LOS NARANJOS , LOS AZAHARES Y LA NOSTALGIA POR ESPAÑA
Sábado, 3 de diciembre de 2016
LA GESTA DEL MARRANO-CAP- 2-
Por Marco AGUINIS
1 Marrano: calificación injuriosa aplicada por el populacho a judíos y musulmanesconvertidos al cristianismo y que mantenían lazos con su antigua fe. Marrano es elpuerco joven que recién deja de mamar. Evoca la inmundicia y la sordidez. En un principio se calificó así a los excomulgados. A partir del siglo XIII el vituperio se dirigió hacia los judíos convertidos por la fuerza y sospechosos de mantener una cierta lealtad a sus raíces. Después se extendió la injuria a cualquier judío y, en particular, los cristianos nuevos.
La palabra sonaba horrible en los oídos españoles y un decreto real de 1380 salió al cruce para condenar con multa o cárcel a quien calificase de marrano a un converso sincero. Pero no alcanzó para detener el fanatismo creciente . Limpio era el que no tenía sangre judía ni mora, aunque fuese un delincuente vil y lleno de pecados. Sucio, perro y —sobre todo— marrano, quien tenía en sus venas la sangre abyecta. Corría una grotesca racionalización: «no come chancho porque chancho es». La palabra se impuso en toda la extensión del imperio español e ingresó en el lusitano.
CAPITULO
2
Al instalarse en Ibatín o San Miguel de Tucumán, Diego Núñez da Silva sintió urgencia por cumplir con una extraña
obligación. Le inquietaba el patio rectangular de su humilde
casa de piedras, adobe y techo cañizo que construyeron los indígenas.
Era un patio caliente tapado por maleza y sobre el cual se abrían las
habitaciones. El cuadro inhóspito debía ser reemplazado por otro: por el que
dibujaban sus sueños y que testimoniaría su decisión de radicarse
definitivamente aquí.
Diego Núñez da Silva había nacido en Lisboa en
1548. Cuando obtuvo la licenciatura en medicina a los treinta y dos años, harto de persecuciones y obsecuencias, decidió fugar hacia Brasil. Quería alejarse de los incendios sin
fin, el vértigo de acusaciones, las forzadas pilas del bautismo, las cámaras de tortura
o los Autos de Fe que asolaban Portugal. Le regocijó el océano y festejó sus
tempestades que parecían borrar tempestades humanas. Pero al desembocar en el Brasil supo que convenía alejarse del territorio dominado por la corona portuguesa.
Continuó, entonces, su viaje hacia el Oeste, hacia el Virreinato del Perú. Llegó por fin
a la legendaria Potosí donde las minas de plata eran explotadas furiosamente: ya las vetas daban inequívocas señales de agotamiento. Encontró
a otros portugueses con quienes trabó amistad; esa relación tuvo después onerosas
consecuencias.
Deseoso de practicar la medicina, se le ocurrió construir un hospital para los indígenas y realizó gestiones ante el Cabildo e incluso ante el obispo del
Cuzco. No tuvo éxito: la salud de los indios no era un asunto de interés. Tampoco ya le convenía permanecer en ese lugar donde era mirado con sospecha. Enterado de que se necesitaban médicos en el Sur, reinició la marcha. Todavía lo animaban esperanzas. Atravesó mesetas, quebradas y
desiertos espectrales hasta concluir en el oasis de Ibatín. Allí conoció a la
joven Aldonza Maldonado, una muchacha de
ojos dulces pero sin fortuna; una hermosa
cristiana vieja(3) que, por lo
exiguo de la dote, no podía aspirar a un matrimonio ventajoso. Aceptó
casarse con este médico
portugués maduro, pobre y cristiano nuevo (4) porque tenía aspecto
confiable y trato cordial. Los esponsales fueron adustos, tal como exigía la carencia de dinero
por ambas partes. Diego Núñez da Silva se sintió dichoso. Había ofrecido sus servicios a toda
Ibatín y a las escasas poblaciones desperdigadas por la inconmensurable Gobernación
del Tucumán. Con sus ahorros previos y su magro sueldo consiguió financiar la
construcción de esta modesta vivienda en torno al tradicional patio
rectangular. Terminó la casa, pero faltaba corregir el patio. Se enteró de que en el convento de La Merced había un
naranjal. Entrevistó al superior, fray Antonio Luque. Le bastó una sola charla para obtener varios retoños y la ayuda gratuita de dos indios y dos negros. Bajo su supervisión los azadones arrancaron el yuyal. Los tallos y raíces gimieron bajo los golpes. Huyeron las alimañas. Luego palas y picos completaron la limpieza, removiendo vizcacheras y
huevos de reptiles. Rozaron la tierra húmeda le imprimieron un declive suave
para que escurriese el agua de las lluvias. Después apisonaron hasta que el
rectángulo.
