domingo, 29 de enero de 2023

MONSIEUR LE MAIRE

17 Nov 2015

 distinguido escritor visita a un funcionario singular.

MONSIEUR LE MAIRE

                                                         Por A. J. Cronin

                                                                  1951

Autor de «The Spanish Gardener,» «Hatter's Casile,» «The Stars Look Down, » «The Citadel,» «The Keys of the Kingdom , » «The Green Years,» etc.

UN DIA DEL verano pasado iba yo guiando mi automóvil a través de los huertos de Normandía, cuando una vuelta de la carretera Me puso de pronto frente a un an­tiguo castillo. La vista de la suntuosa mansión, levantada en un verde  Parque detrás de una avenida de tilos, me impulsó a detenerme.

—¿ Quién vive allí ? — pregunté a un campesino que pasaba. Una sonrisa le iluminó el curtido rostro.—  Monsieur le Maire   (el señor alcalde).Sorprendido, exclamé :¡Pero seguramente ésa debe ser la residencia de una persona importante, de algún noble!Oh, sí. Monsieur le Maire es Marqués. uno de los apellidos más ilustres de Francia. - Pero tam­bién es alcalde de nuestro pueblo. Y como tal, señor mío, lo conocemos.Había algo en el tono . y en la manera de hablar del campesino que despertó mi curiosidad y me dio la sensación de que había tropezado con una historia interesante. Así, en vez de continuar hacia San Malo, como pensaba, decidí detenerme en la aldea contigua y alojarme en la fonda. Sentía un deseo irresistible de conocer a Monsieur le Maire.No sería ello difícil, me aseguró el hostelero-: el alcalde era persona

accesible para todos. Siguiendo las profusas señas que aquél me dio, atravesé la plaza del pueblo y entré en la pequeña casa consistorial de te­jado rojo. Allí en un cuarto estrecho de paredes blanqueadas encontré, sentado ante una humilde mesa de pino, bajo la. bandera francesa, al hombre a quien buscaba.Era de edad mediana, pequeño y enjuto, de facciones bien definidas, -de mejillas un tanto hundidas y ojos de mirar penetrante - aunque - extrañamente tranquilo. Vestía con sencillez : pantalones depana, medias gruesas, botas y una chaqueta Norfolk pasada de moda.. Le rodeaba la cintura la banda. tricolor, insignia de su autoridad. Aún cuan­do al, levantarse para saludarme se mantuvo erguido, noté que no era de especial robustez y que parecía cansado. Sin embargo, sonriendo cordialmente me extendió la mano y me dijo que acababa de unir en matrimonio  a una pareja de cam­pesinos una de –sus funciones civiles, agregó, . qué siempre ejercía con deleite. Conversamos' un. rato, me hizo muchas preguntas y me invitó a comer.Estaba ya bien avanzada avanzada la tarde cuando salimos de la casa consisto­rial y echamos a andar por la calle única  , del pueblo. Pasando junto a un grupo de mozos labradores que. regresaban de los campos, de varias mujeres que lavaban ropa cerca del puente, de una bandada de chiquillos que jugaban frente a la escuela, no pude menos- de observar la ex­traordinaria mezcla de familiaridad y respeto con que todas estas gentes saludaban a mi compañero. No había en sus maneras nada de defe­rencia especial, sino más . bien una especie de camaradería, algo que era afecto y comprensión.,Atravesamos luego las puertas de hierro forjado del castillo e inme­diatamente me sorprendió reconocer signos de decadencia que no se apre­ciaban a distancia. Se habían forma­do hondos surcos en la calzada de los coches, las malas hierbas bro­taban por entre las losas del patio y se veían grandes grietas en las urnas ornamentales que flanqueaban la balaustrada de la terraza. Una vez, dentro de la casa, me dieron igual sensación. de abandono el silencio que reinaba en los vastos salones; la ausencia de sirvientes, la negación completa, de toda la grandeza que era de esperarse en un escenario como ése. En el extremo del above­dado,-vestíbulo estaba colocada una mesa cubierta con un, mantel de cua­dros; allí, después de poner otro, cubierto, un viejo sirviente de cabeza cana sirvió la comida. La frugalidad de la cena corroboró' la austeridad de la mansión. A una sopa aguada siguió un plato de legumbres cocidas, que comimos, acompañadas con pan moreno, y como remate una taza de café negro sin endulzar. Mi perplejidad debió. de ser visible porque-de pronto, para, gran confusión mía, Monsieur le,Maire rompió en una risita jovial.De haber sabido que usted venía, habríamos tratado de pre­parar algo mejor. Inmediatamente recobró su sere­nidad.Como usted puede ver, señor, vivimos aquí contentos aun con las más sencillas comidas, porque tiempos ha habido en este distrito en que:.., no teníamos nada que comer. Consumida la taza de café me invito a sentarnos a la terraza y me ofreció en silencio un cigarrillo. Las, sombras de la noche habían caído ya y ante nosotros, en la concavidad del valle, las luces de la aldea eran como un ramillete de estrellas. Aquel espectáculo parecía fascinar al alcalde que no cesaba de con­templarlo.¿ Cree usted que un lugar, como esa aldea, pueda tener alma ? —Me preguntó. Y antes que,pudiera contestarle, prosiguió _: Quizás mi pregunta le parezca. absurda. Sin embargo; es una creencia a la-que me aferro con todo mi corazón.El tenía, me contó, dos hermanos, pero ambos habían muerto durante la primera guerra mundial. El mis­mo había pasado cuatro años en las trincheras, había sido víctima de un,ataque con gases y había recibido una herida de metralla en el pecho. Lo contaba con sencillez; sin reticen­cias. Sus padres  habían muerto durante el período de paz que, siguió. Vino luego la segunda guerra mun­dial. Cuando los alemanes irrump­ieron en el país ocuparon el cas­tíllo y creyendo que él encabezaba ,un movimiento de resistencia, lo redujeron a prisión. Así pasó  otros, cuatro años –de su vida.Algún, día — me dijo. — me gustaría  contarle lo que fue esa  época de prisión, lo que experimenta    una naturaleza activa sin nada que hacer. Compré al carcelero con.mis gemelos de la.camisa para que me consiguiera cuerda y me entretenía' tejiendo redes de pescar. Hice varias docenas y mientras trabajaba. en ellas me sumía enhondas meditaciones. Dios sabe que no soy filósofo, pero sin embargo esas reflexiones en la celda cambiaron por completo, mi perspectiva de la vida..Hizo aquí una pausa y luego reanudó, calmadamente el hilo de su historia, así: 

