jueves, 26 de enero de 2023

ANECDOTARIO DE ABRAHAM LINCOLN

Viernes, 4 de diciembre de 2015

Casco en la llanura

(Condensado de «Country Gentleman»)

Por Herbert Rarenal Sass

RETROCFDAMOS tres mil años y situémonos con la imaginación en las llanuras de Arabia y Ber­bería, famosas por los caballos de gran fogosidad, brío y ligereza que en ellas se crían. Las galeras fenicias zarpan con rum­bo a España. Junto con el hierro, los tin­tes, las especias y las frutas, que son su carga habitual, llevan ahora caballos de esa noble raza semisalvaje. Pasan varios siglos. Aquellos animales se han cruzado con los de raza europea dando origen al caballo andaluz, orgullo de España.

 De allí pasa al oeste norteamericano. Ese oeste del canto y la leyenda; del bi­sonte y del reno; del oso gris y del indio de las llanuras. En toda la vasta región no hay ni un solo caballo, y los indios de to­das las tribus—paunis, comanches, dako­tas—tienen que recorrer a pie sus dilata­das tierras, en lentas y penosas jornadas.

 Bajemos el telón y después de un in­termedio de años volvamos a levantarlo. He aquí ahora el oeste norteamericano tal como lo vieron los primeros coloniza­dores. Las praderas están ahora llenas de caballos salvajes cuyo número, en ciertas regiones, rivaliza con el de los bisontes. Millones de manadas hacen retemblar llanuras y desiertos con el estrépito de sus cascos. Los indios, condenados antes a caminar, son ahora diestros jinetes, quizás los mejores del mundo.

 ¿Cómo se realizó ese milagro? Fue una de las más dramáticas y trascendentales metamorfosis que jamás hayan ocurrido en tierra aguna. De ella nació ese esplen­doroso drama del oeste, que forma parte principalísima de la historia de los Esta­dos Unidos, de su literatura y de la con­ciencia nacional de su pueblo.

 En el año 1519, Hernán Cortés,* desem­barcó en México, llevando consigo los primeros caballos que pisaron tierra nor­teamericana. En 1540Francisco Vázquez de Coronado, con 26o jinetes, cruzó el Río Grande en dirección al norte, en una exploración que lo llevó hasta Kansas. En esta expedición se extraviaron muchos caballos, y muy bien pueden haber sido éstos los que dieron origen a los caballos salvajes norteamericanos.

 Si el caballo—una raza apta para vivir en el nuevo medio, desde luego—no hu­biera llegado al oeste ni se hubiese mul­tiplicado con la abundancia con que se multiplicó, antes de que allí llegaran los colonizadores, el oeste no podría haber sido lo que fue. La mayor parte de su prosperidad económica, y el puesto que ocupa en el arte y en la literatura de los Estados Unidos, se lo debe al caballo—a ese caballo, que llegó con los españoles y que conquistó un imperio que los espa­ñoles no pudieron conquistar.

 Era éste el mismo caballo de los fenicios y los árabes, aunque con ligeros cambios. Abandonado a sus propios recursos en los ardientes arenales del sudoeste norteame­ricano donde el pasto y el agua escasea­ban, el ágil y vigoroso animal de fina sangre árabe berberisca se convirtió al po­co tiempo en el más resistente y el más hermoso de los caballos, y prosperó de modo admirable donde el pesado y cor­pulento caballo del norte hubiese perecido. El aumento de las manadas salvajes fue asombrosamente rápido.

 Junto con esta multiplicación vino el despertar del oeste. Una tras otra, las tri­bus de pieles rojas que habían estado por centenares de siglos circunscritas a un pe­queño radio de actividad, vieron dilatar­se sus horizontes con el advenimiento del caballo. Nada ilustra esta revolución más dramáticamente que la historia de los indios dakotas. Dos siglos atrás eran una tribu de la selva que vivía cerca de la cabecera del río Misisipí. Incapaces de hacer frente a los ojibuayes y chipevés, fueron arrojados por éstos a las llanuras de los bisontes. Allí se presentaron a sus ojos asombrados los primeros caballos sal­vajes. No acertando a comprender qué eran ni de dónde venían aquellos cua­drúpedos enormes, los bautizaron con el nombre de «los perros divinos ».

 De pronto los dakotas se tornaron en audaces jinetes.

 Ellos, que peleando a pie habían tenido que huir ante enemigos in­feriores en número, eran ahora la más te­mida caballería de las praderas del norte. Barrieron a sus enemigos del sur y del oeste hasta convertirse en dueños y se­ñores de todo el vasto territorio compren­dido entre Minnesota y las Montañas Ro­quedas, desde el Yellowstone hasta el Platte. Con millones de bisontes que les servían de sustento, y miles de caballos, —los dakotas se convirtieron en la más altiva y poderosa de todas las tribus.

Los caballos de las praderas del norte no tuvieron aumento menos rápido, pro­bablemente, que los de la misma raza sal­vaje en la América del Sur. Según se dice, los originadores de éstos fueron cinco se­mentales y siete yeguas que en 1537 se dejaron libres en las cercanías de Buenos Aires. Menos de medio siglo después, sus descendientes estaban esparcidos en un ra­dio de 3coo kilómetros.

  Una excelente autoridad en estas materias opina que de no haber sido por el advenimiento de los colonizadores blancos, los caballos de las llanuras hubieran rivalizado en número con los bisontes; y calcula que la canti­dad de éstos ascendía entonces a cincuen­ta millones de cabezas.

