Martes, 15 de marzo de 2016
CARGAMENTO DE INOCENTES”
(Condensado de Ken”)
POR LAURENCE KIRK
UN DÍA DEL VERANO DE 1937, el flamante cazatorpederos británico Tremendous navegaba pausadamente cerca de la costa norte de España, la' cual estaba encargado de vigilar, cuando llegó el siguiente mensaje inalámbrico para el comandante:
ESTÉ LISTO ESCOLTAR PESQUERO FRANCES ARGONNE QUE SE HARA CARGO REFUGIADOS ESPAÑOLES.
Cuarenta y ocho horas después llegó un nuevo mensaje que ordenaba:
PESQUERO FRANCÉS RETRASADO. DISPÓNGASE RECIBIR A BORDO CUARENTA Y DOS REFUGIADOS AL AMANECER.
Mucho antes de apuntar el día, hallábase el Tremendous en el punto indicado, con los cañones listos para hacer frente a cualquier emergencia. De la bruma matinal surgieron dos barcas pesqueras que avanzaron en silencio hasta colocarse al costado del buque de guerra. Un mensajero subió al puente.
—A la orden, mi comandante. Copia de la lista de refugiados.
Los ojos del comandante se dilataron de asombro cuando empezó a leer:
I. José Ramón Esquerra, 7 meses.
Huérfano.
2. María Dolores Carrión, i año y 2 meses. Huérfana.
3. Manolo Juan Uscavilla, ii meses. Huérfano.
El comandante suspendió la lectura para presenciar el ingreso de sus extraños huéspedes. Uno tras otro subían en brazos a bordo, pasaban la inspección del contramaestre y eran solemnemente entregados a los marineros formados en fila. El joven teniente que estaba de servicio, dirigía de cuando en cuando miradas angustiosas al puente, como si temiese que de allí cayera repentinamente un rayo. Pero el comandante se había quedado mudo. Contó veintidós criaturas, seguidas por un lamentable desfile de diez mujeres, siete de las cuales llevaban también sus niños en brazos.
Una nube de langosta que, precipitándose sobre el buque, hubiese empezado a devorar los objetos de metal, no habría sido causa de mayor asombro para el comandante. Estaba mirando absorto la increíble escena, cuando uno de los niños mayores se apartó del marinero que le servía de nodriza, dio unos cuantos pasos con piececillos vacilantes, y abriendo de par en par la boca, lanzó un tremebundo chillido. Aquello fue la señal para que sus compañeros pusieran en actividad las cuerdas vocales. Un instante después, el desafinado coro de llantos infantiles hacía estremecer el barco de proa a popa.
El comandante hizo llamar al contramaestre y le consultó:
— ¿Qué podemos hacer, Huggins? ¿Quién va a cuidar de esos chiquillos?
—Me parece que habremos de cuidarlos nosotros, mi comandante.
=Eso parece. ¿Ha verificado la listó? ¿Están todos presentes y en regla ? —Pues... sí y no, mi comandante.
— ¿Cómo es eso? ¿Que quiere decir con sí y no ?
—Verá, mi comandante. Tres de los chiquillos están por nacer todavía.
—¡Pero, por Dios, Huggins! ¡En un barco de guerra no pueden nacer criaturas!
—Sin duda, mi comandante. Pero si ese pesquero francés no llega pronto, tendrá mi comandante que permitirlo.
El comandante se pasó la mano por la frente como para enjugarse el sudor. Huggins continuó cuadrado ante el jefe. Luego preguntó:
— ¿Alguna otra orden, mi comandante ?
—No, no. Nada más, por ahora. Toda aquella mañana, el éter vibró con los mensajes angustiosos que enviaba el Tremendous:
TENGO DIEZ MUJERES Y TREINTA Y DOS BEBÉS A BORDO. ¿QUÉ HAGO CON ELLOS ?
La nave capitana, que se hallaba a
buena distancia del conflicto, respondió impasible:
ESPERE PESQUERO FRANCÉS Y DELES DE COMER. SUPONEMOS DISPONE DE BASTANTE LECHE CONDENSADA. NO ACONSEJAMOS DARLES RACIÓN DE RON.