2 Nombre en español.
3 Sin antecedentes moros ni judíos.
4 Converso o hijo de converso.
quedó liso como la piel de un tambor.
Don Diego marcó entonces doce puntos
y ordenó cavarlos. Asombró a los peones: hincó su rodilla y, rechazando ayuda, ubicó
amorosamente cada árbol en su respectivo sitio. Comprimió la tierra en torno a la grácil base de los tallos,
vació condeleite los baldes como si diese de beber a peregrinos y, al terminar la
jornada, llamó a su mujer.
Ella acudió sumisa, las manos enredadas en las
cuentas del rosario. Su cabellera oscura le llegaba a los hombros. La piel de aceituna contrastaba con sus ojos
color miel. Su cara era redonda, de muñeca, con boca chica y nariz breve.
—¿Qué te parece, Aldonza? —dijo él con orgullo mientras adelantaba el mentón hacia
los pequeños árboles. Le explicó que pronto
florecerían azahares, vendrían frutos y tendrían buena sombra.
No le dijo, en cambio, que el flamante patio de naranjos era la
reproducción de un sueño. Era su nostalgia por España,
una tierra que jamás conoció
Sábado, 3 de diciembre de 2016
EPÍLOGO- LA GESTA DEL MARRANO- Marco AGUINIS
EPÍLOGO
Los ajusticiados son conducidos a las hogueras entre murallas de soldados para1 «... su cuñado Sebastián Duarte que, yendo a la gradilla a oír su sentencia,
alpasar muy cerca de aquél (Manuel Bautista Pérez), enternecidos se besaron al
modojudío, sin que sus guardias los pudiesen estorbar.»evitar
que la gente en tropel los empuje y
escupa. Junto a los reos marchan frailesde todas las órdenes religiosas para predicarles hasta último momento. Entre
losjefes militares que controlan el fúnebre desplazamiento se destaca el contritocapitán Lorenzo Valdés.Tomé Cuaresma dice que no necesita la misericordia del Santo Oficio y muere impenitente.
Manuel Bautista Pérez mira con desprecio
al verdugo y le manda que cumpla bien su oficio.
Francisco Maldonado da Silva no
habla, ni llora, ni gime. En torno a su cuello hanatado los libros que escribió esforzadamente en prisión. Varios testigos
registran el instante en que las llamas azules prenden las hojas y un torbellino de letras empiezan a girar insistentemente en torno a sus cabellos como una corona de zafiros.
Los funcionarios presentes —alguacil mayor de justicia, notario y secretario
del Santo Oficio— soportan la humareda y el olor de carne humana hasta dar fe que
los relajados se han
convertido en cenizas.
El cronista
Fernando de Montesinos cumple a satisfacción la solicitud inquisitorial de escribir un relato completo sobre el grandioso Auto de Fe, que se imprime de inmediato por orden del inquisidor general.
El Consejo Central de España, no obstante, se alarma por la magnitud del Auto
de Fe y ordena a los tres inquisidores que transmitan «por separado», y «en conciencia», sus sentimientos respecto de lo actuado.
Gaitán contesta que las sentencias «fueron justificadas». Castro del Castillo contesta que antes de dar su voto decía misa y se encomendaba «muy de veras a Dios y con mucha humildad». Mañozca no contesta; ese mismo año se dan por concluidos sus servicios en el Tribunal de Lima.
El Auto de Fe de 1639 sacude a las comunidades
judías de Europa, que hacen circular los informes sobre el martirologio ocurrido en América.
En 1650 aparece la famosa obra Esperanza de Israel de Menashé ben Israel, que narra
el tremebundo suceso y dedica párrafos emotivos al mártir Francisco Maldonado da Silva. En Venecia el doctor Isaac Cardoso publica otro
libro que amplía la pavorosa historia y exalta el heroísmo de «Eli Nazareo». El poeta
sefaradí Miguel de Barrios escribe en Amsterdamun poema sobre el heroico americano.
En 1813 es abolido el Santo Oficio de Lima y una multitud saquea el palacio inquisitorial para borrar ominosas pruebas. Dos años más tarde se lo reinstala.
Pero en 1820, por mandato del último virrey, queda eliminado definitivamente.
En 1822 le es asestada a la Inquisición en
América el golpe de gracia más
significativo: el Libertador José de San
Martín ordena transferir todos sus bienes y propiedades a la Biblioteca de la Nación, porque allí, en los
libros, se acumulan las ideas —fueron sus palabras «luctuosas a los tiranos y
valiosas para los amantes de la libertad».
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