Viernes, 11 de noviembre de 2016
ANDRES DUN ENCUENTRA TESOROS ESPIRITUALES.ADORACION FAMILIAR
Obtiene una Biblia
Siempre cuando leía el Nuevo Testamento, Andrés comprendió que muchos pasajes se referían a otro Libro que le era desconocido, y sin el cual era difícil o imposible entender el significado de tales pasajes. Sintió un gran deseo de saber qué era ese Libro en cuestión; y no sabía quién le podía contestar sus preguntas sobre el asunto mejor que la señora amistosa que le había dado el Testamento. Se resolvió aprovechar alguna oportunidad para informarse de su confusión y pedir consejo de ella. También tenía deseo de expresar su agradecimiento por el regalo que te había dado anteriormente.
Por tanto, en la primera ocasión él expresó su gratitud por la benignidad que le había mostrado la señora bondadosa, y después de muchas disculpas preguntó si no le podía conseguir en alguna parte el Libro de que tantas veces se hablaba en el Testamento, pues él veía que sin tener aquello muchas partes de lo que había leído le quedarían incomprensibles. Ella le dijo que aquel Libro de que hablaba se llamaba el Antiguo Testamento, o sea aquella parte de las Sagradas Escrituras que fue escrita antes de que nuestro Salvador anduviera en esta tierra. Le prometió conseguirle una Biblia que incluye ambos Testamentos. Así que Andrés estaba contento cuando llegó a poseer una Biblia. Le dio satisfacción al leer el Antiguo Testamento. Había muchas partes que no entendía. Estaba muy feliz con la historia de la liberación de los hijos de Israel de Egipto y su entrada victoriosa en la tierra de Canaán. «Sí,» se decía «yo también era un miserable esclavo del pecado, pero la gracia divina, Dios me ha puesto en libertad, y aunque estoy ahora pasando por el desierto de este mundo, vendrá el tiempo cuando mi Dios me hará poseer el Canaán celestial » El libro le fue una mina abundante de tesoros espirituales; y en cualquiera situación en que se encontraba o cualesquiera que fueran sus sentimientos, casi siempre en los Salmos encontraba algo que se acomodaba a su caso. También se alegró al leer las profecías de Isaías. En breve, Andrés percibió esa correspondencia deleitosa entre el Antiguo y Nuevo Testamentos que comprueba que ambos eran dictados por el mismo Espíritu.
La adoración familiar
Andrés llegó a creer que era su deber, como padre de una familia cristiana, introducir en su hogar la adoración familiar. Desde que había llegado a conocer la Palabra de Dios él había gastado una parte de cada día en oración secreta. Él había arrojado «a los topos y murciélagos» su rosario y todos sus ídolos y oraba sencillamente, expresando sus peticiones y deseo de ser bendecido. Pero aunque lo podía hacer a solas, tenía miedo que no lo podría hacer en presencia de la familia. Un día se animó y habló de esta manera a su familia:
—Mi querida esposa e hijos, por medio de la misericordia divina la mayoría de nosotros hemos llegado a conocer la Verdad. Sin embargo no es suficiente que glorifiquemos a Dios como individuos solamente, debemos tratar de hacerlo también como familia. Pues, una señal de distinción entre las familias que tienen el temor de Dios y las que no lo tienen es la adoración familiar. Por algún tiempo he estado un poco vacilante para empezar con esto por mi propia incapacidad, pero ahora veo que esta excusa venía más que nada por el orgullo, y estoy resuelto, por la gracia de Dios, a no demorar más en hacer lo que estoy convencido es mi deber. Vamos a empezar en esta noche.
