lunes, 19 de abril de 2021

LEGADO DE UNA CARTA-OLEG VLADIMIROVITCH ALIFANOV (Desaparecido)

 LA PERLA MÁS GRANDE DEL MUNDO

EN 1934, un grupo de hombres de la tribu dayak buceaba en busca de maris­cos cerca de la isla de Palawan, en el sur de Filipinas; uno de ellos no regresó a la superficie. Una almeja gigante, que pesaba más de 110 kilos había atrapado un pie del buzo entre las dos valvas como trampa de acero. Para recuperar el cuerpo del buzo, sacaron al molusco a la superficie. Tenía adentro una enorme perla con forma de cerebro humano que pesaba casi seis kilos y medio. Los hombres, de re­ligión musulmana, la bautizaron como "La Perla de Alá", y esta quedó en po­der de Panglima Pis¡, el cacique más poderoso de la región.

Wilburn Dowell Cobb, arqueólogo estadunidense, hacía excavaciones en Palawan cuando fue hallada la gran perla. Regresó dos años después y, al enterar­se que el hijo de Panglima estaba muriéndose de paludismo, administró al muchacho un nuevo medicamento antipalúdico que lo curó casi milagrosamen­te. La recompensa para Cobb fue la posesión más valiosa dé Panglima: la gran perla, que actualmente es propiedad privada de un californiano y su valor esti­mado es de 40 millones de dólares.

Reimpreso con permiso de "Popular Science", @ 1939 por Times Mirror Magazines, Inc.

SELECCIONES DEL READErS DIGEST ´Abril de 1986

Las perlas naturales no mantie­nen necesariamente su valor. En 1917, una señora de la alta socie­dad de Nueva York, llamada May Plant, cambió una casa ubicada en la Quinta Avenida y la Calle 52, con Cartier, por un collar de perlas valuado en 1.2 millones de dólares. En 1957, tras la muerte de la seño­ra Plant, las perlas se vendieron en sólo 151,000 dólares en una subas­ta; ya para entonces la casa valía varios millones de dólares. SELECCIONES DEL READErS DIGEST ´Abril de 1986

LIMPIEZA PARA DOS

LAS MUJERES que tienen una gran canti­dad de Streplococcus mutan (bacterias que desempeñan un papel muy impor­tante en la caries dental) en la saliva pue­den pasar esos nocivos microbios a sus hi­jos. La costumbre de probar la comida del menor con la misma cuchara es la princi­pal sospechosa de ser el mecanismo de trasporte. Incluso al toser cerca del niño se le pueden trasmitir las bacterias.

Pero mamá puede ayudar a prevenir que el hijo tenga picaduras, -afirma la investiga­dora sueca Birgitta Kóhler. A un grupo de madres les practicó limpieza dental, les dio tratamiento con fluoruro, tapó picaduras y, lo más importante, les dio instrucciones sobre alimentación; luego lo comparó con un grupo de control que no recibió un tra­tamiento dental especial.

Dos años y medio después, la investiga­dora descubrió que esas medidas reducían a una décima parte la cantidad de estrepto­cocos en el primer grupo de madres, y que

el número de hijos portadores de estos microorganismos era 40 por ciento menor que en el grupo de control. El número de niños con caries también descendió: 16 por ciento de los niños en el grupo tratado, contra 43 en el grupo de control.

La lección es clara: si mamá cuida su bo­ca, el bebé se beneficia. . SELECCIONES DEL READErS DIGEST ´Abril de 1986

  Pocos años después de haber contraído matrimonio, o, uno de los cónyuges cometió un error, y el divorcio los mantuvo separados durante más de medio siglo. No obstante, en el curso de esos largos y dolorosos años, ambos cultivaron...

