LA CRONOLOGÍA DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS,
Y LAS INDICACIONES QUE ALLÍ CONTIENE DE UN PLAN DIVINO DE TIEMPOS Y ESTACIONES:
HENRY BROWNE,
LONDRES
1894
TIEMPOS SAGRADAS ESCRITURAS *BROWNE* 3-6
Pero, siendo el proceso de cálculo tan simple hasta ahora, cabe preguntarse de dónde surge la enorme variedad de fechas en los años del Mundo que diferentes cronólogos han asignado a este evento. Tomemos como ejemplo lo siguiente: la fecha del Éxodo es, según //diversos cronólogos//
La diferencia entre los extremos es de casi 1400 años. Por ahora, basta con responder que estas y otras discrepancias similares se originan en parte en la amplia diferencia entre los textos hebreo, griego y samaritano de las genealogías, y en parte en la diversidad de épocas que diferentes cronólogos asignan a los 430 años de Éxodo 12:40. Pero no es necesario detenernos ahora en estas cuestiones, y continuaremos con nuestra descripción de los materiales de la Cronología de las Escrituras
Tras el Éxodo, la serie descendente se remonta a 46 años después: Josué 14:10. Después de esto, se produce un abismo en la cronología. El último acontecimiento registrado en la historia de Josué es su muerte, a la edad de 110 años. Pero el año de su nacimiento no se define en ninguna parte, ni se registra cuántos años transcurrieron entre su muerte y el reinicio de la serie de marcas temporales en el libro de los Jueces. Así, desde el año 47 del Éxodo hasta la servidumbre mesopotámica (Jueces 3:8), la cronología queda sin definir. Solo sabemos que todos los ancianos que entraron en la Tierra Prometida y sobrevivieron a Josué murieron entretanto (Jueces 2:10). Si nos vemos obligados a recurrir a conjeturas, un intervalo de cuarenta años entre Josué y Jueces es tan probable como uno de veinte. En este punto, por lo tanto, a falta de información expresa de otra fuente, la serie A.M.. no puede rastrearse más. Pero la información debe derivarse, si acaso, de las propias Escrituras: la cuestión no debe regirse por la autoridad de escritores posteriores no inspirados, judíos o cristianos, pues es evidente que ni Josefo ni los cronólogos judíos, ni Clemente de Alejandría, el Africano ni Eusebio, poseían otras fuentes legítimas de información que las que tenemos a nuestro alcance.
Sin embargo, desde la servidumbre mesopotámica (Jueces ii) hasta la muerte de Sansón, el intervalo se mide con precisión, ya que la historia asigna la duración de cada servidumbre y el tiempo de cada juez o libertador. Pero entre la muerte de Sansón y la ascensión al trono de David, la cronología vuelve a estar desconectada. Pues no se registra cuánto tiempo transcurrió entre la muerte de Sansón y el cautiverio del arca. La liberación en Mizpa (1 Sam. 7) se sitúa 20 años y 7 meses después del cautiverio; pero no se nos informa cuántos años transcurrieron entre esa liberación y la elección de Saúl, ni cuántos años reinó Saúl.// 40 años// Sin embargo, desde la ascensión al trono de David hasta la cautividad babilónica, y de allí hasta el primer año de Ciro, encontramos una serie ininterrumpida de datos cronológicos, mediante los cuales el intervalo entre ambos extremos puede determinarse con gran precisión.
Hacia este último extremo, la Historia de las Escrituras, en primer lugar, entra en tan marcado contacto con los relatos profanos auténticos, que el año del Cautiverio Babilónico se conoce con absoluta certeza. Por lo tanto, el año de la ascensión de David se conoce en términos de la era a. C. Parece entonces que, solo en la historia directa, la serie a. m. o cómputo descendente puede rastrearse hasta el año 47 después del Éxodo, pero no antes, y la serie a. C. o cómputo ascendente, en continuación de las cronologías profanas auténticas, hasta el primer año de David, pero no antes. Entre estos límites, el cómputo descendente se separa del ascendente por abismos, cuya extensión, por lo que aparece en la historia directa, solo puede conjeturarse, no medirse. En consecuencia, No se puede determinar con certeza la fecha del Éxodo si no poseemos otros materiales aparte de los descritos. Algunos cronólogos, de hecho, pretenden remediar los defectos de las Escrituras con la ayuda de relatos profanos; es decir, deducir la verdadera fecha del Éxodo a partir de las antiguas dinastías egipcias: una tarea absurda, sin duda, pues ninguna cronografía antigua, egipcia, babilónica o asiria, es más útil que cuando ha sido probada y corregida por las declaraciones incomparablemente más claras y consistentes de las Escrituras. Las dinastías de Manetho por ejemplo, son ininteligibles hasta que se explican y ajustan en comparación con la Historia Sagrada. Y aquí, de nuevo, es inútil pretender determinar esta cuestión con la autoridad de escritores no inspirados que vivieron, quizás, mil quinientos o mil seiscientos años después del acontecimiento. Que los judíos posteriores a la era cristiana carecían de un conocimiento tradicional seguro de la fecha verdadera se hace evidente al examinar sus estimaciones contradictorias: Josefo sitúa el año del Éxodo en 1648 aproximadamente; los judíos modernos en 1312.
Los primeros escritores cristianos se vieron obligados a construir la fecha con los mismos materiales que nosotros, y difieren tanto en sus resultados como los cronólogos modernos. La magnitud de la discrepancia puede apreciarse en la siguiente declaración de las diversas estimaciones, dadas por escritores antiguos y modernos, sobre el intervalo entre el Éxodo y la fundación del Templo de Salomón (Hales, vol. 1, pág. 10
Es evidente, a partir de la descripción de nuestro material histórico anterior, que el intervalo real no puede conocerse con certeza, a menos que la Escritura, en alguna otra ocasión, asigne el número preciso de años transcurridos entre el Éxodo y algún evento posterior a la ascensión de David. Si se puede encontrar dicha información, se conoce la fecha del Éxodo y, en consecuencia, el tiempo B. C. puede ajustarse a la era A. M
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