miércoles, 21 de abril de 2021

AUTOESTIMA EL MEJOR REGALO PARA LOS HIJOS

 LOS NAZIS NO LOGRARON DOBLEGARLO

POR LAWRENCE ELLIOTT

 SELECCIONES DEL READER'S DIGEST         MAYO DE 1986

Por más torturas que inventaron, sus verdugos no pudieron con el espíritu de este indorneñable canadiense.

EL 11 de junio de 1940, mientras las divisiones panzer avanzaban acribillando a Francia, cuyos caminos se atestaban de refugiados, un canadiense llama­do Frank Pickersgill salió de París en bicicleta. Al no poder alcanzar a la legación canadiense, que se reti­raba, fue a refugiarse a Bretaña. Allí, los alemanes detuvieron y encarcelaron a este joven estudiante y periodista independiente. Tras 18 meses de cautiverio, logró aserrar los barrotes de una ventana y es­capar a la Francia no ocupada.

Su familia esperaba que enton­ces regresara a salvo al hogar. Su hermano Jack, que era secretario del primer ministro canadiense Macken­zíe King, le comunicó por cablegrama que le esperaba un buen empleo en Canadá. Pero Frank, que ya se había ido a Londres, explicó sentir­se "demasiado beligerante para es­tar a gusto a 6500 kilómetros de los nazis". Se ofreció de voluntario para una misión del espionaje inglés detrás de las líneas enemigas, y así inició su solitario camino hacia la gloria.

La adversidad hizo que la misión de Pickersgill estuviera condenada al fracaso aun antes de que él se lan­zara en paracaídas en Francia; lo detuvieron seis días después; no ha­bía logrado nada. Pero, como a to­dos los agentes secretos, se le había encargado una segunda responsabi­lidad, más grave aún: no hablar. Y por su trascendente valentía al cum­plir este cometido, por su tenacidad al soportar las atrocidades de la Ges­tapo sin delatar a sus compañeros, sigue viviendo hoy, figura infinita­mente atractiva, encarnación de lo mejor de su intrépido mu,ndo de hace 41 años.

FRANK Pickersgill, nacido en 1915, creció en una granja de Mani­toba; fue el menor de cinco herma­nos. En las universidades de Win­nipeg y de Toronto, se negó a tomar en serio los estudios; siempre esta­ba dispuesto a irse al cine, a tomar cerveza o a charlar durante intermi­nables veladas. Sin embargo, tuvo un brillante historial académico.

En julio de 1938 su hermano Jack consiguió para él una beca, de un año de posgrado en Europa. Frañk estaba en Munich aquel sep­tiembre, poco antes de que los lí­deres de Inglaterra y de Francia fueran allí a ceder ante las violentas exigencias de Hitler sobre Checos­lovaquia. Se fue entonces a Polonia, a informar sobre la crisis interna­cional para varios periódicos cana­dienses, y cuando el Ejército alemán cruzó la frontera, en septiembre de 1939, encendiendo así la mecha de la Segunda Guerra Mundial, apenas logró escapar.

Diez meses después, en Francia, no pudo eludir la Blitzkrieg ("gue­rra relámpago)". En la cárcel, pasó hambre y lo obligaron a trabajar hasta agotarse, como a otros miles de prisioneros. Pero tuvo el con­suelo de captar, por fin, la verdad suprema de su tiempo: que nada importaba más que liberar a la hu­manidad del cáncer nazi. Se evadió de la cárcel para empuñar las armas; realizó la transición de ser un neu­tral canadiense no violento en el extranjero, a soldado plenamente comprometido y dispuesto a luchar-por sus valores vitales.

EL NUEVO teniente del Ejército canadiense Pickersgill hizo su pre­sentación sensacional, en uniforme. Entre su ignorancia del atuendo mi­litar reglamentario y un sentido muy desarrollado del ridículo, tuvo la ocurrencia de salir a la calle en Londres en uniforme de color caqui, hermoseado con camisa de civil, azul, y corbata que ostentaba todos los colores del arco iris. La policía militar, casi cegada al verlo, lo qui­tó de la circulación.

Antes de empezar su entrena­miento, y cuando estaba franco, el teniente vivió en la buhardilla de un apartamento que compartían Kay Moore, amiga suya de Winnipeg, la escocesa Mary Mundle, y una atractiva joven de Toronto: Alison Grant. Las tres trabajaban para el Servicio Secreto británico. Él se ena­moró de Alison Grant, y ella de él; pero, debido a la inminente misión que tenía ante sí, no quiso hacer planes.

La preparación del puñado de es­cogidos para servir en el Ejecutivo de Operaciones Especiales (SOE, por sus siglas en inglés) estaba des- inada a enseñar a hombres y mu­jeres normalmente apacibles cómo colarse en territorio enemigo y or­ganizar redes de espionaje y sabo­taje. Como agentes secretos, solda­dos sin uniforme, no podían esperar clemencia si caían en manos de los alemanes.

Una calurosa noche de junio de 1943, Pickersgill se despidió de Ali­son Grant en una esquina de Lon­dres, y desapareció en la negrura del oscurecimiento general. Después escribiría Kay Moore: "No pienso que ninguna despedida haya dejado el corazón de tres muchachas tan tris­tes por sí mismas, pero, extraña­mente, tan felices por él. Se fue muy animoso, sin nerviosismo ni i apren­siones, seguro de su misión y de sí mismo".

Condenado a muerte. El 16, a al­tas horas de la noche, Pickersgill y otro canadiense, John Macalister (que sería su operador de radio),iban sentados en un bombardero de la Real Fuerza Aérea, observando una luz roja, por encima de la es­cotilla abierta. Frank llevaba las ropas del nuevo personaje que en­carnaba: Bertrand, obrero francés.

Volaban sobre el valle del Loira, 160 kilómetros al sudoeste de Pa­rís, y pronto se lanzarían en para­caídas. Iban provistos de documen­tos falsos, de una suma considerable en francos franceses y dos pequeños radios. Sus órdenes eran hacer con­tacto con una red clandestina cono­cida como PROSPER, y organizar su propia red, debían crear células de resistencia, servir como instructores de sabotaje y manejo de armas, y establecer el esencial enlace radio­fónico con Londres para el sumi­nistro continuo de armas y explosi­vos. No podían saber que en la red PROSPER se habían infiltrado agen­tes del contraespionaje alemán, ni que los nazis estaban cercando a do­cenas de agentes aliados. Al encen­derse la luz verde, saltaron.

La operación salió bien. Los reci­bieron dos agentes veteranos, Pie­rre Culioli e Yvonne Rudellat, y quedaron ocultos en una aislada quinta de veraneo. A temprana hora del día 21, sus escoltas clandestinas los recogieron en un viejo Citroén, para llevarlos a Beaugency, donde tomarían el tren matutino rumbo a París. Pero en una barrera de con­trol, catearon e interrogaron minu­ciosamente a Pickersgill y a Maca­lister, y se les encontró un equipo de trasmisión. Culioli y Rudellat corrieron, pero los capturaron.

Trasfirieron a los canadienses, al cuartel general de la Gestapo, en Blois. Tras golpearlos, los interroga­ron durante cinco días, con sus no­ches. Una investigación en tiempos de posguerra reveló un elocuente testimonio de los alemanes, "sobre la extraordinaria fortaleza de estos oficiales, ninguno de los cuales re­veló el menor dato",.

Condujeron al teniente a la gran prisión de Fresnes, cerca de París, y lo sentenciaron a morir, ejecución que se llevaría a cabo el 7 de julio. Pero luego se descubrió que el día 8 aún estaba vivo, pues garabateó su nombre y la fecha en la pared de su celda.

¿Por qué se aplazó su ejecución? Porque alguien llamado Bertrand estaba operando en la red de PROSPER: los alemanes habían descubier­to las claves de Macalister y sus controles de seguridad, y estaban utilizando su equipo trasmisor para enviar señales al SIOE, en Londres, pidiendo más armas y más agentes. En los diez meses que siguieron, los ingleses, que habían mordido el an­zuelo, hicieron 15 lanzamientos de paracaidistas, todos los cuales caye­ron directamente en manos enemi­gas,,y enviaron a ocho agentes a la perdición. Los alemanes estaban en­cantados, por supuesto. Y tal vez decidieron que en algún momento podrían obligar a Pickersgill a de­sempeñar el papel de Bertrand.

Trabajaron en él durante todo el verano de 1943, golpeándolo y aplicándole diversos tormentos que lo llevaban siempre al borde de la muerte. Pero Píckersgill se negaba tenazmente a colaborar. En octu­bre, lo enviaron al campo de con­centración de Rawicz, en Polonia.

Le ofrecen vino. El mortífero je­go de las trasmisiones proseguía. Un oficial de las ss, Josef Placke, que sabía francés y algo de inglés, había asumido la identidad de Pickersgill; pero sus trasmisiones empezaron a delatarlo. En diciembre, Kay Moo­re logró enviar a Pickersgill, un mensaje, diciéndole que la tetera es­taba en ebullición, en espera de su regreso. La respuesta fue: "Feliz Navidad a todos", trivialidad imper­sonal que podía proceder de cual­quiera... menos de Pickersgill.

