Una muchacha alemana, fanática del nazismo, ve al terminar la 2 guerra mundial , que la doctrina nazi sobre los norteamericanos distaba mucho de ser la verdad.( Nota del blog)
Domingo, 14 de febrero de 2016
LA JOVEN QUE AMO LA SVASTICA -MARIA ANA HIRSCHMANN (3)
De
Norteamérica, con Amor
Nos estiramos en las camas y
tratamos de seguir durmiendo. El cocinero volvió a retirar las bandejas vacías,
y nos hizo saber que era mejor que siguiéramos descansando. Estaba disgustada
conmigo misma porque no podía seguir durmiendo. Era una lástima que, teniendo
la oportunidad de dormir por algunas horas tapada con frazadas de verdad y en
una casa de verdad, permaneciera allí, acostada pero despierta.
—Levantémonos —le dije a mi compañera. Así lo hicimos y doblamos bien las
frazadas, y hurgamos en nuestros bolsos para ver si encontrábamos alguna ropa
seca. Nuestras faldas estaban húmedas y muy arrugadas, así que nos pusimos los Dirndls, que son vestidos típicos alemanes, de
faldas anchas plisadas y blusas anchas con una especie de chalecos ajustados al
cuerpo. Nos pusimos
calcetines blancos y sin apuro alguno nos cepillamos nuestras largas
cabelleras, que estaban muy enredadas. ¡ Nos sentíamos renovadas. AJ entrar al
vestíbulo buscamos a alguien a quien decirle Danke una vez más antes de
retirarnos.
El intérprete nos pidió que lo acompañáramos a la oficina. El oficial de
guardia nos saludó con una atenta inclinación de su canosa cabeza, y habló con
rapidez. Entonces el intérprete dijo en alemán: "El teniente se ha puesto
en contacto con el cuartel general ruso del otro lado de la frontera,
con el fin de obtener alguna información sobre la niña que trajeron ustedes.
Los rusos ya sabían de la niña perdida, ya que habían capturado a la madre y al
bebé. Les ofrecimos devolverles la niña en la frontera para que pudiera estar con
la madre, pero los rusos se niegan a recibirla, para que sirva de castigo a la
madre."
—Nosotros no podemos tener a esta nena aquí, en este lugar —dijo el intérprete
como disculpándose—No es éste el mejor ambiente para ella. Nos hemos puesto en
comunicación_ la Cruz Roja Internacional del pueblo vecino, y ellos se
encargarán de tomarla
a su cuidado. ¿Quisieran ustedes ser tan amables y entregarla a la Cruz Roja
allí?
Trajeron
a la nena. Alguien se había ocupado de
ella, y la había lavado y peinado; y en cuanto a su ropa, estaba seca. Desbordaba felicidad y
alegría, y mostró las cosas que le habían regalado. Sus bolsillos estaban llenos de caramelos,
bizcochos ... i y chicles! ¡Por favor! Después de agradecer nuevamente por las
atenciones recibidas, tomamos de la mano a la niñita y empezamos a retirarnos.
Pero al encaminarnos a la puerta de salida, alguien nos llamó nuevamente. Era
el intérprete que nos dijo que
el teniente mandaba a decir que en la Cruz Roja debíamos ir directamente a la
ventanilla, sin hacer cola.
—Está bien, muchas gracias —le contesté. No había entendido lo que me quiso
decir.
Cuando nos estábamos retirando me di vuelta y vi una escena que jamás olvidaré. Por todas las ventanas asomaban caras sonrientes
de soldados que se despedían de nosotras agitando los brazos y diciéndonos cosas que no entendíamos.
Estaba desconcertada. Hasta el último momento creí que tendríamos algún
problema. Y hora que nos
íbamos, los soldados enemigos nos despedían con los brazos en alto y no nos
detenían. Daban la impresión de estarse divirtiendo de lo lindo, riéndose y
bromeando. ¿Qué tenían los americanos que los diferenciaba tanto?
—Danke —dije—, danke sehón, danke. —Como yo no sabía inglés, no
podía hacerles partícipes de mis sentimientos. No me era posible preguntar
nada. Seguí caminando mientras
pensaba ... pensaba qué habría en esos hombres para que fueran
tan amables hacia nosotras.
Sólo cuando
llegamos a la población, una hora después, entendimos el por qué de la
advertencia del teniente, cuando dimos con la oficina de los refugiados de la
Cruz Roja. ¡ Había cuadras de personas haciendo cola! Me acordé de las últimas
palabras del intérprete alemán, así que pasamos osadamente a lo largo de las
largas filas de refugiados, quienes nos miraban con ojos de cólera.
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