EL AMOR QUE NO MURIÓ

POR MICHAEL CAPUZZO

A HISTORIA de Fred y Henrietta comenzó en 1929, poco antes de la Depresión en Es­tados Unidos. Cierto día, Fred McCoy, propietario de un taller de elec­tricidad en Pine Bluff, en el estado norteamericano de Arkansas, viajó en su auto 65 kilómetros hasta Lit­tle Rock para revisar un refrigera­dor averiado de Betty Bell, esposa de Horace Bell. "Betty tenía unos ojos azules tan hermosos", cuenta Fred, "que cuando me habló de una hermana suya residente en Pine Bluff, le dije en seguida que me gustaría conocerla. Betty me dio el número de teléfono de su hermana".

Fred contaba a la sazón 30 años. Habia prestado servicio a bordo del acorazado Oklahoma durante la Primera Guerra Mundial, viajaba a Sudamérica cuando estuvo de servi­cio en la marina mercante, y ahora pensaba echar raíces. Henrietta, la hermana de Betty, tenía 19 años y estudiaba enfermería.

Un sábado de enero de 1929, Henrietta llevaba un vestido de lino azul que realzaba sus grandes ojos azules. Fred, delgado, de rizados ca­bellos rubios, vestía un traje oscuro y mostraba una sonrisa reveladora de su confianza en sí mismo al pre­sentarse de visita. Invitó a la joven al cine.

Ella se negó. No estaba dispues­ta a salir con un desconocido. "Pero tomamos asiento y conversamos y quedé cautivada por su sonrisa y la amabilidad de sus palabras".Tres meses después, contrajeron matrimonio. Los recién casados se instalaron en una casa dúplex, situada en la Avenida Harding, en Pine Bluff. Se inscribieron en el club de bridge; solían asistir a los bailes de los Shriners, club social de la localidad. Henrietta lucía con or­gullo su anillo de bodas, una sortija de platino ornada con un diaman­te de un quilate.

"Éramos felices cada día", co­mentó Henrietta, refiriéndose a los seis años que siguieron a su boda. Y añadió: "Sí, hasta el último".

Con voz que tiembla de sorpresa e indignación, aún ahora, pasado medio siglo, agrega en un susurro: "Fred hizo una cosa que el hombre casado no debiera hacer nunca. Yo le había dicho que podría cometer hasta un homicidio, pero no aquello. Me fue infiel... Con una amiga mía".

Henrietta se divorció de Fred en 1935. Poco después, conoció a Ste­wart Rosenplanter, nueve años ma­yor que ella, agente de ventas de una importante empresa de carnes. "Estuve casada con este hombre du­rante 30 años, pero no lo quería", confiesa. "Me casé con él sólo por despecho". ,

Fred, por su parte, no perdía la esperanza. "Le escribía cartas de amor, tratando de reconquistarla", cuenta.

Tales cartas, ahora amarillentas por el tiempo, destilan añoranza. "Amor mío", escribió Fred el 9 de octubre de 1936, "pienso en ti cons­tantemente, y tengo el convencimiento de que mi vida nunca valdrá nada sin ti".

En 1937, dos años después del divorcio, recuerda ella: "Fred me telefoneó y me dijo que se casaría con otra si me negaba a volver a su lado. Entonces respondí que lo sentía mucho; pero su infidelidad me dolió profundamente. Y así, se casó con Phoebe".

Henrietta se mudó con su segun­do esposo a Mobile, luego a Orlan­do, a Jacksonville, a St. Louis, a Chicago y, por último, en 1952, a Fort Lauderdale.

"Después de que Stewart murió, en 1965", dice Henrietta, "llevé una vida muy solitaria. No salía con ningún hombre; no me interesaba. Amaba a Fred. Pensaba en él todos los días".

Por ese entonces, administraba una tienda de artículos deportivos en Fort Lauderdale, en la playa. Visitó a sus hermanas, residentes en Little Rock, docenas de veces, con la esperanza de encontrarse con Fred, lo que jamás ocurrió. Conser­vó tres de las cartas de amor de Fred durante medio siglo en una caja de seguridad, en un banco, y luego en un lugar cuya situación se niega a revelar. Las tenía en un so­bre amarillo, en el que había escrito: "Lo adoré de veras toda mi vida". Afirma: "Con frecuencia las releía, y lloraba a lágrima viva".

