jueves, 10 de julio de 2025

EL MESIAS EN ISAÍAS * MEYER* 107-108

 Frederick Brotherton Meyer nació el 8 de abril de 1847 en Londres (Inglaterra), de rica familia de origen alemán. La iglesia bautista de New Park Road fue el hogar espiritual de la familia y de Meyer mismo. Allí, habiendo confesado su fe, fue bautizado por el pastor David Jones, el 2 de junio de 1864.

 Viajero incansable, en dos ocasiones, cuando se hallaba en Constantinopla (Istambul, Turquía), tuvo la oportunidad de hablar a judíos españoles o sefarditas en sus reuniones sabáticas

Escritor prolífico, de estilo sublime y bello, autor de más de 70 libros. Especialmente recordados y traducidos son su serie de biografías bíblicas. Sus escritos no tienen nada que ver con el aspecto doctrinal del cristianismo, ni incluso cuando se dirige a estudiantes, sino con su aspecto del vivir cotidiano y práctico, experimental. Editorial CLIE

CRISTO EN ISAÍAS

POR F.B. MEYER

LONDRES

1911

LONDRES

107-108

XV. PALABRAS OPORTUNAS PARA EL CANSADO

 (ISAÍAS I. 4.) Desde el principio del mundo, los hombres han estado cansados. “Cansado” denota una clase a la que pertenece una multitud que nadie puede contar, de toda nación, “Oh, parentela, tribu y pueblo”. Cansancio físico: del esclavo en marcha; del trabajador en el sudoroso taller; de la costurera trabajando hasta altas horas de la noche con la vela que se desgasta; de la madre agotada por cuidar a su hijo enfermo. Cansancio mental: cuando la fantasía ya no puede evocar a voluntad imágenes de belleza; y el intelecto se niega a seguir otro argumento, dominar otra página o escribir otra columna. Cansancio eterno: esperar en vano la palabra esperada durante tanto tiempo pero no pronunciada; el regreso del hijo pródigo; la carta largamente demorada.

 El cansancio del conflicto interno de luchar día a día contra el egoísmo y la rebeldía del alma, en la que la resistencia prolongada deja tan poca huella.

El cansancio del trabajador cristiano, desgastado por la irritación perpetua del dolor, el pecado y la necesidad humanos

Si tan solo pudiéramos lanzar un brillante asalto contra los poderes del mal, que deberían sofocar para siempre su poder, forzándonos a retirarnos, ¿quién no lo aceptaría como el don más bendito de Dios?

Pero, en lugar de esto, terriblemente agotador. Si derrotamos a nuestro enemigo hoy, estará listo para enfrentarnos mañana con igual fuerza. Si lo vencemos en una cosa, inmediatamente se disfrazará de otra.

 Así, bajo la larga prueba, el corazón y la carne desfallecen; y suspiramos por el lugar sobre cuyo portal Cristo escribió:

 “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”.

Así, de una forma u otra, todas las almas, en algún momento de su vida, se cansan.

 No hay nada nuevo en esto; pero la novedad, la gran novedad, consiste en el infinito cuidado que Dios tiene de los cansados

 No hay nada igual fuera de la Biblia y la literatura que ha dado origen. El hombre escucha con serenidad que decenas de cansados ​​se han desviado de la marcha de la vida humana y yacen tendidos en la arena abrasadora, condenados a morir de fatiga y sed.

Dios, en cambio, el Altísimo y Santo, que habita la Eternidad, se inclina ante la necesidad del débil; dedica su cuidado a los cojos, lisiados, mutilados y ciegos; adopta en su familia a quienes fueron rechazados por su deformidad y fealdad; recoge los fragmentos rotos; cultiva la tierra estéril; recorre incansablemente una y otra vez  los caminos y senderos en busca de los desamparados y extraviados a quienes nadie invita a su mesa; y está perpetuamente ocupado en meditar sobre cada corazón cansado con su dolor, sus lágrimas, sus anhelos y su desesperación.

 Este Dios es nuestro Dios por los siglos de los siglos, incomparable en su ternura y compasión, el Dios del huérfano y de la viuda. Pero la profunda ternura de Dios por cada átomo cansado de la humanidad habría permanecido oculta a nuestro conocimiento de no haber sido por el Gran Siervo que habla en estos párrafos, y que combina la forma del Siervo y la igualdad con Jehová.

Nadie jamás consoló al cansado como Él. No pudo contemplar a una gran multitud, angustiada y dispersa, como ovejas sin pastor, sin sentir compasión por ellos y comenzar a hablar como solo Él podía.

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