miércoles, 29 de junio de 2022

LOS HOMBRES SE HAN OLVIDADO DE DIOS"

LOS HOMBRES SE HAN OLVIDADO DE DIOS"

El secreto para curar los males de nuestro siglo estriba en la diaria elección que debe hacer el individuo del bien sobre el mal; en la restauración de la fe religiosa que hemos perdido.

POR ALEXANDER SOLYENITSIN

DICIEMBRE DE 1986

ALEXANDER SOLYENITSIN, novelista ruso emigra-do, obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1970.

CUDANDO comencé a asistir a la escuela, en Rostov del Don, otros chicos incitados por varios miembros de la Komsomol ( nombre de la Or­ganización de la Juventud Comunista, en Rusia), se burlaban de mí por acompañar a mi madre a la única iglesia que aún quedaba en la población, y llegaron a arrancarme la cruz que llevaba colgada al cuello. Po­cos años después, oí que varias personas de edad avanzada explicaban así los enormes desastres que se habían abatido sobre Rusia: "Los hombres se han ol­vidado de Dios; por ello ha sucedido todo esto".

Desde entonces, he dedicado cerca de 50 años a trabajar en la historia de la Revolución rusa; en esta labor he reunido cientos de testimonios personales, he leído cientos de libros y he aportado ocho volú­menes de mi creación personal. Pero si hoy se me pidiera formular, tan concisamente como fuera posi­ble, la causa principal de la ruinosa revolución que segó la vida de 60 millones de rusos, no podría expre­sarlo más certeramente que repitiendo: "Los hombres se han olvidado de Dios".

Es más: si me solicitaran identificar el rasgo principal de todo el siglo xx, no podría encontrar nada más preciso que reflexionar una vez más sobre cómo hemos perdido contacto con nuestro Creador. Los yerros de la conciencia humana, privada de sus dimensiones divinas, han sido un factor determinante en todos los grandes crímenes cometidos en este siglo

Dostoievski nos advirtió que podrían sobrevenir grandes sucesos, y que nos hallarían intelectualmente impreparados. Y eso es justamente lo que ocurrió. Al siglo xx lo ha engolfado el vórtice del ateísmo y la autodestrucción. Esta caída en el abismo es un proceso universal, tan-to en Oriente como en Occidente,y presenta aspectos que no depen-den de ningún sistema político ni de tal o cual nivel de desarrollo económíco o cultural

Fue también Dostoievski quien dijo de la Revolución francesa, y del odio ardiente de ella por la Iglesia, que "toda revolución debe iniciarse, necesariamente, con el ateísmo". Pero jamás había conocido el mundo un ateísmo tan organizado, tan militarizado ni tan tenazmente malévolo como el que practica el marxismo. Dentro del sistema filosófico de Marx y Lenin, y en el meollo de su psicología, el odio hacia Dios constituye la principal fuerza propulsora; el ateísmo militante, su eje central. Para lograr sus fines el comunismo necesita controlar una poblacion desprovista de todo sentimiento religioso

 El grado hasta el cual aspira el mundo ateo a aniquilar la religión, hasta qué punto se le atraganta la religión, quedó demostrado por la red de intrigas que rodeó el atenta- contra la vida del papa Juan Pablo II, en 1981

No obstante, en Rusia, donde se han arrasado muchos templos;
 decenas de miles de sacerdotes, monjes y religiosas fueron torturados, asesinados a balazos en sótanos, o confinados en bestiales campos de concentración; donde el ateísmo triunfante ha arrollado sin freno durante dos tercios de siglo; en la actualidad, todavía se condena a la gente a trabajos fozados  por su fe religiosa; no obstante, en Rusia, la tradición cristia-na sobrevive

 En esto vemos una aurora de es­peranza; porque, a pesar de que el comunismo aparece formidablemen­te erizado de cohetes espaciales y de tanques, está condenado a no vencer jamás al cristianismo.

Occidente no ha sufrido hasta ahora una invasión comunista: la religión sigue siendo libre en esta parte del mundo. Mas también Oc­cidente vive el deterioro de la con­ciencia religiosa. A partir de los úl­timos años de la Edad Media, la marea del secularismo ha venido inundando progresivamente a los países occidentales. Esta gradual so­cavación de fuerzas desde el interior constituye una amenaza contra la fe, amenaza que tal vez sea más peligrosa que cualquier intento de ata­car violentamente a la religión des­de el exterior.

En Occidente, el sentido de la vida ha dejado de verse como algo más elevado que la "busca de la felicidad", meta que incluso ha que­dado garantizada solemnemente en ciertas constituciones. Los concep­tos del bien y del mal han sido des­terrados del uso común desde hace mucho tiempo. Se ha convertido en algo vergonzoso apelar a conceptos eternos, afirmar que el mal se finca en el individual corazón humano, antes de entrar a formar parte de un sistema político.

