jueves, 1 de diciembre de 2022

ÁNGELES VARONES Y FÉMINAS - EL CIELO ES TAN REAL- 33

 EL CIELO ES TAN REAL

CHOO THOMAS Parte 33

“El día de mi regreso por mi pueblo está muy cerca. Trato de salvar tantas almas como pueda, no importa lo que tome. Satanás sabe esto, y está tratando de destruir cuantas almas pueda, antes que sean salvos. La gente debe saber por qué hay tantos que están muriendo. Cada iglesia debe echar fuera al enemigo continuamente en oración. Mis iglesias han estado demasiado cómodas. Estoy muy insatisfecho con muchas de ellas.

"Quiero que todo el mundo conozca que soy un Dios temible. Amo a mis hijos, y es por eso que morí por ellos. Yo debo ser primero en la vida de cada uno. Todos necesitan arrepentirse y humillarse delante de mí. Lo que sucedió en Nueva York es un pequeño precio que pagar. Habrá destruccio­nes más grandes en todo el mundo, hasta que vuelva por mi pueblo. Ese día está más cerca de lo que muchos esperan".

Después de haber recibido esta poderosa palabra del Señor, pude entender un poco mejor por qué el Señor me mostró muchas montañas y edificios que eran consumidos por el fuego. El fuego vino del cielo y luego la nieve cayó hasta que todo el mundo fue cubierto por la nieve.

Él desea que todos se arrepientan diariamente y se purifiquen a sí mismos, para que Él pueda llevar a todos a su reino. Nuestro Señor Jesús nos ama tanto que Él no desea que ninguno se pierda. Él dijo que ninguno lo ama más a Él de lo que Él nos ama. Si yo le digo a Él: "Te amo un millón de billón de veces", Él sigue diciendo: "Yo te amo más".

LA IMPORTANCIA DE LA HUMILDAD

La humildad es muy importante para nuestro Señor. Él ejemplificó la importancia de la humildad, al humillarse a sí mismo y hacerse huma­no cuando vino a este mundo. Estoy agradecida de Él por enseñarme y mostrarme la humildad de tantas maneras.

Por ejemplo, Él me guió a una costurera que podía coser mis ves­tidos blancos. Otras personas me la habían recomendado como una mujer de gran talento, que cosía de acuerdo a especificaciones. Sin embargo, cuando cosió mis vestidos, estos simplemente no se podían usar.

Me sentí desconcertada por esto, así que fui delante de Dios en ora­ción. Él me dijo que le diera otra oportunidad, y yo le obedecí. En casi tres meses ella me hizo una chaqueta y un vestido. Compré más mate­rial y se lo llevé, pero ella no tenía tiempo para coser para mí. Así que le pedí que me lo devolviera. Yo pensé que ella no podría usar la tela blanca. Finalmente, le pedí que se encontrara conmigo en una tienda de telas, y compré algo que a ella le gustaba, y la invité a almorzar.

Tan pronto como ella accedió a coser mis vestidos blancos, comenzó a tener muchos problemas. Esto incluía problemas físicos que tanto ella como su esposo estaban experimentando. Fue un tiem­po muy ocupado para ella, pero ella no quería dejar nuestra relación. Yo realmente sentía una gran empatía hacia ella, y creo que ella sentía lo mismo por mí.

Sin embargo, no podía ponerme las cosas que ella me hacía, y sentía que no podía señalarle sus faltas. En lugar de eso, me esforcé en demostrarle amor en todo tiempo. Ahora sé que esa fue una prueba de Dios para mí.

A pesar de que había memorizado su número de teléfono, después de ella devolverme los materiales, no lo pude volver a recordar. A través de esto, creo que el Señor me estaba enseñando paciencia y humildad.

Había estado orando por humildad, y todavía lo hago, porque deseo practicar humildad hacia cada ser humano. Quiero que cada aspecto de mi ser sea como Jesús. No importa cuál sea la situación, nunca quiero juzgar a otros. En lugar de juzgar a otros, deseo amarlos y orar por ellos. Eso es lo que nuestro Señor quiere de cada uno de nosotros.

