miércoles, 25 de enero de 2023

EL CEREBRO DEL EJERCITO ALEMAN SEPT. DE 1941

Lunes, 29 de febrero de 2016

EL CEREBRO DEL EJERCITO ALEMAN SEPT. DE 1941

HABIENDO VIVIDO EN Berlín desde 1932 hasta 1937 como corresponsal de la Empresa Periodística de McCIure, encargado de los sucesos de la Europa central, Frederic Sondern, hijo, observó el desarrollo del nuevo Ejército alemán durante el período en que éste se organizó concienzudamente y se sometió a la instrucción y disciplina más rigurosas y sistemáticas que se hubiesen visto nunca. Con regularidad asistía a las maniobras, hablaba a menudo con los jefes, oficiales y soldados, y se puso al corriente, por sus propias observaciones y averiguaciones directas, de lo que los alemanes estaban haciendo

El Cerebro del Ejército Alemán

Por Frederic Sondern, Jr

Septiembre de 1941

LOS EXPERTOS militares han hallado un factor común en todos los sensacionales triunfos de la Alemania nacista: la coordinación perfecta de todas las piezas del mecanismo de guerra, o sea, de todos los ramos del servicio militar. En la invasión de Polonia, en la batalla de Francia y en la campaña reciente del Mediterráneo oriental, las fuerzas alemanas aéreas, navales v terrestres, inclusas las tropas mecanizadas y los cuerpos de ingenieros y otros técnicos, han funcionado al unísono con la regularidad y precisión del mecanismo de un reloj. A medida que se han introducido nuevas máquinas de guerra, el Alto Mando ha creado soldados nuevos para manejarlas con toda la eficacia posible.
 