Si los derechos externos se con­sideran del todo irrestrictos, ¿por qué hemos de hacer un íntimo es­fuerzo por abstenernos de cometer actos innobles? ¿O por qué hemos de abstenernos de sentir un odio profundo, cualquiera sea su base: raza, clase social o ideología? En verdad, este odio corroe actualmen­te a muchos corazones, a medida que los maestros ateos educan a la generación más joven inculcándole el espíritu de odio contra su propia sociedad.

En realidad, cuanto más amplias son las libertades personales, cuan­to más elevado es el nivel de pros­peridad, tanto más fuerte es, para­dójicamente, este odio.

Ahora que graves sucesos mun­diales se alzan ante nosotros como ingentes montañas, pudiera antojar­se incongruente recordar que la cla­ve primordial de nuestro ser, o de nuestro no ser, radica en todo cora­zón humano, en lo individual, en la preferencia del corazón por el bien específico o el mal específico. Sin embargo, es la clave más confiable de que disponemos. Las teorías so­ciales que tanto prometían han de­mostrado su total fracaso, y nos han dejado ante un callejón sin salida.

Todos los intentos que se hagan por salir de la aflictiva situación del mundo actual resultarán inútiles, a menos que, arrepentidos, volvamos a orientar nuestra conciencia hacia el Creador de todos los seres. Los recursos que hemos reservado para nuestro beneficio han quedado muy empobrecidos, para poder hacerlo. Deberemos reconocer primeramente el horror perpetrado, no por alguna fuerza exterior, no por enemigos de clase o nacionales, sino en lo ín­timo de cada uno de nosotros, individualmente, y en el seno de toda sociedad.

La vida no tiene como objetivo la persecución del éxito material, sino la busca de un valioso creci­miento espiritual. Toda nuestra existencia terrenal no es sino una etapa de transición hacia una vida superior. Las leyes materiales, por sí mismas, no explican qué es nues­tra vida, ni le señalan ninguna di­rección. Las leyes de la física y de la fisiología jamás revelarán la for­ma innegable en que el Creador par­ticipa constantemente en la vida de todos y cada uno de nosotros. Y en la vida de nuestro planeta por en­tero, sin duda el Espíritu Divino obra con igual energía. A las insensatas esperanzas de los dos últimos siglos, solamente podemos oponer la resuelta busca de la cordial mano de nuestro Crea­dor; esa mano que hemos desdeña­do tan irreflexivamente y con tanta presunción.

Sólo de esta manera podremosabrir los ojos a los errores de este desdichado siglo xx y dedicarnos a la tarea de enmendarlos.

Nuestros continentes se hallan atrapados en una vorágine. Pero es durante tales pruebas cuando los dones más altos del espíritu huma­no pueden manifestarse.

OC 19133 POR ALEXANDER SOLYENITSIN. CONDENSADO DE "NATIONAL REVIEW- (22-Vil-1983),
DE NUEVA YORK. NUEVA YORK

SELECCIONES DEL READER´S  DIGEST

DICIEMBRE DE 1986

TÉCNICAS DE MENTIR

PETER Fleming, corresponsal del Times de Londres que conocía y quería a Rusia tanto como cualquier occidental, comentó con­migo que cada pueblo tiene su propia técnica de mentir. "Los lati­nos y los árabes mienten para agradar; los ingleses, para encubrir", observaba. "Pero únicamente los rusos mienten sin ningún motivo discernible; a veces, en perjuicio propio. Tal es su manera de ser".

Poco después, estuve en Ucrania, de gira cultural. Nuestro iti­nerario abarcaba una granja colectiva, pero al llegar a Kiev nues­tra guía de Intourist nos dijo que esta visita se había cancelado. Las expresiones de protesta en voz alta suscitaron el primer extraño pretexto: "Como pueden ver, ustedes son cultura, y esto es agricultura". Más gritos de protesta... ya habíamos pagado por aque­lla interesante parte de la gira. Tras un largo conciliábulo con su colega guía, Doña Intourist regresó con una segunda verdad in­contestable: "Bueno, verán: hoy es sábado, y las granjas soviéticas no trabajan los fines de semana". Un treinta por ciento del grupo —moradores urbanos, y desconocedores de la incidencia de mas­titis entre las vacas que dejan de ordeñarse— aceptó mansamente esta excusa.

Si, por otra parte, los rusos nos hubiesen dicho: "Miren, hemos sufrido la sequía más grave de que haya memoria (lo cual era ver­dad), el maíz se ha secado en los tallos y preferimos que no lo vean", la gran mayoría de nosotros, occidentales sensibles, nos ha­bríamos ido satisfechos, y hasta condoliéndonos de las dificultades soviéticas.    —Alistair Horne, en Tbe Spectator (Inglaterra) SELECCIONES DEL READER´S  DIGEST

DICIEMBRE DE 1986


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