sábado, 7 de enero de 2023

ACCIDENTES - Pablo Burgess

"Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para ml mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo."

—El apóstol Pablo (Hch. 20:24)

Capítulo Veinte

Accidentes

Anna Marie Dahiquist

Hubo una serie de éxitos antes del viaje a Europa. En abril de 1926 se publicó el libro de Hechos en quiché, y poco des­pués salió de la imprenta el Evangelio según San Mateo. La construcción del nuevo edificio del Colegio La Patria progre­saba a buen paso, también bajo la dirección de Pablo.

El 29 de junio, se celebró una fiesta con motivo del quinto aniversario de fundación de la Liga Indígena. Aunque el Rvdo. Dinwiddie y el misionero Robinson habían fallecido, las misiones que colaboraban en la Liga habían reclutado a nuevos candidatos, y la obra entre los nativos seguía exten­diéndose. Los miembros de la Liga, nacionales y extranjeros, asistieron gozosos al servicio en la iglesia, y luego a la recep­ción en la casa de los Burgess.

Nadie sospechaba el golpe que recibirían al día siguiente. Se había organizado un día de campo, patrocinado por la Liga Anti-alcohólica de Quezaltenango, y Pablo fue a dejar a sus hijas, para que participaran en el paseo. Luego regresó a casa, y dirigiéndose a su esposa, le dijo: —Oye, Dora. Ahora que tengo unos minutos libres, puedo leer este artículo sobre el feminismo. Lo escribió un joven abogado, miembro de la Iglesia Bethel, y me pidió que lo leyera, y le diera mi opinión.

No bien acababa de sentarse frente a su escritorio, cuando sonó el teléfono. No había nada de raro en ello, pues la Srta. Morrison, directora del Colegio La Patria, a menudo telefo­neaba a Dora y platicaba con ella por horas enteras. Súbitamente, Pablo oyó decir a su esposa: —¡Muertas! ¿Me dijo usted que están muertas?

Pablo dejó caer el manuscrito que tenía en sus manos, y corrió hacia el pasillo. Dora, con el auricular todavía en el oído, estaba lívida.

Unos alambres de alta tensión cayeron en el campo donde estaba el grupo— dijo en un susurro. —Dos niñas han muerto.

—¿Dos niñas? ¿Quiénes eran?— preguntó Pablo turbado, y pensando en lo peor.

Juana Cifuentes y Felisa Gantenbein— respondió Dora, luchando por sobreponerse al golpe. Eran amigas y compa­ñeras de clase de nuestras hijas.

Pablo salió a toda prisa hacia el sitio donde se encontra­ban las alumnas del colegio, pero cuando llegó ya era dema­siado tarde. Todos sus esfuerzos por proporcionarles respi­ración artificial fueron vanos.

Mas tarde, escribió a su madre lo siguiente:

La mitad de la ciudad asistió al entierro. Todos los colegios y las escuelas tomaron parte oficial, y la procesión fúnebre llenó cuatro cuadras completas. No ha ocurrido nada igual desde que los brujos mata­ron a los jóvenes sobre el Santa María.

Sin embargo, Pablo sabía que en los planes de un Dios soberano, lo sucedido no era "accidente." Todo tenía su pro­pósito. El misionero escribió sus pensamientos más íntimos en su diario personal:

Señor Dios, quita de mi alma el pesimismo y las dudas. Dame aquel conocimiento de Tu voluntad y presencia, que pueda brillar a través de mí ¡para iluminar mi hogar, mis hermanos y el mundo! Cier­tamente tenemos nuestra oportunidad hoy en la muerte de Felisa Gantenbein y Juana Cifuentes. ¡Quezaltenango nos ha tomado en sus brazos! Los ataques sobre nuestra nacionalidad y nuestro credo han sido olvidados. ¡Qué Cristo sea exaltado por medio de esta preciosa oportunidad!

Los Burgess habían hecho planes para salir hacia Europa la primera semana de julio, pero Jean Isabel se enfermó. Y tuvieron que posponer su salida. No fue sino hasta el 3 de septiembre que al fin pudieron zarpar de Puerto Barrios hacia Hamburgo. Para el domingo de la Reforma, estaban en Wittenburgo, mirando la puerta en donde Martín Lutero había clavado sus famosas noventa y cinco tesis.

Pasando por Italia, llegaron a Egipto a tiempo para cele­brar la navidad con Raúl McLaughlin y su familia, misione­ros presbiterianos en ese país. Como resultado de la decisión de ser un misionero que Pablo había hecho en su juventud, Dora también la había hecho. Siguiendo tal ejemplo, su hermano Raúl, y su hermana Vera también habían escogido ser misioneros. Vera había tenido que regresar a los Estados Unidos, cuando su esposo, que era médico, perdió la vista en el Africa, mientras trataba de curar a otros. De manera que el entusiasmo misionero se había extendido como los círculos hechos en la superficie del agua por una piedrecita tirada en la laguna. Aun sus suegros, que al principio se habían opuesto a que Dora se hiciera misionera, ahora se contaban entre los más entusiastas promotores de la obra misionera en su denominación.

La visita a Egipto fue corta, y luego los Burgess viajaron por Palestina, Siria, España y Francia. Pablo había abri­gado la esperanza de encontrar en Europa el manuscrito original del Popol Vuh, antiguo tomo de las leyendas del pueblo quiché, que había sido transcrito, a principios del siglo dieciocho por el padre Ximénez, sacerdote de Chichi­castenango. El Rvdo. Rossbach, sucesor de Ximénez dos siglos más tarde, pensaba que el manuscrito probablemente estaba en París.