A principios de 1938 el general Halder, jefe del Estado Mayor alemán, se presentó a Hitler con una propuesta revolucionaria. Pidió que treinta de los mejores oficiales del Ejército fuesen transferidos a la Armada por dos años, a fin de que estudiasen prácticamente la táctica naval. Los jefes de la Armada y del Ejército se opusieron enérgicamente a la innovación. Pero Hitler, a quien le gustó la idea, aprobó el plan. Los oficiales enviados a la Armada sirvieron en submarinos, cazatorpederos y acorazados; se les dió el mando de fuerzas de desembarque; organizaron convoyes; en suma, aprendieron por experiencia propia las operaciones peculiares de la marina de guerra.
Estos treinta oficiales, hoy, generales del Ejército alemán, habían servido antes en casi todos los otros ramos de la milicia. En 1935 habían estado con las fuerzas aéreas y aprendido a manejar aviones de toda clase, inclusos los grandes Junkers de transporte. Habían estudiado y practicado el bombardeo aéreo, transportado tropas, abastecido desde el aire fuerzas de infantería y ejecutado todas las demás operaciones del ramo de aviación militar. Llámanlos «generales de tres dimensiones», por cuanto tienen excelentes conocimientos generales de todo lo concerniente a las fuerzas y operaciones terrestres, navales y aéreas, lo cual los capacita para ejercer el mando con una habilidad y eficacia que por rareza se encuentran entre los demás jefes militares del mundo.
El valor práctico del sistema de instrucción de Halder, que coordinaba las fuerzas aéreas con las terrestres, se puso de manifiesto por primera vez en la invasión de Polonia. Siempre que un cuerpo de infantería o de fuerzas mecanizadas era detenido por una posición polaca fuerte, los aviones de bombardeo de picada, llamados por radio, llegaban a los pocos minutos y con sus bombas abrían brecha en el campo enemigo, volando fortines, trincheras y cañones de defensa contra aeroplanos y tanques. En Noruega, a la cooperación de las fuerzas aéreas se agregó la de la Armada.
En la batalla de Francia, el sistema de coordinación funcionó con exactitud y eficacia maravillosas. Los tanques, aviones de bombardeo, infantería, artillería, trenes de abastecimiento, ingenieros con puentes listos para armarlos en su lugar — todo andaba con tal precisión y armonía, que el general sir Ecimund Ironside observó: ",Parece que todo y a todos los mueve un solo cerebro, aunque eso es imposible ».Pero no era imposible. Cerca de cien jefes y oficiales de Estado 'Mayor hacían ejecutar las complicadas operaciones, mas todos estaban bajo las órdenes del general von Reichenau. Durante toda esa campaña funesta para los aliados, entre los jefes de éstos había desavenencias y disputas continuas. Los generales Ironside y Wcygand perdían horas preciosas mientras que sus expertos en operaciones aéreas, de infantería y de fuerzas mecanizadas discutían, arguían y altercaban acerca de las armas que convendría usar en tales o cuales lugares o circunstancias. Pero el general von Reichenau, que conocía, por experiencia propia, no solamente su infantería y artillería, sino también sus tanques y aviones, tenía todos los movimientos ,, operaciones de su ejército en la punta de los dedos, iba siguiéndolos en todos sus detalles, Y estaba siempre listo para resolver sin dilación cualquier problema que se presentara y decidir lo que debía hacerse. Cuando una sección de la línea de los aliados empezó a flaquear en Bélgica ante un asalto de la infantería alemana, von Reichenau pudo lanzar inmediatamente contra esa sección, ya debilitada, toda su reserva abrumadora de aviones y tanques. Las líneas de abastecimiento de los aliados quedaron cortadas y paralizadas y el Ejército inglés que avanzaba, viéndose rodeado, tuvo que emprender una retirada desastrosa al matadero de Dunquerque. Lo mismo sucedió en Sedán. La batalla de Francia había terminado, y los alemanes la habían ganado no con el peso de huestes irresistibles por su número, sino por la coordinación y sincronización perfectas.
 Para adquirir los conocimientos y habilidad que el método de Halder prescribe se necesitan grandes aptitudes; mas esto está de acuerdo con el sistema general alemán, según el cual no se asciende a cargos de importancia en el mando sino a hombres de capacidades excepcionales. Esta regla sabia no se observa en ningún otro ejército del mundo. En Alemania, el criterio de la promoción militar es la competencia; el tiempo que el ascendido haya estado en servicio se mira como de poca importancia, y la influencia política no entra para nada en el ascenso.
 Desde el momento en que el joven alemán entra en el Ejército, lo observan y estudian sin cesar los miembros de un cuerpo especial compuesto de jefes que se distinguen no sólo por sus'conocimientos generales sino también por su habilidad de descubrir casi intuitivamente las cualidades de cada soldado como oficial o jefe potencial. Hace algunos años tuve ocasión de observar a uno de aquellos jefes en el desempeño de sus funciones en un campo de instrucción situado cerca de Potsdam. En uno de los extremos del campo había un pelotón de soldados de infantería. Cada uno de ellos debía cruzar el campo, aprovechándose de cuanta defensa natural pudiese hallar—rocas, árboles, zanjas, hondonadas. El jefe observador iba apuntando con cruces el número de veces que cada soldado permanecía al descubierto tiempo suficiente para servir de blanco fácil a los tiradores apostados del enemigo. Al que, terminado el ejercicio, tenía el menor número de cruces, se le daba como premio licencia adicional.