El 2 de marzo, cuando otros seis agentes se lanzaron en paracaídas sobre suelo francés, el comandante Gerry Morel, oficial de operaciones del SOE, les ordenó enviar mensajes de prueba sobre su llegada. Pero unas cuantas horas después de des­pedirse de él, a los seis les echó el guante la Gestapo. Al no recibir noticias, en Londres se supuso lo peor, pero se resolvió hacer un úl­timo intento de comunicarse con Pickersgill. More informó que vo­laría bajo sobre la posición de Ber­trand a principios de mayo, y que trataría de establecer contacto direc­to mediante radio de corto alcance.

Los alemanes, al comprender que su engañifa radiofónica se hallaba de pronto en peligro, sacaron a Pi­ckersgill de Rawicz y lo trasladaron por avión a París. Era ya sólo la sombra del hombre al que captura­ron seis meses antes: demacrado y los ojos hundidos, lo habían re­ducido a ese estado de degradación física en que puede empezar a bo­rrarse la línea entre el bien y el mal.

En la prisión de la Gestapo, si­tuada en la Place des États-Units, alimentaron a Pickersgill y le die­ron ropas limpias. En una oficina del tercer piso, unos solícitos oficiales, con una botella de vino en la mesa, parecían velar por su comodidad. Le dijeron que necesitaban de él una pequeña ayuda; a cambio, prometían darle buena comida y asegurarle un lugar preferente de confinamiento en París, hasta que terminara la guerra. Lo único que te­nía que hacer era radiar unas cuan­tas palabras a sus superiores, afirmando que la red a su cargo estaba operando normalmente.

Pickersgill escuchó con atención, y luego rechazó el trato.

Los alemanes lo sacaron por se­gunda vez, y una tercera. Se mos­traban razonables, y la botella de vino seguía en la mesa. La respues­ta de Pickersgill fue siempre la mis­ma: no.

A veces, mientras una mano ocio­sa acariciaba la botella de vino, Pi­ckersgill parecía vacilar. Pero, en realidad, en esos momentos repa­saba su entrenamiento para escapar (actúa con rapidez) y, en el mo­mento oportuno, en el trascurso de aquellas charlas amistosas, empuñó la botella, la rompió por el cuello y salió corriendo al vestíbulo, decidi­do a huir.

Dos guardias de las ss corrieron tras él. Pickersgill hundió la botella rota en el cuello del primero, como se le había enseñado; le rompió la yugular y lo mató; luego, la dejó caer sobre la cabeza del segundo, al que dejó sin sentido. A continua­ción, corrió escaleras abajo; pasó junto a un puesto de guardia, derri­bó a un grupo de guardias de las ss, y se lanzó contra los cristales de una ventana del segundo piso, hacia la calle.

Cayó pesadamente; se fracturó un brazo, pero siguió adelante. Mas los meses pasados en Rawicz final­mente empezaron a surtir efecto. Su­friendo de quemaduras, y mal heri­do, pudo seguir avanzando por pura fuerza de voluntad, pero, como dijo un prisionero francés que presenció el incidente, "no podía moverse con rapidez".

Esposados. A la ventana rota se precipitaron las ss. Una metralleta hizo fuego. Dos balas alcanzaron a Pickersgill, que cayó, se levantó y Siguió adelante. Entonces, una se­gunda ráfaga le dio en las piernas, el fugitivo se desplomó en el pavi­mento. Cuando los nazis acudieron a toda carrera, aún seguía arrastrán­dose, avanzando, sobre los codos.

No se habría necesitado mucho para liquidarlo. Pero los alemanes lo enviaron a un hospital para cu­rarle el brazo y atender las heridas de bala, convencidos, por desespe­ración o por terco optimismo, de que aún podrían obligarlo a pactar.

Vana esperanza; la noche de la cita, tuvieron que recurrir a un sol­dado alemán que hablaba un mal inglés aprendido en la escuela. Volando sobre ellos, el comandante Morel hizo unas cuantas preguntas, escuchó las torpes respuestas y el inconfundible acento teutónico, y supo que, si Pickersgill estaba vivo, los alemanes lo tenían preso. Hizo una seña al piloto, para que regre­sara. El juego radiofónico ya había terminado.

En julio, el canadiense, cojeando y con el brazo en cabestrillo, fue llevado al cuartel general de la Ges­tapo, en la Avenida Foch. Se reunió allí con Macalister, cuyo rostro es­taba ensangrentado a resultas de una paliza reciente; junto con otros 35 agentes capturados, les colocaron grillos en los pies. Los esposaron unos con otros, aun para dormir. Su única esperanza se cifraba en los ejércitos aliados, que ya avanzaban combatiendo hacia París. Pero, un día, a los 37 los metieron en dos pe­queños compartimientos de tren, sin asientos. Se dirigían al triste­mente célebre campo de la muerte de Bucheriwald. La fecha: 8 de agosto; el 20, París fue liberada.

El viaje equivalió a una pesadilla de ocho días. Sólo cuatro prisione­neros —esposados por parejas— po­dían tenderse en el suelo a la vez; los demás tenían que ir de pie. El hambre y la sed, en medio del ago­biante calor de agosto; el hedor de cuerpos sucios y sudorosos, apretu­jados... afectaba a los nervios; el comandante de la Real Fuerza Aérea Yeo-Thomas, el oficial aliado de más alto rango, llegó a temer que co­menzaran a golpearse.

Entonces, Pickersgill empezó a

contar chistes. Nadie en el grupo es­taba en peor estado que él; sus he­ridas le dolían constantemente, y sus chistes no gustaron mucho al principio. "De pronto, comprendi­mos que sólo estaba tratando de evitar que enloqueciéramos", re­cordaba Yeo-Thomas, "y todos nos dominamos".

En Buchenwald, a los recién lle­gados, rapados y con uniformes manchados y zuecos de madera, se les llevó marchando a la oscura y maloliente Cabaña número 17.

Pickersgill se negó a aceptar dó­cilmente la muerte en vida de Bu­cheriwald. Iba cojeando a la cabeza de su mísero grupo a buscar las ra­ciones, con la cabeza en alto y los hombros hacia atrás; cuando empe­zaba a cantar, también los que mar­chaban detrás coreaban la canción. Una vez, vio a lo lejos a un oficial alemán, y dispersó a su sección tras una cabaña, para que no tuvieran que saludarlo. Hizo una baraja con pedazos de cartón, y organizó un torneo de bridge. Desafió a los guar­dias de las ss en todas las formas posibles: todo ello, con el fin de que sus compañeros se animaran y conservaran una apariencia de hUmanidad hasta que el terrible programa terminara.

El 9 de septiembre, por los altavoces del campamento llamaron, ominosamente, a 16 del grupo, Pi­ckersgill y Macalister, entre ellos, a la torre de vigilancia. Los hombres se formaron e iniciaron la marcha; era una banda harapienta que trata­ba de parecer una escolta. De pron to, Pickersgill, a la cabeza, empezó a marcar el paso con los brazos, y quienes se habían quedado aguar­dando en la Cabaña número 17, oye­ron que los condenados entonaban la marcha Tipperary.

En la torre, leyeron a los prisio­neros la sentencia de muerte, y lue­go los refundieron en una casamata. Un sacerdote que trató en vano de administrar la extremaunción a los católicos que hubiese entre ellos, oyó que los apaleaban salvajemente.

Pero ya nada podía quebrantar su espíritu. Cuando los llevaban al crematorio, a través de las puertas de hierro se oyeron sus voces: Vive la Franco! Vive l'Angleterre.1 Vive le Canada! Luego sólo se escucharon los terribles sonidos de hombres a los que estaban colgando de gan­chos de carnicería, que se estrangu­laban lentamente con cuerdas de

piano, hasta que, por fin, la muerte los liberó.

La guerra en Europa terminó ocho meses después. El comandan­te aviador Yeo-Thomas, uno de los cinco o seis agentes capturados que sobrevivieron al cautiverio en Bu­chenwald, aseguró posteriormente que Pickersgill fue un hombre que supo vivir y morir con dignidad. "No se encuentran muchos como él", declaró. "No deben olvidarlo en Canadá".

Por supuesto que no lo olvida­ron. Nadie que hubiera conocido a Frank Pickersgill —o que supiera de él— lo ha olvidado. Como han hecho los hombres civilizados desde el principio de los tiempos con los mejores y más brillantes de cada ge­neración, siguen conmemorando su gesta heroica, y así, pervive para siempre.

 

El conocimiento de la valía personal puede Proporcionarles la fortaleza interior necesaria parasuperar los infortunios durante el crecimiento

AUTOESTIMA EL MEJOR REGALO PARA LOS HIJOS

POR JAMES DOBSON

SELECCIONES DEL READER'S DIGEST         JULIO DE 1986

BLAKE nunca obtiene buenas notas en matemáticas ni en sus trabajos. de lectura. Sus condiscípulos le dicen que es tonto, y Blake no lo discute; está conven­cido de que tienen razón, de que él va a fracasar en todo lo que intente hacer. A sus nueve años, para Blake la vida carece de sentido.