Fred y Phoebe estuvieron casa­dos 47 años. Fred montó su propio negocio en Little Rock, donde ven­día equipos de sonido. Tuvieron una hija. Pero Phoebe había estado en-

ferma durante la mayor parte de su vida, y falleció al fin en diciembre de 1984.

Al poco tiempo, Fred llamó por teléfono a Betty Bell ( quien le ha­bía proporcionado el número tele­fónico de Henrietta, en 1929 ), y le preguntó cuál era el número ac­tual de su ex esposa.

"Yo aún la amaba" confiesa Fred, "y me sentía muy solo".

Cierta tarde de febrero de 1985, Henrietta jugaba al bridge con las damas de su club cuando sonó el teléfono.

—Mi vida —oyó una voz al otro extremo de la línea.

Henrietta comprendió al momen­to de quién se trataba.

—¿Qué tal, mi amor?

Minutos después, Henrietta col­gó el auricular; las manos le tem­blaban. "Fred me contó que había perdido a su esposa. Me dijo que iba a ver a su hermana en Califor­nia. Al día siguiente telefoneó de nuevo y me preguntó si podría ve­nir a visitarme después".

Durante tres meses antes de la visita anunciada, se cartearon y ha­blaron por teléfono todos los días. "A mi amada", escribía Fred, "ya sólo pasaré 13 días más sin ti. . . y. luego estaré a tu lado para siem­pre". Y poco antes de su llegada, es­cribió: "Te amo, te amo, te amo. Fred".

Fred se presentó en Fort Lauder­dale a principios de mayo. Pasaron juntos 19 días.

Fred y Henrietta se casaron de nuevo en la Iglesia Metodista Uni­da de St. Andrew, en Fort Lauder­dale, 50 años después del divorcio que ambos consideran el error de su vida. Henrietta lucía el anillo nupcial que Fred le había dado en 1929. "Durante todos estos años lo mantuve escondido", cuenta, "y a menudo lo miraba para asegurarme de que aún estaba allí". Un can­tante interpretó Because, la canción predilecta de los contrayentes. Y Henrietta lloró.

Al momento de cambiar los votos conyugales, Fred y Henrietta se be­saron. "Yo temblaba un poco", co­menta ella. "La nuestra ha sido una triste historia de amor. Nos hemos querido siempre. Un millón de ve­ces deseé que nos reuniéramos, sin embargo nunca creí que llegásemos a hacerlo".

Igual que en 1929, Fred y Hen­rietta estaban demasiado atareados para emprender un viaje de luna de miel. Ajustaron sus respectivas cuentas bancarias, seguros de vida y seguros médicos. Henrietta puso en venta la casa de que era dueña en Fort Lauderdale, pues Fred de­seaba regresar al estado de Arkan­sas, a Little Rock, para comenzar

 POR QUE TIENE

MIEDO EL PUEBLO

Desilusionado y sin esperanza, un obrero soviéti­co corre un grave riesgo para hacer un llamado a los amos de su patria.

POR OLEG VLADIMIROVITCH ALIFANOV (Desaparecido)

LEGADO DE UNA CARTA-

eso de las 3 de una soleada tarde en Moscú, en julio de 1985, un hombre trepó la verja que rodeaba la Embajada de Francia y corrió hasta meterse en el edificio. El guardia soviético situado en el portón dio inmediatamente la alerta, y en unos cuantos minutos la policía había incomunicado la zona. Varios sedanes de la KGB se apiñaron frente a la Embajada mientras otros autos, sin matrícula, patrullaban los alrededores.

