miércoles, 5 de mayo de 2021

MÉDICOS QUE DEDICAN SUS VACACIONES AL BIEN DE LA HUMANIDAD- 1971

La luz se alza para el justo,          y para los de recto corazón la alegría.  12 Justos, alegraos en Yahveh,          celebrad su memoria sagrada. Salmo 97

DEDICAN SUS VACACIONES AL BIEN DE LA HUMANIDAD

Sin aspavientos, centenares de médicos toman tiempo de sus giras regulares para llevar su pericia a regiones remotas, donde los médicos escasean y las enfermedades proliferan.

POR CLARENCE HALL

Selecciones del R.D. 1971

A L PENETRAR, hace algunos años,en un hospital de la selva africana, me detuve en una ocasion para echar una mirada por encima del hombro de un mé­dico que le estaba vendando a un niño el pie mordido por una ser­piente. El médico debió de sentir mi presencia, porque se volvió, ¿y cuál no sería mi sorpresa al recono­cer en él a un amigo mío de los Es­tados Unidos?

—Pero, ¡por Dios! —exclamé¿Qué está haciendo usted aquí?

Gracias por el alto patrocinio que usted me atribuye —respondió sonriendo—, pero, en realidad, es­toy aquí simplemente de vacaciones.

Desde entonces, en mis viajes a muchos rincones del mundo, he en­contrado a otros facultativos que (al igual que mi amigo) toman va­caciones, para beneficio de la huma nidad, en lugares donde los médicos escasean y las enfermedades abun­dan. Salen del país sufragando sus propios gastos, en períodos de tres semanas a tres meses, y forman lo que un periódico médico norteame­ricano ha designado como "un nue­vo tipo de curadores en el escenario mundial, esto es, el médico interna­cional que considera que el privile­gio de ejercer la medicina en un país rico y científicamente avanzado lle­va aparejada la obligación de dedi­car algún tiempo atendiendo a los mil millones de seres humanos que nunca o rara vez ven un médico".

Entre los muchos organismos que reclutan médicos para el servicio li­mitado en el extranjero figura una entidad llamada Medical Assistance Programs, Inc. (Programas de Asistencia Médica, S. A.) Hija de la Sociedad Médica Cristiana, que tiene unos 3000 afiliados, la MAP t es en gran parte obra de J. Ray­mond Knighton, individuo alto, muy activo, de 48 años de edad, quien se niega a creer que haya tareas imposibles.               

Convencido de que el sentido hu- n manitario que inspira las vocaciones médicas se puede poner al servicio u de los colegas extranjeros, en 1954 g Hizo público un programa con fases d múltiples y carácter de reto. Trazada una fase del mismo, la de "servício misionero en período breve"  (STM) para los miembros de la Sociedad Médica Cristiana (con el lema "encuentren ustedes el tiempo,* h y nosotros les encontraremos la ac tivídadl, no tardó en tener voluntarios en abundancia.           

Destaca entre los reclutas entu­siastas de Knighton el Dr. C. Evehrett Koop, cirujano jefe del Hospi- a tal Infantil de Filadelfia, quien ha  participado en más de una expedi­ción médica por cuenta de la MAP.

Una de ellas tuvo efecto hace pocos años, cuando los niños de la República Dominicana morían a centenares, deshidratados por la disentería.

Las autoridades del país acudieron a la MAP en demanda de ayuda. El Dr. Koop voló al lugar, estudió la e situación, estableció centros de rehidratación y preparó a médicos y enfermeras locales para que pudie­ran atenderlos. Hoy funcionan 25  de estos centros y la mortalidad infantil ha bajado de 40 por ciento a casi cero.

Otro voluntario es el Dr. Ralph e Blocksma, eminente cirujano plás­tico. Blocksma ha visitado a Centro­américá y Sudamérica, al Oriente Medio, ?frica, Tailandia, Corea y
Vietnam. En algunos viajes obtuvo resultado4 sorprendentes que trascienden los  aspectos estrictamente  médicos.