Janet es una niña obesa que cur­sa el quinto año de primaria; no tiene amigos y carga con el apodo de "Porky"; sus compañeros, por burlarse cuando hablan de ella, tar­tamudean e imitan los roncos soni­dos del famoso cerdito de los dibujos animados y de las historietas. Janet aborrece al mundo... y a sí misma.

Un niño de siete años le escribió una vez al doctor Richard Gardner, especialista en psicoterapia:

Querido doctor Gardner:

Lo que me molesta mucho es que uno de los muchachos me llamó tortuga, y ya sé que me dijo así porque me hicieron la cirugía plástica. Yo creo que Dios me aborrece por el labio que tengo.

Cariñosamente,               Chris

Niños como estos son víctimas de las deficientes normas que la socie­dad aplica para juzgar la valía de los niños. No a todos se les acepta fa­vorablemente ni se les considera dignos. Por lo contrario, se reser­van las alabanzas y la admiración para los contados niños que desde su nacimiento tuvieron la buena fortuna de mostrar las caracterís­ticas que los adultos, erróneamente, más apreciamos: la belleza, la inte­ligencia y las riquezas. Es un siste­ma defectuoso, y debemos contra­rrestar sus nocivos efectos ayudando a los niños y a los jóvenes a cultivar la autoestima.

Todo niño es apreciable y se le debe reconocer su derecho al respe­to y a la dignidad personales. Pero, ¿cómo podremos, en nuestra condi­ción de padres de familia, forjar un ego fuerte y un espíritu indomable en nuestros hijos, a pesar de las fuer­zas sociales predominantes?  Existen estrategias por medio de las cuales podemos infundir confianza y conciencia de la valía personal, aun en los chicos a quienes sus compa­ñeros hacen menos.

Estrategia 1

Analicemos nuestros propios va­lores. ¿Nos sentimos secretamente defraudados porque nuestro hijo es común y corriente? ¿Lo hemos re­chazado a veces por carecer de gra­cia o por desmañado? ¿Lo conside­ramos estúpido?

Buena parte forma  del concepto que de sí mismo se forma el niño es pro­ducto de la idea que tiene él de cómo lo juzgamos, y llega incluso a interpretar correctamente nuestras actitudes silenciosas. Sí está conven­cido de que sus padres lo quieren y lo respetan, tiende a reconocer lo que vale como persona.

Muchos niños se saben queridos de sus padres, pero no creen que los tengan en gran estima. Bien puede un chico saber que daríamos la vida por él y, sin embargo, percibir nues­tras dudas acerca de la aceptación que puede tener: nos mostramos ner­viosos al hablar él con alguna visita; nos da por interrumpirlo para expli­car lo que trata de expresar, o por reír cuando sus comentarios nos pa­recen tontos.

Los padres deben tener cuidado con lo que dicen en presencia de sus hijos. En mi carácter de psicólogo, es frecuente que alguien me consul­te respecto al problema de un hijo. Mientras la madre describe los de­talles desagradables, el niño tema de esta conversación se halla a corta distancia, escuchando una franca re­lación de todos sus defectos.

Los padres deben también darse tiempo para hacer conocer a sus hi­jos las buenas lecturas, para volar cometas y jugar a la pelota con ellos, escuchar con atención el episodio en que uno de ellos se raspó la rodilla, charlar acerca del pájaro que tenía un ala rota. Estas actitudes son los materiales que forman la estimación.

Estrategia 2

Enseñemos a los hijos a "no ha­cerse menos". Cosa característica de la persona que se siente inferior es que suele hablar de sus deficiencias con todo el que esté dispuesto a oírle. Mientras parlotea de sus inep­titudes, el que escucha se va forman­do una impresión. Más adelante ha­brá de tratar a esa persona según las pruebas que le ha proporcionado. Si uno expresa con palabras sus sen­timientos, aquellas acaban por solidificarse en la mente y convertirse en realidad.

Por tanto, deberemos enseñar a los hijos a que no se hagan menos. La autocrítica constante puede tras­formarse en hábito derrotista.

Estrategia 3

Ayudemos a los hijos a compen­sar. Nuestra misión de padres de fa­milia consiste en servir a nuestros hijos como confidentes y aliados su­yos, y alentarlos cuando se mues­tren descorazonados, intervenir me­nos cuando las amenazas resulten abrumadoras y proporcionarles los medios para superar los obstáculos.

Uno de tales medios es la com­pensación. El individuo compensa sus debilidades explotando sus pun­tos fuertes. A los padres nos toca ayudar a nuestros hijos a descubrir cuáles son sus puntos fuertes.

Quizá un niño pueda conquistarse un sitio en el campo de la música; acaso sea capaz de construir modelos de aviones, criar conejos o destacar en el basquetbol. Nada hay más arriesgado que permitir que un niño inicie la adolescencia desprovisto de alguna habilidad, de un conocimien­to especial, de todo medio de com­pensación. Al llegar a esa edad, deberá hallarse en condiciones de decir: "Tal vez no sea yo el alumno más popular de la escuela, ¡pero soy el mejor trompetista de la banda!"

Por mi parte, recomiendo que los padres de familia analicen los pun­tos fuertes de cada uno de sus hijos y determinen luego cuál de sus apti­tudes es la que mejor oportunidad le dará de alcanzar el éxito. Debe­rán cuidar de que rebasen la prime­ra etapa. Premien los esfuerzos del hijo, estimúlenlo, recurran al sobor­no si es necesario, pero háganlo aprender esa primera etapa. Si des­cubrimos que nos equivocamos, pro­curemos que el chico emprenda otra cosa. ¡Pero nunca permitamos que la inercia nos impida impulsar a nuestros hijos a que cultiven alguna aptitud!

Estrategia 4

Ayudemos a los hijos a competir. El padre de familia que se opone a la importancia que se da a la belle­za, al vigor físico y a la inteligencia, sabe muy bien que su hijo se ve for­zado a competir en un mundo que venera tales atributos. ¿Deberá ayu­dar a su hijo a volverse físicamente tan atractivo como sea posible? ¿De­berá alentar a su hijo, de inteligen­cia ordinaria, a que destaque en los estudios?

Yo no puedo dar al lector otra cosa que mi opinión. Me considero obligado a ayudar a mi hijo a com­petir lo mejor que pueda en el mun­do que le rodea. Si tiene torcida la dentadura, veré que se la enderecen. Si reprueba en la escuela, le buscaré un profesor particular. Mi hijo y yo somos aliados en su lucha diaria por sobrevivir.

Pero, a la vez que lo ayudo a com­petir, también lo instruyo en lo que se refiere a los verdaderos principios de la vida: el amor por la humani­dad, la integridad, la autenticidad y la devoción a Dios.

 Estrategia 5

Disciplina y respeto. ¿El castigo, y en particular una zurra, quebranta el temple de un niño? La respuesta a esta pregunta depende de la acti­tud y la intención de los padres. Una zurra como reacción a un obs­tinado desafío del niño es un medio apropiado, pero creer en el castigo corporal no es excusa para desaho­gar nuestras frustraciones en el pe­queño, ni nos da licencia para castigarlo delante de otras personas ni a tratarlo irrespetuosamente.

Sin embargo, resulta importante reconocer que prescindir por com­pleto de toda disciplina es un modo de menoscabar la autoestima. Los padres son símbolos del orden y la justicia, y el niño se preguntará por qué sus progenitores, si en verdad lo quieren, le permiten salirse con la suya al cometer una mala acción.

Estrategia 6

Atendamos a sus estudios. Los padres deberán asegurarse de que su hijo ha aprendido a leer al ter­minar su segundo año escolar. Se ha arruinado la autoestima a causa de problemas de lectura más que por cualquier otro aspecto de la vida escolar.

La ayuda de un profesor particu­lar puede sacar adelante al niño que se vea en situación apurada. A ve­ces, un cambio de escuela (o de maestro en la misma escuela) resul­ta benéfico para el chico.

El niño tardo en aprender será el que más probablemente pase por problemas en lo que hace a la auto­estima. ¿Qué pueden hacer enton­ces los padres? Restar importancia a los logros académicos. A cualquier cosa que nuestro hijo no pueda lo­grar a pesar de que haga sus mejo­res esfuerzos, se le deberá restar importancia. Nunca se nos ocurriría exigirle a un chico lisiado que se convierta en estrella del atletismo; no obstante, muchos padres insisten en que sus hijos de inteligencia "nor­mal" lleguen a distinguirse en los estudios.

Estrategia 7

Evítese la protección excesiva. La preparación para una edad adul­ta responsable se deriva de la edu­cación recibida en la infancia. Al niño ha de animársele a progresar de acuerdo con un programa orde­nado y en un nivel de responsabili­dad apropiado a su edad.

Cada año, el pequeño deberá ser capaz de tomar por sí mismo más y más decisiones. Por ejemplo, a los siete años ya es apto, generalmente, para seleccionar sin ayuda la ropa que vestirá ese día. Ya deberá de arreglar su cama y de conservar en orden su habitación.

