viernes, 6 de agosto de 2021

1947- LA VITAMINA QUE ENRIQUECE LA SANGRE -EL ÁCIDO FÓLICO

  El ácido fólico, nueva vitamina reconstituyente de la sangre, da esperanza a millones que padecen ciertas formas de anemia.

LA VITAMINA QUE ENRIQUECE LA SANGRE

Por Paul de KruifSELECCIONES DEL

EL ÁCIDO FÓLICO es una vita­mina que reconstituye la sangre y tiene poder sobre algunas variedades de ane­mia mortales o gravemente agotadoras. Tomado en forma de tabletas, domina la terrible anemia perniciosa, que era mor­tal en el ciento por ciento de los casos hasta que los médicos empezaron a com­batirla con inyecciones de extracto de hígado. Reconstituye la sangre peligrosa­mente empobrecida de algunas mujeres embarazadas; da vigor a muchas personas anémicas víctimas de desnutrición; pro­mete salvar a un sinnúmero de enfermos de diarrea crónica inflamatoria, que es uno de los peores azotes de los trópicos, y es probable que detenga la extenuación anémica que a veces ocurre en la vejez.

Muchos alimentos crudos contienen este hermano menor de las otras vita­minas B, pero lo pierden fácilmente cuan­do se les cocina. El cuerpo humano ne­cesita una cierta cantidad de ácido fólico, so riesgo de perecer.