En el interior, el hombre hizo su relato. Se llamaba Oleg Alifanov. Era un obrero semicalificado que estaba harto de la injusticia y la corrupción de la vida en la Unión Soviética. El personal de la Embajada se mostró comprensivo, pero, ¿qué podían ellos hacer? "Si no pue­den sacarme del país, al menos publiquen esta carta que he escrito al Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética% les rogó. "Si lo hacen, tal vez ellos escuchen".

Les tendió entonces 11 hojas de papel rayado, llenas de una cuidadosa escritura como de niño. No era una obra de arte literario, pero el mensaje era un grito del corazón. He aquí algunos fragmentos:

TENGO 31 años. Llevo 14 trabajando. He sido cerra­jero, soldador, albañil. En otras palabras, pertenezco a la clase trabajadora que el Partido de ustedes llama la fuerza motriz del progreso en la sociedad soviética. "Los obreros y los campesinos, junto con los intelectuales, son los soberanos de su patria": no hay una ciudad en que no se vean letreros con esta frase. Pero si un obrero dijese esas cosas en privado, entre nosotros, no ha­bría quien no se burlara de él.

El 95 por ciento de mis compa­ñeros opinan lo mismo. Algunos lle­van aguardando 15 o hasta 25 años por un apartamento, viviendo en dormitorios de obreros con sus fa­milias, mientras ven que los que tienen el poder consiguen un lugar para ellos, sus parientes, amigos o novias, en pocos meses o aun horas.

Yo mismo he vivido diez años en dormitorios de Moscú. ¿Cómo son? Varias personas, desconocidas entre sí todas ellas, viven en una misma habitación, se emborrachan durante días después de cada paga, y una vez al mes el director nos dice que hay que tomar un baño y dónde po­demos colgar nuestros pantalones. La década que llevo en la capital no ha bastado para que pudiese cambiar la cama de mi dormitorio por una habitación, aunque fuera pequeña.

En el tiempo que he pasado en Moscú he visto muchas violaciones a los derechos de los trabajadores, a la justicia y a la ley. Mencionaré casos en que me vi afectado direc­tamente. En 1975, encontré trabajo como soldador en la fábrica de auto­móviles AZLK. El capataz a menudo me pedía trabajar tiempo extraor­dinario por diez rublos más, para cumplir con la cuota de la fábrica. En el primer mes lo hice diez veces, por lo que esperaba recibir 100 ru­blos como complemento de mi sala­rio mensual de 140. Sólo me dieron 20. El capataz no se preocupó en lo más mínimo cuando hice un llama­do a su conciencia. Mis camaradas me contaron después que había he­cho la misma jugarreta a todos los nuevos empleados. Luego, este año, el ingeniero jefe de la compañía constructora para la que trabajo nos prometió a cuatro de nosotros 310 rublos por un trabajo que deseaba terminar. Terminamos la obra, pero sólo recibimos 80 rublos para re­partirlos entre todos.

El jefe de la compañía construc­tora puso a sus amigos en la nómi­na, pero sólo hacían acto de presen­cia el día de pago. Naturalmente, compartían su salario con él. El se­cretarío del Partido hizo lo mismo: los obreros tenían que devolverle una parte de sus primas de trabajo. Las mujeres tenían que pagar aún más que los hombres. De cada che­que, entregaban de 10 a 20 rublos al capataz. Si no recibía su parte, podía asignarles más tarea, o decir que el trabajo estaba "mal hecho", por lo que les reduciría la paga.

Oficialmente, un trabajador pue­de protestar contra estos abusos, pero si lo hace, tal vez nunca vuelva a trabajar con normalidad: será per­seguido. Diríase que corresponde a los sindicatos defender nuestros de­rechos; pero en la realidad no es así. Como yo me lo imagino, los sindica­tos fueron creados aquí para que el sistema soviético parezca más atrac­tivo y comprensible a los trabaja­dores occidentales. Para ellos, los sindicatos realmente defienden los derechos del obrero.