Todos estaban de acuerdo; y después de haber terminado la cena, Andrés abrió su Testamento y leyó el tercer capítulo del Evangelio según San Juan. Se atrevió a hacer unos cuantos comentarios, y habiendo terminado se arrodilló, junto con su familia, y oró. Lo hizo desde la abundancia de su corazón. Dio gracias a Dios por los alimentos, por vestimentas, y por una casa en que vivir. Pero sobre todo alabó a Dios por su gran amor por el cual envió a su Hijo al mundo para salvar a los pecadores y por haber concedido que él, con la mayor parte de su familia, pudiera participar de la plenitud de Su gracia. Ofreció también ruegos fervientes por todos sus amigos y por sus enemigos, si hubiera alguno. No se olvidó de mencionar al Padre Domingo. Oró por él y por todo su rebaño, y fervientemente pidió que todas las bendiciones del Evangelio descendieran sobre ellos. Oró también por el bien del país en que vivía y que la religión verdadera podría aumentar en todo lugar, y terminó con encomendarse con todo lo suyo en las manos del que «no se adormecerá ni dormirá».
Esa misma noche Andrés tuvo una oportunidad de ver la benignidad de Dios en guardar a los que confían en Él. A la medianoche se despertó por el ladrido del perro. Se levantó para ver por qué ladraba, pero al no ver ni oír nada se iba a acostar, pensando que todo estaba bien. Pero olía humo en la casa, y al investigar encontró que una pequeña brasa se había caído en el montón de paja que estaba en la esquina, y que la paja casi se había encendido, de manera que tenía razón de creer que si no se hubiera despierto a tiempo, toda la casa se hubiera incendiado y él con toda la familia hubieran sido consumidos, o si no, se hubieran escapado con sus vidas solamente, perdiendo la casa y los pocos bienes que poseían. Andrés apagó el progreso del mal y dio una exclamación de gratitud en reconocimiento al Autor, de todo bien, por Su benigna protección, y se volvió a acostar. Cuando la familia se había reunido, después de amanecer, les contó todo lo que había acontecido, y tomó la oportunidad para ensalzar la bondad de aquel Dios quien los había vigilado.
Viernes, 11 de noviembre de 2016
ANDRES DUNN Y LAS VERDADES ETERNAS
El camino verdadero
—Yo pudiera —dijo Andrés— hablar mucho sobre los títulos impíos que se dan a la virgen María, tales como «madre de misericordia», «refugio de pecadores», «puerta del Cielo», etc. Yo pudiera manifestar lo absurdo que es el rosario, el agua bendita, etc. Pero vendré a lo que considero lo peor de todo, y eso es la manera en que los pecadores han de obtener el favor de Dios. Antes de leer la Palabra de Dios, yo creía que si yo no cometía ningún pecado muy grave, y si con regularidad cumplía con mis deberes, que era un buen cristiano. Si disfrutara de los ritos de mi Iglesia a la hora de la muerte, no habría nada que temer. Esto es lo que aprendía, y todo lo que aprendí en la capilla. Pero desde que leí el Testamento, encuentro el caso muy diferente de lo que pensaba. Aquel Libro, el cual contiene la sabiduría de Dios, me dice primeramente que yo, junto con toda la humanidad, soy pecador ante Dios; y que nosotros todos, por causa del pecado, merecemos la miseria eterna; y que nuestra naturaleza está enteramente corrupta e impía, según éstos pasajes: «Para que toda boca se cierre y todo el mundo quede bajo el juicio de Dios» (Romanos 3:19); «los designios de la carne son enemistad contra Dios» (Romanos 8:7); «el deseo de la carne es contra el Espíritu» (Gálatas 5:17); y «Porque de dentro del corazón de los hombres salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez» (Marcos 7:21,22).
