LADY ECCCLESIA
POR * GEORGE MATHESON
(Pastor y escritor, quedó ciego desde su adolescencia)
1897
LADY ECCCLESIA POR * MATHESON*11-15
Ellos te tenderán el lujoso lecho; ellos pondrán tu mesa; ellos remarán tu barcaza; ellos conducirán tu carroza. Tu vista estará velada ante toda escena de miseria. Tus oídos estarán velados ante todo grito de dolor. Vivirás el presente; no anticiparás ni recordarás. Nunca mirarás una tumba, nunca escucharás la palabra muerte. Donde se reúnen las sombras, invocarás la música y la danza para ahuyentarlas. En el olvido de todo lo triste, aprenderás lo que sería ser divino. Así decían las palabras radiantes. ¿Eran gloriosas además de radiantes? ¿Expresaban mi propio ideal de vida, de «qué sería ser divino»? Para mí, la vida divina siempre había sido la vida contraria a la naturaleza, la vida que hacía lo que no quería hacer. Aquí, la vida divina era la naturaleza misma; era el amor por todo lo externo y el poder de satisfacer ese amor. «¿Dejar estos valles llorosos?» Eran precisamente lo que quería llevarme. Pertenecían a las tierras de mi padre; sus habitantes habían sido los sirvientes de su casa durante siglos. Fue por estos valles llorosos que aprendí a mirar las colinas. Fue para elevarlos que deseé ser elevada.
Los oía siempre decir, con la letra de una de mis antiguas canciones: LA CARTA DE HELÉNICO: “No me ruegues que te deje ni que deje de seguirte”. Quien quiera llevarme, también debe llevar mi carga. ¿Era justo que alguien se engañara? ¿Era correcto que pensara que no tenía cargas? ¿Era correcto que incluso me imaginara con un corazón vacío que él pudiera llenar? No; debo hablar con él, debo decirle. Debe saber lo que tenía, lo que no tenía para dar. Debe aceptarme con mi espina, sabiendo que es una espina. Debe aprender que no podía, no me atrevía a vivir para la alegría individual. Debe aceptarme, no solo por mí, sino por el bien de mi pueblo.
¡Escucha! ¿Qué era eso? ¿Se estaba intensificando la tormenta? ¿Se estaba acentuando la oleada? La casa de mi padre estaba en la llanura, entre el valle y la colina. Desde la región inferior comenzó a ascender un extraño murmullo. Al principio pensé que era la voz de la naturaleza; poco a poco, se convirtió en la voz de un hombre. Subía y crecía como una ola, pero sin ritmo. No tenía uniformidad. A veces era rápida, a veces lenta; ahora un canto fúnebre o un lamento, y luego un grito de ira. El ruido se hizo más grave; los valles parecían ascender; sentí frío en todo el cuerpo. De repente, oí pasos acercándose. La puerta se abrió apresuradamente y entró mi padre. 14 LA SEÑORA IGLESIA Estaba pálido como la muerte, aunque mantenía su calma habitual.
¿Qué pasa, padre? —pregunté—.
La peste ha estallado en los valles.
—¡La peste! ¿Qué peste?
—El viejo enemigo de esta isla.
—Nunca he oído hablar de ella, padre.
—¡Oh! No es nada nuevo; pero sus brotes solo ocurren una o dos veces en la vida. El último fue antes de que nacieras. Nunca nos gusta hablar de esas cosas. —¿Pero qué es ese clamor, padre? ¿Es dolor? ¿Es miedo? Es lo más extraño que jamás haya entrado en la mente del hombre. Esta peste se presenta en forma de una mancha negra en el corazón; pero nadie la siente en sí mismo.
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