sábado, 26 de junio de 2021

ANGELES POR DOQUIER

 Están en todas partes... sólo hay que saber dónde buscarlos.

ANGELES POR DOQUIER

Por NANCY MCGUIRE

 Selecciones del Reader´s Digest  Julio de 1998

A LA EDAD DE TRES o cuatro años me obsesioné con los
ángeles. Mi madre me dijo que tenía yo un ángel
de la guarda que me cuidaba y se lo creí, literalmente. Me sentaba en el borde de las sillas a fin de dejar espacio para "mi ángel", y le ha­blaba cuando me iba a acostar. Ardía en deseos de verlo e imaginaba con toda claridad cómo debía de ser: in­creíblemente bello, ataviado con una túnica blanca y dotado de grandes alas y una aureola.

A los seis años supe por fin lo que era ser un ángel... en una obra navi­deña de la escuela; representar ese pa­pel era el mayor logro que había alcanzado hasta entonces. Mi madre avivó mi fantasía con relatos sobre los milagros y deseos que esos seres celestiales supuestamente concedían casi a diario en su natal Irlanda, y, co­mo ella, me volví soñadora y optimista.

Mi abuela, en cam­bio, no creía más que en el trabajo arduo, en la subsistencia diaria. Mamá era dulce y her­mosa; mi abuela, dura e incansable.

Esta mujer, la más amable y a la vez la me­nos sentimental que he conocido, creía en las acciones, no en las palabras. En cierta ocasión en que una vecina sufrió un conato de aborto a media noche, mi madre no supo qué hacer más que sentarse a llorar con ella; mi abuela, en cambio, caminó dos kilómetros y medio para conse­guir un médico.

En el barrio bajo de Londres donde vivíamos se volvió famosa porque to­do lo arreglaba. Siempre había quien requería ayuda y ella a nadie se la negaba. Sé que les llevaba leche y co­mida a algunas familias, que acepta­ban un poco intimidadas por su ca­rácter firme y seguro. Con el escaso dinero que tenía, nos hacía ropa y nos daba de comer.

Con el paso del tiempo mi fascinación por los ángeles se volvió un inte­rés serio. Quería escribir un libro re­volucionario que probara su existen­cia. Hablé con algunas personas que aseguraban haberlos visto y que con­taban historias de cómo se habían re­cuperado milagrosamente de una en­fermedad o salvado de una desgracia.

Un niño pequeño me contó que había llorado y gritado para impedir que su familia subiera a un tren que sufrió un grave accidente. Según él, un  ángel que se le apareció en su cuarto lo previno para que hiciera eso.

Incrédula, mi abuela comentó: "Si eso fue verdad, ¿por qué el ángel no salvó a todos?"

Ella murió hace ya nueve años y su ausen­cia me afectó profundamente; sentía haber perdido una parte esencial de mí y que jamás podría reemplazarla. De pronto no parecía haber más que noticias de crímenes y tortura. Me sentía vulnerable y tenía miedo hasta de caminar por la calle a plena luz del día. Aunque era un temor irracional, imaginaba que secuestraban o asesi­naban a mi hija, que entonces tenía tres años, así que no la dejaba sola ni por un instante.

Un día, quizá un año después de la muerte de mi abuela, fui a un esta­blecimiento a comprar un poco de gasolina. Cuando me disponía a pa­gar, me busqué la billetera en el bolso y no la encontré. No sabía si me la habían  robado o si la había perdido, pe­ro pensé que aquello era el colmo. Estaba a punto de echarme a llorar cuando un hombre que estaba detrás de mí puso un billete en el mostrador y me dijo:

—No se preocupe. A todos nos pa­sa de vez en cuando.

Entonces, sin que pudiera decirle gracias, se encaminó hacia la puerta. Salí corriendo a alcanzarlo, pero ha­bía desaparecido.

Esta experiencia cambió mi vida. Me hizo comprender que había es­tado buscando pruebas de la exis­tencia de los ángeles en los lugares incorrectos.

Ellos están por doquier, y se dedi­can a realizar pequeños —y a veces no tan pequeños— milagros en beneficio de amigos, familiares y extraños Cuando uno se vuelve consciente de esto, los ve en todas partes, y las habilidades de beneficiarse de su influencia aumentan en el acto. No visten de blanco ni tienen alas (al menos no los que yo he visto): más bien parecen camareras, maestros o mecánicos, y se comportan como... bueno como mi abuela.

En ocasiones mi hija todavía pregunta por ella. No hace mucho me dijo:

—Tu abuela es un ángel ahora?

Yo respondí con la verdad: —Cariño, siempre lo ha sido.

 1996 POR ROBERT HARDING SYNDICATION. CONDENSADO DE OPTIONS (DICIEMBRE DE 1996

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