El padre excesivamente protector permite que su hijo se retrase en su programa normal. A los diez años, al niño le resulta difícil tomar decí­sienes o practicar la autodisciplina. Pocos años después se iniciará tra­bajosamente en la adolescencia, sin estar preparado para la libertad y la responsabilidad que tendrá en tal etapa de su vida.

UN BUEN número de estudios ha confirmado lo valioso del papel de los padres en el desarrollo de la autoestima en los niños. En uno se establecieron tres importantes carac­terísticas que distinguen a los niños con el más alto grado de autoesti­mación: 1) gozan en casa de mayor cariño y comprensión; 2) sus pa­dres les fijan normas de conducta; 3) su hogar se caracteriza por la franqueza y el espíritu democrático.,

Las estrategias descritas son los medios para enseñar al niño a esti­mar su genuina significación, sin te­ner en cuenta la forma de su nariz, el tamaño de sus orejas o su eficien­cia mental. Todo chico tiene dere­cho a llevar alta la cabeza, con segu­ridad y confianza en sí mismo. ¡Es algo que puede lograrse!

CONDENSADO DE 'HIDE OR SEEK, POR EL DOCTOR JAMES DOBSON. (0 1974. 1979 POR FLEMING H. REVELE COMPANY: PUBLICADO POR LIFE PUBLISHERS INTERNATIONAL. MIAMI. FLORIDA. ILUSTRACIÓN: C. S. EWING.

POR TREVOR ARMBRISTER

"Aquí", afirma el padre Oswaldo Mondragón,"hay que pagar un precio por creer en Cristo".

RESISTENCIA DE UN SACERDOTE NICARAGUESE

SELECCIONES DEL READER'S DIGEST         JULIO DE 1986

ARMADA de cadenas y machetes, la turba sandinista ataca a pedradas el edificio de un piso con techo de lámina acanalada de la iglesia de El Calvario, en Ma­nagua. El líder grita: "¡Tiene quin­ce minutos para salir; de lo contra­rio, entraremos por usted!"

Un feligrés toca las campanas de la iglesia, y al poco tiempo acuden fieles procedentes de cada rincón del barrio para defender a su sacerdote. Recogen las piedras que los sandinistas habían arrojado y responden a la agresión. La batalla dura horas, entre el ruido de cristales rotos y gritos de dolor. Desde su altar, el padre Oswaldo Mondragón induce a su temerosa grey a la oración. Por fin se retiran los atacantes.

ESTE INCIDENTE ocurrió en mayo de 1985. Era la sexta vez, des­de 1982, que las "turbas divinas" de los sandinistas iban por Mondragón, robusto sacerdote de 49 años que usa anteojos. Los líderes marxistas de Nicaragua lo acusan a él y a casi 330 sacerdotes más que son leales al papa Juan Pablo II de ocuparse sólo de los ricos, de ser "contras" (contrarrevolucionarios) . Unos co­mités de barrio al estilo cubano in forman de todos los movimientos del sacerdote. Los agentes de la Se­guridad del Estado graban sus servi­cios religiosos y amenazan a los feligreses con hacerles perder sus empleos o cupones de racionamien­to de comestibles, si asisten a misa.

Casi siete años después de la re­volución que derrocó al dictador Anastasio Somoza, los sandinistas siguen haciendo la guerra a la reli­gión. Han cerrado iglesias protestantes y expulsado a los pastores bajo la acusación de ser espías de la CIA. Han deportado a misioneros y decomisado la sinagoga de Mana­gua; casi todos los judíos que había en la ciudad han escapado.

"Por accidente". Ahora los co­mandantes la han emprendido con­tra la Iglesia Católica, a la que pertenecen la mayoría de los nica­ragüenses. El gobierno sandinista deporta sacerdotes bajo acusaciones sin fundamento. Promueve el ateís­mo en las escuelas, trata (le impedir la celebración de festividades como la Navidad y la Pascua y da impul­so al desarrollo de la llamada Iglesia Popular, cuyos sacerdotes abogan por la violencia armada y opinan que "no hay contradicciones" entre el marxismo y el cristianismo.

El padre Bismarck Carballo, vo­cero de la arquidiócesis, explica: "Los sandinistas quieren acabar con la Iglesia; piensan que es un muro que detiene su avance. Todos los sacerdotes han estado sufriendo".

Pocos han sufrido más que Mon­dragón, porque pocos han corrido más riesgos. Como miembro de la Comisión Permanente de Derechos Humanos de Nicaragua, envía infor­mes detallados al presidente Daniel Ortega sobre los abusos del Gobier­no. En su calidad de "cura de ven­dedoras", defiende a las mujeres co­merciantes del Mercado del Este contra los esfuerzos gubernamenta­les por eliminar uno de los pocos grupos de empresa privada que que­dan. Y como clérigo que odia la guerra, desafía los decretos del Go­bierno predicando en contra de la ley del servicio militar, que manda a jóvenes sin adiestramiento a com­batir y morir en la frontera norte.

El resultado es que la vida de Mondragón está amenazada. Decla­ra: "Sé que en cualquier momento puedo aparecer muerto en algún lu­gar, por accidente".

¿Consideraría la posibilidad de irse del país? "Jamás", responde al tiempo que sacude la cabeza para enfatizar. "Estoy donde debo estar".

Al fin libre. Mondragón se pasa las mañanas supervisando las cla­ses en el Seminario de la Inmacu­lada Concepción, ocho kilómetros al sur de Managua. Después de la comida, conforta a los feligreses en­fermos y necesitados en El Calvario, y con frecuencia echa mano a su bol­sillo y les "presta" dinero para que satisfagan sus necesidades urgentes. Trata de calmar los temores de las vendedoras callejeras, que se pre­guntan de qué van a vivir cuando los sandinistas cierren el Mercado del Este.

Después, por la tarde, si no tiene matrimonios, ni funerales, ni feli­greses que visitar en el hospital, re­corre los barrios. Los niños andan descalzos y tienen inflamado el estó­mago, la mirada indiferente, inani­mada... hasta que ven a Mondra­gón; entonces sus ojos se llenan de esperanza, y corren hacia él.

Mondragón se crió en la ciudad de Granada, en el sur de Nicara­gua, en una casa llena de libros. Su padre, ranchero, aparentemente los había leído todos y la ambición de Oswaldo era llegar a ser tan erudito como él.

Primero fue maestro de filosofía en una escuela secundaria y, des­pués, en la Universidad Centroame­ricana, en Managua. En 1975, lo or­denó sacerdote el arzobispo Miguel Obando y Bravo (a quien el papa Juan Pablo 11 ordenó cardenal en la primavera de 1985) y lo asignó a El Calvario, parroquia que abarca unas 50 manzanas que colindan con el centro de Managua al oriente.

El Calvario estaba aún en recons­trucción tras el devastador terremo­to de 1972. Los 40,000 habitantes del lugar se encontraban en la más desesperante pobreza; algunos vivían en chozas de una sola habita­ción, sin agua ni electricidad. El hambre y las enfermedades se aba­tían sobre la gente, y Mondragón hacía todo cuanto podía para ayu­darla a obtener atención médica y escuelas, y para dar capacitación a las viudas a fin de que consiguieran trabajo. Como no había dinero para comprar materiales y construir una iglesia nueva, los feligreses tardaron cinco años en construirla con sus propias manos.

Para el invierno de 1978 a 1979, los sentimientos antisomocistas ha­bían estallado en guerra civil. Por lo menos una vez cada semana, Mondragón presidía los funerales de algún joven feligrés muerto en la lucha. Poco después empezó a ce­lebrar misas por los muchachos del FSLN (Frente Sandinista de Libera­ción Nacional) y a asistir a manifes­taciones políticas. Los agentes de seguridad estatal de Somoza lo en­carcelaron tres veces.

La gente le preguntaba: "¿No le preocupa que los sandinistas sean comunistas?", y contestaba que no. Los marxistas eran una insignifi­cante minoría, y en una democracia debería oírse su voz. Lo importante era detener la matanza.

Finalmente, el 17 de julio de 1979 huyó el dictador. Los nicara­güences se abrazaron y bailaron en las calles hasta el amanecer. La gen­te creía que al fin era libre.

Conversos por caramelos. Los dos años siguientes trajeron amargas de­silusiones a Mondragón. Un sacer­dote franciscano abrió un "Centro Ecuménico", que canalizaría hacia el nuevo Gobierno las preocupacio­nes de la Iglesia; pero Mondragón descubrió que el Centro era poco más que una máquina de imprimir propaganda marxista. Un día oyó decir que los sandinistas torturaban prisioneros, y pidió al Centro que investigara. "No se permite criticar al Gobierno", le respondieron. Dis­gustado, abandonó el Centro.

En 1980, los sandinistas trajeron miles de maestros cubanos, supues­tamente para erradicar el analfabe­tismo; pero, en vez de eso, promo­vían el ateísmo. Entraban en las aulas y gritaban: "Niños, cierren los ojos y pídanle a Dios que les mande caramelos". Entonces remachaban: "Ya lo ven, niños: Dios no les da caramelos. Griten ahora: FSLN, que­remos caramelos". Y los cubanos se los daban.