Después de haber recibido una visión, el Señor me hizo sentir un gran deseo de leer  1 Corintios 13. Desde entonces, he estado leyéndolo seis días a la semana sin fallar, pero nunca trato de memorizarlo. Creo que el Señor pone su amor en mi espíritu a través de su Palabra. El Señor también me ha hecho sentir el deseo de orar la oración del Padre Nuestro todos los días, después de mi tiempo de oración regular.

MILAGROS DE SANIDAD

El 24 de diciembre de 2001, el Señor apareció vestido con su corona y túnica de Navidad, y el 31 de diciembre, en su corona y túnica dora­das. Todo sucedió tal y como había sucedido en los días de Navidad y víspera de Año Nuevo de años anteriores. Este fue un tiempo de un gozo indescriptible, más que ninguna otra Navidad o víspera de Año Nuevo en mi vida.

Al final de este tiempo especial, el Señor me dijo: "Tú eres la mejor celebración de mi cumpleaños y Año Nuevo, y te amo, mi amada, así que  Sé feliz". Inmediatamente, desapareció.

Desde que dejé de hacer la danza de milagros, el Señor me ha dirigido a orar en el altar cada domingo en la mañana antes de comenzar la adoración.

Comencé a sentir un sonido en mi oído derecho, y le pedí al Señor que me sanara. Él me aseguró que tomaría cuidado de ello. La sanidad se dio, pero tardó un par de semanas.

El 13 de enero de 2002, mientras iba de camino para la iglesia, le dije al Señor que quería que mi oído derecho fuera sanado ese domingo en la mañana en el altar. Cada domingo cuando voy a la iglesia, lo pri­mero que hago es arrodillarme en el altar y alabar al Padre con acción de gracias. Entonces oro por los pastores de la iglesia y un avivamiento. Esa mañana en particular, al momento de haberme arrodillado, sin pensarlo, mi cara dio contra los escalones y el fuego del Espíritu Santo cayó sobre todo mi cuerpo, y me dejó sin habla.

Sin embargo, mi corazón decía: "Te amo, Señor. Ya tú sabes que te había pedido que hicieras esto por mí esta mañana". Desde esa maña­na, el ruido cesó completamente en mi oído.

Otro milagro ocurrió el siguiente domingo en la mañana. Antes de salir para la iglesia, sentí un dolor repentino en el lado izquierdo de mi cuerpo y casi no me podía mover. Le dije al Señor: No importa lo que sienta, voy a ir a la iglesia a alabarte, y espero que me sanes antes de salir de la iglesia".

Otra vez, mientras estaba arrodillada en el altar, mi cabeza dio contra los escalones, todo mi cuerpo se sintió en fuego, y comencé a llorar. Después de esto, comenzó la adoración y alabé al Señor durante todo el servicio. El dolor se me olvidó, y entonces me di cuenta que había sido sanada.

Yo había experimentado este dolor antes de conocer a mi Señor Jesús. Algunas veces tomaba dos semanas para recuperarme. Nuestro Señor Jesús recibió treinta y nueve latigazos en su cuerpo para que nosotros pudiéramos ser sanados. Cualquiera que crea verdaderamente en Él, le ame, obedezca y ponga en primer lugar en cada área de su vida, descubrirá que el Señor cuidará de él, tal como lo prometió.

Él pudo haberme sanado instantáneamente, como lo había hecho en muchas otras ocasiones, pero esta vez me estaba dando una lección de humildad en público, para que yo pudiera incluirla en este libro. A algunas personas se les hace muy difícil humillarse a sí mismos delante de Dios en el altar o en público.

Para el Señor es muy importante que sus hijos se humillen delante de Él y los demás. He experimentado la diferencia mientras alabo al Señor en mi asiento y el altar. La diferencia es que cuando me arrodillo delante del Señor en el altar, siento el fuego del Espíritu Santo caer sobre mí.