Las investigaciones que condujeron al descubrimiento del ácido fólico princi­piaron hace unos veintidós años. El doc­tor George R. Minot, de Boston, prescri­bió a varios pacientes desahuciados de anemia perniciosa que comiesen grandes cantidades de hígado. Cuando estos en­fermos acudieron, casi a rastras, en busca del doctor Minot, mostraban la palidez amarillenta de los cadáveres. La enferme­dad se había apoderado de ellos como una serpiente insidiosa que los extenuaba y los hacía desfallecer. Tenían el cuerpo lacío y la sangre había huido de sus labios. En todos los casos análogos a los anteriores, a medida que la sangre se empobrecía, los enfermos iban debilitándose más y más, el cansancio aumentaba a diario, y casi llegaban a perder el aliento. Venía luego un período de letargo, y al fin la muerte.
Minot les dio a sus enfermos hígado y más hígado, ya crudo, ya cocinado. Quizá se habrían resistido a comerlo tan a menudo y en tanta abundancia, si no hubieran empezado a sentir que el desfallecimiento iba desapareciendo y el vigor del cuerpo restableciéndose.
Al cabo de una semana, ya podían incorporarse en la cama y tenían un apetito voraz. Antes de dos semanas, querían levantarse y andar. Así demostró Minot que el hígado como alimento tiene cierta virtud revivificadora. Un experimento sencillo le hizo ver luego que el hígado produce su acción activando ciertas sustancias que se hallan en el tuétano de los huesos.
Cuando estos enfermos, perdida ya casi toda la sangre, estaban al morir, Minot les sacó de los huesos un poquito de tuétano. El microscopio le reveló que los megaloblastos, células gigantescas del tuétano que contribuyen a la formación de los glóbulos rojos de la sangre, no estaban proporcionando a ésta los suficientes para la conservación de la vida.
Después de alimentar a los enfermos con hígado por algún tiempo, Minot les examinó otra vez el tuétano, en el cual vio miles de millones de glóbulos rojos nacientes—células reticuladas llamadas reticulocitos. Los megaloblastos habían reasumido sus funciones normales.
Hay muchas variedades de anemia en que el tuétano no puede producir sangre. El mismo trastorno ocurre en la diarrea crónica inflamatoria de los trópicos; e muchos casos de preñez; en casi todos los graves de pelagra, y en la desnutrición de la ancianidad. La anemia proveniente de insuficiencia de hierro es mucho menos grave. Para distinguirla de la debida al trastorno mencionado, se ha dado a ésta el nombre de anemia macrocaica (de células grandes). En ella las células de los glóbulos rojos de la sangre son de gran tamaño, pero peligrosamente escasos.
~Sería posible salvar con hígado al sinnúmero de enfermos de otras anemias macrocíticas, como tan espectacularmente se había salvado a los atacados de anemia perniciosa? El doctor Tom D. Spies, de la universidad de Cincinnati, que era uno de los médicos del hospital Hillman, de Bírmingham, en el estado de Alabama, fue el primero que se dio a resolver esta cuestión.• Observó que la mayor parte de sus enfermos que sufrían de pelagra fuerte sufrían igualmente de anemia macrocítica. Luego notó que los enfermos de pelagra casi agonizantes que volvía a la vida con ácido nicotínico*
*Véase Fl mago de las vitaminas, en SELECCIONES de febrero de 1941. quedaban curados de la pelagra, pero no de la anemia. Para rehabilitarlos del todo tenía que hacerlos comer hígado o inyectarles extracto de hígado.
Se vio después que lo mismo ocurría en la diarrea crónica inflamatoria, en la anemia de la preñez y en la proveniente de desnutrición. Se había descubierto que el hígado era un verdadero elixir de vida. Sin embargo, el tratamiento tenía sus defectos. En muchos casos producía desórdenes graves, y era preciso suspenderlo. Los extractos de hígado eran mezclas complicadas, a veces muy poderosas, a veces muy débiles. Aunque sin duda poseían una virtud maravillosa, su grado de eficacia era incierto.
Durante veinte años, los hombres de ciencia buscaron en el hígado un agente químico antianémico. Luego, hace sólo unos pocos años, los buscavitaminas descubrieron una sustancia química muy poderosa que era absolutamente indispensable para la vida de muchos microbios y de varios animales usados en los experimentos de laboratorio. El doctor Roger Williams, de la universidad de Texas, le dio el nombre de ácido fólico, porque se encuentra en el follaje (inglés,foliage) de la espinaca. Sin embargo, se halla también en muchos otros alimentos: hongos,soya, levadura, riñones,etc. El hígado crudo la contiene en cantidades pequeñas.
Pronto se emprendieron investigaciones relativas a las propiedades químicas del ácido fólico. Al principio no hubo más que fracasos. Algunos de los extractos de hígado que curaban o aliviaban la anemia perniciosa carecían casi por completo del ácido fólico contenido en el hígado crudo. Los médicos trataron la ane-mia perniciosa con preparaciones concentradas de ácido fólico, pero no lograron aumentar el número de glóbulos rojos de la sangre.