Los sandinistas prescindieron de los viejos libros de texto y los sus­tituyeron por otros, hechos a seme­janza de los de Cuba y Alemania Oriental. En un libro de texto de matemáticas para primaria el padre Mondragón encontró una ilustración que le pareció que representaba pi­ñas, pero al mirarla con detenimien­to descubrió que eran granadas de mano.

Entonces empezaron los ataques contra los protestantes. Mondragón se indignó y protestó en su carácter de presidente del Consejo de Sacer­dotes. La respuesta sandinista: "Los cristianos pueden vivir siembre en este país, a condición de que sean revolucionarios".

"Dios está con nosotros". En 1982 se intensificó la lucha contra el clero. Luego vinieron los ataques de la turba. Una noche de agosto de 1982, Mondragón asistió a una jun­ta escolar, no lejos de El Calvario. Al terminar la reunión, los sandi­nistas empezaron a arrojar piedras. Golpeado y sangrante, se arrojó den­tro de un minibús; los jóvenes que estaban dentro lo cubrieron con sus cuerpos, y el chofer aceleró para alejarse.

Una tarde, semanas después, las mujeres del mercado corrieron a de­cirle que venían los sandinistas. "¡Al paredón!", oyó que gritaba el líder, y comprendió que iban por él. Una mujer tocó las campanas mientras las otras, cuchillo en mano, se plantaron en la puerta de la igle­sia. Los dos grupos se enfrentaron a pedradas, hasta que las turbas retro­cedieron. Las mujeres del mercado hicieron guardia durante los 15 días siguientes.

En el otoño de 1983, Mondragón se estremeció al saber que la Segu­ridad del Estado había formado un expediente que contenía la lista de sus intereses, amigos, visitantes y "debilidades". La misma sensación tuvo en junio de 1984, cuando el Gobierno encarceló al padre Luis Amado Peña y, luego, expulsó a otros diez sacerdotes que acudieron en defensa de este.

En mayo de 1985, otro amigo de Mondragón —Sofonías Cisneros Leiva, presidente de la Asociación de Padres de Familia de Escuelas Cristianas— denunció las políticas educativas de los sandinistas. Cinco noches después, los soldados irrum­pieron en el dormitorio de Cisneros y lo llevaron a rastras a la peniten­ciaría de El Chipote, donde lo des­nudaron, lo golpearon y lo amenaza­ron de muerte "si vuelve a hablar".

Cisneros, hombre valeroso, infor­mó de lo ocurrido a la Comisión de Derechos Humanos de Nicaragua, y Mondragón presentó una enérgica protesta ante Ortega y los ocho co­mandantes sandinistas del Directo­rio Nacional.

En octubre de 1985, el presiden­te Ortega anunció la aplicación de nuevas y generales medidas restric­tivas de las libertades ciudadanas. La policía secreta sandinista tomó por asalto seminarios religiosos del país y reclutaron por la fuerza a los estudiantes para que prestaran servicio militar. En noviembre, se citó a Mondragón en la estación de policía de Palo Alto, donde lo foto­grafiaron, le tomaron las huellas di­gitales y le advirtieron que lo encar­celarían durante 30 años si tomaba parte en alguna protesta pública o hablaba con periodistas extranjeros.

Un domingo, no mucho antes de ese incidente, asistí a una misa ma­tutina en El Calvario. La iglesia, de gran tamaño, estaba llena. Había agentes de la Seguridad del Estado mezclados entre los fieles, y se pal­paba la tensión.

Había serenidad y determinación en el rostro de Mondragón mientras hablaba. Dijo: "Dios está siem­pre con nosotros, cuando sufrimos y cuando triunfamos. Aun en las oca­siones en que creemos no estar cer­ca de Él, Él está cerca de nosotros".

¿Cuánto tiempo más, pensé, le permitirán hablar los sandinistas?

A fines de enero de 1986 regresé a El Calvario. En los meses en que estuve ausente, las motoconforma­doras sandinistas habían arrasado el Mercado del Este y destruido las carreteras y los puestos de la mayo­ría de las vendedoras callejeras, que así quedaron privadas de su medio de subsistencia. Ya no se permitía a la Comisión de Derechos Humanos publicar sus informes en el país. La policía había metido en la cárcel de El Chipote a Francisco Quiroz, el joven ayudante de Mondragón en la iglesia, y lo tuvo allí 18 días sin que mediara ninguna acusación. Y los funcionarios de la Seguridad del Estado anunciaron que acababan de aplastar un complot contra el Go­bierno, y que uno de los conspirado­res era Mondragón, a quien buscaba la policía.

La acusación era ridícula, y cuan­do la oímos, Mondragón frunció el entrecejo. Desde luego, se presenta­ría a las autoridades, pues no tenía nada que ocultar. Pronto volvió a su rostro la sonrisa contagiosa, y cuando iba él saliendo, recordé lo que me había dicho: "Aquí hay que pagar un precio por creer en Cristo. Se deben correr muchos riesgos".

 

Una  Revelacion  Divina
del Infierno

Queda Muy Poco Tiempo!
por
Mary Katherine Baxter

Capítulo 9: Los horrores del infierno

Yo entiendo porque la gente en estas celdas del vientre del infierno eran diferentes a otras en otros lugares de tormento. Había muchas cosas que yo no entendía. Yo simplemente escuché a Jesús e hice un registro de todo ho que escuché y oí para la gloria de Dios.

Hasta donde podía ver, las celdas parecían estar en un círculo sin fin. En cada celda había un alma. Mientras pasabamos por las celdas salían gemidos, llantos, ayes y quejas.No habíamos caminado mucho cuando Jesús se detuvo al frente de otra celda. Cuando miramos adentro, se encendió una luz (Jesús creó la luz). Me pare y miré a un alma que yo sabía que estaba en gran tormento. Era otra mujer de un color azul-gris. Su carne estaba muerta y las partes que se habían podrido se caían de sus huesos. Sus huesos habían sido quemados en un color negro oscuro y tenía pedazos de ropas harapientas. De su carne y huesos salían gusanos y un olor sucio llenaba la celda. 
Como la mujer anterior, ella también estaba sentada en una mecedora. Estaba aguantando una muñeca de tela. Y mientras se mecia, lloraba y apretaba ha muñeca de tela sobre su pecho. Su cuerpo se estremecía por los grandes llantos y de su celda salían lamentos.
Jesús me dijo, “Ella también fue sierva de satanás. Ella le vendió su alma y mientras estuvo viva practicó todo tipo de mal. Jesús dijo , “la brujería es real. Está mujer enseñó y practicó la brujería y llevo a muchos a caminos de pecado. Los que eran maestros de la brujería recibían atención especial y satanas les otorgaba un poder mayor que aquellos que solo la practicaban. Ella fue una adivina y una espiritista para su señor
Ella, debido a la mucha maldad que cometió, ganó mucho favor con satanás. Ella sabía como usar los poderes de las tinieblas para sí misma y para satanás. Ella fue a servicios de adoración al diablo y alabó a satanás. Ella fue una mujer poderosa de satanás.”
Pensé en La cantidad de almas que ella había engañado para satanás. Yo vi a ese huesito de cascarón del alma, llorando por una muñeca de trapo , un simple pedazo de tela sucia. El dolor llenó mi corazón, y lágrimas inundaron mis ojos. Se agarraba fuerte de la muñeca de trapo como si ésta pudiera ayudarla, el olor a muerte llenaba el lugar.
Entonces la comencé a ver como se transformaba como a la otra mujer. Primero se volvió como una mujer anciana de la década de los treinta y después en una joven de hoy. En todo momento ella hacia esa transformación fantástica delante de nuestros ojos.

Esta mujer,” dijo Jesús, “fue el equivalente de un predocador para satanás. De la misma forma que el verdadero evangelio se nos es predicado por un verdadero ministro, así también, satanás tiene sus ministros falsificados. Ella tenía un tipo de poder satánico muy poderoso, que para recibirlo fue necesario que ella vendiese su alma. Los dones malignos de satanás son como el otro lado de la moneda de los dones Espírituales que Jesús otorga a los creyentes. Este es el poder de las tinieblas.

Estos trabajadores de satanás trabajan en lo oculto, las tiendas de brujería, leyendo las palmas de las manos y en muchas otras maneras. Un espiritista de satanás es un poderoso obrero satánico. Estos indivíduos son completamente engañados y se venden totalmente a satanás. Algunos obreros de las tinieblas no le pueden hablar a satanás a menos que no sea por medio del espiritista. Ellos ofrecen al diablo sacrificios humanos y de animales.

Muchas personas entregan sus almas a satanás. Ellos escogen servirle a él y no a mi. Su decisión significa la muerte, a menos de que se arrepientan de sus pecados y clamen a mi. Yo soy fiel y los salvaré de sus pecados. Muchos le venden sus almas a satanás creyendo que van a vivir para siempre. Pero sufrirán una muerte horrible.

Satanás todavía cree que él puede derrocar a Dios e interrumpir sus planes, pero él ya fue derrotado en la cruz. Yo le quite las llaves a satanás y tengo todo el poder en el cielo y en la tierra.