Todos saben que los materiales de construcción son robados de los lugares de trabajo. Los jefes llenan camiones de material robado. Du­rante el verano, los obreros de la construcción dedican cierto tiempo a trabajar en las casas de campo de los jefes, pero se les paga como si hubiesen trabajado en el sitio oficial de construcción. Los gerentes gene­rales de la fábrica de automóviles ZIL  construyeron sus casas de cam­po con material robado.

Nosotros podríamos cerrar los ojos ante todo esto si tuviésemos un nivel de vida decoroso. Han pa­sado 40 años desde la guerra, y aún vivimos con los alimentos raciona­dos. Incluso en Moscú, al término de la jornada laboral, es difícil com­prar salchichas, leche, yogur, pan fresco y huevos. En Surgut, capital de la región petrolera donde yo tra­bajé, cada mes se nos asignaban dos kilos de carne por persona; pero, para encontrarlos, había que pasar el día corriendo de una carnicería a otra por toda la ciudad. En mi pue­blo natal hay personas que hacen cola durante todo el día para obte­ner pan y leche. ¡Ya pueden imagi­nar cómo es eso en invierno! Para aquellos aldeanos, las salchichas son un producto exótico.

La comida y la vivienda son dos necesidades humanas básicas, pero también hay otras. ¿Podría alguien estar satisfecho con los servicios de salud que tenemos? Entre los tra­bajadores, hace mucho tiempo deci­mos que preferiríamos pagar, pero al menos recibir un servicio médico decente. Todavía hay pueblos donde no se tiene un dispensario con las más esenciales medicinas y ven­das, donde no hay un teléfono para llamar al médico o la ambulancia más cercanos. Mientras, los perió­dicos rebosan de relatos como el del obrero herido que fue llevado de Si­beria a Moscú para que le reim­plantaran la mano. Al final de esos artículos siempre hay un largo dis­curso sobre cómo el Partido no re­para en gastos cuando se trata de la salud del pueblo. Cierto, hay doce­nas de clínicas especiales reservadas a los miembros del Partido, los mi­litares, los artistas y los altos buró­cratas. Pero, ¿por qué no se les puede atender junto con la gente común, para que todos puedan be­neficiarse de las habilidades de sus médicos especiales?

La televisión, la radio y los pe­riódicos hacen todo lo que pueden para convencer al pueblo de que el Partido Comunista es la nación. Las opiniones, y especialmente las ac­ciones que no armonizan con las decisiones del Partido, son llamadas traición: traición a la patria y a su pueblo. Pero si la gente pudiera de­cir en un referéndum lo que piensa de la guerra de Afganistán, el Go­bierno tendría que retirar sus tro­pas. ¿Por qué los jóvenes sacrifican sus vidas en Afganistán? Creo que es por la revolución comunista mun­dial, y por esa ambición el Partido Comunista está dispuesto a sacrifi­carlo todo y a todos.

Si yo dijera esto abiertamente, me arrestarían y me procesarían como a cualquiera que cuestione las decisiones del Partido. Tales perso­nas son aún más peligrosas que los criminales comunes, y las medidas que se toman contra ellas son más radicales. Y no olvidemos a la KGB. Si entre los trabajadores, entre to­dos nosotros, persiste el temor de tener algún pensamiento de disiden­cia, se debe a la KGB. Desde luego, los amigos íntimos se cuchichean chistes acerca del Partido y el jefe de Estado, pero el temor de que nos sorprendan y castiguen es grande... Sin embargo, ¿qué pasaría si nadie se atreviera a hablar?

Todo el mundo debiera tener el derecho de expresar su opinión. En nuestro país, este derecho no existe. No sólo yo pienso así. Y bien saben por qué casi todos guardan silencio. Tienen miedo. ¿Por qué?...