A pesar de estos chascos, un cuerpo de dieciséis químicos y buscavitaminas continuaron la tarea en los laboratorios de Lederle y Calco, que son departamentos de la American Cyanamid Company. William B. Bell, presidente de la compa- ñía, y otros directores, gastaron al princi- pío milesde dólares, y después centenares de miles,para sufragar los gastos consi- guientes a la investigación, que parecía empresa quimérica. Y qué los justificaba en su costoso empeño? El hecho de que había razones para creer que el ácido fóli- co fuese elemento indispensable de la vi- da de muchos microbios y de varios ani- males superiores, incluso quizá el hombre.
En agosto de 1945, este cuerpo de in vestigadores informó que había logrado efectuar la síntesis del ácido fólico puro. Tal triunfo se consideró de suma trascendencia y al punto se dio a conocer en una comunicación científica suscrita por los dieciséis hombres de ciencia que lo alcanzaron.
El mismo mes comenzó el doctor Spies a tratar con ácido fólico sintético a varios enfermos del hospital Hillman, en quienes la anemia macrocítica había llegado a un período avanzado. Sabía que los extractos de hígado empleados para curar diversas variedades de anemia humana contenían muy poco ácido fólico. Sin embargo, hizo el siguiente razonamiento, que no dejaba de ser algo extraño: «En el hígado de que se hicieron esos extractos había ácido fólico. Tal vez los químicos, al purificar los extractos para obtener un agente curativo, descartaron otro. Puede que en el hígado natural haya más de una sustancia antianémica. Quizá una de ellas sea el ácido fólico. ¿Por qué no hacer la prueba?
Los razonamientos y reflexiones de esta clase, que a veces parecen descabellados, son el alma de los descubrimientos y las invenciones. En noviembre de 1945, el doctor Spies informó que el ácido fólico, administrado a ocho personas gravemente enfermas de anemia macrocítica, había demostrado su poder de producir glóbulos rojos en la sangre, como los extractos de hígado más eficaces. Al fin del año, los cristales amarillos de ácido fólico ya les habían reconstituido la sangre, surtiéndola de glóbulos rojos, a veintiséis de los veintisiete enfermos a quienes se había administrado, entre los cuales había cinco que sufrían de anemia perniciosa, enfermedad generalmente mortal.
Era fantástico ver cómo se aumentaba con dosis pequeñísimas de la nueva droga la producción de glóbulos rojos en tuétano antes enfermo y agotado. Al hospital Hillman llevaron a un hombre de setenta y cinco años que sufría de diarrea grave, respiraba con dificultad y tenía en la cara una palidez alarmante. En su sangre, el número de glóbulos rojos se había reducido a la mitad del número normal. El tratamiento de Spies fue sumamente sencillo: le dio a tomar al enfermo unos pocos miligramos de ácido fólico por día.
A los cuatro días el hombre dijo que se sentía mejor. Antes tenía la lengua y la boca tan adoloridas, que casi no podía comer. Ese día comió dos veces más que lo que de ordinario come un hombre normal. El microscopio puso de manifiesto que los megaloblastos de los tuétanos habían empezado a funcionar de nuevo.
«Cuando vine aquí», dijo el enfermo, «no era sino una carga para mi familia, y creía que lo mejor era que me muriese. Pero ese poquito de remedio amarillo le ha vuelto la vida a esta vieja armazón. » Al poco tiempo, el hombre estaba otra vez trabajando en su huerta.
Luego Spies y sus ayudantes se fueron a Cuba. Allí, la universidad de La Habana les dio una sala en el hospital Calixto García, donde empezaron a trabajar con la cooperación de algunos de los médicos principales del establecimiento. Había en la sala nueve infelices condenados a muerte por la diarrea crónica inflamatoria. No eran más que huesos y pellejo. Todos tenían una diarrea violenta que los iba consumiendo rápidamente. Estaban en un profundo estado de abatimiento y lloraban sin cesar. Toda expresión había desaparecido de  su rostro. Si volteaban la ca-beza o movían una mano era lentamente y con un enorme esfuerzo. Su energía vital era poco menos que nula, y la sangre se les había agotado casi por completo. Tanto les daba vivir como morir.
Antes de comenzar el tratamiento,Spies los privó de carne durante cuatrc días; porque la carne podía fortalecerles un poco la sangre, y él quería cerciorarse de que, si se restablecían, ello se debía enteramente al ácido fólico. Luego empezó el tratamiento: ácido fólico administrado por la vía oral, principiando con dosis fuertes.