 El observador, señalando a uno de los soldados, me dijo:
—Fíjese usted en aquel soldado. Ese mozo tiene sesos y sabe para qué sirven. Vea con qué prontitud y acierto corre de amparo en amparo.Después del ejercicio, el observador llamó a este soldado y le hizo varias preguntas. Le preguntó si tenía un buen rifle y le gustaba usarlo, y, si a él le parecía que un uniforme disfrazado le sería útil al soldado para cruzar un campo como aquél en las circunstancias dadas. Schmidt (que así se llamaba) hizo ver en sus respuestas que era mozo de buen discernimiento muy interesado en su oficio, y, de soldado raso que entonces era, fué ascendido a cabo. Confiósele, para que lo instruyera, un pequeño pelotón de soldados. En poco tiempo éstos aprendieron a cruzar el campo y arrojar granadas de mano a un grupo imaginario de ametralladoras enemigas mucho más rápidamente que los soldados de otros pelotones análogos, mandados también por cabos. Pocas semanas después, Schmidt era sargento, y, dos meses más tarde fué enviado a una escuela militar a prepararse para ascender a oficial. Al cabo de un año, en 1938, era teniente. La última vez que supe de él, hace como un año, había llegado ya a la graduación de comandante, a la edad de treinta años, y recibido la cruz de hierro de,primera clase por lo bien que había dirigido sus soldados en el combate. Schmidt no era nacista entusiasta, ni tenía amigos influyentes; pero sí tenía dotes militares, y eso es lo que buscan los jefes del Ejército alemán. Como Schmidt ha habido y hay muchos otros; los hombres de esta clase no escasean en Alemania.
En otra ocasión estuve todo un día con uno de los observadores, o jueces, antes mencionados, el cual asistía, libreta y lápiz en mano, a un ejercicio en que varios capitanes conducían por turnos sus respectivas compañías al ataque de un grupo de casas de campo que se suponían estar defendidas por dos ametralladoras y una fuerza enemiga considerable. Con sumo esmero apuntaba la prontitud y precisión con que cada capitán conducía sus soldados, su método de avance  ataque, y la rapidez y exactitud con que sus órdenes se obedecían. Al día siguiente vi un cuerpo de ingenieros armando y tendiendo puentes, y el ataque de fortificaciones por fuerzas mecanizadas. El jefe de una de estas columnas la condujo por un lugar en que hasta yo , con ser lego en achaques de armas, vi en seguida que el enemigo la pulverizaría en unos cuantos minutos. El observador apuntó en su libreta, enfrente del nombre del jefe: «Incompetente para el mando».
Tres años antes que estallase la guerra actual, presencié la selección de jefes para las fuerzas mecanizadas de la región militar de Munich. En medio de una confusión lo más semejante posible a la de un campo de batalla real, los candidatos tenían que lanzarse con sus fuerzas a abrirse paso por entre las filas enemigas. Este era un simulacro exacto de lo que más adelante ocurrió, en Flandes, durante la invasión alemana. En el aire pululaban los aeroplanos de combate y, de bombardeo. ¡Ay del tanque o camión blindado que se dejase al descubierto sin disfrazarlo para que el enemigo no lo distinguiera! ¡Y ay del candidato que en el certamen cometiese ese disparate! Los aviones de bombardeo lanzaban pequeños talegos de harina mezclada con cola de color, los cuales dejaban marcas muy visibles en los vehículos sobre que caían. El observador llevaba cuidadosamente cuentas de estas marcas. Había quince aspirantes a coronelías, pero sólo ocho fueron aprobados.
Uno de los jueces observadores me dijo después indiscretamente:
SI un jefe no comprende la necesidad absoluta de la cooperación entre las fuerzas aéreas y las terrestres, y no tiene juicio suficiente para llamar los aviones a fin de defender sus tanques cuando peligran, de hecho queda privado del mando, según nuestro fallo.
Yo observé que tal vez la costumbre militar le haría difícil o embarazoso a un jefe pedir urgentemente ayuda a fuerzas de otro ramo del servicio, a lo cual contestó el observador:
--Quizá el mayor triunfo en la organización de nuestras fuerzas haya sido el que nuestros jefes y oficiales se olvidan de que pertenecen a la infantería o la artillería, a la aviación o al cuerpo de ingenieros. Todos formamos un equipo, y lo único de que nos acordamos o en que pensamos es que pertenecemos al equipo.
Mucho antes que un oficial o jefe sea ascendido a coronel, el registro que se lleva de sus conocimientos, su habilidad y su conducta en los ejercicios y maniobras indica a la comisión de personal del Ministerio de la Guerra si aquél tiene capacidades que sean de utilidad en el Estado Mayor General.
Todos los años, el Ministerio de la Guerra ofrece a los jefes y oficiales premios por tesis relativas a asuntos militares varios. Estas tesis se someten a miembros del Estado Mayor General, escogidos por el Alto Mando entre los más competentes e imparciales. 