Cuando- las fuerzas de libera­ción nos rescataron.— por lo cual, señor, créalo usted, debemos eterna gratitud a nuestros aliados — re­gresé aquí. Este sitio, hogar de mis antecesores por siglos , enteros, se hallaba en un estado de vadestación indescriptible, a la vez que . yo, claro está, me hallaba en -la ruina. Ten­tado estuve de abandonarlo todo y marcharme, escapar  a cualquier parte. Y entonces, a. través de la niebla de mis infortunios, me di cuenta de la condición en que estaba la gente de la aldea, condición mucho peor que la mia.

«Las casas habían quedado redu­cidas a escombros. Los alimentos eran escasos. La -moneda circulante no tenía valor y para gran -número  de pobres campesinos  los ahorros lentamente acumulados durante to­da la vida, escondidos en una media en el rincón de la chimenea, habían perdido, de repente su valor. -Todo aquello en que, creíamos parecía haberse desvanecido. Las gentes no Sólo carecían de hogar, de pan y de dinero: carecían de ánimo y de fe. Habían perdido la fe en Dios, la fe en Francia, la fe en, sí mismos.

«Y en.esa desesperada situación se nos introdujo furtivamente el nuevo enemigo. Sí, señor, hasta esta remota campiña, lejos de las grandes ciudades, nos llegó la amenaza del comunismo. El jefe fue un mecánico del garage, llamado Martin. Había sido víctima de graves contratiem­pos : sus negocios se fueron al suelo, la porción de tierra que había com­prado y cultivado quedó tan den­samente invadida por las zarzas durante los años de la guerra que no disponía de medios ni de volun­tad siquiera para intentar rescatarla. Se halló así en disposición de ánimo para predicar la revolución y pronto tuvo un gran número de gente bajo su influencia.»

Mi huésped hizo una pausa y clavó en la noche sus ojos pensativos.- Debo confesarle — continuó que mi familia se mantuvo siempre a distancia de la aldea y -que no la tomaba en cuenta sino como territorio de donde sacar sirvientes. Pero de repente yo, único sobreviviente de mi linaje, sentí que sobre mí pesaba una extraña . responsabilidad. Quizás usted recuerde la parábola del talento perdido. Así, señor, fue como sentí yo que debía salir a buscar esa moneda, sin descanso, hasta encontrar el talento de la felicidad perdida y del bienestar de una aldea arruinada.«Sucedió entonces que la plaza de alcalde estaba vacante. Nadie la quería. Ese era un anacronismo, según Martin, parte de un sistema ya en desuso con que se había en­gañado y explotado al pueblo. Yo me presenté como aspirante al pues­to y fui escogido. Y entonces, en vez de buscar aldeanos que me sir­vieran, principié yo a servirles a ellos.»Otra vez la pausa reflexiva. — 'No quiero cansarlo con la relación detallada de mis modestos esfuerzos. Había unos campos en esta propiedad que dividí entre los que se mostraban deseosos de labrar los. Para otros de los vecinos  establecí  una pesquería en la bahía — ya ve usted cómo mis redes no resultaron del todo inútiles — y arreglé lo necesario para la distribución  del pescado en Rennes. Realicé cuanto esfuerzo estuvo en mi mano para procurar oportunidades de trabajo. Pero lo esencial de todo, era colo­carme a la disposición de todos, ha­llarme siempre a mano, dar consejos, zanjar disputas . y ofrecer cuanta ayuda fuera posible.