A los dos días, los enfermos comenzaron a dar señales de restablecimiento. En esas caras marchitas, que antes semejaban mascarillas rígidas de muertos, se veía de cuando en cuando una como sonrisa de alivio y esperanza. La diarrea y el terrible cólico habían desaparecido. A los cuatro días, los enfermos habían recobrado fuerzas suficientes para querer levantarse y andar, y algunos lo hicieron. Al cabo de una semana, todos estaban levantados y andando por la sala.
Estos resultados demostraron que las virtudes del ácido fólico van más allá de la reconstitución de la sangre; pues el resurgimiento de las fuerzas de los enfermos comenzó antes de la formación de nuevos glóbulos rojos, la cual no principió sino después de tres o cuatro días de tratamiento.
Más sorprendente aún  era el hecho de que las dosis de ácido fólico habían podido reducirse muy pronto a unos pocos miligramos por día. Estas pequeñísimas cantidades del remedio restablecieron el apetito de los enfermos hasta tal punto que, al terminar cada comida, pedían más. Todos ganaron peso rápidamente, y todos están hoy entregados a sus oficios respectivos.
Pronto confirmaron las virtudes reconstituyentes del ácido fólico y extendieron la aplicación del maravilloso remedio varios grupos de médicos encabezados por el doctor W. J. Darby, de la universidad Vanderbilt; el doctor C. V. Moore, de la universidad Wáshington, de Saint Louis, y el doctor C. A. Doan, de la universidad de Ohío. Las observaciones de un gran número de hombres de ciencia que han estudiado miles de casos en muchos países han demostrado igualmente la eficacia del ácido fólico.
Si bien las pequeñísimas pastillas, de menos de dos milímetros de diámetro, en que el ácido se administra producen muchos de los efectos de las inyecciones de extracto de hígado, aún dejan algo que desear. El doctor Spies duda que el ácido fólico impida la degeneración del sistema nervioso que a veces ocurre en la anemia perniciosa.
Sin embargo, trabajando con el doctor Ramón Suárez en la Escuela de Medicina Tropical de Puerto Rico, el doctor Spies ha encontrado que el ácido fólico es tan eficaz como el extracto de hígado para la reconstitución de la sangre en casos de diarrea crónica inflamatoria. Además, el ácido fólico impide el empobrecimiento peligroso de la sangre en enfermos que son alérgicos al hígado.
Fuera de su valor para reconstituir la sangre, las pastillas amarillas han dado a los médicos un nuevo restaurador de las Fuerzas, de amplia aplicación. Los médicos ponen anualmente millones de inyecciones de extracto de hígado para la debilidad, la palidez, y el agotamiento, aunque no haya otros síntomas de anemia. El ácido fólico puede reemplazar tales inyecciones en muchos casos.
Es requisito fundamental, por supuesto, que a toda persona que sufra de anemia se le someta a un reconocimiento médico riguroso, a fin de determinar la clase de anemia que tiene, y prescribir el tratamiento apropiado. No siempre hay que recurrir al ácido fólico. Algunos enfermos no necesitan sino hierro; otros tienen anemia perniciosa y deben continuar tomando ácido fólico o extracto de hígado durante el resto de su vida, de acuerdo con las instrucciones del médico; otros sufren de anemia de desnutrición o de diarrea crónica inflamatoria, y pueden curarse con ácido fólico o extracto de hígado, después de lo cual es posible evitar que la enfermedad reaparezca, mediante un buen régimen alimenticio, que debe comprender carne en abundancia.
El ácido fólico no es una panacea. Contra la anemia que acompaña a la leucocitemia, enfermedad caracterizada por exceso de leucocitos en la sangre, y contra la llamada anemia aplástica, en que las células del tuétano que producen sangre dejan de funcionar, es impotente.
Lo más prometedor del nuevo específico es la posibilidad de que con él puedan impedirse las distintas variedades de anemia macrocítica, causa principal del empobrecimiento de la sangre y la debilidad consiguiente de que sufren millones en todo el mundo.
Aunque el ácido fólico no empezó a fabricarse sino hace poco más de un año, hoy se produce abundantemente. Quizá ningún otro medicamento de igual importancia se haya generalizado tanto en tan corto tiempo. En los Estados Unidos, el costo ha bajado de 25 a 13 centavos por pastilla, y sin duda seguirá bajando a medida que la producción aumente.
El ácido fólico no reemplaza un buen régimen alimenticio en que abunden las proteínas; pero es valiosísima vitamina que quizá sea, sobre todo en el mundo arrasado por la guerra, la salvación de millones de seres humanos a quienes el hambre, y especialmente la falta de carne, casi ha colocado al borde de la tumba. Puede tal vez rehabilitarlos lo suficiente para que vuelvan al trabajo y ganen con él los alimentos de que ahora carecen.

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