 En 1958, por ejemplo, durante una estancia en Panamá por encar­go del STM, Blocksma oyó hablar de un muchacho, indio cuna, que presentaba un desfigurante labio leporino. Ahora bien, desconfiando de todos los extranjeros, los cunas se habían negado por espacio de siglos a permitir que abrieran escuelas y hospitales en su tierra nativa de las Islas de San Blas, frente a la costa de Panamá. También a los misione­ros les tenían vedado el acceso.

Pero Blocksma llegó audazmente hasta el hogar del muchacho en avioneta y en piragua, y, pese a la violenta oposición de los curanderos indígenas, persuadió a los padres de que le permitieran corregir la de­formidad. Habiendo tenido la ope­ración un éxito completo, el caudi­llo de la isla exclamó:

—j Cómo pudo un simple mortal realizar semejante milagro!

A lo que Blocksma respondió:

Sirvo a un Dios que quiere ayu­dar a todo el mundo. ¿Os gustaría saber más acerca de Él?

El muchacho y sus padres se con­virtieron en pequeñas celebridades y los llevaron de isla en isla para mostrar el "milagro". Los jefes de otras islas invitaron a misioneros y médicos a que fueran a visitarlos. Actualmente funcionan en las 350 islas varias misiones, clínicas y es­cuelas.

Si bien la mayoría de los médicos que sirven en el extranjero deben trazar sus planes con mucha antici­pación, hay muchos que están listos para salir al primer aviso, cuando alguna crisis requiere su rápida in­tervención. Tal fue el caso en 1969, al declararse una violenta epidemia de poliomielitis entre la tribu, antes muy temida, de los indios aucas, que viven cerca de las fuentes del Amazonas. En el momento en que una llamada de onda corta llegó a la MAP, 250 aucas estaban afectados por la enfermedad y 16 habían muerto ya. Knighton localizó rápi­damente un voluntario, el Dr. Juan Correa, del Centro Médico de la Universidad de Oklahoma.

Antes de 24 horas de haber salido de Oklahoma, Correa llegaba, con 1000 dosis de vacuna antipolio, a un modesto hospital de misión situado al borde de la selva ecuatoriana:. Sirviéndose de un pulmón de acero y de dos respiradores que tomaron prestados de un hospital público de Quito, el Dr. Correa y un médico misionero trabajaron día y noche. Antes de dos semanas habían domi­nado la epidemia. Luego, a bordo de una avioneta de la misión, Co­rrea voló a cinco remotas clínicas de la selva para inmunizar a las veci­nas tribus de los jíbaros y los que­chuas. El resultado fue que la epi­demia quedó localizada dentro de sus límites iniciales y que tres tribus se salvaron de una mortandad casi inevitable.

Hay otras muchas entidades que fomentan el servicio médico en el extranjero: para que efectúen ope­raciones quirúrgicas irrealizables con los medios de que disponen los cirujanos locales; para hacerse cargo temporalmente de algún hospital de misión que ha quedado vacante por defunción o enfermedad del médi­co titular; para ayudar a establecer nuevas clínicas en la selva y prepa­rar enfermeras y auxiliares que las atiendan; o para demostrar nuevos procedimientos y equipos a médicos que durante mucho tiempo han es­tado sin contacto con los últimos adelantos de la medicina.

Pero donde la MAP va más allá que otros grupos similares es en su abundancia de servicios subsidia­rios. Uno de ellos es un departamen­to de compras a través del cual los médicos y los hospitales de misión pueden adquirir material médico   con descuentos que llegan al 70 por ciento. gratuitamente a aquellos que no pueden pagarlas, hay suscripciones a revistas de me­dicina, filmes y grabaciones de con­ferencias sustentada~ en sociedades médicas, libros de texto y equipo usado.

La MAP ofrece asimismo un servicio de asesoramiento a los médicos cuando se enfrentan a problemas que rebasan su capacidad. Por ejemplo, un médico solicitó recientemente desde África consejo para corregir un caso grave de pie zambo en un recién nacido. "Presenciéuna vez una demostración de este tratamiento, pero no recuerdo los detalles", escribía el médico. Knightonse puso en contacto con una pediatra, quien resultó socio en el consultorio del especialista cuyo  procedimiento hahía presenciado médico que escribía de África. Antes de 24 horas remitieron por correo una descripción detallada del tratamiento. El resultado de la con­sulta epistolar fue el pie normal.