Aunque la policía aún estaba es­perando, Alilanov decidió que era hora de salir. Los franceses le ase­guraron que su mensaje sería es­cuchado. Aunque no pudieron protegerlo de ulteriores represalias, hicieron que la KGB tuviese dificul­tades para atraparlo al salir de la Embajada. A partir de las 9 de la no­che, autos con matrícula diplomáti­ca partieron en distintas direcciones, cada diez minutos, seguido cada uno de cerca por la policía. Cuando ya no quedaban autos soviéticos en el exterior, se condujo a Alifanov hasta una concurrida estación del Me­tro. Hay pocas dudas de que fue detenido poco después de pasar por la puerta, y al escribirse estas líneas no conocemos su paradero. Esta carta será su legado.

COMO PODÍAMOS ESTAR GOZOSOS EN PRISION
RICHARD WURMBRAND
 Al recordar ese periodo de catorce años en prisión, a veces pasamos tiempos muy felices. Tanto los carceleros como los otros reclusos a menudo se extrañaban ante la alegría que solíamos demostrar los cristianos a pesar de las mas terribles circunstancias. No podíamos dejar de cantar, aunque fuéramos golpeados por hacerlo. Me imagino que hasta los ruiseñores cantarían, aunque supieran que después de cantar morirían. Los cristianos aun expresaban su gozo bailando. ¿Cómo podían ser felices en tan trágicas condiciones?
 Con frecuencia, en la cárcel meditaba en las palabras de Jesús a sus discípulos: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis”. Los discípulos acaban de volver de una gira por Palestina, durante la cual habían visto y presenciado muchos horrores. Palestina era un país oprimido. En todas partes se podía apreciar la terrible miseria. Ellos encontraron enfermedades, plagas, hambre y dolor. Visitaron hogares en que padres y esposas lloraban a los ausentes, arrastrados a la prisión por sus ideas. Aquello no tenia nada de hermoso.
 Sin embargo, Jesús les dijo: “Bienaventurados los ojos que ven lo que vosotros veis”. Hablo así, porque ellos no solo habían visto la miseria y el sufrimiento; habían visto al Salvador; al Realizador del Ultimo Bien, La meta a que la Humanidad debe llegar. Por primera vez en su vida algunos gusanos, gusanos que se arrastran por las hojas, comprendieron que después de esa miserable existencia, pasan a una vida hermosa, en la forma multicolor de una mariposa, que vuela de flor en flor. Esa felicidad era nuestra también.
 A mi derredor había varios Job, algunos sufriendo aun mas que el mismo Job, pero yo sabia el final de esa historia, como recibió el doble de lo que había tenido antes. Tenía a mi derredor a hombres como el pobre Lázaro, hambriento y cubierto de llagas. Pero sabia que los angeles los llevarían al seno de Abraham. En el pobre y sucio mártir cerca de mi, vi al espléndidamente coronado santo de mañana.
 Al observar a hombres como estos, no como son, sino como serán, también podía descubrir en los perseguidores, al igual que Saulo de Tarso, a los futuros Pablo. Algunos de estos ya se han transformado. Funcionarios de la Policía Secreta ante quienes testificamos de nuestra fe, se hicieron cristianos y se consideraban felices de sufrir después en prisión, por haber encontrado a Cristo.
 En los carceleros que nos flagelaban veíamos al carcelero de Filipos, que primero azoto a San Pablo y después se convirtió. Soñábamos en que pronto nos preguntarían: “¿Qué debo hacer para ser salvo?” En aquellos que, en medio de burlas y mofas miraban a los cristianos cubiertos con inmundicias y excrementos cuando eran levantados en sus cruces, veíamos a la multitud en el Gólgota, que después habría de golpear sus pechos por el temor de haber pecado.
 Fue precisamente en la cárcel donde comenzamos a comprender que había esperanza para los comunistas, que algún día serian salvos. En ese lugar fue donde nos dimos cuenta de nuestra responsabilidad para con esos hombres. Cuando éramos torturados por ellos, aprendimos a amarlos.