 De tales tesis han resultado proyectos revolucionarios valiosos que en otra parte quizá se hubieran descartado despreciativamente como desvaríos. Sirva de ejemplo la idea de llevar tropas al campo enemigo en planeadores, la cual se ridiculizaba en los Estados Unidos como utopía infantil precisamente cuando los alemanes se estaban preparando para ponerla en práctica en Creta, lo cual hicieron con éxito bien conocido ya. Cuando un jefe u oficial escribe un «estudio» que llama la atención por tener mérito especial, la comisión de personal consulta los antecedentes del autor. Este puede ser especialista, adaptado, por ejemplo, al perfeccionamiento de la artillería antiaérea, o quizá tenga las potencialidades de jefe «de tres dimensiones». En este último caso se le hace pasar por la instrucción y práctica del plan de Halder; primero se hace que se familiarice con todos los detalles del Ejército terrestre que no conozca bien: luego se le envía al ramo de aviación, y finalmente a la Armada. Después de esto es ya uno de «los muchachos de Halder», y tal vez llegue a ser general a la edad de cuarenta y, cinco años o menos.
La instrucción de aquellos que no manifiestan aptitudes para ascender a puestos de mayor categoría que los que ocupan se efectúa con sumo esmero y persistencia, hasta que cada uno puede desempeñar las funciones de su cargo con entera perfección. Los ingenieros de combate que atacaron el fuerte belga de Eben-Emael, protección principal de las defensas del canal de Albert, habían ensayado el asalto durante varios meses en una reproducción del fuerte construida en la Prusia oriental. Día tras día los aviones Stukas establecían una cortina de fuego, mientras que los ingenieros avanzaban, ocultos por el humo, a poner, valiéndose de pértigas, cargas de T. N. T. (trinitrotolueno) en las troneras y situar «lanzallamas» en lugares adecuados. Cuando ocurrió el verdadero ataque del fuerte en Bélgica, los alemanes ejecutaron sus movimientos con una precisión que dejó pasmados a los militares de los demás países.
 En 1939 vi en la Selva Negra los soldados alemanes ejercitándose en la conducción de tanques por montes tupidos. Más tarde supe que el objeto de estos ejercicios era preparar las fuerzas para cruzar las Ardenas, lo cual el Estado Mayor del Ejército francés creía imposible. Las fuerzas mecanizadas se ejercitaban en la Selva Negra por espacio de varias horas durante el día, y los soldados regresaban agotados. Uno de los oficiales me preguntó un día si yo había pasado alguna vez seis horas en un tanque en movimiento. Contestéle que no, y él me dijo que diera gracias a Dios. Como seis meses después volví a verlo, y me dijo que para él seis horas en un tanque era ya cosa común y corriente, que no le causaba ninguna incomodidad ni cansancio. A todo se avezan esos hombres.
El soldado alemán no desperdicia ni un momento. Todos los días hace los «ejercicios regulares» . Se le lanza una granada de mano, la cual él debe recoger y arrojar con la mayor celeridad posible a quien la lanzó. Debe marchar por un bosque y, con el fusil contra la cadera, hacer sin demora fuego a un blanco que se le presenta de repente. Debe poder saltar rápidamente al fondo de un hoyo profundo sin sufrir daño alguno. Debe aprender a pasar por una alambrada sin que su yelmo o casco de acero dé contra los alambres y haga ruido, lo cual siempre atrae el fuego del enemigo.
Las bajas de la guerra mundial pasada debidas a la ignorancia –me dijo una vez un oficial alemán —fueron extremadamente grandes. Ahora nos proponemos disminuirlas en un 75 por ciento—. Las pocas bajas sufridas en la batalla de Francia parecen confirmar esta aseveración.
Antes de disparar un solo tiro contra el enemigo, ni aun verlo siquiera, las tropas de asalto que hicieron retroceder a Wavell en el África del Norte recibieron instrucción práctica en Libia durante dos meses en circunstancias análogas a las de los campos de batalla en que iban a entrar. En Alemania, todos los jefes, oficiales y soldados destinados a esta campaña fueron sometidos a tratamiento térmico con lámparas solares para habituarles la piel al sol abrasador africano. Aquellos cuya piel no resistió los rayos ultraviolados se descartaron, enviándolos a servir en otras partes.
Estos ejemplos de preparación sistemática y previsiva, con los resultados prácticos que hoy todo el mundo conoce, deben abrir los ojos a otras naciones. Actualmente ingresan en el Ejército de los Estados Unidos centenares de miles de los jóvenes más escogidos del país, así física como intelectualmente. El Departamento de Guerra dispone de un número enorme de graduados universitarios, cuya inteligencia y conocimientos los adaptan admirablemente a la instrucción militar superior. Con tino, resolución y paciencia será posible no sólo igualar a los alemanes, sino también aventajarlos, pues no hay duda de que se cuenta con más y mejor materia prima que el.

 

 

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