El Tremendous contestó con una consulta más angustiosa aún:
ENTRE LOS REFUGIADOS HAY TRES MUJERES QUE PUEDEN DAR A LUZ DE UN MOMENTO A OTRO. FAVOR DE DARME INSTRUCCIONES.
Esta vez la respuesta fue algo más alentadora:
PESQUERO FRANCÉS LLEGARÁ CON ENFERMERAS EN 48 HORAS. RETRASE ACONTECIMIENTOS, SI ES POSIBLE.
El comandante comprendió que nada podía esperar de la nave capitana. El puente de mando y su cámara parecían ser las únicas partes del barco que no estaban invadidas por la escandalosa chiquillería. Le daba miedo abandonar aquel oásis, pero se impuso el deber de hacer una inspección sin carácter oficial. Varias escenas extrañas se desarrollaron entonces ante sus ojos: el marinero Mac-Ilroy intentando hacer el saludo reglamentario con un chiquillo en cada brazo; una mujer de faz inexpresiva espulgando mecánicamente los harapos del niño que apretaba contra su pecho; una chiquilla de tres años que sujetaba con firme decisión a un hermanito de dos, y trataba de aparentar que aquel mundo de hierro no le inspiraba miedo; y, finalmente, el marinero Farrier esforzándose por consolar a una pobre mujer que tiritaba empapada de pies a cabeza: «No se afane—le decía-,, Voy a traerle una taza de té bien calíente. Eso la hará sentirse mejor».
La mujer miraba desolada al marinero sin comprenderle. El comandante dio una zancada, para pasar sobre un chiquillo que se le atravesó gateando, y continuó su inspección.
Todas las mujeres tenían la misma mirada de aflicción y desesperanza. Los hermosos ojos oscuros de las criaturas parecían demasiado grandes para sus caritas escuálidas. El comandante siguió su camino sin decir palabra, rígido e inconmovible, pero, cuando regresó al puente exclamó apasionadamente dirigiéndose al marinero de guardia:
—¡Malditos sean todos los que empiezan una guerra!
—Sí, mi comandante—, repuso el marinero en el mismo tono que contestaba a cuanto le decía el jefe.
Luego el comandante volvió a llamar al contramaestre.
—¿Dónde alojaremos a esas mujeres, Huggins ?
—Las alojaremos en el dormitorid` de la tripulación, mi comandante. Los marineros dormirán sobre cubierta.
—Bueno... ¿y las otras tres ?
—Los oficiales les han cedido sus cámaras, mi comandante.
—Muy bien. Y esos chiquillos, Huggins. Hay que bañarlos y cuidar de ellos. —Sí, mi comandante.
—Haga formar a los marineros casados. En seguida.
—Está bien, mi comandante.
A poco rato, el comandante pasaba revista a la fila de marineros casados, mientras Huggins daba instrucciones y asignaba a cada uno de ellos dos criaturitas y una bañadera de lata.
Durante las siguientes 24 horas, la chiquillería fue sometida a una estricta disciplina mitad naval y mitad casera. El momento culminante era el del baño, a las seis de la tarde. Todas las bañaderas se ponían en fila sobre cubierta. Al sonido de un silbato, los marineros casados avanzaban con un chiquillo debajo de cada brazo. Al segundo silbido desnudaban a las criaturas. Al tercero, procedían a la limpieza. Era la señal para que empezaran a desgarrar el aire los terribles clarines de la protesta infantil. Pero no tardaba en apaciguarse el alboroto, y el comandante, que observaba el espectáculo desde el puente, veía con satisfacción que varios chiquillos pasaban del llanto a la risa.
Se habilitó un sitio para que jugaran, cerca de los lanzatorpedos, en medio del buque, y los marineros casados hacían su servicio de guardia allí, en vez de hacerlo en los puestos de costumbre.
Quedaban por resolver otros asuntos más serios. Toda aquella noche, el carpintero del buque, a quien se encargó de la sala de maternidad por ser esposo de -una comadrona, envió al comandante mensajes constantes, y el comandante envió otros tantos a la nave capitana. Las noticias de ésta eran tranquilizadorás, y las del carpintero no llegaban todavía a ser alarmantes. Un teniente resumió la situación en esta frase: «las tres mujeres siguen con lo suyo, mi comandante»..