 Gran parte de mi familia ha sido asesinada. ¡En mi propia casa el asesino se convirtió! Era también el lugar mas apropiado. Así también nació en las prisiones comunistas la idea de una Mision Cristiana para ellos.
 Dios ve las cosas de manera diferente a como nosotros las vemos, de la misma manera que nosotros las vemos diferentes de cómo las ve una hormiga. Desde nuestro punto de vista humano, ser atado a una cruz, manchado y sucio de excremento es algo terrible. Sin embargo, la Biblia, ha hablado de los últimos sufrimientos de los cristianos, se refiere a ellos como “Leve tribulación”. Para nosotros, pasar catorce años en prisión es un periodo muy largo. La Biblia lo califica solo como “momentáneo” que “produce en nosotros un cada vez mas excelente y eterno peso de gloria. Esto nos da derecho a pensar que los crueles crímenes de los comunistas, inexcusables para nosotros los hombres, contra los cuales con toda justicia debemos luchar hasta el fin, son menos graves ante los ojos de Dios. Tal tiranía comunista que dura ya medio siglo, puede ser ante Dios, para quien mil años son como un día, solo un instante de extraviado error. Esos hombres aun tienen la posibilidad de la salvación.
 La Jerusalén Celestial es una madre, y como madre nos ama. Las puertas del cielo no están cerradas para los comunistas. Tampoco la luz esta apagada para ellos, puesto que pueden arrepentirse como cualquiera de nosotros y debemos llamarlos al arrepentimiento.
 Solo el amor puede cambiar a los comunistas (amor que no puede ser confundido con complicidad con el comunismo. A menudo estos dos términos son confundidos por muchos dirigentes religiosos). El odio ciega.
 Hitler era anti-comunista, pero odiaba de una manera tal como los comunistas odiaban también. Por lo tanto, en lugar de conquistarlos, contribuyo a que ellos conquistaran un tercio del mundo. 
 Con amor planeamos en la prisión un trabajo misionero entre los comunistas y de este modo pensamos, antes que nada, en los gobernantes y jefes comunistas.
 Algunos dirigentes y directores de misiones parecen haber estudiado muy poco la historia de la iglesia. ¿Cómo se gano Noruega para Cristo? Por medio de la conversión del rey Olaf. Rusia conoció el Evangelio cuando el rey Rurik fue ganado por el. Convertido el rey Esteban, toda Hungría siguió sus pasos. Lo mismo sucedió en Polonia. En África, las tribus se convierten cuando sus jefes son ganados por Cristo. Hemos levantado misiones para convertir al hombre común, que llega a ser muy buen cristiano pero que tiene poca, o ninguna influencia para cambiar el estado de cosas imperante.
 Debemos ganar a los gobernantes y estadistas, a las personalidades políticas, económicas científicas y artísticas. Estos son los verdaderos arquitectos del alma de un país. Ellos son los que moldean el alma de los hombres. Ganándolos, atraeremos a las gentes que ellos guían e influyen.
 Desde el punto de vista misionero los comunistas tienen una ventaja que no poseen otros sistemas sociales, pues están mas centralizados.
 Si el Presidente de los EEUU se convirtiera al mormonismo, no por ello Norteamérica seguiría sus pasos. Pero si Mao Tse-tung se convirtiera al cristianismo, o Breshnev, o Ceaushescu, todos sus países podrían ser alcanzados. Tan grande es el impacto de sus dirigentes.
 Sin embargo, ¿puede un dirigente comunista convertirse? Seguramente que si, puesto que viven una existencia infeliz e insegura, al igual que la de sus victimas. Casi todos los gobernantes comunistas rusos terminaron en prisión, o fueron ejecutados por sus propios camaradas. Lo mismo sucede en China. Tenemos el caso de ministros del interior como Pagoda, Iejov, Beria, quienes parecían concentrar todo el poder en sus manos, pero que terminaron sus vidas, como el último de los contrarrevolucionarios, con una bala en la nuca.
Recientemente Zeppelín, ministro del interior de la Unión Soviética, y Rankovic, de igual cargo en Yugoslavia, fueron destituidos de sus cargos y arrojados como trapos sucios

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