sábado, 7 de enero de 2023

AGUIJONES EN LA CARNE - Pablo Burgess

"Me fue dado un aguijón en mi carne."

—El apóstol Pablo (2 Cor. 12:7)

Capítulo Veintiuno

AGUIJONES EN LA CARNE

Anna Marie Dahiquist

La voz del Dr. Ainslie manifestaba preocupación al decirle: —Dr. Burgess, usted tiene cáncer en el estómago. El Dr. Rock y yo no tenemos el equipo necesario para operarle aquí; así que le voy a enviar a la Clínica Mayo.

Luego, el Dr. Ainslie mandó un telegrama a la Junta de Misiones, en Nueva York:

7 dé septiembre de 1929

DEBIDO A ENFERMEDAD PABLO BURGESS ORDENADO IR ROCHESTER. DOCTORES AINSLIE, ROCK DIAGNOSTI­CAN CANCER Y OTROS TUMORES MALIGNOS DEL ESTOMAGO, HIGADO.

Pablo volvió a sentir un intenso dolor en el estómago. Ahora sabía la causa del problema: era cáncer. En el pasado, y varias veces, los médicos habían perdido toda esperanza en cuanto a él y sin embargo, él siempre se había curado. Pero, ¿cáncer? ¡Esto era más serio!

Dora trató de esconder las lágrimas cuando supo la noti­cia. —Esta vez quiero acompañarte, Paulus— le dijo en un tono más suave que lo acostumbrado. La carta que ella escri­bió a la Junta, apenas manifestaba la angustia que sentía:

El Sr. Burgess sale hacia los Estados Unidos esta semana y yo espero que me den permiso para acom­pañarle, ya que la seriedad de la cirugía me hace desear estar cerca de él. Dejaremos a nuestros hijos al cuidado de unos amigos misioneros.... Sentimos profundamente esta interrupción de nuestro trabajo pero confiamos en Dios quien todo lo hace bien.

Tres semanas después de llegar a Rochester, en el estado de Minnesota, Pablo estaba listo para la operación. ¿Qué clase de tumores hallarían los cirujanos? Pablo no lo sabía. Solo estaba seguro de que su vida estaba en las manos del Médico Divino.

Al día siguiente, un médico sonriente, vestido de blanco, se acercó a su cama, le mostró una pequeña botella, y le dijo: —Dr. Burgess, me da mucho gusto presentarle estos ... cálculos biliares. No hallamos ningún tumor maligno.

Pablo elevó en silencio una oración de gratitud. Dora son­rió ampliamente, y dijo: —Quiero regresar cuanto antes a la traducción. ¿Por qué no pasas la navidad con tu madre y Carrie en Cañon City? Puedes volver a Quezaltenango cuando estés totalmente restablecido de salud.

Pablo estuvo de acuerdo con aquellos planes. Regresó a Guatemala a principios de 1930. Estaba bien de salud, sentía nuevas fuerzas, y le daba gracias a Dios por haberle permi­tido volver a su trabajo.

Pero muchas cosas habían cambiado durante su ausencia. Mientras él se hallaba en los Estados Unidos, su buen amigo Marcelino Vásquez había sufrido un pérdida devastadora, debido a la erupción del Volcán Santa María. La lava y la ceniza destruyeron totalmente el pueblo de El Palmar, cubriendo también la casa de Marcelino. Cuando la lava por fin dejó de fluir, y los equipos de rescate pudieron cavar entre las cenizas, encontraron que entre los que fueron enterrados vivos por el volcán, estaban siete miembros de la familia de Marcelino. Sus cuerpos carbonizados fueron hallados en un círculo, todos de rodillas, en actitud de oración. El mismo Marcelino no había estado en su casa cuando erupcionó el volcán. Señalando luego con ternura la forma carbonizada de su hijita menor, murmuró pensativamente: —La había­mos dedicado al Señor, para que fuera maestra o enfermera.

