. Silvia hizo donación del terreno, y
los jugadores de futbol empuñaron azadas y llevaron carretillas cargadas de
piedras para poder empezar los juegos el pasado otoño.
Solamente siete casas de Manom tienen baños. El año pasado Silvia restableció
la costumbre de los baños públicos y edificó los primeros en la escuela de
niños próxima a la alcaldía. Los muchachos acuden allí a tomar su ducha
gratuita todos los viernes por la mañana. Los dos días que los baños permanecen
abiertos para el público en general son los más divertidos de la semana en
Manom.
La alcaldesa y los vecinos de Manom están empleando sus energías en hacer
que su pueblo sea no sólo habitable sino atractivo. Traen camiones
cargados de escoria de las fundiciones de acero para reparar con ella los
baches y roturas que los tanques dejaron en las calles. Ahora se obedece al pie de la letra la ordenanza
municipal que obliga a cada familia a barrer
desde la puerta hasta el centro de la calle, los
miércoles y los sábados.
Uniendo al producto de las contribuciones locales un pago nominal dei 100
dólares en concepto de reparaciones de guerra que hizo el gobierno, el
municipio compró un gran camión cerrado para hacer entregas a domicilio, el
cual se utiliza también" como ambulancia y bomba de incendios. Lo maneja
un equipo de voluntarios entusiastas que distribuyen su tiempo de manera que
cuando menos seis de ellos estén listos para acudir a una llamada a cualquier
hora del día o de la noche. Durante la inundación sin precedentes de 1948
sacaron a familias enteras de las casas llenas de agua y llevaron leche, pan y
medicamentos a los que se encontraban presos en los pisos altos.
Silvia presta servicio sin percibir sueldo.
Atiende a la conservación de calles,
alcantarillas, suministro de agua, escuela y casa de bomberos; registra los nacimientos y las muertes;
oficia en los matrimonios civiles y conferencia con el ayuntamiento de la villa
que se compone de 17 concejales.
Constantemente atenta a cuanto pueda contribuir a
mejorarla vida de su querida Manom, Silvia
inauguró el pasado otoño una clase de economía doméstica para muchachas.
Cree que muchas obreras jóvenes casadas no han tenido ocasión de aprender a
cocinar bien y ser buenas amas de casa. Sus planes
para el porvenir comprenden una escuela de párvulos moderna, un edificio
municipal y varios jardines públicos a orillas del Mosela. Sabe que mejorar
pueblos como Manom es mejorar a Francia.
Si se le habla a la alcaldesa de política se la verá encogerse de hombros. «Soy
independiente—dice—Hábleme de escuelas, cantinas
escolares, dispensarios y de cosas que contribuyan a la reconstrucción. »
He aquí una joven que podría pasar los inviernos en
París y los veranos en la Riviera. En
vez de eso, prefiere vivir entre obreros y campe- sinos. Para ella el hombre
cubierto de hollín que bebe un vaso de vino en la taberna no es simplemente un
obrero sucio; es Luis Marion, bombero voluntario que toca la trompeta y canta
tonadas populares. El enlodado italiano que sonríe cuando ella lo saluda no es un extranjero
ignorante, sino un animoso recién llegado
que con sus propias manos ha construido una casa para su familia. Silvia respeta y admira a estos hombres. Encuentra
en su afectuosa consideración satisfactoria recompensa a los esfuerzos que ella
hace por servirlos.
Cuando está en su oficina la llaman «Señora Alcaldesa, » pero en sus hogares la
nombran cariñosamente «La Sylvette »... «la pequeña
Silvia. »
Viernes, 9 de septiembre de 2016
POR QUÉ LOS NORTEAMERICANOS NO TOMARON A BERLÍN por John T. Flynn Noviembre 1948
La dificíl posición de los Estados Unidos en Berlín se debe a un pacto secreto que puede resultar la m ás funesta de las equivocaciones.