Pero al rayar el día se presentó en el puente de mando un mensajero.
—A la orden, mi comandante. La Pérez ha dado a luz un niño. Madre e hijo están bien.
El comandante se apoyó en la barandilla del puente, dando un suspiro de alivio. Pero casi instantáneamente llegó un nuevo mensaje de la nave capitana:
PESQUERO FRANCÉS VARADO. SENTIMOS NO PODER PRESTAR OTRO AUXILIO. EN CASO URGENCIA HAGA RUMBO A BURDEOS Y DESEMBARQUE MUJERES VAN A SER MADRES. SI PUEDE ESPERAR VAYA DIRECTAMENTE A PORTLAND CON TODOS LOS REFUGIADOS, BUENA SUERTE.
Vibraban las órdenes para que el buque hiciese rumbo a Burdeos a toda marcha, cuando se presentó en el puente otro mensajero.
—A la orden, mi comandante.' La Cheverra ha dado a luz una niña. Madre e hija se encuentran bien.
La sencillez con que se resolvía el conflicto hizo mella en el ánimo del comandante. Empezó por pensar que se habían exagerado mucho las dificultades de traer criaturas al mundo. Le pareció que si la armada de Su Majestad Británica se encargaba de aquel menester, lo haría mejor que nadie. Además, él nunca habla dejado una tarea sin terminar y, lleno de confianza, decidió que su buque y sus hombres eran capaces de hacer frente a cualquier situación. En consecuencia, celebró rápida consulta con el contramaestre Huggins, cambió las órdenes, y el Tremendous rectificó el rumbo y se dirigió a Portland.
Todo fue bien durante el primer día. El sol brilló en el cielo y los chiquillos se divirtieron jugando en el lugar de recreo y tomando parte en el desfile del baño. Hasta algunas de las mujeres empezaron a dar señales de sentir la alegría de vivir. Pero a las ocho del siguiente día, le llegó la hora a la tercera mujer. El caso fue muy diferente de los dos anteriores.
El apuro duró 16 horas. Toda la dotación del buque sabía que si hubiesen ido a Burdeos no estarían en las que estaban. Los 125 oficiales y marineros sentían comprometido el honor del Tremendous y, cuando el servicio los dejaba libres, se paseaban impacientes y nerviosos, con las manos a la espalda, como maridos que esperan la llegada de su primogénito.
Durante horas y horas salieron mensajes desconsoladores de la improvisada sala de obstetricia. Pero, al fin, después de una noche de insomnio, "un mensajero subió corriendo al puente.
—¡Todo bien, todo bien!—gritó jubiloso. Pero recobró inmediatamente la compostura y se disculpó: —¡Perdón, mi comandante! ¡A la orden, mi comandante! De parte del carpintero. La escarmota ha dado a luz un niño. Madre e hijo están perfectamente.
El comandante volvió a sentirse dueño de sí mismo. Ni siquiera pestañeó.
—¡Lo celebro! —repuso—. Felicite en mi nombre al carpintero, y diga al contramaestre que dé a todos una ración especial de ron.
La entrada del cazatorpedero en el puerto de Weymouth fue un triunfo. La mitad de la flota metropolitana estaba concentrada en el puerto y la historia era ya conocida de todos. Con las cornetas y otras señales saludaron el paso del Tremendous. El comandante se sentía satisfecho. Le habían dado un encargo y lo había cumplido sin ayuda y sin pérdidas. Cuando pasó ante el buque almirante, toda la carga de chiquillos formó ante la dotación para el saludo de ordenanza.
Según parece, a instancias de su esposa, el almirante escribió después al ministerio de Marina pidiendo que los nombres Pérez, Cheverra y Escarmota se incluyesen permanentemente en la relación de «Hechos de Guerra » del Tremendous.
La petición fue denegada ásperamente por el ministerio; pero algunos creen que tal negativa fue una gran equivocación.
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