Por muchos años Marcelino se había sostenido a sí mismo con la ganancia que le producía la venta de sus bananos; pero ahora aquella cosecha se había desvanecido. PablO sabía a que la Junta Misionera no tenía fondos para pagarle un  salario a este pastor. ¿Qué se podría hacer por este fielsiervo  de Dios?

Pablo escribió a muchas personas, contándoles la situa­ción, y así, muchos creyentes, de distintos lugares, enviaron donativos de dinero, y con eso Pablo logró arreglar la compra de una casa nueva para Marcelino, lejos del peligroso vol­cán. Más tarde, unos amigos en los Estados Unidos comen­zaron a enviar sostén mensual para Marcelino y otros pasto­res nacionales, por medio de la Misión Indígena de América y la Agencia Pionera Misionera, organizaciones conectadas con Leonardo Legters.

Otra tragedia que Pablo encontró a su regreso eran las divisiones en las iglesias. —Toda persona parece tener algún aguijón en la carne— comentaba, —y el mío es Carlos Kramer.

Kramer era un joven quezalteco, alto y delgado, que se había convertido en la Iglesia Bethel a los dieciocho años. Después de recorrer Centroamérica como vendedor de Bi­blias, había viajado a los Estados Unidos, y allí se había casado. Cuando regresó a Quezaltenango, tenía nuevas ideas doctrinales, contrarias a la teología presbiteriana.

Dora invitó a la joven pareja a la comida de acción de gracias, que ella servía anualmente a los pocos norteameri­canos que residían en Quezaltenango. —Esa pobrecita recién casada debe sentirse muy sola— dijo. —Tal vez le guste probar otra vez algo de comida norteamericana.

Pero Carlos rechazó la invitación, diciendo: —No podemos asociarnos con los herejes.

Desde entonces para adelante, Carlos las tomó contra Pablo y el presbiterio. Escribió tratados acusando a Pablo de ser un "asalariado," porque recibía un sueldo y tenía un automóvil. Cuando visitaba las iglesias fundadas por Pablo, trataba de producir una división. Si las mujeres tenían el pelo corto, Kramer vociferaba: —¡Las mujeres no se deben cortar el pelo, ni tampoco deben hablar en la iglesia!—. Si visitaba una congregación campesina, en donde las mujeres llevaban largas trenzas, Carlos buscaba otros puntos de controversia. —La Cena del Señor debe ser servida en una sola copa— argumentaba, —y no en copitas individuales.—Así procuraba dividir al grupo.

Kramer acudió, inclusive, a las reuniones del presbiterio, parándose en la puerta de la capilla para repartir tratados en contra de Pablo. Cuando el ciclo de sesiones del presbiterio estaba por terminar, Pablo preguntó: ¿Hay algún otro asunto que tratar?

Fue Marcelino Vásquez quien pidió la palabra, para decir: —Hermanos, oremos por don Carlos Kramer. Si tratamos de resolver este problema solos, fracasaremos. Dejemos que el Señor se encargue de él.

Humillado, Pablo se unió a Marcelino y a los demás en oración por su amargado enemigo. Kramer siguió tratando de causar divisiones, pero desde entonces parecía tener menos éxito. Cada vez que se llevaba un grupo, la congrega­ción podada parecía crecer más. Dios había contestado la oración.

Mientras Pablo se ocupaba de los problemas de las igle­sias, Dora dedicaba por lo menos ocho horas al día a la traducción, deteniéndose únicamente para frotarse los ojos cansados, o para acomodarse los lentes. Traducía directa­mente del Nuevo Testamento original, tratando de verter las palabras griegas al quiché más puro y clásico. Juntamente con ella trabajaban varios hombres de habla quiché, tales como don Abelino Suchí, don Luciano Tahay, don Francisco Abel Matul, y don Patricio Xec.

Pablo sabía como por intuición que su esposa consideraba la traducción como un proyecto propio; así que pensó que era mejor no interferir. Cuando ella lo necesitara, él estaría a su lado, como buen consejero. A menudo, ella se ausentaba de la mesa, o de los servicios de la iglesia entre semana, con el fin de pasar más tiempo en la traducción. Sin embargo, la obra parecía progresar muy despacio.