—Me dice, en segundo lugar, que los que son salvados lo son gratuitamente por la gracia de Dios, por medio de la muerte y los méritos de Jesucristo, sin ningún mérito de sí mismos, según lo que sigue: «siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús, a quien Dios puso como propiciación por medio de la fe en su sangre, hasta manifestar su justicia, a causa de haber pasado por alto, en su paciencia, los pecados pasados» (Romanos 3:24,25). Y otra vez: «no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino por su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y por la renovación en el Espíritu Santo,» (Tito 3:5). Otra vez, me dice que los que participan de esta salvación son hechos participantes por fe, según muchos pasajes que pudiera mencionar, pero con lo siguiente será suficiente para nuestro propósito ahora: «Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe» (Romanos 3:28). Y otra vez: «Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo;» (Romanos 5:1). Y otra vez: «Por gracia sois salvos por medio de la fe» (Efesios 2:8). Ese libro me dice además, señor, que los que son hechos participantes de esta fe preciosa son por este medio unidos a Cristo, como una rama está unida a su árbol, o un miembro a su cuerpo; que son celosos de buenas obras, y se dedican a Dios.
Aquí Andrés fue interrumpido por el Padre Domingo, el cual se levantó con gran ira, diciendo que si hubiera sabido cómo saldría ni siquiera hubiera puesto su pie dentro de la casa. Volviendo al resto de la familia, les preguntó:
—¿Están todos ustedes resueltos a seguir a este hombre en su perversa apostasía de la Iglesia?
Todos menos la hija mayor contestaron sin vacilar que si habían tenido dudas hasta aquí, lo que acabaron de ver y escuchar les había convencido que Andrés estaba en lo correcto y que él estaba equivocado.
Padre D.: —Si el caso es así, les notifico que si no me detienen por su arrepentimiento, les cortaré a todos de la Iglesia el domingo próximo.
Excomunión
Habiendo dicho esto, cogió el sombrero, cerró la puerta de golpe, y montando el caballo salió. Él dijo para sí: «Esta última razón lo convencerá, o si no, a lo menos sirve para asustar a su esposa e hijos; pero si no sale así, hay que tratar de esta manera con ellos para que otros no cojan sus prácticas»>
Pero Andrés no fue afectado por las amenazas del Padre Domingo, sabiendo que no tenía poder para hacerle daño. Pero se afligió al ver un hombre, que se decía ser ministro de Jesucristo, tan ignorante del significado verdadero de las Escrituras.
El Padre Domingo, al ver que Andrés y su familia fueron firmes, los cortó (menos a aquella para quien todavía tenía esperanza) de la comunión de la Iglesia Católica el domingo siguiente. Al darse cuenta de esto, Andrés tuvo lástima por el hombre quien se suponía que tal exclusión podría afectar el estado de él. É1 sabía que si hubiera continuado en sus pecados nunca hubiera sido excluido, y que sólo fue después de llegar a conocer el Evangelio que vino a ser objeto de antipatía para el Padre Domingo. Más bien se regocijaba que fuera tenido por digno de sufrir desprecio por su Maestro celestial y oró fervientemente que pudiera soportar el oprobio y la oposición sin enojo y sin impaciencia.
Jueves, 10 de noviembre de 2016
ANDRES DUNN Y EL PADRE DOMINGO
El Padre Domingo en casa de Andrés
—¿No es esto —dijo el Padre Domingo, empezando la discusión— una presunción extraña en la cual un hombre tal como tú se atreve a discutir acerca de la religión con uno tal como yo que puedo leer y escribir el latín, y he sido criado con estas cosas?
Andrés: —La preocupación de cada uno, señor, tiene que ser sencilla en sí. Si quiero medir un pedazo de tela, pero no tengo metro con qué medirla, la tendré que tomar estimada, o bien aceptar lo que otro me diga; pero teniendo el metro lo pongo en la tela y no se requiere mucha educación para poder saber cuánta tela hay en el pedazo.
Padre D.: —¿Qué quieres decir con esto?
Andrés: —Yo quiero decir, señor, que Dios me ha dado un metro con que juzgar, y que me toca a mí aplicar ese metro. No creo que se requiere tanta educación para usar ese metro, como usted, señor, quiere hacerme creer.