Después que esta mujer murió, se fue derecho al infierno. Los demonios la trajeron delante de satanás, donde muy airada preguntó el porque los demonios tenían poder sobre ella, pues en la tierra ella pensó que era ella quien los controlaba a ellos. Allí ellos hicieron lo que ella les pidió. Ella también le pidió a satanás el reino que él le había prometido.

Satanás le siguió mintiendo, aún después de su muerte en la tierra. El le dijo que la resucitaría y la usaría para sus propósitos otra vez. Con engaño, ella le había conseguido muchas almas, por lo tanto, sus mentiras le parecían razonables a ella.

Pero al final, satanás se burló y la despreció. El le dijo, ‘Yo te engañe y te usé durante esos años. Yo jamás te dare mi reino.’ El diablo batió sus manos delante de la mujer, y tal parecía que toda su carne estaba siendo arrancada de sus huesos. Ella grito de dolor cuando un libro negro y grande fue traído para satanás. El lo abrió y corrió sus dedos por las páginas hasta que encontró su nombre.

“‘Oh si,’ dijo satanás, ‘tu me serviste bien en la tierra. Tu me trajiste más de 500 almas.’ El le mintió y le dijo, ‘Tu castigo no será tan malo corno el de los demás.’
Se escucharon muchas carcajadas. Satanás se puso de pies y señaló con el dedo hacia la mujer y un viento fuerte se levantó y llenó el lugar. Un sonido como de un relámpago alborotado salió de él. ‘Ja, Ja,’ dijo: ‘toma tu reino si puedes.’ Entonces una fuerza invisible la aventó contra el suelo. ‘Me vas a servir aqui también’ Satanás se reía cuando ella trataba de levantarse. La mujer gritaba de dolor porque los demonios continuaban arrancando la carne de sus huesos.

Cuando se muere en la tierra, si usted ha nacido de nuevo por el Espíritu de Dios, su alma va al cielo. Si usted es un pecador cuando muere, va inmediatamente a un fuego ardiente. Su alma será arrastrada por demonios con cadenas inmensas por las puertas del infierno y donde será lanzado en las fosas y atormentado. Más tarde, serás tirado delante de satanás. Ud. conoce y siente todo lo que le pasa en el infierno.

Jesús me dijo que hay un lugar en el infierno llamado el “centro de placer.” Las almas asignadas a las fosas no pueden ser llevadas a ese lugar. El también me dijo que aunque los tormentos son diferentes para cada persona, todos son quemados con fuego.

El centro de placer tiene la forma del centro de un circo. Varias personas que van a servir como entretenimiento son traídas al medio del centro de placer. Estas son personas que concientemente sirvieron a satanás en la tierra. Esos son aquellos que por propia voluntad, escogieron seguir a satanás en vez de Dios. Alrededor del centro del circo están las otras almas, con excepciónn de las que están en las fosas.
Los que están en el centro del circo fueron líderes en el ocultismo antes de su muerte. Ellos fueron espiritistas, adivinadores, hechiceros, lectores de la mente, brujas y magos —todas las personas que concientemente escogieron servir a satanás.
Cuando vivían en la tierra engañaron a muchos y lograron que siguieran a satanás y pecaran. Los que fueron engañados y fueron causados a caer en pecado, vinieron y atormentaron a sus engañadores. Se le permitió torturarlos uno a uno.

En ese tipo de tormentos escondían huesos espírituales que habían sido cortados y enterrados en diferentes partes del infierno. El alma fué literalmente rasgada en pedazos y las partes esparcidas por todo el infierno era como un tipo de juego a las escondidas demoníaco. Las almas mutiladas sintieron dolores tremendos. Los espectadores les tiraban piedras a los que se encontraban en el centro.

Todo método de tortura imaginable era permitido. Las almas al ser atormentadas pedían la muerte pero ya estaban en muerte eterna. Satanás dió la orden para que todo esto se hiciera. Este es su centro de placer.

Jesús dijo, “Yo le quite la llave del infierno a satanás hace muchos años. Yo vine y abrí estas celdas y dejé salir a mi gente, pues en el tiempo del Antiguo Testamento, antes de haber dado mi vida en la cruz, el Paraíso estaba situado cerca del infierno. Estas celdas estaban en el Paraíso; pero ahora satanás las usa para sus malos propósitos y ha hecho más.

Oh lector, te arrepentirás de tu pecado antes que sea demasiado tarde? Pues todos vendrán delante de mí en el juicio. El Paraíso fue movido de su proximidad al infierno cuando yo morí y resucité otra vez por el poder de Dios, mi Padre.

Otra vez te dire, que estas celdas que son de 17 millas de alto, sirven como una prisión para aquellos que fueron obreros de satanás, aquellos envueltos con cualquier tipo de pecado que tiene que ver con los poderes de demonios, el ocultismo y La adoración a satanás.”
Jesús dijo, “Ven, te quiero enseñar algo.”
De momento estábamos cerca de media milla de alto en el aire, en el centro del vientre del infierno y en el centro del bloque de celdas de 17 millas de alto. Era semejante a estar en un pozo de agua donde ni la tapa o el fondo se veía debido a la oscuridad. Una luz amarilla comenzó a Llenar el lugar y yo me agarré de Jesús apretando su mano.
Amado Señor,” pregunté, “ Porqué estamos aqui?”
De momento vino un viento con la fuerza de un huracán y un sonido fuerte y unas olas de fuego grandes comenzaron a subir por los lados de las paredes, de las celdas, quemando todo lo que había en su camino. Las llamas entraron en cada celda y ocasionaron gritos penosos de dolor y ansiedad. Aunque Jesús y yo no fuimos tocados por las llamas, me llené de temor por dentro, cuando vi las almas de los perdidos corriendo hacia la parte de atrás de las celdas pequeñas, tratando de encontrar un lugar para esconderse.
Por nuestro lado izquierdo salió un sonido maligno. Yo miré, y era satanás parado de espaldas hacia nosotros y encendido en fuego. Pero no se quemaba sino, él fue el que causó el fuego. El se paraba envuelto en llamas, gozándose de los gritos de estas pobres almas perdidas. Cuando satanás movía sus brazos, salían de él inmensas bolas de fuego.

De las celdas salían gritos que quebrantaban el corazón, así como grandes gritos de dolor. Las almas encarceladas estaban siendo quemadas vivas por este lago de fuego más caliente, sin embargo no podían morir. Los demonios, también se unieron a las carcajadas cuando satanás iba de celda en celda torturando a los perdidos.

Jesús dijo, “Satanás se alimenta con la maldad. El se gloría en el dolor y el sufrimiento y gana poder con eso.

Yo observaba a satanás cuando una llama roja con borde color marrón creció a su alrededor y vino un viento silvestre fuerte que sopló sobre sus ropas, las que no se quemaron. Un olor a carne quemada llenaba la atmósfera y nuevamente me di cuenta que los horrores del infierno son reales. Satanás caminó entre las llamas y éstas no lo podían quemar. Aunque solamente le ví de espaldas, podía escuchar sus carcajadas malignas por todos los partes.

Yo ví cuando satanás ascendió en una nube de humo, llevando la corriente de fuego hacia la parte alta del vientre del infierno. Lo escuché cuando dió la vuelta y con una voz fuerte anunció que si todas las almas no lo adoraban, él les daría un turno en el centro de placer.

No, por favor, satanás, nosotros te adoraremos,” gritaron todos al unísono mientras se inclinaban en gesto de adoración al diablo, y mientras más le adoraban, mayor era su hambre para que lo adoraran. Los sonidos de adoración eran tan fuertes que hasta las vigas del infierno sonaban con dicho clamor.

Jesús dijo, “todos los que ocupan las celdas del infierno escucharon el verdadero evangelio cuando vivían en la tierra. Muchas veces les ofrecí mi salvación. Muchas veces mi Espíritu los atrajo, pero no me escucharon o vinieron a mi para ser salvos.”

Mientras Jesús hablaba, satanás le decia a sus súbditos, “Ja, ja, este es su reino, todo el reino que jamás podrán tener. Mi reino cubre toda la tierra y el mundo de abajo.” lo escuché gritar, “Esta es su vida por toda la eternidad.” Mientras gritos de arrepentimiento salían de las celdas ardientes.

Jesús dijo, “Mi salvación es gratis. El que quiera, que venga y será salvo de este lugar de castigo eterno. Yo no lo echaré fuera. Si has sido una bruja o un mago, aún si tienes un acuerdo escrito con el diablo, mi poder lo romperá y mi sangre derramada te salvará. Yo quitare la maldición maligna de tu vida y te salvaré del infierno. Dame tu corazón para poder quitarte las cadenas y ponerte en libertad.


Capítulo 10: El corazón del infierno

En las noches iba con Jesús al infierno. Durante el día, el infierno siempre estaba delante mio. Yo traté de contarle a otros lo que estaba viendo, pero no me creían. Me sentí muy sola y fue solamente por la gracia de Dios que pude continuar. Toda la gloria pertenece al Señor Jesucristo.