En términos de mera cantidad, el servicio más voluminoso de la MAP a los médicos y hospitales del ex­tranjero es la colecta y distribución que hace de medicamentos sobran­tes y de otros artículos regalados por los fabricantes de productos farma­céuticos y de material médico. El año pasado, por ejemplo, envió unas 950 toneladas (valoradas en 16 mi­llones de dólares) a unos 500 médi­cos de 64 países.

El cuartel general de la MAP, en  Wheaton (Illinois), es una colmena desbordante de actividad. Su centro vital es un almacén que ocupa una superficie de más de 3500 metros cuadrados y está repleto de produc­tos médicos. Knighton envía cada quincena una lista de más de 600 artículos disponibles a unos 100 mé­dicos cuidadosamente seleccionados que trabajan en países en vías de desarrollo. Preside el registro de los pedidos un farmacéutico titulado. Todos los artículos están cuidadosa­mente empacados en cajas con flejes, metálicos, construidas especialmen­te para resistir los modos de tras­porte más primitivos.

.-Quién financia una obra tan vas­ta y tan extensamente ramificada? Principalmente las contribuciones individuales, más de dos tercios de las cuales proceden de donativos pequeños; los gastos generales son bajos porque sólo se trabaja con un equipo mínimo de empleados, se­cundado por grupos de voluntarios sin paga.

Dice Knighton: "En un trabajo como el nuestro es imposible prever las proporciones de la demanda. Si llega dinero, lo empleamos; si no llega, no gastamos, a no ser en si­tuaciones de urgencia. En tales ca­sos solicitamos un préstamo banca­rio y rogamos a Dios que los fondos lleguen antes del vencimiento del pagaré. Sin embargo, pese a que la mayor parte del tiempo estamos de rodillas, nos arreglamos de una for­ma o de otra para mantener la cabe­za fuera del agua".

 

Cierto que a veces me quejo, pero ¿ por qué no he de hacerlo? Juan no hace más que comer ( ¡y hay que ver lo que come!), mientras yo soy el que trabaja

SOY EL INTESTINO DE JUAN

Juan tiene 47 añós de edad y es un típico hombre de negocios. Varios de sus órganos tios han hablado de sí mismos en anteriores artículos de SELECCIONES.

POR J. D. RATCLIFF

Selecciones del R.D. 1971

SOY EL patito feo de la anatomía de Juan. Otros órganos se hacen notar mucho menos que yo. Siempre estoy recordándole a Juan que existo: con ruidos que lo Incomodan, cólicos, exceso de acti­vidad algunas veces y pereza en otras ocasiones. Soy el tracto intesti­nal de Juan y mido ocho metros de longitud.

Juan tiene una idea vaga de mí; piensa que soy un tubo enrollado dentro de su cuerpo. Pero soy mu­cho más que eso. Preferiría que me describieran como una complicada fábrica trasformadora de alimentos. Juan cree que me alimenta, pero soy yo en realidad quien lo alimen­ta a él. Casi todo lo que come le resultaría tan mortífero como el veneno de una víbora si pasara direc­tamente a su corriente sanguínea. Yo hago aceptables los alimentos; los trasformo en -componentes nor­males de su sangre: en nutrimento para sus billones de células, en ener­gía para sus músculos. Convierto el tocino frito de su desayuno en áci­dos grasos y glicerina. Trasformo las proteínas de la chuleta de carne­ro de su comida en aminoácidos. Cambio en glucosa" los carbohidra­tos de su puré de papas. Sin mis poderes químicos, Juan se moriría de inanición aunque comiera hasta la saciedad.

Con excepción de la celulosa (de las cáscaras de nuez, de los tallos del apio, etcétera) digiero virtual­mente todo lo que Juan come y lo paso en seguida a su corriente sanguínea o linfática. Mis desper­dicios finales están en parte com­puestos de millones de bacterias muertas, de moco lubricante que he segregado y de restos de alimen­to que no puedo absorber.