Padre D.: —¡Ah! Ahora veo lo que quieres decir. Quieres decir, supongo, que te son dadas las Escrituras con que puedes juzgar y que todo ha de ser medido por ese metro.
Andrés: —Exactamente, señor.
Padre D.: —Pero, ¿no has considerado que ese Libro es sólo para los educados v que a los que les falta educación tal como tú no tienen nada que ver con él?
Andrés: —Yo sé que muchas veces me ha dicho así, señor, antes de haberlo leído; pero cuando logré leerlo, orando que Dios me diera la gracia para entenderlo, lo encontré sencillo y fácil de entender. No pretendo poder explicar cada parte de ella, ni creo que el más sabio en la tierra pueda; sino confío que lo he entendido lo suficiente para hacerme «sabio para la salvación»>
Padre D.: —De verdad, tú eres el hombre más imprudente con el cual jamás me he encontrado; que te parece que entiendes las Escrituras cuando aun los hombres de mucha enseñanza y educación las encuentran difíciles de explicar.
Andrés: —No tengo vergüenza, señor, de confesar que no pretendo tener mucha enseñanza. Pero tal vez si usted considerara los siguientes versículos que he encontrado en el Nuevo Testamento, no pondría tanta importancia en la educación. Nuestro bendito Señor dice: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque escondiste estas cosas de los sabios y de los entendidos, y las revelaste a los niños» (Mateo 11:25). Otra vez: «Si no os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos» (Mateo 18:3). San Pablo también dice: «Mirad, hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne» (1 Corintios 1:26). Sería posible citar otros textos de la misma clase, pero esto es suficiente para mostrar que nuestro Señor y sus apóstoles no consideraban la educación como cosa importante como muchos la estiman hoy. Además, señor, usted sabe, así como yo, que nuestro bendito Maestro Jesucristo, cuando anduvo sobre la tierra se ocupó mayormente de hablar con los pobres, y en el Nuevo Testamento podemos leer Sus discursos que tuvo con los pobres. Ahora bien, señor, no veo razón alguna por qué un pobre irlandés no pueda entender la Palabra de nuestro Señor así como un pobre judío. Ni tampoco puedo ver por qué se debe impedir que un pobre irlandés lea lo que Él, siendo más sabio que todos nosotros, tenía por bien decir a un pobre judío.
Como Su Reverencia no esperaba tal razonamiento de parte de Andrés, se quedó un poco perplejo por su argumento y se encontró sin respuesta alguna. Por lo tanto fue obligado a esconderse tras la infalibilidad de la iglesia, diciendo que la Iglesia en su sabiduría había prohibido que sus miembros lean las Escrituras. Tal argumento ya había perdido su efecto en Andrés desde hacía mucho tiempo y él dijo que estaba bien convencido de que la Iglesia, por cuyo favor Su Reverencia rogaba, no podía ser la Iglesia verdadera. Con esto se agotó la paciencia de Su Reverencia. Pero se sostuvo lo mejor que podía, diciendo que él le iba a mostrar por medio de estas mismas Escrituras que todo lo que Andrés resistía en la Santa Iglesia Católica era de designación y autoridad divina.
Andrés: —Si usted puede hacer eso, señor, prometo volver al seno de lo que usted llama la Iglesia Católica.
Padre D.: —Bueno, entonces, dime a cuáles cosas te opones.
Andrés: —La considero errónea en su totalidad; pero las cosas principales a que me opongo son: la misa, la confesión, la penitencia y absolución, el ungimiento, el purgatorio, el rezar, y sobre todo el mérito humano.
Jueves, 10 de noviembre de 2016
ANDRES DUNN ENCUENTRA LA VERDAD- Por tomás Kelly
La conversión de Andrés Dunn
Por Tomás Kelly
Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.