La siguiente noche Jesús y yo regresamos al infierno. Caminamos por el borde del vientre del infierno. Reconocia partes del infierno que había visto antes. La misma carne podrida, el mismo olor de maldad, el mismo aire caliente estaba por doquier. Ya estaba cansada.
Jesús conocía, mis pensamientos y dijo, “No te dejaré jamás, ni te desampararé. Yo sé que estás cansada, pero yo te fortaleceré.”
El toque de Jesús me fortaleció y seguimos adelante de pronto ví un objeto negro grande, casi del tamaño de un terreno de una cancha de baseball que parecía moverse de arriba hacia abajo. Me acordé que ya me habían dicho antes que este era el “corazón del infierno.”
De este corazón negro salía algo parecido a unos brazos largos o cuernos que salían de él y subian hacia la tierra y sobre la tierra. Yo pensé si estos eran los cuernos de los que hablaba la Biblia.
Alrededor del corazón la tierra estaba seca y de color marrón. En un radio de mas o menos 30 pies, de todas las direcciones la tierra se había quemado y secado y tenía un color marrón mohoso. El corazón era de un color negro intenso mezclado con otro color parecido al de la piel de las culebras. Cada vez que este corazón latía emanaba un olor terrible y se movía como un corazón verdadero latiendo de arriba hacia abajo y había un campo de fuerza maligna que lo rodeaba.

En forma atónita yo me preguntaba cual era el objetivo de este corazón maligno. Jesús dijo, “Estas ramas, que se parecen a las arterias de un corazón, son como carreteras que suben hasta la tierra para hechar la maldad sobre ésta. Estos son los cuernos que vio Daniel, y estos representan reinos de maldad en la tierra. Algunos ya han pasado, algunos vendrán y otros están ahora mismo. Se levantarán reinos malignos y el anticristo reinará sobre mucha gente, pueblos y cosas. Si es posible, hasta los escogidos erán engañados por él. Muchos se apartarán y adorarán la bestia y su imágen.

De estas ramas o cuernos principales crecerán otras ramas más pequeñas. De las ramas pequenas saldrán demonios, espíritus malos y todo tipo de fuerzas malignas. Estos serán soltados sobre la tierra y satanás los instruirá para hacer mucha maldad. Estos reinos y fuerzas malignas obedecerán a la Bestia y muchos lo seguirán hacia la destrucción. Es aqui, en el corazón del infierno, donde estas cosas comenzarán.”

Estas son las palabras que me habló Jesús. El me ordenó escribirlas y a ponerlas en un libro para contárselas al mundo. Estas palabras son verdaderas. Estas revelaciones me fueron dadas por el Señor Jesucristo para que todos sepan y entiendan las obras de satanás y las cosas malignas que él está preparando para el futuro. Jesús dijo, “sigueme.”

Subimos por una escalera dentro del corazón donde una puerta se abrió para nosotros. En el corazón había completa oscuridad. Escuché el sonido de llantos, y había un olor tan terrible que casi no podía respirar. Todo lo que podía ver en la oscuridad era a Jesús, y caminaba muy cerca de El.
Y entonces, de momento, Jesús desapareció! Lo increíble había sucedido. Yo estaba sola en el corazón del infierno y un horror se apoderó de mi apretando mi alma y sentí que la muerte me agobiaba.

Yo grité “Jesús dónde estás? Por favor, regresa Señor.” Clamé y llamé, pero nadie me respondió.

Oh mi Dios,” me lamenté, “Yo tengo que salir de aqui.” y comencé a correr en la oscuridad. Mientras tocaba las paredes, éstas parecían respirar, moviéndose contra mis manos. Y entonces ya no estaba sola. Escuché el sonido de carcajadas, mientras dos demonios rodeados por una luz amarilla y opaca, vinieron y agarraron mis dos manos poniendome cadenas en los brazos arrastrarme al fondo del corazón.
Yo grité llamando a Jesús pero no había respuesta. Grité y pelée con todas mis fuerzas, pero ellos me seguían arrastrando como si yo no ofreciera resistencia alguna. Mientras ingresábamos en lo profundo del corazón, yo sentí un dolor terrible cuando una fuerza rozó con mi cuerpo. Parecía como que me arrancaban la carne.
Grité de terror. Mis captores me arrastraron hasta una celda y me lanzaron hacia adentro. Cuando cerraron la puerta, grite aún más alto. Ellos se rieron sarcásticamente y dijeron, “No te ayudará el que llores. Cuando llegue tu momento, serás llevada delante de nuestro señor. El te atormentará para su placer.” 
El terrible mal olor del corazón había saturado mi cuerpo.
Porqué estoy aqui? Que está mal? Me estoy volviendo ‘loca? Déjenme salir. Déjenme salir. Les grite, pero fue como si nada.
Después de un tiempo, comencé a sentir el lado de la celda en que estaba. Era redondo y suave como algo que estaba vivo. Estaba vivo y comenzó a moverse. “Señor,” grite. “ qué está pasando? Jesús, dónde estás? Pero solamente recibí la respuesta del eco de mi voz cque regresaba.

Un gran temor —el más grande temor— se apoderó de mi alma. Por primera vez desde que Jesús me dejó, comencé a darme cuenta que estaba perdida sin ninguna esperanza. Comence a sollozar llamando a Jesús una y otra vez.

Y entonces escuché una voz en la oscuridad que decia, “No te va a hacer ningún bien clamar a Jesús. El no está aqui.”
Una luz opaca comenzó a llenar el lugar. Por primera vez, podía ver otras celdas parecidas a la mía, metida en la pared del corazón. Había una tela de araña delante de nosotros, y por dentro de cada celda fluía una sustancia pegajosa como de lodo.

En la celda siguiente la voz de una mujer me dijo, “Estás perdida en este lugar de tormento no hay salida.”

La podía ver escasamente por medio de la luz opaca. Ella estaba despierta, como lo estaba yo, pero los ocupantes de las otras celdas parecían estar dormidos o en un éxtasis.
Ella decia “No hay esperanza, no hay esperanza.” y me sobrevino una soledad intensa así como una gran desesperación. Lo que ella dijo no me ayudó y continuó diciendo “Este es el corazón del infierno, aquí somos atormentados, pero nuestro tormento no es tan terrible como el de aquellos en otras partes del infierno.”
Algunas veces,” continuó diciendo, “nos llevan delante de satanás y él nos tortura para su placer. Satanás se alimenta con nuestro dolor y se fortalece con nuestros gritos de desesperación y dolor. Nuestros pecados están siempre delante de nosotros y sabemos que somos inmundos. También sabemos que en un tiempo conocimos al Señor Jesús, pero lo rechazamos y nos apartamos de Dios. Hicimos lo que nos complacía. Antes de llegar aqui era una ramera. Robaba el dinero a los hombres y a las mujeres, y le llamaba amor a lo que hacia. Yo destruí muchos hogares. En estas celdas hay muchas lesbianas, homosexuales y adúlteros.

Yo le grite a las tinieblas, “Yo no pertenezco aqui, yo soy salva y le pertenezco a Dios. Por qué estoy aqui?Pero no había respuesta.

Entonces los demonios regresaron y abrieron las puertas de mi celda. Uno me jalaba, mientras que el otro me empujaba por un camino rústico. El toque de los demonios se sentía como una llama ardiente sobre mi carne. Me estaban hiriendo. “Oh Jesús, dónde estas tu? Por favor, Jesús, ayúdame!” grite.

Un fuego ardiente apareció delante mio, pero se paró antes de tocarme. Ahora yo sentía como que mi carne estuviera siendo arrancada de mi cuerpo. El dolor mas cruel que me pudiera imaginarme corrió sobre mi. Algo invisible rasgaba mi cuerpo, mientras que espíritus malos en formas de murciélagos me mordían por todo el cuerpo.

Querido Señor Jesús,” exclamé, “Dónde estás? Oh, por favor, déjame salir!”
Fui empujada y jalada hasta que llegue a un lugar ancho y abierto en el corazón del infierno, y fui lanzada sobre un tipo de altar sobre el suelo. Sobre dicho altar había un libro grande abierto. Escuché carcajadas malignas y me di cuenta que estaba tirada en la tierra delante de satanás.
Satanás dijo, “Al fin te tengo.” Me encorvé de horror, pero pronto me di cuenta que él no me estaba mirando a mi, sino a alguien delante mio.
Satanás dijo, “Ja, ja, al fin te pude destruir de la tierra. Déjame ver cual será tu castigo.” El abrió el libro y corrió sus dedos por las páginas. El nombre del alma fue iluminado y el castigo detallado.
Querido Señor,” yo grité, “es todo esto real?”
Yo era la próxima, y los demonios me empujaron sobre una plataforma y me obligaron a inclinarme delante de satanás.

Otra vez las mismas carcajadas malignas salían de él. “He esperado por ti mucho tiempo, y al fin te tengo,” me dijo con un placer malicioso. “Tú trataste de escapar de mi, pero al fin te tengo.”

