jueves, 17 de julio de 2025

MESÍAS EN ISAÍAS *MEYER* 27-31

 CRISTO EN ISAÍAS

POR F.B. MEYER

LONDRES

 MCMXI

27-31

IV LA CONVOCACIÓN DE LAS NACIONES La concepción de este pasaje es magnífica.

 Se representa a Jehová convocando a la tierra, hasta las remotas islas del oeste, para determinar de una vez por todas quién es el Dios verdadero: si Él o los ídolos y oráculos, adorados y creídos por miríadas de naciones bajo el cielo. La prueba propuesta es muy sencilla.

 Los dioses de las naciones debían predecir acontecimientos en el futuro cercano o demostrar que habían tenido una clara comprensión de los acontecimientos de días pasados.

 «Presenta tu causa», dice el Señor; «presenten tus fuertes argumentos», dice el Rey de Jacob. «Que nos los presenten y nos declaren lo que ha de suceder; que nos declaren lo que pasó antes, para que podamos considerarlo y conocer su fin último; o que nos muestren lo que ha de venir».

 Por otra parte, el siervo de Jehová estaba preparado para mostrar cómo las profecías firmemente selladas, confiadas a la custodia de su raza, se habían verificado con precisión en el evento, y para pronunciar predicciones minuciosas sobre Ciro, “el del Oriente”, que se cumplirían antes de que esa generación hubiera pasado. No, como en el caso de Elías, se apelaría a la llama descendente, sino a la pertinencia de la profecía y los hechos históricos.

 LAS PROFECÍAS DE LA ESCRITURA.  Inmediatamente hay una gran conmoción de temor, tiemblan los confines de la tierra; se acercan y llegan al tribunal. En su camino, cada uno anima al otro a tener ánimo. Hay una laboriosa restauración de los ídolos ruinosos y la fabricación de otros nuevos. El carpintero anima al orfebre; y el que pule con el martillo al que golpea el yunque. Examinan la soldadura para A ver si aguanta, y clavando grandes clavos para sostener firmemente los ídolos. El deseo universal es crear un conjunto sólido de dioses capaces de afrontar el desafío divino, como si un sacerdote católico romano volviera a dorar y repintar las imágenes de los santos en el altar desgastado por el tiempo de una aldea de pescadores, con la esperanza de obtener de ellas mayor ayuda para apaciguar las tormentas invernales.

La historia proporciona algunas confirmaciones interesantes de este contraste entre las predicciones de los oráculos paganos y las claras profecías de las Escrituras del Antiguo Testamento, que se cumplieron de forma tan literal y minuciosa. Por ejemplo, Heródoto nos cuenta que cuando Creso se enteró del creciente poder de Ciro, se alarmó tanto por su reino que envió ricos presentes a los oráculos de Delfos, Dodona y otros lugares, preguntando cuál sería el resultado de su marcha victoriosa. En Delfos, dio esta ambigua respuesta: «Que destruiría un gran imperio», pero no se explicó si el imperio sería el de Ciro o el de Creso: así, cualquiera que fuera el resultado del acontecimiento, el oráculo podía afirmar haberlo predicho. Este es un buen ejemplo de cómo respondían los oráculos a las súplicas que les dirigían hombres o naciones en la agonía del miedo.

 Qué contraste tan marcado es la precisa predicción de estas páginas, que nos dan el nombre del conquistador; el lugar desde el cual caería sobre Babilonia; la maravillosa serie de éxitos que convirtieron a los reyes en polvo para su espada y como rastrojo para su arco; su reverencia hacia Dios, su sencillez e integridad de propósito (versículos 2, 3, 25; 45:1). Estamos aprendiendo a dar cada vez más importancia a la profecía. Lo que los milagros fueron para una época anterior, las predicciones de la Biblia lo son para esta; y, a diferencia de los milagros, la evidencia de la profecía se fortalece con cada siglo que transcurre entre su primera declaración y su cumplimiento. Probablemente exista una riqueza inexplorada de testimonios en los antiguos registros de Egipto y Babilonia, que están a punto de ser puestos a disposición contra los ataques de la infidelidad. Qué triste, por otro lado, es observar la tendencia de la opinión, en ámbitos donde menos lo esperaríamos, hacia el murmullo del oráculo y el susurro de espíritus familiares; la rehabilitación de ese sistema mentiroso que llenó el mundo en la encarnación de Cristo, pero que Milton al menos suponía que había desaparecido para siempre ante los rayos nacientes del Sol de Justicia. ``Así que cuando el sol en la cama, cortinado de rojo nuboso, apoya su barbilla sobre una ola oriental, las sombras que se arremolinan pálidas enfilan hacia la Cárcel Infernal, cada fantasma encadenado se desliza hacia sus respectivas tumbas; y los rostros de faldas amarillas huirán tras el corcel nocturno, abandonando su laberinto amado por la luna.

En medio de la agitación de esta vasta convocación, los ídolos guardan silencio. Casi podemos verlos llevados a la arena por sus sacerdotes asistentes, resplandecientes en oro y oropel, relucientes de joyas, engalanados con suntuosas vestiduras. Están colocados en fila, sus acólitos balancean en alto el incensario, y la voz monótona de sus devotos se alza en súplica. Se proclama silencio para que tengan la oportunidad de pronunciarse sobre el tema que se les presenta; pero permanecen mudos. Jehová pronuncia el veredicto inapelable: “He aquí, vosotros sois nada, y vuestra obra nada; y asi es quien os elige” (versículo 24).

 Mientras Jehová mira, no hay nadie. Cuando les pregunta, no hay consejero que pueda responder una palabra. “He aquí, todos los ídolos  es vanidad; sus obras son nada; sus imágenes fundidas son viento y confusión.” Mientras se decide esta gran causa, se dirige al pueblo de Dios un tierno consuelo, tan fresco y vivificante hoy como cuando se pronunció por primera vez o se dio por escrito.

I.              LAS CIRCUNSTANCIAS EN LAS QUE DIOS SE DIRIGE A SU PUEBLO.

Son pobres y necesitados; buscan agua, y no la hay; las alturas son áridas, y los valles verdes; el camino de su vida discurre por el desierto; están rodeados de enemigos furiosos que luchan contra ellos; son impotentes como un gusano. Es entre ellos que Dios siempre ha encontrado a su elegido. No a los sabios y prudentes, aunque sean niños; no a los altivos y poderosos, sino a los humildes y desconocidos; no al rey, sino al pastorcillo; no a Elí, sino a Samuel. Él… los encuentra en su condición humilde, desechados y repudiados por el mundo, y al adoptarlos, se hace un nombre y una alabanza.

 Es necesario que Dios tenga espacio para obrar. Vacío para recibirlo; La debilidad debe ser fortalecida por Él. Es en la rama vacía donde se vierte la savia de la vid; en la palangana vacia por donde fluye el agua, la debilidad del niño da cabida a la fuerza del hombre.

 La necesidad de las innumerables multitudes que abarrotaron la vida terrenal de Cristo le dio la oportunidad de obrar sus milagros y manifestar su poder. Cuanto más baja sea la plataforma, mayor será la prueba de lo que Dios puede ser y hacer por quienes confían en Él. Anímate, por tanto, si te descubres en alguno de los que te llaman la atención al enumerar el deseo, el cansancio y el pecado. La mayor bendición del reino de los cielos es para los pobres de espíritu, los perseguidos y los tentados, las ovejas descarriadas y los niños hambrientos.

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