POR QUÉ LOS NORTEAMERICANOS NO TOMARON A BERLÍN
por John T. Flynn
Noviembre 1948
UNA DE
las grandes ironías de nuestra época consiste en que el objetivo final de los
Aliados en Europa durante la guerra pasada—la ciudad de Berlín—se haya
convertido en escenario principal de la lucha entre Rusia y las naciones
occidentales. Berlín, símbolo de la victoria, llegó a ser el símbolo de los
problemas que surgieron a raíz de esa misma victoria.
¿Cómo cayeron los aliados occidentales en ese callejón sin salida? ¿Cómo se
dejaron llevar a una situación en que se encontraron casi incomunicados en una
isla rodeada de un mar rojo?
Después de terminada la guerra han estado saliendo a luz, fragmentariamente,
iniormaciones de la manera como los Diplomáticos de los Estados
Unidos regalaron mucho de lo tan duramente ganado
por sus soldados. Hoy es ya posible juntar los fragmentos para
poner en claro pan qué esos vencedores vinieron a quedar a merced de los rusos
en Berlín.
A fines de 1944 era ya manifiesto que Alemania no tardaría mucho en quedar a
los pies de sus vencedores, reducida a un montón de escombros. ¿Qué iban a
hacer De ella los conquistadores? En febrero De 1945, en Yalta, decidieron que
despues de la rendición la dividirían en cuatro zonas que serían administradas
respectivamente por la Gran Bretaña, Francia, Rusia y los Estados Unidos hasta
que llegara el momento de los arreglos definitivos.
Un mes más tarde el general Eisenhower se hallaba listo para el último tremendo
asalto de la guerra. Las tropas debían atravesar el Rin y avanzar hacia la
capital alemana. Media docena de ejércitos aliados apostados a lo largo del
histórico río en la noche del 22 al 23 de marzo recibieron la señal convenida.
George Patton fue quien primero se lanzó con sus hombres y en un día o dos las
poderosas huestes aliadas habían atravesado el río y avanzado en la marcha
final sobre Berlín, distante 400 kilómetros. Las puntas de lanza del ejército
ruso se hallaban colocadas a sólo 48 kilómetros al este de la sentenciada
capital germana, pero las demoraba en su avance,
aparte del estado de las carreteras y el mal tiempo, el grueso de lo que aún
quedaba del formidable ejército nazi, que Hitler había puesto entre Berlín y
los rusos para escapar, si fuere posible, del último de los
horrores: la conquista de la capital por Stalin.
En tanto que
las hordas rusas se hallaban contenidas, los ejércitos aliados al mando de
Eisenhower atravesaban rápidamente con irresistible potencia la planicie
alemana. «La magnitud de esa ofensiva allanó toda resistencia,» dijo el general
Marshall. Los guerreros nazis se rendían por centenares, por millares. A
mediados de abril el grueso de las fuerzas aliadas estaba en el Río Elba y las
avanzadas norteamericanas a sólo 6o kilómetros de Berlín.
En aquel momento los norteamericanos y sus aliados occidentales ocupaban casi
todo el territorio alemán; los rusos habían conquistado sólo un pequeño sector
de la Alemania oriental. En tales circunstancias el capitán Harry C. Butcher,
ayudante naval del general Eisenhower, fue a su jefe para informarle que todo el
ejército, desde los soldados y clases hasta los oficiales, deseaban continuar
la marcha hasta llegar a Berlín, a lo cual el
general contestó: «La toma de Berlín no sería sino un simple espectáculo.»
El 21 de abril, cuando los reporters entrevistaron al general Bedel! Smith,
jefe de estado mayor, y le preguntaron «si se proyectaba una marcha general
sobre Berlín,» les contestó: «No vamos a apostar
carreras con los rusos en nada... Por ahora tenemos cosas más importantes que
hacer.»
Pero Stalin sí pensaba que Berlín era lo más
importante. Sus generales destacaron del cuerpo principal de sus
fuerzas dos ejércitos para un ataque concentrado sobre Berlín; sacrificaron el
avance sosteniden un amplio frente para moverse
rápidamente sobre la capital germana en lucha contra una formidable
resistencia.