  Píke vio manadas enormes de bisontes en Texas y en todo el norte de México, y Víctor Shawe dice que entre el río Columbia y las mesetas del desierto, su número era tan enorme que una sola manada tomaba desde el alba hasta la noche para pasar por un sitio.

 En las llanuras del oeste, con el paso de las generaciones, el caballo fue perdiendo en belleza, tamaño y forma, hasta llegar al tipo corriente del llamado caballo va­quero. 

 De vez en cuando, sin embargo, ocurrió lo que podría llamarse un «re­troceso de la raza» y los caballos que de ello resultaron—más grandes, más ágiles y más hermosos que los comunes—se hi­cieron famosos. Todos, o casi todos fue­ron verdaderos mustangs, de pura sangre árabe y berberisca, sin ninguna de las mezclas que se encuentran en los caballos de hoy.

 En el oeste quedan actualmente unos 10.000 caballos salvajes. Hay en ellos algo de la noble sangre original, es cierto, pero el verdadero caballo árabe-berberisco que transformó un continente, ha desapare­cido para siempre de las llanuras. Ha des­aparecido junto con el bisonte a cuya destrucción contribuyó.

 Sábado, 19 de marzo de 2016

ANECDOTARIO DE ABRAHAM LINCOLN

Los días de New Salem «—un trozo de madera arrojada a la playa por el agua»

— LINCOLN

EN 1830 la familia de Lincoln se trasladó a Illinois. Un comerciante llamado Denton Offutt simpatizó con Abrahán e hizo arreglos con él para ponerlo al frente de una tienda y taller en la aldea de New Salero. Mientras llegaba la mercancía de Offutt,

Abrahán anduvo callejeando por el pueblo sin tener nada que hacer. La ociosidad no lo desesperó nunca, no era incompatible con su temperamento y, en aquella época, se hubiera podido decir con razón que era todo un hara­gán.

Les decía a todos cuantos iba conociendo que él era como un trozo de madera arrojado a la playa por el agua; que al deshacerse las copiosas nieves del invierno bajó arrastrado por la creciente del río que lo dejó accidentalmente en el remanso de New Salem

- WILLIAM HERNDON

Los mozos de New Salerm y sus alrededores cogieron por su cuenta a Abrahán por ver qué clase de fibra había en él. Primero, tendría que medirse en una carrera a pie contra un corredor de Wolf. «Tráiganlo», dijo Abrahán. Segundo, habría de luchar contra un jayán de Little Grove. «Muy bien», contestó Abrahán. Tercero, tendría que batirse a puñetazos contra un mocetón de Sand Ridge. «No me parece mala idea», convino él.Total: El corredor de Wolf se quedó atrás. El gañán de Little Grove, pequeño y fornido se abalanzó contra él como un ariete; Abrahán se echó a un lado, lo agarró por la nuca, lo levantó en alto y lo arrojó de cabeza contra el suelo dándole un golpe que por poco lo desnuca.

Abrahán comenzaba a enfadarse. «Tráiganme al de Sand Ridge», gritó. En vez de esto vino una comisión de pacificadores a estrecharle la mano y a brindarle camaradería. «Eres un hombre de pelo en pecho», le dijeron, «te recibimos como uno de los nuestros».

— CARL SANDBURG

 Sábado, 19 de marzo de 2016

ANECDOTARIO DE ABRAHAM LINCOLN

Al año siguiente Tomás Lincoln fue a visitar a la señora Sara Bush viuda de Johnston. Según Samuel Haycroft, juez de paz de Elizabeth­town, Tomás dijo a la viuda:

—Bueno, señora Johnston; yo no tengo mujer ni usted tiene marido. Vengo con el fin de que nos case­mos. Yo la conozco a usted desde niña y usted a mí desde mozo. No tengo tiempo que perder. Si le parece, salgamos de esto ahora mismo.

—Tomasito —te respondió Sara—: verdad que te conozco muy bien y no tengo inconveniente en que nos casemos, pero no puede ser ahora mismo porque antes tengo que pagar algunas deudas.

Por lo visto, Tomás pagó las deu­das, pues según el juez Haycroft, a la mañana siguiente, 2 de diciembre de 1819, se casaron.

— WARD HILL LAMON

Un día después Tomás cargó los enseres de la casa de Sara en una carreta que consiguió prestada y salió con su nueva esposa y los tres hijos de ésta camino de Indiana. Lo que la segunda señora de Lincoln encontró en Pigeon Creek no era para alegrar el corazón: en una cabaña sin ventanas, con pisos de tierra, es­taban Abrahán, su hermana Sara y Dennis Hanks, desgreñados y sucios La señora le ordenó a Dennis que llevara el banco que estaba a la puerta y lo colocara fuera junto al abrevadero de los caballos y que llenara la artesa con agua limpia de la fuente..

Les dio un calabazo lleno de jabón blando y otro para sacar el agua y les dijo a todos que se lavaran antes de comer.

Abrahán amaba a su nueva madre y ella le tomó gran cariño. Ya anciana solía decir: «Sus pensamientos y los míos — lo poco que yo era capaz de pensar— corrían parejas». Y Lincoln decía: «Todo lo que soy, o espero ser, se lo debo a esa madre angelical».

STEFAN LORANT

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