Jueves, 3 de marzo de 2016
EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE --HURACAN 1938
sábado, 9 de abril de 2016
EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE A cada cual lo suyo F. C. BENETT, Walden, F.E. UU
EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE
__IV__
Recopilado por Alan Devoe
Recopilado por Alan Devoe
Selecciones Mayo de 1946
A cada cual lo suyo
F. C. BENETT, Walden, F.E. UU
Mucho
divertía a los vecinos ver a nuestra cachorra perdiguera hacer
ostentación de la primera gracia que había aprendido: llevar un paquete
cuando volvíamos de compras. Con él en la boca, erguida la cabeza,
trotaba delante de nosotros, tan poseída de la importancia de lo que
estaba haciendo, que nada ni nadie le llamaba la atención en esos
momentos. En cuanto llegaba a la puerta, dejaba el paquete en el umbral y
quedaba allí de centinela, esperándonos, para volver a cargar con él y
entrar con nosotros.Un día que no hubo paquete, la perrita no hacía más que importunarnos pidiendo algo que llevar. Viendo esto, una vecina con quien nos encontramos, nos entregó, para que se lo diésemos al animalito, el paquete que traía, y siguió con nosotros camino de casa.
Cuando llegamos, no había ni rastro de la perra; y, lo que era muchísimo peor, tampoco había señales del paquete. Silbamos, llamamos, buscamos... Nada... ¡como si se los hubiese tragado la tierra!
Abochornados por aquel extraño percance, dimos mil excusas a la vecina, que Se fue, bastante contrariada, hacia su casa. Allí, en la puerta, estaba la perra, con la vista fija en el paquete, y esperando pacientemente a nuestra vecina para entregarle lo que era suyo.
miércoles, 24 de febrero de 2016
EL MEJOR AMIGO DEL HOMBRE Recopilado por Alan Devoe
EL MEJOR AMIGO DEL
HOMBRE
Recopilado por Alan Devoe
AQUELLA TARDE llevé a casa un perro de
muestra que había pasado los ocho primeros meses de su
vida en espacioso y solitario corral, sin ver casi nunca un ser humano salvo la
persona que iba a echarle ,de comer. Era
un animal corpulento, vigoroso y bravo. Al recibir una llamada
urgente que me obligaba a ausentarme esa noche unas horas, llevé al perro al sótano y lo dejé allí encerrado.
Al regresar a hora ya bastante
avanzada entré por la puerta de la cocina. Apenas traspasé el umbral, surgió de
la oscuridad un bulto negro que se me echó encima lanzando feroces gruñidos.
Recibí el golpe en mitad del pecho. Unas recias
mandíbulas me agarraron el brazo con que instintivamente procuraba resguardar
la garganta. Oí
luego una vocecilla infantil que gritaba:
—¡ Muñeco,
aquí! ¡ Quieto, Muñeco!
Pronto me enteré de lo que había
ocurrido en mi ausencia.
Compadecida del perro, que
al verse solo en el sótano prorrumpió en lastimeros aullidos, mi hijita llevó a
la cocina almohadas y mantas,
libró al can del encierro y se instaló allí con él.
Ambos dormían cuando yo llegué.
Para el perro mi presencia fue la de
un intruso. La aventura estuvo a punto de costarme
el pescuezo. De todos modos, me costó un perro de caza. Porque «Muñeco» no ha reconocido desde entonces más amo
que la niña.
--V.
C. V. N. (Oradell, New Jersey)
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