Cuando le pertenecemos completamente a nuestro Señor Jesús, no debemos preocuparnos por lo que la gente diga o piense. Lo más importante es agradar a nuestro Señor, quien murió por nosotros. Él es el Hijo del Todopoderoso Dios y experimentó grande humillación mientras estuvo colgado en la cruz por nosotros. Él se humilló a sí mismo, hasta la muerte, por nosotros.

LA IMPORTANCIA DE LA ALABANZA

En esa misma mañana, mientras levantaba mis manos y buscaba el rostro del Señor, una unción muy fuerte vino sobre mi cuerpo. Es importante que nosotros levantemos nuestras manos al Señor cuando le adoramos y alabamos. Esta es una de las maneras clave que el Señor me mostró para recibir su unción sobre mi cuerpo.

Algunas personas podrán pensar que son tan bendecidas que no necesitan alabar al Señor. Este es un pensamiento peligroso. Dios nos creó para su gloria. Él desea que todo aquel que le llama Señor le glo­rifique continuamente. A sus ojos, ninguno es demasiado importante como para no necesitar adorarlo. La presencia de Dios aparece en la iglesia para recibir la gloria de su pueblo durante los servicios de adora­ción. Esa es una de las razones por las que Jesús nos dice que el Padre busca adoradores (ver Juan 4:23).

MARCAS DE SALVACIóN

El Señor me recordó escribir sobre aquellos que dicen ser salvos, pero nunca van a la iglesia ni comparten con otros cristianos. Algunas per­sonas piensan que el bautismo en las aguas es lo que los salva. El Señor me dijo que los únicos que son verdaderamente salvos son aquellos que viven de acuerdo a sus mandamientos y caminan en el Espíritu Santo.

Todo aquel que crea en Él, debe amarlo con todo su corazón y tener comunión con otros cristianos. Dios también espera que se con­greguen y den sus diezmos y ofrendas. Aquellos que no pueden asistir a la iglesia deben dar sus diezmos y ofrendas a la iglesia local o cualquier otra iglesia cristiana. Aquellos que trabajan los domingos, pero desean ir a la iglesia, deben buscar la manera de hacerlo. Jesús me dijo: "Todo aquel que sea salvo debe compartir mi Palabra y adorarme con otros, como uno solo. Quienes no pueden ir a la iglesia, deben orar por los pastores, las iglesias y la salvación de los perdidos".

JESÚS Y LOS NIÑOS

Aún cuando los niños están en una temprana edad, el Espíritu de Dios busca salvarlos. Cualquier padre que conoce la Palabra de Dios y no la enseña a sus niños ni los lleva a la iglesia, son culpables de grave pecado.

Aquellas mujeres que han tenido abortos o las madres cuyos niños murieron antes de la edad de siete años, necesitan saber que estos niños están con el Señor Jesús en su reino. No importa si los padres de los niños son creyentes o no, ellos están con Jesús. Todo padre o madre que vaya al reino de los cielos podrá ver a cualquier niño que haya perdido. Escribo todas estas cosas porque el Señor quiere que así lo haga.

ORDENADA POR DIOS

La mañana del 4 de abril de 2002, después de haber orado en la presen­cia de Dios, el Señor me dijo estas palabras: "Te ordeno': Al instante un fuerte poder vino sobre todo mi ser, y un gran ruido salió de mi boca. El ruido emanaba de mi estómago y sonaba muy fuerte.

Ambas manos se extendieron hacia la dirección donde el Señor esta­ba parado. Esto duró por unos momentos, entonces mis manos se posa­ron sobre mi pecho. En unos momentos, el poder salió de mi cuerpo.

El Señor me había dicho que me había ordenado para el ministerio. Entonces dijo: "Es tiempo de que todas mis promesas para ti comiencen a cumplirse". El Señor me había ordenado en muchas ocasiones. Este mismo día, después de haber orado por segunda vez, otra gran descarga de poder vino sobre mí y entró en mi cuerpo. Mis manos temblaban muy rápidamente, y luego de un rato comenzaron a aplaudir muy fuer­te. Este temblor y aplaudir de mis manos duró por espacio de cuarenta minutos.