Un temor que yo jamás había experimentado antes se apoderó sobre mi. Otra vez desgarraban mi carne y mi cuerpo fue envuelto por una cadena grande. Yo me miraba mientras me la ponían.
Me parecía a los demás y me veía como un esqueleto lleno de huesos muertos. y gusanos se arrastraban dentro de mi, al mismo tiempo un fuego que salió desde mis pies me cubría de llamas.

Yo grité otra vez, “Oh Señor Jesús, qué ha sucedido? Jesús, dónde estás?”

Satanás se rió y rió. El dijo, “Aquí no está Jesús, yo soy tu rey ahora. Vas a estar conmigo para siempre, tu eres mía ahora.”
Me sentí desgarrada con las emociones mas terribles que había sentido hasta ahora. No podía sentir a Dios ni amor amor, paz, o afecto. Pero podía sentir lo peor de los sentidos: temor, odio, dolores agudos y aún peor, la tristeza.
Clamé al Señor Jesús para que me salvara , pero no había respuesta.

Satanás dijo, “Yo soy tu señor ahora,” y levantó sus brazos para llamar a un demonio a su lado. Enseguida, un espíritu feo y malo vino a la plataforma donde estaba parada y me agarró. El tenía un cuerpo grande con una cara como de un murciélago, en vez de manos tenía garras y un olor maligno salía de él.

Señor satanás, que hago con ella?” pregunto el espíritu malo, cuando otro demonio que tenía cabellos sobre todo su cuerpo y una cara como un jabalí salvaje, también me agarro. “Llévenla a la parte más profunda del corazón, —Un lugar donde los horrores estarán siempre delante de ella. Allí ella aprenderá a llamarme señor.”
Me arrastraron a un lugar muy, muy oscuro y me lanzaron sobre algo frio y mojado. Oh, como puede uno sentir frio y caliente al mismo tiempo? Yo no sabía, pero el fuego quemaba mi cuerpo y los gusanos se arrastraban sobre y por dentro de mi, los ayes de los muertos llenaban el espacio.
Oh Señor Jesús,” grité con desesperación, “ qué estoy haciendo aquí?” Amado Dios, déjame morir.
De pronto una luz alumbró el lugar donde yo estaba sentada. Jesús apareció y me tomó en sus brazos e instantáneamente estuve de regreso en mi hogar.
Querido Señor Jesús, dónde estabas?” Yo exclamé, mientras las lágrimas corrían por mis mejillas. Jesús me habló con ternura y me dijo: “Mi hija, el infierno es real. Pero tu no lo ibas a saber con seguridad hasta que lo experimentaras por ti misma. Ahora sabes la verdad y como se siente estar perdido en el infierno. Ahora tu le puedes hablar a otros del infierno. Yo tenía que dejarte pasar por el infierno para que supieras de él sin duda ninguna.”

Yo estaba muy triste y cansada. Me desmayé en las manos de Jesús. Y aunque El me restauró por completo —yo me quería ir lejos, muy lejos— de Jesús de mi familia y de todo el mundo.

Durante los días siguientes en mi hogar estuve muy enferma. Mi alma estaba muy triste y los horrores del infierno estaban siempre delante mio y pasaron muchos días antes de recuperarme por completo.

  Capítulo 11: Las tinieblas de afuera

Noche tras noche Jesús y yo regresamos al infierno para que yo pudiera testificar de estas verdades tan terribles. Cada vez que pasábamos por el corazón del infierno yo caminaba muy cerca de Jesús. Un enorme temor se apoderaba de mi corazón cada vez que me acordaba de lo que me había sucedido allí. Yo sabía que tenía que salir hacia adelante para salvar almas. Pero fue solamente por la misericordia de Dios que pude regresar.

Nos paramos delante de un grupo de demonios que estaban cantando, rezando y alabando al diablo. Parecía que se estaban gozando inmensamente. Jesús dijo, “Yo te dejaré escuchar lo que están diciendo.” “Iremos a esta casa hoy y atormentaremos a los que están en ella. Recibiremos más poder del señor satanás si lo hacemos bien,” dijeron ellos. “Oh si, causaremos mucho dolor, enfermedades y muchas pruebas a todos.”

Comenzaron a bailar y a cantar canciones malignas de adoración a satanás, gloriandose en la maldad.

Un demonio dijo, “tenemos que velar cuidadosamente a aquellos que creen en Jesús, pues nos pueden hechar afuera.” “Si,” dijo otro, “al oir el nombre de Jesús tenemos que huir “, entonces el último espíritu malo dijo:” nosotros no vamos donde los que conocen a Jesús y el poder de su nombre.”

Jesús dijo, “Mis angeles protegen a mi pueblo de estos malos espíritus y su trabajo no prospera. Yo también protejo a muchos que no son salvos, aunque ellos no lo saben. Yo tengo muchos angeles empleados para impedir los planes malvados de satanás.”

Jesús dijo, “Hay muchos demonios en los aires y en la tierra. Yo te he permitido ver algunos de esos demonios pero a otros no. Por eso es que la verdad del evangelio tiene que ser predicada a todos. la verdad hará a los hombres libres y los protegera de la maldad. En mi nombre hay liberación y libertad. Yo tengo todo poder en el cielo y en la tierra. No le temas a satanas; teme a Dios.

Según caminábamos en el infierno, Jesús y yo encontramos a un hombre grande y que estaba envuelto en oscuridad y tenía la apariencia de un ángel y sostenía algo en su mano izquierda.

Jesús dijo, “Este lugar se llama las tinieblas de afuera.”
Escuché llanto y crujir de dientes. En ningún otro lugar había visto tanta desesperación como la que sentí en ese lugar. El angel parado delante de nosotros no tenía alas, era como de 30 pies de alto y sabía exactamente lo que estaba haciendo. En su mano izquierda tenía un disco grande con el cual se estaba volteando lentamente, levantándolo como que se estaba preparando para lanzarlo.
En el centro del disco había fuego y los bordes eran negros. El angel tenía su mano debajo del disco y retrocedió para conseguir mas impulso. Yo me preguntaba quién sería ese angel gigante y que es lo que estaba por hacer.
Jesús me leyó el pensamiento y dijo otra vez, “Esto es las tinieblas de afuera.” Acuérdate que mi Palabra dice: “Mas los hijos del reino serán echados a las tinieblas de afuera; alli será el lloro y el crujir de dientes.”
Señor,” yo dije, quieres decir que tus hijos estan aqui?Si,” dijo Jesús, “sirvientes que se apartaron después que los llamé. Siervos que amaron mas al mundo que a mí y se apartaron para resbalarse en el lodo del pecado. Sirvientes que no soportaban la verdad y la santidad. Es mejor no haber comenzado, que apartarse despues de haber comenzado a servirme.”

Jesús dijo, “Créeme, si usted peca tiene un abogado con el Padre. Si te arrepientes de tus pecados, yo seré fiel en limpiarte de toda maldad. Pero si no te arrepientes, yo vendré en una hora que no crees, y seras cortado con los incrédulos y echado a las tinieblas de afuera.”

Obseré al ángel moreno mientras lanzaba el disco grande muy lejos, adentro de la oscuridad. “Mi Palabra significa lo que dice, ‘serán echados en las tinieblas de afuera’.” Y entonces, inmediatamente, Jesús y yo estabamos en el aire siguiendo el disco por el espacio. Llegamos a la parte exterior del disco y nos paramos a mirar adentro.

Había un fuego en el centro del disco, y gente salía y entraba, sobre y debajo de las olas de fuego. No habían demonios o malos espíritus en este lugar, solamente almas quemándose en un mar de fuego.

Fuera del disco se hallaba la oscuridad más negra y solamente la luz de las llamas dentro del disco iluminaba el aire de la noche. En La luz ví gente tratando de nadar hacia los bordes del disco. Algunos de ellos casi agarraban los lados cuando una fuerza aspiradora dentro del disco los jalaba otra vez hacia las llamas. Yo miraba mientras sus formas se tornaban en esqueleto con almas de un gris sucio. Entonces pude saber que era otra parte del infierno. Después ví, como en una visión, ángeles abriendo sellos. Naciones y reinos parecían estar cerradas debajo de ellos. Cuando los angeles rompieron los sellos, hombres y mujeres, muchachos y muchachas marchaban directo a las llamas.

Yo miraba horrorizada, pensando si conocia algunos de los sirvientes caídos del Señor que marchaban hacia adelante. Yo no podía mover mi cabeza para dejar de mirar las almas marchando dentro del fuego sin que nadie tratara de pararlos.

Yo exclamé, “Señor por favor, páralos antes que alcancen el fuego.” Pero Jesús dijo, “El que tiene oido que escuche. El que tenga ojos que vea. Mi hija, proclama en contra del pecado y la maldad. Dile a mis siervos que sean fieles y que clamen en el nombre del Señor. Te estoy llevando por este lugar tan terrible, para que les puedas contar cómo es el infierno.”
Jesús continuó: “Algunos no te van a creer. Algunos van a decir que Dios es muy bueno para enviar a hombres y mujeres al infierno. Pero diles que mi Palabra es verdadera. Diles que los temerosos y los incrédulos tendrán su parte en el lago de fuego.

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