En cambio para los Estados Unidos y sus aliados el camino hacia Berlín no
ofrecía sino pocos obstáculos. Adolfo Hitler, vencido y desalentado, se había
refugiado el 20 de abril con Eva Braun, Goebbels y el último grupo de sus
fieles servidores dentro de las fantásticas galerías subterráneas excavadas
debajo de su bombardeada cancillería, para permanecer allí hasta la muerte. «No
se trata ya de luchar,» dijo el hombre. «No queda nada con qué hacerlo.» Y era
que todo cuanto restaba se había concentrado contra los rusos. Se hallaba
poseído, dijo Goebbels, «por un delirio de traición.» Himmler y Góring, cada
cual por su parte, conspiraban para sucederle sin aguardar a que se suicidara y
cada uno de ellos forjaba su proyecto de rendición ante el general Eisenhower.
Pocos días más tarde, el 26 de abril, Himmler, por
conducto de un representante sueco, envió su propuesta a los norteamericanos y
a los británicos de rendírseles incondicionalmente en el frente occidental,
incluyendo en tal frente a Noruega y Dinamarca. El presidente Truman
rechazó la oferta manifestando que no se podría aceptar la rendición sino en
ambos frentes. Todo esto es demostración clara
de que hubo casi un camino abierto hacia Berlín para los norteamericanos.
Unos diez días antes de esto, el general Eisenhower envió un mensaje al general
John R. Deane, jefe de la misión militar estadounidense en Moscú, por medio del
cual se le comunicaban instrucciones para proponer al alto comando ruso que
«mientras continuaban las hostilidades, ambos frentes (norteamericano y ruso)
tuvieran libertad de avanzar hasta que el contacto fuese inminente» después de
lo cual se convendrían las líneas divisorias de los respectivos ejércitos. Las
zonas de ocupación propiamente dicha después de la rendición de Alemania ya
habían sido fijadas y el ejército norteamericano había penetrado profundamente
en la asignada a los rusos; pero estas zonas, hasta donde los soldados lo
sabían, no iban a gobernar las acciones de los norteamericanos y sus aliados
sino después de la rendición de Alemania. Sin embargo, el general Deane informó
que la propuesta de Eisenhower «alarmó al general A. E. Antonov,» subjefe del
Estado Mayor ruso, quien temía que aquéllos penetraran demasiado dentro de la
zona rusa. Antonov obtuvo lo que quería, pues tras alguna demora el general
Eisenhower le hizo saber, por conducto de Deane, que «detendría el avance de
británicos y estadounidenses a lo largo de la ribera occidental del Río Elba.»
Para entonces muchos elementos norteamericanos habían cruzado ya el río y
tuvieron que repasarlo para mantenerse en el lado oriental hasta el fin, a 16o
kilómetros de Berlín.
Mientras tanto los rusos habían recobrado 4o por ciento de Checoeslovaquia en
el este; el 6o por ciento restante permanecía todavía bajo el dominio de un
ejército nazi a punto de desmoronarse. Patton recibió órdenes de mover sus
fuerzas hasta la línea Pilsen-KarlsbadBudojovice, precisamente dentro de la
frontera bohemia y detenerlas allí. Pero sus avanzadas ya estaban realmente en
las afueras de Praga, la capital. Eisenhower insinuó que Patton avanzara aún
más, pero entonces se repitió la protesta del general Antonov. El general Deane
escribió: «En la actitud de Antonov puede verse claramente la fina mano de la
oficina de Relaciones Exteriores de Rusia: Checoeslovaquia
tenía que quedar dentro de la órbita de la Unión Soviética, de suerte que no
entrara en el programa la gratitud de los checos hacia los Estados Unidos por
haberle devuelto la libertad a su capital.»