Juan 14.6
El notable relato de la conversión de Andrés Dunn al leer el Nuevo Testamento
Prefacio
Este folleto se ha circulado extensivamente en muchas partes del mundo donde se habla el inglés. En él se presenta la vida humilde de un campesino irlandés llamado Andrés Dunn, que vivió en el primer período del reinado de Victoria, y expone cómo Andrés vivía en tinieblas y cómo fue conducido a la luz, y llegó a ser una bendición a su familia, a la gente que le conocían y a toda la comunidad.
Mientras que expone claramente la diferencia entre el Andrés que vivía en tinieblas y el Andrés iluminado por la luz del Evangelio, y destaca claramente el profundo contraste entre la verdad y el error, esto se hace de una forma cortés, y el lector puede observar con placer el cambio en su vida y los maravillosos resultados.
Encomendamos esta edición concisa, revisada y con caracteres bien legibles; este relato extraordinario, al cuidado del Gran Pastor, quien también dijo: «También tengo otras ovejas que no son de este redil, aquéllas también debo traer» (Juan 10.16). Se envía con la fe de, que como en el pasado, así también en el futuro, «no volverá a mí vacía» —H.Y.P.
Estamos agradecidos que por la ayuda y bendición de Dios ha sido posible presentar esta obra también en el castellano. Deseamos que sirva de ayuda a los lectores en la América Latina, para que encuentren la puerta estrecha que lleva a la vida eterna. Y si alguno recibe ayuda, que la honra y gloria sea a nuestro Señor Jesucristo, el cual derramó Su sangre preciosa, la cual puede cambiar la vida de cualquier persona, como se ve en este relato sencillo.
No fue posible saber quién es dueño de los derechos literarios de la obra original. Daremos el reconocimiento correspondiente al recibir la información adecuada. —Los publicadores
Andrés Dunn fue educado como católico romano, y permaneció así hasta que tenía cuarenta años de edad. Así como sus vecinos, él aceptaba que todo lo que enseñaba el clero era la verdad. Era un hombre listo y sensato; pero hasta ahora su sagacidad se había ejercitado sólo en los asuntos de este mundo. Como a la edad de cuarenta años empezó a pensar en el Evangelio de Cristo y de su propia ignorancia tocante al tema, y decidió investigar el asunto sobre el cual dependía su salvación.
Primera entrevista con el Padre Domingo
Por consiguiente fue al Padre Domingo, el sacerdote de su parroquia, y le dijo que deseaba conversar con Su Reverencia.
—Bueno, Andrés —dijo Su Reverencia— ¿qué tienes que decirme?
—Sólo esto, si le place a Su Reverencia, que ya por algún tiempo he estado pensando que aunque sepa hacer un buen trato con algún vecino, en cuanto al Evangelio soy tan ignorante como un caballo o una vaca, y esto no me parece conveniente. ¿Estaría Su Reverencia tan amable para encaminarme en mi búsqueda de conocimiento tocante a este asunto?
—Pero, Andrés —contestó— nunca faltas en la confesión ni en la misa, y eres un hombre honrado; ¿qué más quieres?
—Pues, señor, para decirle la verdad, si alguno me preguntara por qué razón soy miembro de la Iglesia Católica, no le podría dar respuesta; al menos que le dijera que mi padre antes de mí también lo fue, y con sumisión lo digo, ésa me es una razón muy ridícula.
—Pero sabes, Andrés —replicó Su Reverencia—, que eres miembro de la Santa Madre Iglesia, y que no hay ninguna otra iglesia verdadera, y que todos los que no son parte de su comunión son herejes y serán condenados
Dijo Andrés: —Muchas veces he escuchado a Su Reverencia decir esto mismo en la capilla; pero, con sumisión hablo, me atrevo a preguntar a Su Reverencia: ¿cómo sabe usted todo esto?
—Andrés, tú eres el primero de mi rebaño que jamás se haya atrevido a hacerme tal pregunta, y no entiendo tal libertad. Sin embargo, es fácil contestar tu pregunta: Yo lo sé porque la Iglesia dice así.
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