«Oh, aquello no fue cosa fácil. El pueblo no tenía confianza en mí; sospechaba una intención oculta y a espaldas mías se mofaba de mis actos. Pero poco a poco algunos empezaron a seguir mis indicaciones. Sin embargo, quedaron por fuera Martin y sus seguidores. ¡Cómo me odiaban!»

. Se volvió hacia mí con rápido movimiento.— No se equivoque usted, monsieur. Yo no cometí la tontería de~ pagarles su odio en. la misma moneda. Comprendía la razón de sus sentimientos, y a la verdad sim­patizaba con ellos. En las trincheras  acostumbrábamos decir que un hombre no puede luchar con el estómago vacío. Cuánto más cierto ,sería decir que no puede luchar por un estómago vacío. Debe tener algo. Aquí en el campo, su casa, su tierra, sus gallinas y su vaca, y sobre todo una vida decente que lo recompense del trabajo y haga de él un ciuda­dano leal y satisfecho. El hombre Contento no es jamás comunista.» Guardó silencio por largo rato y después continuó así:«Cierto día del verano de 1948 llegaron a nuestra aldea las primeras entusiasmadoras muestras de la ver­dad (le le bon plan Marshall. Con­ístían en un tractor, completo con rastrillo y cultivadora. Mien­tras  estuvo a la vista de todos en la plaza esa máquina pintada de bri­llante bermellón que refulgía al sol, fue el centro de la atención general.«Pues bien, señor. Ya por la noche cuando la multitud había desaparecido vi una figura solitaria que contempaba la máquina, de lejos al principio, pero que luego se acercó a  observar el motor, probar los mandos y hasta acariciar con las planos las enormes llantas. Con sorpresa reconocí en aquel curioso a Martin. Sin que me viera me le acerqué  hablé: «— ¡Suenas noches, Martin. Bella máquina ¿verdad? «Tuvo un sobresalto, mezcla de confusión  y enojo de verse sorpren­dido admirando ese producto del odiado capitalismo. Pero su honra­dez le obligó a ser sincero:«— Sí — refunfuñó —. Es una gran cosa. El más tonto tiene que reconocerlo.«Lo volví a mirar y al hacerlo tuve una súbita inspiración. Debe usted recordar que el hombre este era un mecánico que conocía a las máquinas y ponía en ellas su cariño. Recuerde también que él en su abandonada finca no contaba sino con un arado de madera roto para labrarla. Casi involuntariamente las palabras sa­lieron. de mis labios:«— Me place que esta máquina sea de su gusto, Martin. Es suya; encárguese de ella para el servicio de la aldea.«El hombre pensó al principio que yo estaba tomándole el pelo y su rostro se ensombreció de cólera. Pero él estaba al tanto de que yo había comprado la máquina para la aldea, y algo en mi mirada debió de decirle que hablaba en serio. Trató de hablar pero los labios le tembla­ron. Aun cuando se esforzaba por mantener firme la quijada no le era posible controlar los músculos de la cara., Pude ver que se le agua­ban los ojos. Entonces le di la es­palda y me alejé.»Monsieur le Maire se inclinó hacia adelante y apoyó su mano en mi brazo con expresión mitad burlona, mitad grave.«Desde ese momento ya no hubo más diferencias. Un acto de genero­sidad puede hacer más para disipar la malicia y la envidia que cien sacrificios en la hoguera. Es claro que todos en la aldea nos servimos del tractor. Pero éste se halla bajo el cuidado especial de Martín. De ello y de la responsabilidad consiguiente se siente orgulloso. Con él no sólo ha rescatado su finca sino se ha tras­formado a sí mismo.» Al concluir su relato se hizo un largo silencio. Lentamente me volví hacia él -y le tomé la mano. Sí; su aldea tiene alma — le dije —. Yo creo que usted la ha sal­vado.Era muy temprano aún cuando a la siguiente mañana salí de la fonda. El pueblo no había despertado sino a medias. Pero Monsieur le Maire ya estaba en su puesto. Abrió la ven­tana de su pequeña oficina y me despidió con la mano. Todavía tengo presente la visión de esa. magra figura, de ese humilde aris­tócrata de mejillas hundidas, con su cómica banda tricolor, que miraba al mundo con inagotable simpatía, ayudaba a sus vecinos, juntaba a los de más arriba con los de más abajo y se esforzaba sencilla, celosa e in­quebrantablemente por mantener encendida la llama de la libertad en su patria amada

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