LA CRONOLOGÍA DE LAS SAGRADAS ESCRITURAS,
Y LAS INDICACIONES QUE ALLÍ CONTIENE DE UN PLAN DIVINO DE TIEMPOS Y ESTACIONES:
JUNTO CON UN APÉNDICE, QUE CONTIENE: I. UN COMPENDIO DE LAS PRINCIPALES INSTITUCIONES DE CRONOLOGÍA. I. UN EXAMEN DE LA CRONOLOGÍA BÍBLICA DEL SR. GRESWELL Y UNA HIPÓTESIS RELACIONADA CON EL CALENDARIO JULIANO. III. DISERTACIONES SOBRE LAS CRONOGRÁFIAS ANTIGUAS DE ASIA Y EGIPTO. IV. ESQUEMAS DE UNA ARMONÍA CRONOLÓGICA DEL EVANGELIO. V. UN ENSAYO SOBRE EL DISEÑO Y LA ESTRUCTURA DE LA PROFECÍA.
HENRY BROWNE,
LONDRES
1894
TIEMPOS SAGRADAS ESCRITURAS *BROWNE* 1-3
Que la Cronología de la Historia de las Escrituras, tanto en su conjunto como en muchos de sus detalles, está envuelta en mucha incertidumbre, es algo que nadie que haya prestado atención a este tema puede ignorar. Incluso en el Nuevo Testamento, a pesar de estar en una época históricamente rica, los eruditos nunca han podido ponerse de acuerdo sobre las fechas precisas de sus eventos cardinales; mientras que en el Antiguo Testamento, la autoridad de nombres distinguidos se equilibra equitativamente entre esquemas que, además de una multitud de discrepancias menores, varían en sus rangos más amplios por muchos siglos de diferencia. Y, cuando se examina más allá de las tablas y se considera la enorme cantidad de conocimiento y reflexión que se debe haber invertido en su construcción, es natural inferir de las amplias discrepancias de los resultados que los elementos del problema deben ser necesariamente muy ambiguos o defectuosos. En consecuencia, se suele decir que este tema es uno sobre el cual una mayor investigación no solo es vana —ya que, si se tuviera certeza, la cuestión se habría resuelto hace mucho tiempo— sino también presuntuosa: pues ¿no delata un temperamento arrogante pensar en hacer nuevos descubrimientos en un asunto que hombres de consumado saber no han logrado resolver satisfactoriamente? A tales prejuicios se ve necesariamente expuesta la presente Obra, que se propone una investigación nueva e independiente de la Cronología de las Escrituras. Ante cualquier imputación de presunción, su autor debe contentarse, de entrada, con el argumento habitual en tales casos: que después de que un tema haya sido explorado en múltiples direcciones por muchas grandes mentes, un investigador de muy humildes pretensiones, por algún afortunado accidente, puede posiblemente dar con el camino correcto.
A otros prejuicios o quejas, como que la certeza es inalcanzable o que la práctica compensa la labor de investigación, basta con responder que, habiendo dado con una pista determinada, descubrí que la investigación, al proseguirla en esa dirección, se vio acompañada de una evidencia, hasta entonces quizás poco sospechada, de gran interés y utilidad práctica en sí misma, si es cierta, y suficiente para disipar la ambigüedad de la que se ha quejado. Incluso cuando no tenía intención de escribir un Tratado sobre la Cronología de las Escrituras, me vi obligado a considerar los diversos esquemas propuestos para ajustar esa cuestión aparentemente difícil: la cronología de los tiempos de los Jueces de Israel. Mientras estaba ocupado en esto, mi atención fue inesperadamente atraída por un atisbo casual de un interés peculiar que parecía pertenecer a la Cronología de las Escrituras en su conjunto.
Me pareció que ciertos hechos, que observé por casualidad, implicaban la existencia de un orden detectable de la Divina Providencia en los tiempos de la Historia Sagrada.
Impulsado por esto, me vi conducido a una investigación que abarca toda la Cronología del Antiguo y el Nuevo Testamento; y, en resumen, espero demostrar que las Escrituras contienen los elementos de un sistema de “Tiempos y Estaciones” tan claramente marcados con evidencia de plan y diseño, que, a menos que se haya involucrado artificio humano en su elaboración —y esto, dadas las circunstancias del caso, imposible—, debe ser obra del Señor y debería ser “maravilloso a nuestros ojos”.
Cuáles son los hechos a los que he aludido, el lector debe ser informado enseguida; pero en primer lugar. En este punto, es deseable que comprenda claramente cuáles son los elementos principales de la cuestión y cuáles son las principales fuentes de esas discrepancias que arrojan un aire de vaguedad y duda sobre este tema considerado en su conjunto:
Los libros históricos del Antiguo Testamento contienen una narrativa conexa que abarca desde la Creación hasta finales del siglo V a. C. La narrativa abunda en notas cronológicas, que permiten determinar, en la mayoría de los casos, la distancia entre eventos contiguos o no muy remotos.
Así, las genealogías antediluvianas asignan el intervalo entre la Creación y el Diluvio, y, en consecuencia, el Año del Mundo correspondiente a este último evento.
Mediante las genealogías postdiluvianas y las notas cronográficas dispersas en las vidas de los patriarcas, podemos rastrear la serie «Anno Mund» hasta la muerte de José, es decir, hasta el final del Génesis.
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