Mi estructura está maravillosa­mente adaptada a los procesos de la digestión. En primer término, jun­to al estómago, está mi duodeno, que mide 25 cm. de largo; le sigue mi yeyuno, con casi dos metros y medio de longitud y un diámetro de cuatro centímetros; luego, tres metros y medio de íleo, que es un poco más delgado; y por último, metro y medio de intestino grueso. Mi porción superior está casi total­mente libre de microbios, pues los fuertes ácidos del estómago los ma­tan a casi todos. Mi porción infe­rior, el intestino grueso, aloja un verdadero parque zoológico micro­biano, con más de 50 variedades y un contingente total que llega a billones de bacterias.

Es bien sabido que la digestión empieza en la boca y en el estóma­go de Juan. La boca muele; el estó­mago bate y revuelve. Desde el estómago me pasa un chorro de ali­mento a través de una válvula o compuerta. Un vaso de agua puede llegarme a los diez minutos de be­berla, pero una chuleta de cerdo acaso tarde cuatro horas. El alimen­to que el estómago me pasa es muy ácido; si me llegara de repente o en cantidad excesiva, dañaría mi recu­brimiento interior y neutralizaría la acción de mis importantísimas enzimas digestivas.

El problema del ácido lo resuelvo bastante bien. Mi duodeno produ­ce una sustancia llamada secretina, que entra en la, corriente sanguínea de Juan y estimula al páncreas para que produzca instantáneamen­te su alcalino jugo digestivo. Este jugo (alrededor de un litro al día) se vierte dentro del duodeno y neu­traliza los ácidos. Si este proceso fallara, Juan sufriría lo que él llama una úlcera del "estómago". (En realidad, el 75 por ciento de las úlceras de este tipo se presentan en el duodeno.) El jugo pancreático con•tiene también tres enzimas princi­pales que desintegran las proteínas las grasas y los carbohidratos para formar los sillares de la construccion orgánica.

Hay otros fluidos que constante mente se vierten dentro de mí que tienen diferentes orígenes: dos litros de saliva al día; tres litros de jugo gástrico que provienen del estómago; bilis procedente del higado (que desintegra los glóbulo grandes de grasa, convirtiéndol en muchas gotitas más pequeña para que puedan actuar sobre ellas las enzimas pancreáticas); y dos litros de jugo intestinal que vienen de innumerables glándulas. En total ¡casi ocho litros de fluidos!

A simple vista, las tres porciones del intestino delgado tienen el interior de aspecto aterciopelado. S embargo, el microscopio revela intrincados dobleces, cavidades y protuberancias. Si mi pared interior fuera totalmente lisa, tendría sola­mente medio metro cuadrado de superficie absorbente; pero en rea­lidad tiene más de ocho metros cuadrados. Quizá mis componentes s importantes son los millones de vellosidades (proyecciones mi­croscópicas en forma de dedos que salen de mis paredes). Su función es tomar de mi interior el alimento ya digerido y ponerlo en circulación para que  llegue a todo el cuerpo de Juan las proteínas y los carbohidatos, por su corriente sanguínea; las grasas, por su sistema linfático).    En toda su longitud, mis paredes están recubiertas de complicados grupos de músculos. Un grupo produce un  movimiento de oscilación (mi unión con la pared del abdomen es muy !axa) que bate el alimento con sus jugos digestivos. Cuando estoy trabajando, hago de 10 a 15 de estos movimiento por minuto. Otro grupo muscular pro­duce una acción ondulante; las ondas hacen avanzar varios centíme­tros mi contenido pastoso antes de extinguirse. Mis más de seis me­tros de intestino delgado no están nunca en completo reposo.

Se requieren de tres a ocho horas para digerir una comida. Después, dejo pasar el húmedo conteni­do al intestino grueso, que le extrae el agua y la devuelve a la sangre. Esto es de vital impor­tancia. Si Juan perdiera los ocho litros se­gregados en la producción dia­ria de jugos di­gestivos, muy pronto se con­vertiría en una momia seca.

Una vez recuperada el agua, queda un residuo semisólido que guardo en la parte d, mi colon más cerca­na al recto.

En condiciones normales, el pro­ceso de extracción del agua es len­to: tarda de 12 a 24 horas. Muchas situaciones (tensión nerviosa, me­dicinas, procesos bacterianos) pueden acelerar mis movimientos, y entonces Juan tendrá diarrea. En otros casos (como son las preocupa­ciones y la mala alimentación) mi actividad tiende a menguar o a de

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