Domingo, 9 de julio de 2017
Un destacado crítico de cine lamenta que haya una...
CONSPIRACION CONTRA LA BELLEZA Y LA VERDAD
Por MICHAEL MEDVED
MICHAEL MEDVED CS coanfitrión del programa de televisión semanal de la PBs, en Estados Unidos, "Snenk Previews Goes Video".
LA "CINTA
DE ARTE" tan aclamada el año pasado por la crítica,The Cook, the Thiel,
His Wile & Her Lover ("El cocinero, el ladrón, su mujer y el amante de
ella" ) no es una película para los delicados de estómago. En la primera
escena, el personaje principal se orina alegremente sobre un hombre desnudo y
maniatado. En la escena final, ese mismo personaje rebana un cadáver humano
cocido y elegantemente preparado, en un cuadro de canibalismo espantosamente
realista.
Entre una y otra escenas, el espectador ve una mejilla de mujer atravesada por
un tenedor, y dos cuerpos desnudos revolcándose en la batea de un camión lleno de basura podrida y agusanada. En
pocas palabras, lo que aparece allí una y otra vez es fealdad irredimible,
horror y depravación. Los críticos, claro
está, quedaron encantados.
Viendo que algunos de mis estimados colegas comenzaban a emplear adjetivos como
brillante y excelente para calificar a tan
absurda y pretenciosa porquería, no sólo ataqué la película por la
televisión nacional, sino que también trasgredí una regla tácita de mi
profesión: ataqué a mis compañeros de oficio. En particular, cuestioné el que
muchos hubieran descrito la película como una comedia de humor negro, sin dar a
los posibles espectadores una indicación más precisa de las vívidas escenas de
brutalidad que presenciarían.
Como era de esperarse, levanté un huracán de airadas protestas. Una mujer me acribilló
diciendo que, si bien no había visto aún la película, consideraba que mis
impugnaciones eran "injustas". "Usted debe informarnos de si una
película está bien realizada o no", me explicó. "Tenga la bondad de
guardarse sus juicios moralizantes".
En otras palabras, puedo decir si el montaje de una película es mediocre o
notable; si una actuación es convincente o afectada; pero, íDios me libre de
aludir a su contenido moral! Los defensores de la cultura popular de hoy están
a tal grado obsesionados por la habilidad superficial y las argucias
comerciales, que pasan por alto las cuestiones más importantes del alma y la
esencia. La suya es, en el fondo, una guerra contra las normas; es decir, una
guerra contra la responsabilidad que tenemos de juzgar las cosas.
En todos los ámbitos del quehacer artístico se
advierte un rechazo de las normas tradicionales de belleza y verdad.
La fealdad está siendo venerada como la nueva
norma. Aceptamos la capacidad de escandalizar como sustituto de la vieja capacidad de inspirar ideas y sentimientos nobles.
Recordemos el juicio por obscenidad que se instruyó en octubre pasado al grupo
musical The 2 Live Crees, aquellas almas poéticas
cuyas canciones exaltan la violencia contra las mujeres. Uno de
los testigos experto que ayudaron a conseguir la absolución del grupo de rap
era profesor universitario de literatura.
El hombre alegó que ciertos aspectos del trabajo de estos músicos eran
"refrescantes y sorprendentes", y comparó
su empleo de palabras obscenas con el de Shakespeare, Chaucer y James Joyce.
Durante la época de oro de Gary Cooper, Jimmy Stewart y Katharine Hepburn, se
acusó a Hollywood de crear personajes irreales, —más dignos de amor y de
admiración que el común de los mortales. En nuestros días, la industria cinematográfica
nos ofrece con regularidad personajes que también son irreales: menos decentes,
menos inteligentes y menos nobles que nuestros amigos y vecinos.
En lo que respecta a la música popular, la situación es peor todavía. Antaño,
los padres de familia se preocupaban por la posible influencia de ídolos como
Frank Sinatra, Elvis Presley o los Beatles; pero esos
intérpretes eran dechados de ternura y romanticismo si los comparamos con Guns
n' Roses, Madonna y otras figuras que actualmente dominan el escenario de la
música popular. Los cantantes de ayer ciertamente explotaban la
sexualidad, pero sus canciones aún idealizaban las
relaciones duraderas entre hombres y mujeres. Lo que más llama la
atención de la música popular del momento es la, visión fría, amarga y sádica
que promueve las relaciones sexuales pasajeras.
Rara vez se reflejan en la cultura popular los
valores de altruismo y disciplina, tan esenciales para la vida familiar normal.
El cine de hoy presenta con abrumadora frecuencia a personas sin pareja. Y las
pocas cintas que tratan de una familia suelen presentar matrimonios
radicalmente disfuncionales: un esposo acusado de intentar asesinar a su
esposa, como en Reversal ol Fortune ("Cambio de fortuna"); o una esposa que duerme con la amante de su esposo, como
en Henry y June; o un matrimonio cuyos integrantes acaban por matarse, como en
The War ol the Roses ("La guerra de los Rose").
Cuando me quejo de la destructiva producción de la industria del
entretenimiento, mis colegas me instan a que deje de preocuparme; según ellos,
es muy fácil pasarla por alto. En la primavera de 1990 ocurrió un incidente que
me hizo ver que esto no es tan sencillo. Salí de excursión con mi familia a un
parque público que se encuentra a orillas de un lago, en las montañas. Mis
hijas, de uno y tres años de edad, se fueron caminando con su paso vacilante
hacia los patos. La más pequeña gritaba:
"¡Patito, patito!" —una de sus primeras palabras—, al tiempo que
estiraba los bracitos en dirección a las aves. Mi esposa y yo contemplábamos,
complacidos, la tierna escena.
Momentos después llegó a la orilla del lago un grupo de adolescentes que
llevaba un equipo estereofónico portátil. De su reluciente aparato salía una
canción rap plagada de obscenidades que, a un volumen ensordecedor, hablaban de violación, heces fecales y sexo oral.
Nuestras hijas nunca habían oído semejantes
groserías. Asustadas por el estruendo, comenzaron a llorar.
Supongo que hubiéramos podido quedarnos allí y causar un escándalo; pero no
acostumbro llevar armas en el portaequipaje de mi coche. De modo que optamos
por retirarnos y ceder el hermoso lugar a aquellos
energúmenos.
Lo que quiero decir con esto es que no se puede pasar por alto la cultura
popular de hoy. Sus mensajes e imágenes están por doquier. ¿Será mera
coincidencia que la guerra contra las normas éticas en el arte, la música, la
televisión y el cine vaya aparejada con una conducta cada vez más destructiva
por parte de los jóvenes, los más fervientes consumidores de estos medios de
comunicación?
La guerra entre quienes defienden y quienes están en contra de las normas de
ética y de buen gusto en la cultura popular será el tema primordial en los años
noventas. Pero no la resolverá una censura más
rigurosa. Cualquier medida que se tome en este sentido sería contraproducente. El boicoteo a los patrocinadores, las protestas directas,
las quejas por escrito y otras formas de presión dentro del sector privado son
mucho más eficaces que una nueva reglamentación por parte del gobierno.
En los esfuerzos que hagamos por evitar que se siga contaminando nuestra
cultura, debemos ir más allá de la mera protesta contra lo malo. También debemos acordarnos de promover lo bueno.
Pero no tendremos películas buenas mientras los ciudadanos conscientes no estén
dispuestos a luchar para que la cultura popular vuelva
a reflejar e impulsar la bondad intrínseca de los seres humanos.
Selecciones del Reader´s Digest
Septiembre 1991
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