Pablo buscó el libro tanto en las bibliotecas de Viena como en las de París. No lo halló, pero eso solo sirvió como acicate para desear más que nunca encontrarlo. Abundaban las traducciones de la obra, en muchos idiomas, pero, habiendo aprendido el quiché, deseaba poder leer el texto original. Esta noble tribu, con casi medio millón de personas, debía saber más sobre su antigua herencia, y debía tener el libro en su forma original

Después de visitar a algunos familiares en Francia, se embarcaron de regreso hacia Nueva York. Allí compraron un automóvil de segunda mano, y se dirigieron hacia Colorado. Grande fue su gozo al ver nuevamente a la madre de Pablo; y a Juan, a Bessie y a Anita, todos ya casados y con familia. Con una cámara en la mano, Pablo llevó a sus hijas al arroyo Wilson. —Fue aquí donde aprendiste a caminar— le dijo a Carrie, mientras le tomaba una foto.

¡Cuánto tiempo hacía de eso! Ahora Carrie estaba lista para iniciar sus estudios en la secundaria, allí mismo en Cañon City. Ella se quedaría con la abuelita, en tanto que el resto de la familia regresaría a Guatemala.

Al año de haber salido hacia Hamburgo, Pablo nueva­mente estaba imprimiendo libros y tratados, administrando la librería, y predicando en quiché y en español. El viaje a Europa le había hecho mucho bien, de manera que en 1928 parecía tener mejor salud que nunca. Cumplía con sus tareas de publicación y predicación con calma, sabiendo que estaba en donde Dios quería que estuviera, y que hacía lo que Dios lo había llamado a hacer.

Las noticias de accidentes y desastres que le llegaban, solo servían para fortalecer su fe en que Dios lo preservaría hasta que hubiera acabado su carrera. La línea del ferrocarril desde la costa hacia Quezaltenango estaba construyéndose. Al ser teminada, Pablo no tendría que subir más en la incó­moda diligencia. Pero tal modernización costó caro, inclu­sive en vidas humanas. Tres hombres murieron en un acci­dente en la construcción, y luego diez más en otro. Pablo le escribió a su madre, después de la tragedia:

La muerte nos recuerda constantemente de su pre­sencia, asomándose para mirarnos cuando menos la esperamos, pero no debemos hacer caso de ninguna de estas cosas, pues sabemos que nuestros tiempos están en la mano de Aquel quien realizará el plan completo que tiene para cada uno de nosotros.

Antes de terminar el año 1928, la muerte había visitado dos veces a la familia Burgess. La ancianita abuela Hertz falleció, y luego el esposo de Bessie.

Pablo recordaba con cariño a su abuela. Ella había pasado toda su vida interesada en nuevas doctrinas, así que su credo había incluido creencias de muchos grupos, de la Ciencia Cristiana, como también la Confesión de Westminster de los presbiterianos. Sin embargo, Pablo se sentía agradecido con ella, puesto que le había enseñado a apreciar lo mejor de la música y de las artes, y también a respetar las creencias de otras personas.

Pablo tenía planes para revisar el libro que había basado en su debate con los espiritistas. Se titulaba Pláticas Intimas con los de Otras Creencias, e incluía cartas abiertas al libre pensador, al indiferente, al modernista, al teósofo, y a varios más. La nueva edición llevaría la siguiente dedicatoria:

A la memoria de mi abuela
MARY HENDERSON HERTZ
quien más que otra persona alguna
me enseñó a apreciar y a respetar
las creencias ajenas .. .

En cada caso, Pablo entablaba una conversación cordial con el lector, estableciendo terreno común con él. Al proseguir, defendía el cristianismo histórico e invitaba al lector a acep­tar a Cristo. Por ejemplo, en su capítulo dirigido al judío, escribía:

Si de la sangre se habla, yo también soy hebreo de los hebreos y me gozo contigo por las glorias de nues­tra historia.... También siento contigo las persecu­siones de que ha sido objeto el pueblo israelita.

Habiendo establecido terreno común, Pablo hablaba de Cristo como el Mesías de los judíos, e instaba a los lectores a aceptarlo.

Otro capítulo estaba dirigido al comunista. En ese caso, también, Pablo iniciaba estableciendo terreno común:

Camarada:

Me creo con derecho de llamarte así, recordando aquellos días . . . cuando militamos juntos en el par­tido socialista.... Entonces yo era creyente cristiano y tú ateo, pero nos toleramos ambos ... y creíamos perseguir el mismo ideal. Pero con el transcurso del tiempo, la lógica de los acontecimientos nos ha ido separando.... Ambos abandonamos el socialismo ... tú buscando el modo de realizar la dictadura del proletariado por medio de la "acción directa" ... y yo profundizándome más en las Sagradas Escrituras, y esperando la realización de nuestro ideal en la segunda venida de Cristo como Rey al mundo, y el establecimiento de su reino milenario.

Luego instaba al lector comunista a buscar a Cristo, el Camino, la Verdad y la Vida.

Pablo escribió cada capítulo fervorosamente, con el cora­zón. Con cada año que había dedicado al evangelismo, se había convencido más y más de que la filosofía humana nunca podría satisfacer al hombre. Sólo Cristo podía satis­facer los anhelos más íntimos del corazón humano.

 

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