Guillermo Townsend había completado la traducción del Nuevo Testamento al cakchiquel en 1931, pero a Dora toda­vía le faltaba mucho. "¿Sería acaso porque era tan perfec­cionista?" se preguntaba Pablo. Townsend había empleado algunas palabras castellanas, tales como soldado en su obra. Pero Dora, por su parte, no quedaba satisfecha sino hasta hallar la palabra quiché que significara "soldado."

Mientras tanto, Pablo continuaba escribiendo libros nue­vos, y sacando nuevas ediciones de sus primeras obras. También editaba El Almanaque del Tío Perucho, una pequeña obra, encuadernada en rústica, llena de consejosgrícolas, rimas jocosas, datos históricos y textos bíblicos.

—El hombre de la calle no tiene tiempo para leer mis libros largos— explicaba; —pero tendrá tiempo para leer uno o dos renglones al día en este almanaque.

Sutilmente, dio a conocerel propósito del almanaque, en la lectura para el 30 de mayo de 1931; fecha de su propio natali­cio:

Hoy se celebran . . . Juana de Arco, patrona de Francia quien como Débora, se metió a las armas y la política para bien de su país; y Tío Perucho que escribe almanaques con el mismo buen propósito.

Entre las rimas se encontraban comentarios políticos, como el siguiente:

La esperanza de Guatemala, según yo sé, No depende por completo del precio del café.

En la siguiente rima se veía que el punto de vista del escritor, en cuanto a la política, había cambiado:

No crea que con los Soviets las cosas van mejor, Pues si aquí es Guate-mala, allí es Rusia peor.

Tampoco pudo resistir la tentación de lanzar unas pala­bras en contra de sus enemigos personales:

Ni Kramer en Xelajú, ni el Papa en Roma Pues son coyotes de una misma loma.

Como era de esperarse, Carlos Kramer reaccionó con cólera, rompiendo el Almanaque ante toda su congregación. —Me hace propaganda gratis— dijo Pablo con calma, —Le daré las gracias en la próxima edición.

La primera edición, de 500 ejemplares, se agotó pronto. Al año siguiente, en 1932, Pablo bajó el precio de diez a cinco centavos, e imprimió más. Los vendía él mismo, Y Pronto tanto los ricos como los pobres estaban leyendo sus cómicas rimas y sus agudos consejos.

Pero hubo más "aguijones." Pablo tuvo que internarse varias veces en el hospital, por sus problemas de salud. Sin embargo, logró redactar la mayor parte de su obra Eclesiolo­gía, un volumen de 245 páginas, que, a pesar de su título académico, contenía muchos consejos interesantes y prácti­cos para ¡a iglesia local.

Para mediados de 1932, Pablo sabía que le sería necesario ir nuevamente a los Estados Unidos para recibir trata­miento médico. Los doctores de la Clínica Mayo diagnostica­ron que tenía psilosis tropical. Alguien sugirió que le pidiera a la Junta que lo enviara a Alaska, puesto que los pacientes que padecían de psilosis, debían mantenerse lejos de las regiones tropicales.

Después de más de seis meses de mantenerse a base de una dieta de hígado crudo y bananos, Pablo empezó a sentirse mejor. Pero lo que pareció ayudarle más, fue la operación de las amígdalas. Después de que se las extrajeron, Pablo empezó a subir de peso, y a hacer planes para volver a su trabajo.

Regresó a Guatemala, zarpando de Nueva Orleans el 25 de enero de 1933. Estaba listo para vender la tercera edición del Tío Perucho, pues había enviado el manuscrito a la imprenta de antemano. No se imaginaba la profunda angustia que el almanaque le ocasionaría, pues haría que la cólera de uno de los más despiadados dictadores que tuvo Guatemala cayera sobre él.

 

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