ACERCA DE LOS ÁNGELES EN EL CIELO

Tuve experiencias con dos ángeles diferentes, un varón y una fémina. Hace alrededor de dos años, al estacionar mi auto en un centro comer­cial, vi un hombre joven que venía directamente hacia mí, como si me conociera. Él se paró frente a mí. Le pregunté qué deseaba y me dijo que necesitaba una ayuda económica. Le dije que él era joven y de buena presencia, y le pregunté por qué no buscaba un trabajo. Él me dijo que venía de Canadá y le era muy difícil encontrar trabajo. Le pregunté si sabía acerca de Jesús, y me contestó afirmativamente. Así que le dije que yo asistía a la Iglesia Para Todas las Naciones, y lo invi­té a asistir para que alguien lo ayudara a conseguir un trabajo. Él me dijo que conocía mucho acerca de nuestra iglesia. Le hablé de Jesús, lo abracé y oré por Él. Le di algún dinero, y le dije que se asegurara de ir a nuestra iglesia. Nunca más lo volví a ver.

Él estuvo en mi mente por mucho tiempo y todavía lo recuerdo.

 Más tarde, el Señor me dijo que Él era un ángel. Él me dijo que muchas personas interactúan con individuos y aun los maltratan, sin darse cuenta que son ángeles.

Me encontré con una joven mujer hace alrededor de seis meses durante el servicio de adoración, al estar sentada en el altar alabando al Señor en su presencia. Yo estaba bajo una profunda unción, cuan­do alguien me tocó en el hombro. Abrí mis ojos, y esta joven mujer estaba sentada a mi izquierda con su cara inclinada, mirándome con una sonrisa tan tierna, como si me conociera. La toqué en su hombro. Regularmente nadie me toca o me habla durante la adoración. Cuando la adoración terminó, busqué a la joven, pero no pude encontrarla.

Después del servicio, al salir al vestíbulo, vi a esta joven mujer que se parecía mucho a ella. Me le acerqué y pregunté si ella me había toca­do mientras estaba adorando en el culto. Ella me dijo que no, así que le pregunté si deseaba el manuscrito de ¡El cielo es tan real.; y lo recibió con alegría. Desde ese momento, tuve un sentimiento especial por ella.

Su nombre es Julie. El siguiente fin de semana, llegó a la iglesia y se sentó al lado mío. Nunca antes la había visto, hasta el día que le di el manuscrito. Yo voy al servicio de las 9:00 A.M. y ella viene al de las 11:00 A.M. Ella me espera fielmente en el vestíbulo cuando salgo del santuario. Vive a una hora y media de la iglesia, y viene a esta iglesia porque ama los mensajes del pastor. Es una madre soltera con tres niños

 Un par de meses más tarde, me dijo que yo era su ángel. Le pregun­té por qué, y ella me respondió que tres días antes de haberme cono­cido, ella se sentía muy triste, y estaba orando y llorando, pidiéndole a Dios que le enviara un ángel.  Al cabo de tres días, me conoció y yo le di el manuscrito. Me dijo que ese fue el día más feliz para ella, y que, desde que me conoció, se siente muy feliz y tiene que verme cada fin de semana para sentirse satisfecha.

 Después de decirme acerca del ángel, me di cuenta de que la mujer joven que tocó mi hombro era un ángel que me guió a Julie. Nunca había visto una sonrisa tan tierna.

 El Señor me dijo que ella era un ángel para dirigirme a Julie, porque Julie necesitaba ayuda.

El Señor también me dijo que Julie es una hija muy especial para Él. Me doy cuenta que Julie verdaderamente ama al Señor más que a nada ni a nadie en este mundo. Ella es una hermana muy bendecida. Yo la amo.

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