Contenido en esta forma Patton, el honor de la
liberación pasó al haber de los comunistas. En el diario de Patton
se leen las siguientes líneas: «Me sentí entonces y me siento aun muy
mortificado porque opinaba, como sigo opinando, que debíamos haber ido hasta el
Río Moldau y que si eso no les gustaba a los rusos ¡que se fueran al diablo!»
Así, pues, los Estados Unidos y sus aliados no tomaron a Berlín ni libertaron a
Checoeslovaquia y Praga. ¿Por qué sus generales
cedieron tan complacientemente a las exigencias rusas?
Para dar con la respuesta hay que retornar a Yalta. Refiere
Elliott Roosevelt que su padre le dijo que él no era partidario de
dividir a Alemania en zonas pero que se vio comprometido a convenir en ello. El Presidente perseguía como empeño principal el de hacer
entrar a Stalin en las Naciones Unidas. Para lograr tal propósito decidió
halagarlo a lo largo de sus conversaciones y ceder en todos los puntos en que
era posible. No sólo Alemania debía dividirse en cuatro secciones
sino también Berlín se fraccionaría en cuatro partes, una para cada aliado a
pesar de ser notorio el tropiezo de estar situada esta capital muy adentro de
la zona rusa. Tal convenio se publicó oportunamente, pero sucedió que el presidente Roosevelt celebró también ciertos acuerdos
secretos con Stalin; uno de éstos, ajustado en entrevista privada de los dos
personajes, estableció que se le permitiría a Stalin ocupar a Berlín.
Se dice que Churchill al tener noticia de
esta decisión protestó contra ella. Y más o menos cuando los
soldados y oficiales norteamericanos clamaban porque se ordenara la marcha
general sobre Berlín, el Primer Ministro asediaba al gobierno de los Estados
Unidos pidiéndole con toda urgencia el empuje del ejército hacia la capital
germana; y aun llegó hasta hacer una súplica personal al general Eisenhower
para que se apresurara a ocupar a Berlín antes que los rusos pudieran hacerlo.
Pero era tarde: el trato estaba ya hecho.
El 3o de abril Hitler puso fin a su vida dejando un testamento por medio del
cual legaba al almirante Doenitz los fragmentos de su fugaz imperio; el 2 de
mayo entraron los rusos a Berlín, y el 7 se rindieron los alemanes. Pero no fue sino casi dos meses después o sea el 3 de julio cuando
Stalin permitió a británicos y norteamericanos mover muy limitadas,
guarniciones a reducidos sectores de la capital conquistada.
Se les asignó un solo ferrocarril, un solo autobahn y un corredor aéreo
de 32 kilómetros. Finalmente, en abril del año que corre Stalin ordenó someter todos los trenes y automóviles a una
inspección tan minuciosa que el gobierno de los Estados Unidos se vio en el
caso de rechazarla aunque con ello perdía sus líneas de comunicación con Berlín
excepto la aérea; y en junio los rusos nuevamente interrumpieron el tránsito
por tierra y suspendieron el suministro de víveres, energía, etc., lo que
equivalía aun bloqueo total del sector de Berlín ocupado por los Aliados. El
transporte aéreo en masa fue el único recurso que quedó a los ingleses y
norteamericanos para el abastecimiento de la ciudad.
El general Clay, comandante general de las tropas norteamericanas en Alemania,
pidió a Lewis H.,Brown, presidente de la Johns Manville Corporation, que
demorara un poco su permanencia en ese país para estudiar los problemas de la
reconstrucción. Aprovechó éste tal oportunidad para entrar en contacto con toda
clase de gentes y recoger sus opiniones. Pudo así escribir: «Considerada desde
el punto de vista de la subsecuente división de Alemania en cuatro partes, la decisión del presidente Roosevelt de detener el
arrollador avance de los ejércitos aliados del Oeste mientras los
rusos se apoderaban de la Alemania oriental y llegaban a Berlín, fue quizás una muy funesta equivocación que bien puede tener
repercusiones en las páginas de la historia que están por escribirse.»
No hay comentarios:
Publicar un comentario